¿A qué se debió la locura de Iván IV el Terrible?
El primero de los zares rusos ha pasado a la historia como un ser cruel y despiadado y sus muchos exegetas siempre se preguntaron por las causas que indujeron al gobernante a cometer tanta tropelía sobre su atemorizado pueblo. Si bien sus primeros años de mandato fueron estables y acertados en el plano económico, el tramo final de su vida se convirtió en un espanto de maldad y terror por el que pasó a la historia como uno de los seres infernales que poblaron la Tierra. No cabe duda de que Rusia alcanzó, en el tiempo de Iván IV una dimensión territorial desconocida hasta entonces por la anexión de algunos kanatos y, sobre todo, por la conquista de la inmensa Siberia. Pero ello no es óbice para que se siga destacando, hoy en día, la atormentada personalidad de este descendiente de vikingos suecos. Finalmente, en pleno siglo XX, se pudo averiguar el origen directo por el que El Terrible provocó tanto desasosiego entre los suyos. Por supuesto, nada que ver con el infierno y sí mucho con la química.
El zar Iván IV mantuvo siempre su locura, especialmente cuando llegó su último día, pero cayó fulminado cuando comenzaba a jugar su última partida de ajedrez. |
Nacido en Moscú en agosto de 1530, fue proclamado zar de todas las Rusias en 1547. Hasta entonces, los únicos signos de agresividad mostrados por él habían sido el lanzamiento de perros desde las murallas del Kremlin y algunos asesinatos encargados sobre supuestos enemigos personales. En todo caso, nada que invitara a pensar en esa época que el llamado a ser máximo dirigente de la santa madre Rusia fuera un ser vil y ejecutor caprichoso de sus semejantes. Durante lustros se encargó a conciencia de que la opinión que sus súbditos tenían de él cambiara drásticamente. Su famosa guardia negra, que asesinaba impunemente por todo el país, y los famosos genocidios ordenados por su mano le convirtieron en uno de los personajes más odiados y temidos de su tiempo.
Los años finales de Iván IV no fueron menos dramáticos que los anteriores. En 1581 cometió filicidio, cuando dejándose llevar por la ira asestó un golpe con su bastón terminado en punta de hierro a su hijo Iván Ivanovich. El impacto fue tan certero como mortal y el zarevich cayó fulminado, sin que nada se pudiera hacer por él. Seguramente, Iván no pretendía matar a su heredero, pero una vez más fue incapaz de dominar la ira incontenible que había marcado toda su vida. Este hecho, no obstante, le sumió en una profunda depresión que le hizo abandonar su fe para entregarse a rituales paganos oficiados por brujas y magos llegados a Moscú desde los poco cristianizados territorios del norte. Cuentan que los alaridos de Iván IV eran tan tremendos que se podían escuchar en muchas calles de la ciudad moscovita. Parece ser que el último día de su vida se encontraba especialmente lúcido, y mostrando buena disposición se levantó de la cama para enfrentarse a un opíparo desayuno, mientras conversaba animadamente con la servidumbre. Más tarde, entonó algunos cánticos y pidió que le trajeran su tablero de ajedrez, pero, antes de iniciar el primer movimiento de peón, inesperadamente, el zar convulsionó y cayó de espaldas para no volver a levantarse jamás. Había muerto Iván IV el Terrible. Era el 18 de marzo de 1584 y tenía cincuenta y tres años.
La sucesión del zar supuso un grave problema, el primogénito había sido asesinado por su propio padre, y tras él sólo quedaban dos posibles aspirantes, los hijos menores de Iván IV: Fiodor y Dimitri. Este último apenas contaba por haber nacido fuera de los tres primeros matrimonios, ya que la ley rusa no contemplaba sucesores más allá de ese límite. Por tanto, sólo quedaba Fiodor y él fue el elegido a pesar de su incapacidad mental manifiesta.
Fiodor I fue el último representante de la dinastía varega. Su debilidad propició nuevas conspiraciones de los boyardos, sembrando de confusión todo el país hasta la llegada de los Romanov en el siglo XVII.
Siglos más tarde, los científicos intentaron reconstruir el rostro de Iván IV el Terrible. Tras analizar los restos óseos descubrieron la posible causa de su perturbada personalidad. Iván IV había contraído a lo largo de su vida numerosas enfermedades venéreas, en especial la sífilis. El tratamiento que los médicos del siglo XVI daban a estos males era el de suministrar grandes dosis de mercurio. Hoy sabemos que la ingesta abusiva de ese metal líquido crea alteraciones neurológicas que desembocan en accesos alternantes de ira y depresión. Por los análisis químicos efectuados en los restos del soberano, podemos deducir que aquella cantidad de mercurio era capaz de destrozar varias personalidades. Ése, entre otros, pudo ser el motivo que explique la desorbitada conducta de uno de los seres más abyectos y violentos que han poblado la Tierra.
Durante el tiempo de su existencia, Europa caminaba con paso firme hacia nuevos conceptos geográficos y políticos. España, tras el descubrimiento de América y otros avatares, se consolidaba como potencia hegemónica; los ejércitos de Carlos V y Felipe II no encontraban rival en los campos de batalla. Mientras para España el siglo XVI fue de oro y para Inglaterra supuso el comienzo de la gestación del futuro imperio, para Rusia el deterioro fue más que evidente, a pesar de la conquista siberiana.
Es curioso imaginar que otras potencias de la época luchaban por metales sólidos como el oro y la plata, al mismo tiempo que un insignificante metal líquido como el mercurio hacía estragos en la cada vez más aislada Rusia. En fin, son los misterios inescrutables de la química y de su influencia en las mentas humanas.