La tumba de Alarico
En uno de los capítulos fundamentales del mundo antiguo, los godos occidentales quedaron unificados en el año 395 d. C. bajo el mando del joven rey Alarico, un líder de apenas veinticinco años dotado del empuje y la inteligencia suficientes como para asediar a la potencia más importante de aquel tiempo brumoso y decadente. Los godos mantuvieron una relación difícil con los orgullosos romanos, y lo que empezó siendo alianza para eventuales guerras, acabó convirtiéndose en un terrible enfrentamiento entre ambos pueblos.
En agosto de 410 d. C., los visigodos pusieron en jaque la supremacía del Imperio Romano en Occidente. El asalto y posterior rapiña de Roma a cargo de Alarico y sus ejércitos hizo pensar que el germano sería el primer emperador bárbaro de la historia romana. Fue una semana de terrible recuerdo para los latinos, ya que no sólo sufrieron la humillación de ser vapuleados por el emergente poder extranjero, sino que también tuvieron que resignarse con la pérdida de incalculables riquezas como la famosa Mesa del rey Salomón o el menorhat, el candelabro judío de siete brazos, ambas reliquias expoliadas del legendario templo de Jerusalén por las legiones de Tito en el siglo I d. C.
Alarico, crecido por su éxito, mantuvo una incontestable ofensiva sobre el sur peninsular italiano. El ejército visigodo fue devastando todos los territorios que encontraba a su paso, Campania, Apulia y Calabria son ejemplos de la crueldad con la que se emplearon los bárbaros. Pronto llegaron a Cosenza, ciudad que como otras no supondría el más mínimo problema para los atacantes, pero cuando ya habían sitiado la ciudad, la fatalidad visitó el campamento godo. Alarico en esos días estaba nervioso y alterado, sus propósitos de invadir África se habían truncado por una tremenda tempestad que había desarbolado y hundido casi toda la flota que, a tal fin, se encontraba anclada en Sicilia.
Quiso el destino que Cosenza fuera la ciudad que viera morir al gran caudillo visigodo. Muchas fueron las leyendas que circularon tras su fallecimiento: unas dirían que murió ahogado en medio de una tempestad cuando se dirigía al norte de África, otras que, temeroso de la revancha romana sobre su pueblo, fingió su muerte con el propósito de salvar a los suyos. Lo cierto es que al carismàtico líder lo único que pudo derribarle fue la enfermedad y ésta llegó en forma de malaria. En medio de fiebres y convulsiones murió el primer monarca del linaje balto y héroe eterno de los visigodos. Aquella tribu que inició su camino siglos antes siguiendo a una pléyade de linajes más o menos nobles, ahora rendía culto y lloraba por el único rey al que habían sido capaces de seguir. No le fallarían en su último momento. Sus generales decidieron que el cadáver no debería caer en manos del enemigo y para ello idearon un plan destinado a ocultar para siempre la tumba de su jefe. Miles de esclavos fueron conducidos al cauce del río Busento. Allí trabajaron durante varias semanas hasta que consiguieron desviar su curso mediante una enorme obra hidráulica, consistente en la construcción de un canal y su consiguiente muro. Una vez terminado el trabajo, comenzaron los rituales mortuorios. Los obreros cavaron una profunda fosa en el lecho del río. Dentro del sepulcro situaron el cadáver del rey acompañado por lo que la leyenda estima un inmenso tesoro que nadie intentó cuantificar. Finalizada la operación, los generales visigodos ordenaron derribar el muro de contención para que el Busento ocupara nuevamente su cauce natural. La escena debió de ser muy impactante, casi bíblica. El acto terminó cuando los soldados asesinaron a todos los esclavos que habían participado en la obra para que nadie jamás pudiera desvelar el sitio exacto donde descansaba el cuerpo de Alarico.
Hoy en día si visitamos la ciudad de Cosenza podemos encontrar un recuerdo material del episodio: el puente de Alarico suspendido sobre el río Busento entre las iglesias de San Domenico y San Francesco de Paola, en el punto preciso donde se cree que yacen cuerpo y tesoro.
Miles de visigodos se vieron privados de su rey y esa noticia les desmoralizó, sobre todo si pensamos que en el norte los romanos se estaban organizando para dar respuesta vengadora de tanta tropelía cometida por los invasores. Tenían que tomar una decisión, la supervivencia de su pueblo estaba en juego, lejos quedaba el sueño imperial. Fue entonces cuando los guerreros volvieron su mirada sobre alguien que había acompañado al caudillo desde el primer momento. Éste no era otro sino el príncipe Ataúlfo, cuñado y casi hermano de Alarico. Cumpliendo con la costumbre germana, los hombres golpearon sus armas contra los escudos mientras gritaban el nombre del elegido. Todo fue muy rápido, pues la historia de los godos así lo demandaba. Nunca sabremos si el botín capturado en Roma realizó el viaje junto al pueblo visigodo en su transitar hacia las Calías o, más bien, se quedó acompañando el sueño eterno de aquel que logró unificar al pueblo más civilizado de los bárbaros.