La Sociedad de Thule
A mediados del siglo XIX, nacieron en Alemania, al igual que en otros países europeos, un gran número de sociedades secretas. La más influyente de todas las que se formaron en el II Reich fue la Sociedad Thule, cuyo nacimiento tardío —es de 1912— permitió que recogiera, ya muy maduras, una gran parte de las ideas que habían dominado e influido en la agresiva política alemana de la segunda mitad del siglo XIX, en especial después de la guerra franco-prusiana, cuando la Alemania unificada del canciller Von Bismark caminaba firmemente por la senda que le conducía al poder mundial.
La Thule-Gesellschaft o Sociedad Thule fue una sociedad ocultista alemana fundada en 1912 por el noble alemán Rudolf von Sebottendorff. A ella pertenecieron importantes personalidades del III Reich como el propio Adolf Hitler y su lugarteniente Rudolf Hess. Al parecer, el partido nacionalsocialista —y por tanto el III Reich— tuvo su origen en esta sociedad esotérica, siendo el DAP —Deutsche Arbeiter-Partei—, después transformado en NSDAP su brazo político.
Como escudo de la Sociedad Thule se eligió una esvástica —símbolo solar que luego adoptarían los nazis—, colocada detrás de una reluciente espada dispuesta verticalmente. El nombre de Thule fue elegido en recuerdo del legendario —y para ellos existente— reino de Thule, que es simple y llanamente otro nombre para designar la mítica Atlántida. El nombre derivaba de la mítica Thule, la isla legendaria que los griegos, a partir de Piteas de Marsella, y los escritores latinos, como Séneca, consideraban la última isla del mundo y que hoy en día se identifica o bien con Islandia, o bien con las Oreadas o con las Shetland. Como todos los ocultistas de la época, muy influenciados por las leyendas o mitos de la Atlántida y de otros continentes perdidos como Lemuria o Mú, los creadores de la Sociedad de Thule forjaron toda una cosmogonía mágica y fantástica según la cual los pueblos germánicos escandinavos, de raza nórdica, eran los descendientes de una raza todopoderosa que había vivido en un remoto pasado. También se hallaban influenciados por la obra de Horbiger, un hábil ingeniero tirolés que había hecho una gran fortuna a finales del XIX con un nuevo sistema para llaves y compresores (1894), cuya patente había vendido y que luego dirigió sus investigaciones hacia el campo de la cosmografía y la astrofísica. Sus delirantes ideas sobre el fuego y el hielo, de un remoto pasado de hombres-dioses, introducía en el pensamiento de una nación de altísimo nivel científico-técnico, como era Alemania, todo un universo de profecías y leyendas que entraban en contradicción con la ciencia oficial, pero que impresionó a hombres como Hitler, obsesionado con el poder de los mitos y el destino de los pueblos y que consideraba que «hay una ciencia nórdica y nacionalsocialista que se opone a la ciencia judeo-liberal». Con ideas así, no es de extrañar que muchos científicos y proyectistas de armas del III Reich acabasen desesperados, pues se llegó al extremo de que el general Walter Dornberger, al mando del centro experimental de Peenemünde, tuvo que modificar algunas pruebas de lanzamiento para que los apóstoles de la cosmogonía horbigeriana pudiesen comprobar cómo reaccionaban las V2 en los espacios de hielo eterno.
Uno de los principales impulsores de Thule fue Karl Hausshoffer (1869-1946), militar, estudioso de las culturas orientales y uno de los padres de la geopolítica, convencido del origen centroasiático de la raza nórdica y de los pueblos germánicos, a la que aseguraba correspondía el deber de dirigir el mundo. Al especialista en historia y geografía y hábil militar, parecía unírsele otra persona, admirador de Schopenhauer, Ignacio de Loyola, el budismo y el misticismo. Fanático de las ideas de supremacía aria, consideraba que los elegidos de la logia Thule estaban predestinados al dominio del mundo. En 1919, fundó una segunda orden que se llamó Brüder des Lichtes —Hermanos de la Luz—, después denominada, aunque sólo internamente, Vril-Gesellschaft —Sociedad Vril—. A esta nueva sociedad se unieron Die Herren von Schwarzem Stein —Los Señores de la Piedra Negra—, que era una refundación de la orden del Temple. Todos creían firmemente en la existencia de unos seres, los «superiores desconocidos», y en los remos misteriosos de Agharta y Samballah, con los que se podría contactar para que ayudasen a Alemania a dominar el mundo.
Entre los miembros de la Sociedad Thule se encontraban, además de los paganos Heinrich Himmler y Alfred Rosenberg, también sacerdotes —como el confesor de Hitler, Bernhard Stempfle—, monjes cistercienses —como Guido von List— y miembros de la orden del Temple refundada, además de nacionalistas, patriotas, antimarxistas y antijudíos.
El fin oficial de la Sociedad llegó tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Hausshoffer, un auténtico mago negro de un nivel de iniciación muy superior al del propio Hitler, supo arreglárselas para salir bien parado. Durante los juicios de Nuremberg visitó en su celda a uno de sus principales discípulos, el criminal de guerra Wolfrang von Sievers, con el que celebró una ceremonia pagana. El 14 de marzo de 1946, asesinó a su mujer y se suicidó siguiendo un ritual japonés. Su hijo Albrecht, defensor hasta el final de las más puras tradiciones de Alemania, participó en el atentado contra Hitler del 20 de junio de 1944. Ejecutado en el campo de Moabit, con otros de los conspiradores, le encontraron un papel en la ropa con unos versos que decían:
El destino había hablado por mi padre,
de él dependía una vez más
rechazar al demonio en su mazmorra.
Mi padre rompió el sello.
No sintió el aliento del maligno
y dejó al demonio suelto por el mundo…
Por increíble que pueda parecer, todavía en 1953 Martin Gardner cifraba en más de un millón de personas el número de seguidores de las teorías horbigerianas y de la seudociencia de las ideas defendidas por la Sociedad Thule, en Alemania, Escandinavia y Estados Unidos. Es posible, por tanto, que aun a pesar de los horrores del siglo pasado, como bien dice el autor alemán Jan Udo Holey en su libro Sociedades secretas y su poder en el siglo XX, que «la Sociedad Thule o bien algún esqueje de ella continúe existiendo hoy».