¿Cómo influyó Sirio y Orión en los egipcios?

Osiris se casó con Isis y se convirtieron en los primeros gobernantes del antiguo Egipto. Ambos eran dos de los hijos del dios Ra; el tercero de sus vástagos fue Seth, que asesinó a Osiris cuando éste tenía veintiocho años de edad. Después de matarlo lo cortó en catorce pedazos, pero Isis, que había permanecido escondida durante semanas, pudo recuperarlos todos, salvo el correspondiente al órgano sexual. Sin embargo, la diosa fabricó uno artificial, que colocó encima del cuerpo de su esposo Osiris, que cobró forma de milano y dejó embarazada a Isis. De tan milagrosa concepción nació Horus…

Esa leyenda nos narra de forma alegórica el nacimiento del antiguo Egipto. Desde entonces, y como señalan todos los textos y leyendas, se ha identificado a la figura de Isis con la estrella Sirio, que es la más brillante y espectacular del firmamento. Pero hubo una época en la que este astro no fue visible debido al tercer movimiento de la Tierra: la precesión. Y es que nuestro azul mundo, además de rotar en torno a sí mismo y de girar alrededor del Sol, se mueve como una peonza debido a la inclinación de su eje. Eso provocó que, durante un largo tiempo, Sirio no fuera visible para los hombres que ocupaban las arenas de Egipto en un momento determinado de la prehistoria. Sin embargo, al ser la precesión un movimiento cíclico, Sirio asomó por el horizonte en el año 10500 antes de Cristo. Casi a la vez, las aguas del Nilo comenzaron a desbordarse, inundando los campos y haciendo que la agricultura volviese a prosperar.

Tal acontecimiento siempre ocurría por las mismas fechas, sólo que en esa ocasión coincidió con la aparición de un astro más brillante que cualquier otro, Sirio, que como hemos dicho representa a Isis. Quizá por ello no es casualidad que las tres grandes pirámides y la Esfinge de la meseta de Gizeh dibujen sobre la arena del desierto la posición de las tres principales estrellas de la constelación de Orión y de Sirio tal cual pudieron ser observadas aquel año 10500 antes de Cristo. Y es que si para los egipcios Sirio era Isis, la constelación de Orión estaba encarnada en la figura de Osiris. Así pues, ese año, esa situación astronómica y esa circunstancia climática marcaron en cierto modo el origen mítico de la civilización egipcia, que de forma metafórica se narra en la leyenda anteriormente explicada…

Pero aquel fenómeno se repitió en otras ocasiones, especialmente en el año 3300 a. C. En aquella ocasión, la precesión provocó que Sirio volviera a desaparecer ante los asombrados ojos de los egipcios. Se dejó de ver durante setenta días, transcurridos los cuales surgió de nuevo en el horizonte en el mismo momento matemático del amanecer del primer día del solsticio de verano, tras el que el Nilo se desbordó nuevamente. Precisamente, a partir de esa fecha, la civilización emergió en aquella tierra hasta convertirse en el pueblo más fascinante de todos los tiempos. Para el egiptólogo Ed Krupp, aquel acontecimiento astronómico es el que reflejan los relatos míticos: «Tras desaparecer setenta días, Sirio volvió a surgir antes de la salida del Sol y de iniciarse la inundación del Nilo, razón por la cual los egipcios consideraban a ese día como el primero del año. Es por ello que se conoce a Isis, es decir, a Sirio, como la “señora del año nuevo”. Así pues, el tiempo que Isis pasa ocultándose de Seth es el tiempo que Sirio desapareció del cielo. Luego resurge y da luz a Horus, al igual que Sirio da inicio al año nuevo».

Brillantes investigadores como Robert Bauval descubrieron que, en techas próximas al nacimiento de Jesús de Nazaret, se produjo un fenómeno celeste casi idéntico. En su opinión, su nacimiento y la saga de su familia, así como la aparición de la estrella que anunciaba su venida, podría no ser más que una reactivación del mito egipcio. Y es que, ciertamente, Orión y Sirio han sido el objeto de numerosos cultos y mensajes cifrados. Muchas de las construcciones que nos legaron están orientadas en función de estos astros al tiempo que, en los jeroglíficos que dejaron grabados, aparecen como objeto de adoración religiosa.

No deja de ser casualidad que muchos pueblos de la Antigüedad apuntaran a Sirio como el origen de sus fundadores. El caso más llamativo es el del pueblo dogón de Mali. En sus leyendas dicen que dioses llegados desde allí les transmitieron sus conocimientos. Tales saberes los legaron de generación en generación a lo largo de siglos y siglos. Hace casi cien años se descubrió que esos dioses que llegaron desde Sirio contaron a los dogones cómo era su estrella. Les explicaron las características orbitales, así como otras pistas significativas: «Junto a Sirio existen otras dos estrellas invisibles», narraron aquellos dioses. Cuando los modernos telescopios aparecieron, los astrónomos descubrieron que, efectivamente, los dogones estaban en lo cierto y que sabían de detalles astronómicos de Sirio que con sus medios jamás hubieran podido alcanzar. En 1862 se descubrió definitivamente que Sirio A tenía a su alrededor a Sirio B, una enana blanca de una gran densidad, y en 1995 se descubre a Sirio C, dos estrellas invisibles a los ojos humanos que sólo podían captarse mediante modernos telescopios. ¿Cómo supieron tal cosa los dogones hace cientos o miles de años?

Y es que tanto la de Egipto, como otras culturas del pasado, no son una excepción: dicen que sus dioses llegaron desde la estrella más brillante del firmamento…