Capítulo 10

CHARLIE estaba tomando el desayuno en la cocina, con Aldo, riendo cuando el niño intentaba pronunciar las cosas como ella. Pero cuando se marchó al colegio, la risa desapareció.

Era muy triste que su mejor amigo en Génova fuera un niño de ocho años. Aldo terminaba el colegio a las dos y, después, solían explorar la finca. El niño le había mostrado su escondite favorito, una cueva en el acantilado que había a un lado de la casa, y ella le contaba lo divertido que era escalar montañas en Inglaterra.

Inquieta, Charlie se levantó y salió con su taza de té al patio, rodeado de buganvillas.

Una semana... llevaba una semana casada con Jake, pero el día de su boda le parecía siglos atrás. La mujer que se había casado en el jardín del hotel Lakeview, convencida de que era la más afortunada del mundo, ya no existía. El amor era un sueño, nada más.

No veía a Jake durante el día y cenaban en completo silencio... o se peleaban amargamente. Su marido intentaba mantener una conversación y ella contestaba con monosílabos o con un sarcasmo que también era nuevo para ella hasta que Jake, exasperado, se retiraba a su despacho.

Compartían la cama para que no hubiera murmuraciones, pero no hacían el amor.

¿Debía aceptar lo que Jake le ofrecía?, se preguntó. Millones de parejas mantenían una farsa de matrimonio por sus hijos.

Charlie suspiró. Eso no podría ser peor que lo que tenían ahora.

Después de tomar el té, cerró los ojos, intentando disfrutar de aquella tranquilidad... pero duró poco porque enseguida oyó pasos. Era Jake.

-¿No deberías estar ganando millones en lugar de molestarme cuando estoy descansando?

-No te preocupes, voy a quedarme sólo un momento. No me apetece estar con una niña inmadura -replicó él, pasándose una mano por el pelo-. ¿Qué demonios te pasa, Charlotte? Es imposible hablar contigo. ¿No puedes relajarte un poco? ¿Ya no tienes sentido del humor?

-Mi sentido del humor sigue intacto, gracias. Pero tras descubrir en mi noche de boda que mi marido no sentía amor por mí, que sólo se había casado conmigo porque estoy embarazada y por un absurdo deseo de venganza, no sería sorprendente que el sentido del humor me hubiera abandonado.

-Amor. Siempre dices esa palabra, como si fuera un talismán, pero a mí me parece que no puede ser una emoción tan importante cuando no sirve para perdonar -dijo Jake entonces-. Yo prefiero palabras como «honor» y «respeto».

-Al menos, yo creo en el amor.

-Probablemente tuviste que agarrarte a esa ilusión con un padre como el tuyo, que no tenía respeto por las mujeres.

-Tú no sabes nada de mi padre -replicó ella, airada.

-¿No?

-No.

-Es posible, pero hay algo que sí sé: me has dicho muchas veces que me quieres, pero lo que de verdad sientes por mí, cara mia, es deseo, no amor.

-Eso no es verdad.

-¿Quién miente ahora, Charlotte? Podríamos haber tenido una bonita vida juntos, los tres. Con un poco de buena voluntad por ambas partes.

-Esto no tiene nada que ver con la buena voluntad.

-No, desde luego que no -suspiró él- Esta noche cenamos fuera, por cierto. Mi ayudante, Sophia, está esperándote en casa. Se ha ofrecido a llevarte de compras, a la peluquería... a todas esas cosas que hacéis las mujeres -añadió, ofreciéndole una tarjeta de crédito-. Toma, esto es para ti.

-No necesito tu dinero.

-Lo sé, y nunca me perdonaré a mí mismo por habértelo ofrecido en una ocasión. Pero ahora estamos casados. Lo mío es tuyo. Acéptala y salvarás mi alma.

-Eres un poquito exagerado, ¿no? -rió Charlie.

-Ah, por fin una sonrisa. Todavía hay esperanza para nosotros.

Poco después entraban en casa. Charlie miró a la joven morena que la esperaba en el vestíbulo y tuvo que tragar saliva. Iba vestida con un elegante traje de diseño y, a su lado, se sintió como una chica de pueblo, con su vestido amarillo. Y no la ayudó nada que Jake dijera algo en italiano y los dos soltaran una carcajada.

-Charlotte, te presento a Sophia, mi mano derecha. No podría vivir sin ella. Sophia, mi mujer, Charlotte.

Charlie estrechó su mano de mala gana.

-¿Cómo estás?

«No podría vivir sin ella». ¿Incluiría eso la cama?, se preguntó.

Pero cuando la joven le sonrió, se quedó sorprendida por la amabilidad que había en sus ojos.

-Tengo que irme -dijo Jake-. Tomás os llevará a la ciudad. Con Sophia estarás segura.

-¿Segura o sujeta? -replicó Charlie automáticamente.

Jake se puso pálido.

-Ambas cosas -contestó, haciendo un esfuerzo para contenerse-. No te atrevas a desafiarme en público -le dijo luego en voz baja-. Deja que Sophia te enseñe la ciudad e intenta pasarlo bien, ¿de acuerdo?

Cuando desapareció, Sophia se pasó una mano por la frente.

-Uf, y yo pensaba que mi marido y yo nos llevábamos mal.

-¿Qué?

-Es una broma. Pero no seas demasiado dura con Jake. Es muy protector con las personas a las que quiere. Venga, vamos de compras.

 

Charlie colgó el teléfono con una sonrisa en los labios. Hablar con Jeff la había animado un poco. El hotel iba de maravilla y la estaría esperando cuando volviera. Aunque había tenido que mentirle sobre su matrimonio... pero eso iba a cambiar.

Mientras se arreglaba para la cena había tomado una decisión: iba a darle a Jake una oportunidad. Había una razón para ello, el comentario que había hecho sobre un amor que no sabía perdonar.

Quizá tenía razón, quizá estaba siendo demasiado dura con él.

Jake llegaba tarde. Le había dicho que iría a buscarla a las siete y llevaba diez minutos esperando. Estaba nerviosa.

-¿Qué tal la excursión? -oyó su voz unos segundos después-. Ah, ya veo que bien.

Charlie se había hecho un moño precioso, un poco suelto, como se llevaba últimamente. Muy elegante, muy chic. Las múltiples facetas de su esposa lo fascinaban, aunque nunca lo admitiría. Podía ir en vaqueros y camiseta para jugar con Aldo -lo sabía porque cada noche exploraba los vídeos de la cámara de seguridad - o vestida como una modelo de pasarela.

Antes de casarse, Jake había reservado un lujoso restaurante para aquel día. Quería organizar una especie de recepción para presentarle a sus amigos y había esperado que fuera una agradable sorpresa para ella. Ahora sólo podía esperar que no se pelearan delante de todo el mundo.

-Si te refieres al peinado, gracias.

-Y al vestido. Es precioso.

Llevaba un vestido azul brillante, a juego con sus ojos, con unas mangas muy cortas cuya sola función era sujetar el corpiño estilo imperio. Sophia le había asegurado que era la última moda en Italia. Y también había aprobado las sandalias de tacón, que destacaban sus bien torneadas piernas.

-Estás preciosa, Charlotte -sonrió Jake-. Sophia ha hecho un buen trabajo. Estás exquisita, el epítome de la sofisticación. Y ahora, si no te importa, súbeme un whisky a la habitación. Voy a cambiarme.

Charlie estuvo a punto de mandarlo a paseo, pero se percató de que parecía cansado.

-Muy bien.

Mientras él subía a la habitación, sirvió un whisky con hielo, pensativa. ¿Era una orden o un favor que le hacía a un cansado marido?

Por primera vez desde su noche de bodas, la compasión fue capaz de romper la capa de hielo que se había formado en su corazón.

Charlie entró en el dormitorio y estaba a punto de dejar el whisky sobre la mesilla cuando Jake salió del baño.

-Ah, gracias.

Ella tragó saliva. Con el pelo mojado y aquellos soberbios músculos, cubierto apenas por una diminuta toalla, seguía siendo el hombre más atractivo que había visto en toda su vida.

-De nada.

-Me hacía falta, la verdad.

-Un placer.

Desde aquella mañana, algo había cambiado entre ellos. Jake había cambiado. Y, de repente, la tensión sexual era palpable. Una tensión que había muerto cuando llegaron a Génova... pero Charlie apartó la mirada.

Jake también se dio cuenta y sonrió, satisfecho al saber que no era tan inmune como intentaba hacerle creer. Y, aunque era un pensamiento machista, se alegraba de que la vida sexual de Charlie se limitara a su experiencia con él. Porque estaba dispuesto a que siguiera siendo así. Con ese pensamiento en mente, Jake rompió la promesa que se había hecho a sí mismo y sonrió, insinuante.

-Y será un placer para ti también cuando volvamos, cara.

Charlie se puso colorada y salió de la habitación como alma que lleva el diablo.

De vuelta en el salón, miró el bar con angustia.

Nunca en su vida había necesitado tanto una copa. Pero no podía beber porque estaba embarazada.

Entonces dejó escapar un suspiro. Tenía que controlarse. Una sonrisa de su marido y estaba a punto de convertirse en la tonta que había caído a sus pies, sin saber que podía ser un hombre cruel y sin corazón. Eso no era lo que quería. No, lo que deseaba era una relación de igual a igual, una relación en la que hubiera respeto mutuo y confianza.

-Has salido corriendo antes de que pudiera darte esto -la voz de Jake hizo que se volviera.

Jake, con esmoquin. Jake, más guapo que nunca.

«¿Dónde está tu orgullo, chica?», se preguntó, con el corazón acelerado.

-A ese vestido le falta algo -dijo él, sacando un collar del bolsillo.

-No hace falta...

-Tranquila, cara. Déjame porque a mí sí me hace falta -murmuró Jake, colgando un magnífico zafiro rodeado de diamantes alrededor de su cuello.

Y luego una pulsera a juego.

-No quiero...

-Sí quieres -la interrumpió él-. Pero no quieres admitirlo -rió Jake. Y antes de que pudiera evitarlo, le puso un zafiro en el dedo, al lado de la alianza-. Así está mejor. Así todo el mundo sabrá que eres mi adorada esposa. Vamos, tenemos que irnos o los invitados pensarán que los hemos abandonado.

Charlie intentó quitarse la pulsera.

-Ni lo sueñes -dijo Jake.

-Si crees que puedes comprarme, te equivocas. No estoy en venta.

-Eso ya lo sé -suspiró él.

-¿A qué invitados te refieres? Pensé que íbamos a cenar.

-Y eso vamos a hacer. Pero quiero presentarte a unos amigos.

Mientras iban en la limusina, Jake le explicó que aquella cena era una especie de banquete de bodas para los amigos y socios que no habían podido acudir a la ceremonia en Inglaterra.

La idea de conocer a sus amigos en ese momento le resultaba más bien poco atractiva. Pero no podía hacer nada. Como no podía hacer nada para apartarse de Jake en el interior del coche. Estaban demasiado cerca, podía respirar el olor de su colonia, que le resultaba tan familiar, tan erótica...

Charlie dejó escapar un suspiro de alivio cuando la limusina se detuvo, pero el alivio duró poco porque Jake la tomó del brazo para subir los impresionantes escalones de piedra de una elegante casa que pertenecía a otra era.

Eran casi las ocho cuando entraron en el salón y se quedó atónita cuando la orquesta empezó a tocar... la Marcha Nupcial, que fue recibida con aplausos por parte de los congregados.

Colorada hasta la raíz del pelo, agradeció el apoyo del brazo de Jake mientras le presentaba a una pareja mayor, los Lasio, sus padres adoptivos. Lo primero que llamó su atención fue la tristeza que había en sus ojos. Y cuando le desearon felicidad, se sintió culpable. Aunque no era culpa suya lo que había pasado con Anna.

-No te preocupes. No saben quién eres -dijo Jake, como si hubiera leído sus pensamientos.

Durante media hora estuvo presentándole gente cuyos nombres apenas era capaz de recordar... debía de haber más de cien personas.

Paulo Bruno, el hijo del ginecólogo, y su mujer. Stephanie, le dieron la enhorabuena por su embarazo y Charlie miró a Jake, sorprendida.

-Esto es Italia, querida. Tener un hijo es algo que siempre se celebra, no algo que haya que esconder.

-Tampoco yo lo escondo -replicó ella-. Perdona, tengo que ir al baño.

-Te acompaño -se ofreció Stephanie-. Cuando yo estaba en estado, me pasaba el día yendo al baño. Qué horror.

Después de refrescarse un poco, Charlie intentó sonreír.

-Bueno, supongo que debemos volver al salón.

-Si no lo hacemos, Jake vendrá a buscarte. Nunca lo había visto enamorado y es increíble lo tonto que está -rió Stephanie-. Me alegro mucho por los dos, de verdad. Especialmente por el niño. Jake será un padre estupendo. Y no te creas ni la mitad de las historias que te cuenten sobre él. No ha tenido tantas aventuras. Tampoco es que haya sido un santo, pero Jake es... en fin, es un hombre un poco anticuado en muchos aspectos. Así que no tienes que preocuparte. Será un marido maravilloso.

Si había intentado animarla, la información sobre las mujeres que había habido en la vida de Jake tuvo el efecto contrario. Y su determinación de darle una oportunidad se tambaleó.

-Carlotta, creía que te habías perdido. Ven, están a punto de servir la cena -como había supuesto, Jake estaba esperando en la puerta.

Todas las mujeres iban vestidas de diseño y Charlie agradeció que Sophia la hubiese ayudado a elegir el vestido. Y todas iban enjoyadísimas. Y no sólo las mujeres, algunos hombres también. El signor Dotello, por ejemplo, que llevaba un diamante en la oreja del tamaño de un huevo. Eso, y un crucifijo de oro y brillantes que debía de pesar una tonelada.

-Qué sobredosis de oro -murmuró, irónica.

-Dotello es marchante de joyas -le explicó Jake.

-Ah, ahora lo entiendo. Pues parece que las lleva todas puestas... y la mitad del torso.

-Y tú no deberías haberte fijado -dijo él, mientras la llevaba hacia la mesa.

Los padres adoptivos de Jake se sentaron con ellos, junto con Sophia y su marido, Gianni, Paulo y su esposa Stephanie, que le sonreía como si fueran viejas amigas.

La comida fue soberbia y el champán y la conversación fluyeron durante toda la cena... los únicos que estuvieron callados fueron Diego y su novia del momento, una modelo rusa llamada Lenka, que no hablaba más que ruso.

-Lenka es su tipo -bromeó Jake-. A Diego le gustan las mujeres guapas y mudas.

-¿Y a ti no? -preguntó Charlie, recordando a Melissa.

-He salido con algunas, lo admito. Pero prefiero a las rubias inglesas de preciosos ojos azules que no se callan ni debajo del agua.

Ella tuvo que contener una carcajada.

-Chicos, chicos, os toca abrir el baile -dijo Diego, cuando la orquesta empezó a tocar un vals.

-¿Vamos? -sonrió Jake, tomando su mano.

Con todos sus amigos mirando, Charlie no podía decir que no.

-¿Te das cuenta de que no hemos bailado nunca juntos? »

-No, es verdad.

-¿Crees que podremos hacerlo?

-Seguro -contestó Jake-. Una mujer que se mueve como tú en la cama tiene que moverse bien en la pista de baile.

Y tenía razón.