¿Vírgenes negras?

Hace miles de años, en el Neolítico, cuando los seres humanos comenzaban a extenderse por el planeta, las grutas, los bosques, los ríos, las montañas, los lugares en los que se desarrollaba la vida de los primeros grupos de cazadores nómadas se convirtieron en ocasiones en lugares especiales. Tal vez algunos de estos sitios llamaron su atención. Detalladas observaciones, fenómenos anómalos, reflexiones en las cuevas al amparo del fuego en las noches oscuras en las que en el exterior acechaban bestias sin nombre y todo tipo de peligros les hicieron destacar algunos lugares que les daban una placentera sensación de seguridad o que les ponían en contacto con las fuerzas inmensas e incontroladas del mundo. Todo lo que ocurría a su alrededor tenía que obedecer a una causa, la misma que provocaba las tormentas, la lluvia, el viento, las mareas, los temblores de tierra. Todo era, sin duda, producto de la Tierra, de la Madre Tierra, a la que había que rendir culto y a la que se debía venerar por su poder, pero a la que también había que agradecer todo lo bueno que ofrecía la existencia y con la que había que mantener una buena relación, con el fin de que fuera propicia a la tribu y la apoyase con su poder infinito.

Esta primera deidad y la más importante ha sido conocida de forma general con el nombre de Diosa Madre, como forma de identificar de manera universal a la Tierra. La Diosa Madre era la responsable de los fenómenos naturales que desconcertaban a los primeros nombres y se le comenzó a rendir culto en aquellos sitios en los que los hombres primitivos creían que podían comunicarse con la divinidad. Para ello se identificaron lugares especiales, sitios, enclaves, que no han perdido la fuerza mágica y evocadora que tenían cuando nuestros antepasados los convirtieron en centros de culto. Eran cuevas, ríos, fuentes o peñas, en las que se sentía, se notaba, el pulso de la Tierra. Todos ellos fueron sacralizados y pasaron de generación en generación, de siglo en siglo, convertidos en lo que eran: lugares de poder.

Las culturas primitivas eran esencialmente matriarcales, las mujeres guardaban el secreto de la vida y la Diosa Tierra era una mujer, la madre de todas las cosas. Sólo con la llegada del cristianismo las cosas cambiaron, la crucifixión de Jesús, su muerte redentora, trasladaba el culto a una figura masculina, pero el culto ancestral pagano e la Diosa Madre y los centros en los que se la había venerado desde hacía miles de años nunca se perdieron y fueron trasladados o convertidos en lugares de culto de un figura que seguía representando a la deidad femenina: la Virgen, con el niño en brazos, supervivencia lejana que mantenía los ecos de un pasado nunca muerto. La Iglesia trató de minimizar este hecho, intentando que el culto a la Virgen estuviese siempre en un cuidado segundo plano, pero en Europa occidental esto cambió radicalmente a partir del siglo XI.

San Bernardo de Claraval y la orden del Císter, que se extendió a lo largo de los siglos XI y XII por todo el mundo cristiano, impulsaron el culto a la Virgen María, aflorando en Occidente la corriente nunca eliminada de la vieja tradición, de nuevo sus viejos centros de culto fueron rehabilitados y sobre ellos nacieron ermitas, iglesias y catedrales. Muchas de las imágenes de la Virgen veneradas en estos lugares tenían una especial característica, eran vírgenes negras, tallas oscuras que no eran ninguna novedad en el mundo, pues figuras muy similares llevaban entre nosotros miles de años. ¿De dónde habían salido?

Las imágenes de vírgenes negras obedecen a una lejana tradición que estaba muy arraigada en Oriente. La representación de la Virgen con el niño Jesús en brazos no es más que una adaptación al cristianismo de las imágenes de Isis con Horus, casi siempre representada en negro, algo que también ocurrió con otras diosas del Mediterráneo oriental como Astarté, Deméter, Cibeles e incluso Diana. Estas tradiciones fueron absorbidas por el cristianismo, al igual que ocurrió con otras muchas de origen pagano. En Europa, la aparición de vírgenes negras a partir de esa época demuestra que no se habían olvidado los antiguos lugares de culto y el culto a la Tierra, que de nuevo fueron rehabilitados, si es que alguna vez habían dejado de estar activos.

Quedan, por último, dos cuestiones que desde siempre han atraído a los amantes de lo oculto y del misterio. La primera es el papel jugado por la orden del Temple y su relación con las vírgenes negras y la segunda, la posibilidad de que algunos centros de culto a una virgen negra ocultasen un culto secreto a la Magdalena, en lugar de a la madre de Jesucristo. Ambas cuestiones están íntimamente relacionadas, aunque, en contra de lo que a menudo se piensa, las vírgenes negras no han tenido necesariamente relación con los templarios.

Es más que probable que el Temple tuviese relaciones en Tierra Santa con sociedades secretas judías, sufíes o gnósticas. Las sofisticadas y avanzadas culturas del Mediterráneo oriental debieron de influir mucho en el pensamiento de los rudos caballeros europeos, que, afectados por tal despliegue de sabiduría y cultura, integraron una gran parte de estos conocimientos recién adquiridos en su proyecto político-religioso, del que en realidad sólo tenemos conjeturas. Algunos investigadores piensan que, en Europa occidental, los templarios buscaron identificar y controlar los centros de poder de la vieja tradición, en los que alzaron iglesias y ermitas, tal vez con el intento de crear un nuevo culto que integrase en el cristianismo las antiguas creencias y las orientales. Con su búsqueda de la sinarquía y del gobierno de la caridad y el amor, ellos perseguían recrear el reino de Dios. Si eso fuese cierto, en una época de marcado culto masculino, conocedores del riesgo que podría tener exponer abiertamente un culto a una «Diosa», lo camuflaron ingeniosamente bajo representación de una figura nueva que, bajo el nombre de Nuestra Señora, encubriese el culto a la Diosa Madre, creando una curiosa asociación entre ésta y María Magdalena, a la que ya algunos evangelios apócrifos conceden una gran importancia.