¿Quién mató a Kennedy?
A día de hoy, todavía resulta imposible responder a esta pregunta. Sin embargo, de algo puede estar seguro el lector: no fue Oswald o, al menos, no fue sólo él quien acabó con la vida del carismatico presidente norteamericano…
Pese a ello, los abrazafarolas del poder siguen empeñándose en hacer comulgar con ruedas de molino a la humanidad. Lo decimos a propósito de un reciente estudio científico publicado en Estados Unidos, según el cual se confirma que Oswald fue el único responsable de la muerte de John Fiztgerald Kennedy, ya que certifican la existencia de la «bala mágica» que acabó con el presidente. Sin embargo, las incógnitas sobre su muerte siguen todavía vigentes. Así lo vamos a comprobar muy rápidamente…
Los responsables de la citada investigación son Kenneth Rahn y Larry Sturdivan, quienes efectuaron un análisis balístico y químico del proyectil que acabó con la vida de Kennedy aquel 22 de noviembre de 1963. Tras su trabajo concluyeron que la versión oficial que lleva cuatro décadas provocando polémica y discusión responde a la realidad de lo ocurrido aquel trágico día en Dallas.
Cuando ocurrió aquello, el carismàtico presidente recibía los agasajos de la multitud durante su trayecto en coche por la ciudad. En el vehículo oficial viajaban su esposa Jacqueline y el gobernador de Texas, John Connaly. Todo ocurrió a gran velocidad: varios disparos cortaron de raíz la vida de JFK y paralizaron al mundo entero. Todavía se busca a los culpables, por mucho que algunos quieran hacernos creer lo contrario.
Aparentemente, tres balas fueron las que disparó Lee Harvey Oswald para consumar el magnicidio. La primera hirió en el cuello a Kennedy, la segunda alcanzó levemente al gobernador Connaly, mientras la tercera impactó directamente en la cabeza del presidente. Pero, desde un principio, la tesis de triple disparo de Oswald planteó un serio inconveniente: el rifle que utilizó el presunto asesino, un Mannlicher-Carcano de 6,5 mm, sólo era capaz de disparar una vez cada 2,3 segundos. Sin embargo, la escena completa del crimen duró 4,8 segundos. Por tanto, Oswald sólo tuvo tiempo para disparar dos veces, razón por la cual se alimenta la posible existencia de un segundo francotirador que abre la puerta a infinidad de sospechas.
La conocida Comisión Warren, nombrada oficialmente para esclarecer el magnicidio, solucionó el problema al asegurar que, en realidad, Oswald sólo efectuó dos disparos. El segundo habría sido el que destrozó el cráneo de Kennedy, mientras que el primero le entró al presidente por la base de la cabeza en su parte trasera; salió por la parte frontal superior; descendió y avanzó hacia el asiento delantero para entrar por detrás del hombro izquierdo de Connaly; salió por el pecho; entró en su mano por la parte superior; salió por la inferior y se elevó para acabar alojándose en el muslo izquierdo. Lógicamente, tras la versión de la Comisión Warren se conoció a tan prodigioso proyectil como la «bala mágica». Y es que, según esa versión oficial, el proyectil efectuó siete impactos sin perder velocidad y realizando sorprendentes cambios de dirección durante el trayecto.
El reciente informe científico de Rahn y Sturdivan ha vuelto a reavivar una polémica que late desde hace décadas. Sin embargo, la sorprendente propuesta que efectúan entra en clara confrontación con otros trabajos. Por ejemplo, con el que en 2003 fue dado a conocer por Dave Conklin, en el que calcula la dirección de la bala que tuvo que disparar Oswald desde el sexto piso del edificio Texas School Bokk, en donde se encontraba el francotirador. Tras un estudio completo y exhaustivo no encontró un modelo, por muy rocambolesco que fuera, que explicara cómo se produjo todo.
Kennedy saludaba sonriente a miles de simpatizantes por las calles de Dallas cuando tres o cuatro disparos (el asesino oficial sólo pudo disparar dos veces) acabaron con su vida. Él dejó de sonreír, pero en las altas esferas del poder algunos no pudieron evitar seguir haciéndolo…
La existencia de un segundo francotirador no sólo se sustenta en la incoherencia de la «bala mágica». De hecho, varios testigos presenciales relataron haber oído tres disparos, e incluso en las grabaciones de la secuencia los análisis han logrado identificar hasta cuatro. ¿De dónde procedían aquellos disparos? Casi todos los investigadores señalan en dirección opuesta a donde se encontraba Oswald, más exactamente a un montículo situado en la Dealey Plaza de Dallas. La razón fundamental es que el disparo que provoca la muerte de Kennedy genera un balanceo en su cabeza que sólo puede explicarse si procedía de ese punto situado a unas decenas de metros por delante del coche presidencial. Y es que el edificio en el que se encontraba Oswald agazapado estaba en dirección opuesta. No pudo ser él quien disparó la bala mortal. Su testimonio hubiera sido fundamental para aclarar si hubo o no conspiración para acabar con Kennedy. Pero a las pocas horas de ser detenido, un «loco» acabó con la vida de Oswald… ¿No suena a que aquello fue una forma de acabar con la única persona que podría revelar la verdad? No nos engañemos, porque los servicios secretos siempre han actuado así.
Además, un reciente escrito elaborado por el fiscal Frank A. Cellura demuestra que los informes oficiales relativos al registro de la habitación del edificio desde donde Oswald disparó contra Kennedy estaban manipulados. Cellura comparó los informes del registro que se hicieron a las pocas horas del crimen con los que se efectuaron después, en los que aparecieron más cartuchos y restos de balas. Sin duda, hubo alguien que intentó por todos los medios incriminar a Oswald haciéndonos creer que fue un lobo solitario…
Poco antes de fallecer en tan extrañas circunstancias, Kennedy había criticado el modelo económico imperante, gracias al cual se permitía que unos pocos manejaran fortunas incalculables, mientras la gran mayoría los convertía en millonarios sin que pudiera escapar a su pobre destino. Casualmente, los sustitutos de Kennedy y su equipo fueron mucho más permisivos con el gran capital y los dueños de esas inmensas fortunas… ¿O no fue casualidad?