Capítulo 25

Lo que el destino me tenía preparado, no lo sabía. La única certeza que me acompañaba era que al menos había vivido. Estaba estudiando una carrera que adoraba, había conocido el calor de una familia, lo que era una amistad verdadera y el amor desinteresado. Morir con diecinueve años, posiblemente era lo más horrible del mundo para algunos, pero yo podía decir que mi existencia tenía sentido. Aunque algo tenía claro: estaba dispuesta a luchar hasta las últimas para permanecer de pie. La parte negativa era la ansiedad que me había acompañado los últimos cinco meses. La misma que me había convertido en un auténtico torbellino, en una persona inquieta que antes era pura tranquilidad. Si quería tener alguna posibilidad de conseguir mi propósito, tenía que dejar a un lado ese sentimiento que me apretaba el pecho muchas veces al día y que conseguía que mi corazón latiese disparado, como si hubiese estado corriendo una maratón sin ni siquiera haber despegado los pies del suelo. Estaba a las afueras de Sevilla, en una nave industrial abandonada. Al taxista le había costado un poco de trabajo dar con el sitio, así que esperaba que la policía fuese más hábil.

Llamé dos veces a la puerta, no sin antes asegurarme de que el spray de pimienta estaba a buen recaudo en el bolsillo de los pantalones. Me había encargado de cambiarlo de lugar para tenerlo más accesible. Al ver que nadie me abría, hice fuerza.

El sitio estaba completamente a oscuras. La única luz provenía de dos focos de escenario que alumbraban una tarima en la que Andrea, todavía sin conocimiento, estaba desmayada en la silla. Detrás de ella, había un cuadro colgado en la pared pero no pude ver su contenido. Estaba cubierto por una tela blanca así que me centré en la supervivencia de mi mejor amiga.

—¡Andrea! —grité su nombre mientras salía a su encuentro. Necesitaba estar segura de que estaba bien, de que no le había ocurrido nada.

Subí los escalones de la tarima y me acerqué a ella cautelosa. Miré a mi alrededor, pero no vi a nadie. Le tomé el pulso y cercioré aliviada que su corazón latía. Estaba segura de que el mío iba más rápido que el suyo. Y eso no era nada bueno.

—¡Andrea despierta! —exclamé dándole una palmada en la mejilla que tenía sana tratando de que respondiese.

Empezó a reaccionar, abriendo sus ojos azules parpadeando confundida. Cuando logró enfocar la vista, me lanzó una mirada de pánico al reconocerme.

—¡Hufe! —murmuró de forma ininteligible, con una bufanda marrón anudada en la boca que le impedía hablar correctamente. Volvió a repetir la palabra antes de que tuviese oportunidad de deshacerme de su mordaza—. ¡Hufe!

—¿Qué pasa Andrea? ¿Qué intentas de decirme? —No entendía nada y estaba empezando a marearme.

—Huye —repitió debilitada mientras se pasaba la lengua por los labios resecos—, déjame aquí y vete, él viene a por ti.

Saqué una botellita de agua del bolso y le di de beber, lucía completamente deshidratada. Miré a mi alrededor mientras ella sorbía furiosamente el líquido. Me deshice de las cuerdas de las manos cuando una voz resonó a mi espalda. Como la nave industrial era muy grande, el eco repitió la frase un par de veces.

—Nara, estás aquí —canturreó Matthew mientras se aproximaba a nosotras. Cerró la puerta a su espalda, dando una coz como si fuese un caballo.

—¿Matthew? —Sorprendida miré cómo llegaba a nuestra altura portando una navaja en las manos. Parecía muy afilada y los focos la hacían refulgir más si era posible.

—Por fin has llegado, Nara. —Sonrió ampliamente mirando en derredor, pero no bajó el arma. Parecía que estaba comprobando que estuviésemos los tres solos.

—¿A ti también te ha avisado el loco ese? —pregunté mientras Andrea caminando casi a rastras, se posicionaba a mi lado.

—Corre Ainara. No hay ningún loco, ha sido Matthew todo el tiempo. —Andrea me dio un suave empujón, pero se notaba que no tenía mucha fuerza pues apenas consiguió que me tambalease.

—En efecto querida, yo soy el que está vigilándote. Tenía un plan perfecto, hasta que el idiota de tu ahora novio me lo estropeó. Yo tendría que haber sido el que te salvara del mendigo la noche del cine.

—¿Qué dices?, ¿de qué coño hablas? —Miré anonadada cómo se quedaba a unos pasos de distancia.

De haber querido, podría haber lanzado la navaja y habérnosla clavado a cualquiera de las dos. Pero en lugar de hacerlo, le hizo señas a Andrea para que hablara mientras yo la seguía sosteniendo contra mi costado.

—Ha sido él todo el tiempo —insistió Andrea—, Matthew es la persona que te estaba acosando. Contrató al mendigo, un yonqui necesitado de pasta, para que te diese un susto —me aclaró, mostrando la misma mueca de estupefacción que yo. Solo que ella, al tener la cara tan magullada, le daba mucho más énfasis al sentimiento de repulsión.

—¿Y tú cómo sabes eso? —le pregunté pasándole mi mochila. No sabía si iba a tener que luchar, pero no me importaba llegados a ese punto. Matthew había resultado ser mi amigo desde el curso anterior, pero no era mi culpa si se le había ido la olla por completo y había decidido acosarme.

—Lo he descubierto porque él me lo ha contado. No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero el otro día me esperó a que llegase a la residencia por la mañana temprano y me dio un golpe en la cabeza. Cuando desperté, estaba atándome de pies y manos revelándome sus planes para contigo. Siento no haber podido hacer nada, ni siquiera tenía el móvil encima.

—Lo sabemos, la policía encontró tu bolso en un contenedor y dio por hecho que estabas prisionera en algún lugar puesto que el teléfono, el dinero y las tarjetas estaban intactos. Te hemos estado buscando durante medio mes —le expliqué para que entendiese que no la culpaba de nada—. Respecto a ti, no entiendo por qué me haces esto. Si hasta has colaborado en la búsqueda de Andrea.

—Pura fachada. Quería tenerte solo para mí y que contemplases mi regalo. Mi objetivo era atraerte hasta aquí.

—¿Con que intención? ¿Atropellarme como a Micifuz o matarme igual que a Cecilia? —Escuché cómo mi amiga gemía a mi espalda ante tales revelaciones.

—Confesarte mis sentimientos y mostrarte mi gran obra. —Dio un rodeo y descubrió el lienzo que había en la pared de atrás.

Se trataba del óleo del boceto que hizo en clase, de un bosque en pleno otoño. En medio del mismo, había una imagen mía: mi busto dibujado fundiéndose con las ramas de los árboles. Tenía que reconocerlo: era un puto loco, pero dibujaba con los ángeles.

—¿Te gusto? ¿Has hecho todo ese daño solo porque crees que me amas? Contratas a un mendigo para que me amenace a punta de navaja como estás haciendo ahora. Alguien me golpea y me deja una nota, luego el cristal de mi balcón aparece roto y hay otra amenaza. A Lucas le robas la moto para inculparle y secuestras a Andrea. El gato de la residencia aparece atropellado y Cecilia muerta y pretendes decirme que todo lo has hecho porque me quieres. Llevo dos meses caminando por la calle sintiéndome vigilada por un tío que lleva una gabardina. Menuda forma de amar tienes tú, Matthew.

—Haría lo que fuera por ti, Nara. ¿Cómo es posible que no te hayas dado cuenta de mis sentimientos? —quiso saber, enfurecido.

—Matthew, siempre te he visto como un amigo, más un hermano mayor que otra cosa. Jamás he tenido sentimientos de otro tipo hacia a ti. Y ten por seguro algo: sería imposible que me enamore de alguien capaz de hacer daño y matar para conseguir sus objetivos —aduje, conteniendo las lágrimas.

—¡Pero yo te he apoyado en tus peores momentos! ¡Buscaba planes para ti para que no tuvieras que acudir a las citas que te organizaban Jota y Andrea! ¡He sido tu paño de lágrimas cuando llorabas desconsolada por Fernando! ¿Cómo puedes negar que una parte de ti me ama?

—Insisto, Matthew. Eres, o mejor dicho eras, solo un amigo. No siento nada por ti —recalqué, para después añadir—: Lo único que no entiendo es cómo has sido capaz de organizar todo esto, más propio de una conspiración de película de Hollywood que de unos compañeros de facultad en una ciudad como Sevilla.

—Es sencillo. Puse dispositivos de escucha en los colgantes para móvil que os regalé nada más regresar de York. Solo que yo nunca estuve allí: he pasado todo el verano siguiendo tu pista, tengo fotos tuyas de tus vacaciones en Canarias y de todo lo que has ido haciendo después, desde visitar a tu familia hasta el día que te instalaste en la residencia con Andrea —comenzó a explicar dando vueltas a nuestro alrededor.

Mi mejor amiga se tambaleaba de un lado a otro, debilitada por los golpes, el miedo y las horas interminables sin comer ni beber. La sujeté como pude pasándole esta vez un brazo por los hombros aunque yo no estaba mucho mejor que ella. El corazón se me iba a salir por la boca.

—Eres un cobarde, Matthew. Siempre lo has sido, qué pena que no nos hayamos dado cuenta antes —murmuró Andrea secándose la sangre de la herida de la mejilla con la manga de su rebeca. Parecía que en algún movimiento se le había reabierto y no paraba de gotear.

—Cállate, imbécil, siempre has sido una idiota más preocupada por tu nuevo novio que por tu mejor amiga. Por eso no has sido capaz ni de matricularte en el segundo curso de tu carrera —Matthew escupió las palabras con odio, moviendo la navaja en nuestra dirección de forma amenazante.

—No he podido matricularme porque alguien me robó el dinero que tanto trabajo me había costado ahorrar. Y era incapaz de pedir ayuda por vergüenza, porque ni siquiera tenía posibilidad de conseguir la beca, he estado trabajando a media jornada en una clínica como auxiliar para reunir algo para poder seguir estudiando el año que viene —intervino Andrea, con la voz pastosa.

—¿Quién habrá sido el ladrón? —replicó él sonriendo siniestramente.

—Eres un cerdo, un ratero y un asesino —gritó mi amiga con las pocas fuerzas que conservaba.

—Y tú una persona incapaz de valorar a Nara.

—Eso es mentira, Matthew, y lo sabes. El hecho de que Andrea tenga pareja no quita que no pueda compatibilizar su relación con una amistad, o con lo que le dé la gana. Y me parece despreciable que la hayas dejado sin posibilidad de estudiar. ¿Quién te has creído?

—No mientas, Nara, ella no ha sabido repartir su tiempo. Yo en cambio he estado en todo momento a tu lado, incluso sin tu saberlo. Le robé el dinero para que no te hiciera sombra, tú debes destacar. Le quité la moto a Lucas y te perseguí con ella porque quería inculparlo de algún modo, pero no pude. No quería que nadie te superase, por eso también quité de en medio a Cecilia. Por eso y por lo que te hizo con tu ex. Aunque antes de matarla le di las gracias por quitarlo de tu camino, era lo menos que podía hacer. Así yo tenía todo el camino libre —se carcajeó. Parecía haberse drogado o haber bebido. O quizá simplemente era así y como había dicho Andrea, no habíamos sido capaces de discernir su auténtica personalidad.

—Cuando se trata de amistad, no importa el tiempo Matthew. Una verdadera amiga no deja de serlo por verse menos con otra sino por no estar ahí cuando se necesita. Y Andrea ha estado ahí para todo igual que yo para ella. Tú en cambio… has resultado una decepción ¿contratar a un yonqui para que me ataque y aparecer mágicamente y salvarme, cuando se suponía que estabas en otro país? ¿Eres consciente de que no había ninguna lógica no que tenías planeado? —contesté nerviosa, moviendo la mano lentamente en dirección a mi bolsillo, buscando el spray—. Además, por mucho daño que hicieses no me iba a ir contigo. Lucas sigue estando ahí, a mi lado.

Iba a esperar al momento en el que menos se lo esperase para rociarle la pimienta directamente en los ojos.

—La idea era aparecer por sorpresa, alegando que había adelantado mi vuelo para daros una sorpresa. Te escribí en el centro comercial para cerciorarme de que era seguro que ibas a ir. El plan iba perfecto hasta que ese gilipollas de Lucas apareció e intercedió. Pero muy pronto va a recibir su merecido. No te preocupes mi vida, pronto estaremos juntos. He comprado unos billetes de avión para irnos a York, y él acabará muerto para siempre. Así le hará compañía a su querida vecina.

—En tus sueños, Matthew O’Connor. —Avancé en su dirección y pulsé el bote de colonia, rociándole directamente en la cara el spray de pimienta.

Aulló de dolor y se llevó las manos a los ojos, para restregárselos intentando evitar el escozor.

—¡Corre y pide ayuda, Andrea! —vociferé mientras le daba mi teléfono móvil y la hacía encaminarse hacia la puerta.

En cuanto vi que asentía y como podía seguía mi orden, me abalancé sobre Matthew y de una patada lancé lejos la navaja que había dejado caer en medio de su dolor. Comenzamos a forcejear y por un momento él superó mi fuerza, así que tirando de maña me agarré a una de las bufandas que siempre llevaba al cuello y tiré hasta que su piel empezó a cambiar de color. Como pudo, rodó sobre mí y se deshizo de la prenda que le había marcado la garganta y fue entonces cuando descubrí el motivo por el que estaba llevando bufanda a pesar del calor. No era porque aún estuviese acomodándose del clima de Reino Unido, simplemente quería ocultar un pequeño tatuaje en el que se podía leer mi nombre adornado por el ala de una golondrina. Sin duda alguna, a medida que los minutos transcurrías lo acontecido en los últimos meses se iba despejando. El barbudo con botas militares que no me había perdido la pista era mi ex mejor amigo disfrazado. Con razón decía que me seguía…

Suéltame, Matthew, esta batalla la tienes perdida de antemano —espeté propinándole todos los golpes que era capaz—. Hagas lo que hagas, amo a Lucas y eso no puede cambiarlo ningún plan malévolo. Es más, ten por seguro que si no hubieras urdido esto, ni nos habríamos conocido.

Andrea, en la puerta de la nave, chillaba y lloraba desconsolada al vernos forcejear.

—Pues si no eres mía, no serás de nadie más. —Y tras decir esas palabras, Matthew sacó otra navaja de su chaqueta y me la clavó en el pecho a bocajarro.

Mientras la vida se me iba, en lo único en lo que pensaba era en que al menos había podido darle una oportunidad a Andrea aunque no había podido despedirme de mi familia. Ni de Lucas. Y eso junto con la sangre que manaba a chorros de la herida, provocó que mi corazón sufriera el mayor cortocircuito por el que había pasado nunca y no se recuperase.