¿Cómo se construyó la gran pirámide de Keops?
Ni siquiera los egiptólogos más ortodoxos saben explicar cómo se las ingeniaron los egipcios para levantar la gran pirámide. Evidentemente, nadie medianamente informado recurre a la intervención extraterrestre para justificar cómo edificaron la única de las maravillas del mundo que sigue en pie. Sin embargo, el misterio no deja de ser gigantesco…
El pasado mes de marzo de 2005, José Miguel Parra, uno de los egiptólogos españoles más activos y que trabaja en excavaciones que se llevan a cabo en Tebas, confesaba ante los micrófonos de La Rosa de los Vientos que todavía «no sabemos cómo se hizo». Frente a ello, el investigador apostaba por el uso de algún medio mecánico que aún no habría sido identificado. También él se encoge de hombros ante la gran pregunta, y eso que Parra no es de los que imaginen secretos inconfesables en los agujeros negros que presenta la civilización más importante y fascinante del pasado. Sin ser de los más radicales, podríamos definirlo como un egiptólogo ortodoxo.
Ya es cosa de otro tiempo la teoría que defendía que los egipcios emplearon rampas para construir semejante monumento. Las dimensiones que presenta son sencillamente acongojantes como para sostener esa tesis: doscientos treinta metros de lado en la base y ciento cuarenta y cinco metros de altura; a paso firme, rodearla a pie es una empresa que nos llevaría unos diez minutos de paseo. Son, en total, ciento veinticinco mil bloques de piedra, cada uno de los cuales pesa la friolera de dos toneladas. A sabiendas de que Keops fue faraón durante veintitrés años, si empleó todo su tiempo en ordenar a los esclavos que levantaran su monumento funerario, resulta que todos los días deberían haber incorporado a la pirámide más de mil bloques, lo que quiere decir que, aun aprovechando todas las horas de sol, aquellos hombres colocaron en su lugar apropiado uno cada minuto. Teniendo en cuenta que cada bloque debería haber sido arrastrado por decenas de hombres, se antoja que este mecanismo no era viable por razones tanto técnicas como humanas.
Pese a ello, la teoría del prestigioso egiptólogo Mark Lehner, según la cual una sola rampa circundaba toda la pirámide, sigue siendo la justificación de los más ortodoxos entre los ortodoxos. Aun así, existen otras versiones de la misma teoría, como la propuesta por Jean Phillippe Lauer, para quien los esclavos subían todos los bloques a través de una sola rampa que partía desde el centro de la pirámide. Sin embargo, en este caso, las matemáticas nos devuelven a la realidad: para poder llevar a cabo la obra, la rampa en cuestión mediría más de dos kilómetros de longitud… Es decir: sería incluso más grande que la propia meseta sobre la que se levanta la séptima maravilla.
Cuando uno conversa con los egiptólogos, éstos no acaban de desechar la probabilidad del uso de un mecanismo de palancas que elevara las piedras automáticamente de una altura a otra. Pero, en este caso, el problema sería el traslado de bloques, que tendría que haberse efectuado mediante rodillos que transportaran los enormes «ladrillos» a través del valle del Nilo. Para eso habrían sido necesarios decenas de miles de troncos de madera, y no olvidemos que estamos hablando del desierto y de Egipto, en donde los árboles no son especialmente numerosos.
Visto lo visto, Herodoto quizá no iba muy desencaminado cuando sugirió que los egipcios desarrollaron una suerte de tecnología avanzada para edificar la «monstruosidad» de la meseta de Gizeh. Por supuesto, no habla de naves espaciales, pero sugiere algo que no debe descartarse en ningún momento: los egipcios alcanzaron un nivel de avance técnico mayor del que presuponemos.
La meseta de Gizeh sigue planteando muchos más enigmas que certezas.
Podríamos citar muchas pruebas del inquietante desarrollo tecnológico de los habitantes del Nilo. Podríamos recordar, por ejemplo, que las supuestas cámaras funerarias de la pirámide de Keops (y decimos supuestas porque hasta el momento nadie ha descubierto a la momia del faraón dentro del edificio) están en el interior del monumento y no por debajo del mismo, lo que nos evoca la necesidad de avances ingenieros imposibles para nuestros ancestros de hace cuatro mil quinientos años. Por no hablar del revestimiento exterior de la pirámide, que a día de hoy se ha perdido, pero del que se han conservado algunas muestras. Y ese revestimiento convirtió a este prodigio de la Antigüedad en una especie de espejo gracias a que las piedras eran tan lisas y pulidas como las lentes de un moderno telescopio. Cuesta creer que lo lograran sin haber desarrollado una técnica más avanzada de lo que creemos…
Permítannos finalizar añadiendo un último apunte que nos adentra por un sendero casi mágico. El responsable del siguiente hallazgo no es un don nadie. Se trata de Joseph Davidovits, profesor de la Universidad de Toronto y director del Instituto de Ciencias Arqueológicas de la Universidad de Florida. Tuvo la ocurrencia de analizar químicamente y gracias al microscopio algunos de los dos millones de bloques de la gran pirámide. Aquello le llevó a descubrir en el interior de algunas de esas piedras elementos extraños como pelos, fibras y burbujas de aire, algo totalmente imposible. ¿Cómo se habían incrustado en la piedra? Tal incoherencia sólo tiene una explicación: que, de algún modo, aquellos hombres fueran capaces de haber trabajado la piedra como si fuera barro antes de que se solidificara. ¿Acaso desarrollaron una técnica para ablandar la roca? Algunas leyendas aseguran que tal cosa era posible…