El restaurante estaba a rebosar cuando otra de mis crisis me asaltó. Andrea, a mi lado, hacía lo posible por distraerme con mucha charla pero solo conseguía enervarme más. Prefería no decírselo, porque bastante me ayudaba en mi día a día a pesar de mis momentos de crisis existenciales como para ponerme quejica porque parlotease más de la cuenta.
—Espero que Matthew no tarde mucho más o acabaré marchándome de aquí —aduje jugando con una servilleta de papel.
—No hará falta, cariño, mira quién asoma por la puerta. Hablando del rey de Roma… —contestó Andrea visiblemente emocionada.
La alta figura de Matthew apareció en escena y en dos zancadas ya estaba junto a la mesa en la que nos habíamos sentado. Ambas corrimos a su encuentro y le dimos un abrazo de oso.
—Nara, Andrea… ¡qué guapas os veo! —Sus ojos azules como el mar, nos repasaron de arriba abajo. Llevaba el pelo rubio ligeramente desordenado y el hoyuelo de la barbilla se le marcaba, dándole un aspecto infantil que no le restaba atractivo.
De mi entorno, Matthew era el único que no me llamaba por mi nombre completo porque le costaba pronunciarlo. Al final, Ainara había pasado a ser Nara para él y a pesar de que al principio me chocaba, acostumbrada a escuchar mi nombre completo, me acostumbré con el paso de los meses.
—¡Estás hecho un bombón! —exclamé después de fijarme en lo arreglado que venía. Una bufanda beige le cubría el cuello a pesar de que con la temperatura que hacía no pegaba en absoluto la prenda. Se estaría re acostumbrando al clima de España de nuevo y por eso estaba tan abrigado.
—Vosotras que me miráis demasiado bien. —Sonrió mientras tomaba asiento. Andrea y yo le imitamos en las sillas contiguas.
—¿Qué tal el viaje? ¿Cómo está tu familia? —preguntó Andrea cuando yo le hacía señas a un camero para que se acercara a tomarnos nota.
Con un par de tapas y unos refrescos sería bastante. Necesitaba volver a la residencia lo antes posible, el inspector que llevaba mi caso me había recomendado hacía unos días pisar la calle lo menos posible. Aunque eso Matthew no lo sabía. Pensaba prolongar el momento lo máximo posible para no preocuparlo ni involucrarlo. Cuanta menos gente estuviese al corriente de los últimos acontecimientos, mejor.
—El viaje genial y los míos mejor aún. Echaba de menos pisar York y respirar el ambiente de mi tierra. Me ha ayudado bastante a desconectar, pero también para hacer planes de futuro. Pero dejemos de hablar de mí, ¿qué tal estáis vosotras?
Pusimos al corriente a Matthew durante el tapeo, hablándole mayormente de cosas triviales como que la segunda semana de Julio, Andrea y yo nos habíamos ido de vacaciones a casa de Lucía, una amiga de Las Palmas de Gran Canaria. Nos despedimos y después de eso, no salí de la habitación de la residencia en una semana completa.
Las únicas personas que podían estar conmigo de un lado para otro eran Jota y Andrea porque conocían que había realizado la denuncia. Pero no quería interrumpirles constantemente por lo que solo les avisaba para salir cuando era estrictamente necesario. La versión oficial para todos, incluyendo mi familia, era que estaba encamada con gripe. Para mis padres, ese había sido el motivo por el que no había pisado mi casa ese sábado como de costumbre. Mi madre había insistido en hacerme una visita, preocupada por mi salud, pero había logrado convencerla para que se quedase. Pensaba en el trabajo que me había costado conseguirlo mientras contemplaba el cristal roto de la habitación. Lo había tapado con un tablón de madera y dejaba las cortinas siempre corridas para evitar que me viesen desde fuera. No podía arriesgarme a que la persona que me perseguía se pusiera tras la pista de mis seres queridos, por eso mantenerles lejos de mí era lo mejor.
Un modo de evitar la desidia de ese encierro era intentando reorganizar mi vida. Opté por empezar a ordenar el armario y sacar algo de ropa de otoño de la balda superior. Las tardes cada vez eran más frías y no me venía mal tener unas cuantas rebecas o chalecos de manga larga a mano. También le di rienda suelta al patchwork y sobre todo a mi pasión por la pintura. Enfundada en una bata blanca con bastantes restos de óleo, trabajé durante tres días en terminar un cuadro: la representación de un sueño que tenía en mi cabeza desde que era muy pequeña. No sabía si lo había visto en alguna foto o en televisión, pero la imagen de un campo de trigo, salpicado de amapolas, me perseguía sin cesar. En medio había un espantapájaros al que nunca lograba verle el rostro.
Como no bajaba al comedor con el resto de chicas, era Andrea la encargada de subirme las bandejas a la habitación para no levantar sospechas. Las dos monjas que dirigían la residencia estaban al corriente de mi situación y aunque a ellas no les gustaba la parte de mentir, entendían que era por un bien común y nos seguían la corriente con el tema de la gripe.
Solo había tenido noticias de Robles una vez, para notificarme los avances que había hecho en la investigación, que eran más bien pocos por no decir nulos. Ni en el flyer ni en la piedra habían encontrado huellas dactilares más allá de las mías y las de Andrea. Pero no contaban porque ambas habíamos manipulado los objetos antes de presentarlos como prueba. Según estaban transcurriendo las cosas, mi atacante parecía saber muy bien lo que hacía.
Por una cabeza, mi tango preferido de Gardel, empezó a sonar en mi móvil y miré la pantalla con cautela antes de responder. Si se trataba de mi madre de nuevo iba a tener que fingir una tos horrorosa y poner tono de Darth Vader para mantener la farsa. Mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que la llamada provenía de un número que no tenía apuntado en la agenda. Descolgué sin saber quién podía ser:
—¿Sí? ¿Quién es? —demandé removiéndome inquieta en el sillón del escritorio.
—Buenos días, le llamo de la secretaría de La Universidad de Bellas Artes de Sevilla. ¿Hablo con la señorita, Ainara Moreno? —Una mujer me saludó al otro lado de la línea. Respiré aliviada.
—Soy yo, ¿sucede algo? —No era normal que llamasen de la facultad a pocos días del inicio del curso.
—Debido a un error informático, hemos tenido problemas con la formalización de las matrículas de los alumnos de segundo. Necesitamos que se persone en la secretaría para rellenar unos formularios durante la mañana de hoy.
—¿No hay modo de hacer este trámite otro día? Es que estoy con gripe —tosí falsamente—, y con fiebre no puedo salir.
—Lo siento pero no, si no acude hoy quedará fuera del curso. Tiene hasta las dos y cuarto del mediodía para presentarse.
—Gracias por el aviso. —Colgué maldiciendo por lo bajo ante las escasas opciones que tenía.
Andrea había salido a comprar ropa interior sexy para darle una sorpresa a Jota, siempre pensando en lo mismo, cómo no. Jota se encontraba trabajando y con la crisis que estábamos pasando, la matrícula de mi carrera no era una excusa lo suficientemente fuerte para abandonar el puesto por una hora. No me iba a quedar más remedio que acudir sola, a pesar de que casi lo tenía prohibido. Porque la alternativa restante era Cecilia. Y me negaba por completo a pedir su ayuda.
Me quité el pijama y me vestí con ropa de calle. Una falda larga, vaporosa verde oscura y una camiseta de tirantes básica, de color amarillo canario. Para el cuello usé un pañuelo floreado. Me puse unos pendientes a juego y recogí mi melena rizada en una coleta lateral.
Al pisar el comedor, varias compañeras comenzaron a cuchichear por lo bajo. Lo entendía, no tenía el aspecto de alguien enferma para nada. Tendría que buscar una mejor excusa para usarla de tapadera.
—Ainara, tienes visita. —Irina, una chica de origen ruso que estudiaba Filología Inglesa se me acercó para avisarme.
—¿De quién hablas? —pregunté extrañada pues no esperaba a nadie por allí. Me señaló hacía los sofás estampados del salón, donde una figura masculina me saludaba agitando la mano nerviosamente.
Sonreí de oreja a oreja en cuanto descubrí que se trataba de mi mejor amigo. Micifuz y Robustiana dormían a pata suelta en sus cestas de mimbre, justo a sus pies.
—¡Matthew! —Corrí a su encuentro como si estuviese en una película romántica. Me estrechó entre sus enormes brazos en cuanto llegué hasta él.
—Nara. Déjame que te vea. —Cogió mi mano y me hizo dar una vuelta para contemplarme—. Estás fantástica, dime qué gripe es esa que yo también quiero pillarla.
—Adulador —le acusé, haciéndole un gesto para que me siguiera y evitando responder a lo del resfriado. Atravesamos el portal y nos mezclamos entre la multitud.
—He vuelto de mi hogar y no he tenido oportunidad de verte más allá de un rato, no te quejes porque te piropee un poco. Menos mal que se me ha ocurrido recogerte para ir a la facultad, porque supongo que a ti también te han llamado por lo de la matriculación —preguntó con preocupación.
—Sí, por desgracia nos toca hacer papeleo. Y menos mal que has venido a por mí, no me apetecía nada ir sola —comenté poniendo una mueca. Cuando estaba barajando opciones acerca de cómo no ir sola a la universidad, no había pensado en él. Por un momento, no me acordaba de nuestro encuentro en el restaurante, cuarenta y ocho horas antes.
Seguimos paseando y aunque no quería pensar mal, mi subconsciente lo hacía por mí porque todo lo que me rodeaba me resultaba peligroso: una anciana paseando un chihuahua, un repartidor de comida montado en el camión y el vendedor del kiosco de la esquina, al que conocía desde hacía muchísimo y era un encanto. Tenía una taquicardia horrible y sentía un nudo en el estómago, pero saber que iba acompañada de Matthew me hacía sentirme algo protegida. No es que él tuviera que atajar una bala por mí, pero estaba segura de que de darse el caso lo haría.
—¿Estás bien? —quiso saber pasándome un brazo por los hombros con gesto preocupado y golpeando sin querer la mochila que llevaba al hombro. Asentí levemente, pero no dije ni una sola palabra.
Sin apenas darme cuenta estábamos a la entrada de la facultad. Había una cantidad ingente de alumnos por lo que optamos por ponernos en la fila de la secretaría y esperar turno. Un par de metros más adelante divisé a Cecilia. Su espesa cabellera rubia platino destacaba entre un montón de cabezas morenas y castañas. A su lado un chico que charlaba animadamente con ella se agachó para atarse las zapatillas de deporte. Cecilia me pilló infraganti mirándoles y se quedó sorprendida de verme. Se recompuso rápido y se encargó de marcar el territorio agarrando de forma muy posesiva al muchacho con el que estaba.
—Ainara ¿tú por aquí? —Cecilia destiló todo el veneno que era capaz de fabricar en la boca al pronunciar aquellas palabras. Media cola se dio la vuelta en mi dirección. Al parecer las noticias volaban y el hecho de que Cecilia y yo no nos llevábamos bien había corrido como la pólvora por la Universidad entera.
—Ya ves, como toda la clase —contesté ante la evidencia.
—Mentiría si dijera que tienes aspecto de griposa. —Me evaluó buscando hallar el virus tatuado en mi frente o algo por el estilo.
—Me he recuperado pronto. —Por desgracia para ti, pensé. La vista se me nublaba por momento debido al estrés de estar expuesta al aire libre. Me apoyé en Matthew para no besar el suelo y él puso un brazo sobre mis hombros para infundirme ánimos.
—Ya era hora querida, nadie quiere enfermos cerca. ¿Verdad, Lucas?
En el momento en el que pronunció su nombre, el aludido se giró en mi dirección. Su perfume de Hugo Boss llegó hasta mí una milésima de segundo antes de que Lucas me mirase descolocado y frunciese el ceño al ver que el brazo de Matthew todavía seguía sobre mí.
—Cecilia, no seas borde —le dijo con demasiada familiaridad. Como si se conocieran de antes, y por la forma en que ella le contestó entre dientes tenía toda la pinta de ser así.
¿Pero de qué podían conocerse aquellos dos? Eran tan dispares, que no entendían cómo tenían esa proximidad. Porque estaba claro que Lucas estaba esperando a Cecilia. La idea me resultaba disparatada y repulsiva, a partes iguales. ¿Pero, por qué? Él no era nada mío, aunque por la forma en la que intercambió una mirada con Matthew, como si le faltara desenfundar la pistola para batirse en un duelo como los del vaqueros del oeste, me hizo replantearme sus sentimientos hacía mí. ¿Podía ser cierto que de verdad le gustase como había insinuado o solo estaba bromeando?
—¿No me presentas a tu… amigo? —Lucas abandonó la cola justo en el momento en el que avanzamos unos pasos. Cecilia aprovechó para recoger sus formularios y empezar a rellenarlos en lado del mostrador.
—No hace falta, lo hago yo mismo. Matthew O’Connor. ¿Y tú eres? —intercedió mi acompañante antes de que me diese lugar a hablar y pudiese presentarlos yo misma.
—Lucas Olivera —contestó en un tono ligeramente molesto.
Vi que no se estrechaban las manos y me resultó cuanto menos, curioso. Iba a ser verdad que aquello era una rivalidad. Me pareció patético, yo no era una posesión de ninguno de los dos.
—Mi turno —interrumpí abriéndome paso entre los dos y aproximándome a la ventanilla. Cogí unos cuantos documentos y mi mejor amigo, a mi lado, hizo lo propio algo después. Volvimos a entregarlos al cabo de unos minutos y nos encaminamos a la salida.
No me molesté en dirigirme a Cecilia y a Lucas aunque vi cómo este se despedía al ver que ella saludaba efusivamente a unas conocidas. Apreté el paso al ver que se acercaba a nosotros.
—¡Espera, Ainara! —Me detuvo sosteniéndome por un brazo, pero no me retuvo con demasiada fuerza. Podría haberme soltado en cualquier momento, pero no lo hice. En el fondo sentía curiosidad por saber más de él, aunque no lo iba a reconocer en voz alta.
—Adelántate, ahora te alcanzo —le pedí a Matthew, que nos estudiaba con el ceño fruncido.
—Está bien, voy al cajero de ahí enfrente —me señaló un edificio cercano—, si me necesitas dame un toque.
Tras echarle una última mirada a Lucas, que se había parado a mi lado, se marchó de allí con andares pesados, como si le costase alejarse.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, algo incómoda. Necesitaba salir de allí lo antes posible, mi adrenalina volvía a estar disparada.
—Saber de ti. ¿Dónde has estado esto días? —indagó—. No he parado de ir a buscarte a la cafetería a la hora de desayunar e incluso he pasado varias veces por la residencia, pero nadie ha sabido decirme nada de ti. Justo le estaba preguntando a Ceci por ti.
—¿Ceci? —Mordí mi labio inferior para tratar de aguantar la risa. Sonaba tan cursi…—. Parece que sois cercanos —dejé caer con el propósito de sacarle información.
—¿Estás celosa? —Los ojos le brillaron ante esa idea. No entendía por qué pensaba eso, no le había dado pie en ningún sentido. Al menos, no conscientemente.
—No tengo por qué, tú y yo no somos más que conocidos —le aclaré.
—Para que te quedes tranquila te diré una cosa, estoy soltero —susurró contra mi oreja. Su cálido aliento me hizo estremecer—.Ceci era mi vecina, sus padres viven en el mismo bloque que los míos.
Si era cierto lo que decía, debía de pertenecer a una familia de dinero porque los Hermida no vivían precisamente en una calle de zona pobre.
—Pues para que lo sepas: me importáis un bledo. —Comprobé mientras contestaba que le llegaba a la altura del cuello—. Tanto tú, como Cecilia.
Acto seguido, le soplé en la oreja haciendo que se estremeciera entero. Puestos a jugar, yo podía hacerlo mejor que él si me lo proponía. Con ansiedad incluida y todo.
—Seamos claros, Ainara, no es así, al menos en lo que a mí respecta —carraspeó tratando de recomponerse.
—Eso no viene al caso —espeté con intención de no darle la razón—, ¿qué quieres de mí? ¿por qué me persigues?
—A estas alturas deberías saberlo de sobra. Pero no has contestado a la parte que me interesa ¿has estado enferma sí o no? —repitió obviando mis preguntas.
—No te conozco y no tengo por que darte explicaciones. Mira, Lucas, te agradezco de nuevo la ayuda en el centro comercial, pero no quiero deberte nada. Si puedo hacer algo por ti, con la condición de que me dejes en paz después, dímelo —solté a bocajarro, siendo quizá demasiado brusca en las formas.
Encajó mi respuesta mejor de lo que yo esperaba. Si me detenía a pensarlo acababa de decir una locura. A saber qué se le podía pasar por la cabeza pedirme. Pero ya no había vuelta atrás, por lo que alcé la barbilla con orgullo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó ligeramente confuso.
—Sí. Y no tengo todo el tiempo del mundo aunque me gustaría ¿me dices algo? Matthew me está esperando y no me gusta llegar tarde. —Miré el reloj de pulsera para evitar encontrarme con sus ojos.
—Un día —propuso de forma tajante.
—¿Quieres que espere un día? Si acabo de decirte que no tengo tiempo. Las clases están a la vuelta de la esquina…
—Te lo acabo de decir, quiero un día tuyo.
—¿Cómo dices? —Seguía sin comprender a qué se refería exactamente y no sabía hasta qué punto iba a ser bueno averiguarlo.
—Voy a ser más directo. Quiero que pases un día conmigo. Desde por la mañana hasta la hora de la cena. Así tendremos oportunidad de conocernos mejor. Si no te intereso ni un poquito después de eso, te dejaré en paz —explicó con paciencia.
—¿Y si no es así? —La frase salió de mi boca antes de pensarla. Me arrepentí instantáneamente por meter la pata tan seguidamente, pero la forma en la que había pronunciado «mejor» había hecho que me cosquilleara el estómago.
—¿Si no te dejo en paz? Tranquila, tienes mi palabra —explicó con la solemnidad que le acompañaba cuando fingía ponerse serio .
—No me refiero a eso. Y si resultas interesarme aunque sea una milésima parte de lo que puedas imaginar. —Acorté la distancia entre nosotros, imitando su actuación de otras veces. Aproveché mi error para burlarme de él. Por el rabillo del ojo vi a Cecilia aproximarse por la espalda de Lucas.
—Si eso pasase ya no tendría que inventarme excusas baratas para frecuentar los sitios por los que te mueves. La cosa sería entre nosotros dos. —Alzó una mano con intención de tocarme la mejilla, pero me retiré antes de permitir que las cosas se enredasen más.
—Ya sabes dónde encontrarme entonces, te veo el viernes. —Sujeté la mochila con fuerza y comencé a caminar por la acera, buscando un paso de peatones por el que cruzar.
—¿Me das tú número? —vociferó Lucas al ver que me distanciaba en dirección al cajero en el que estaba Matthew, aguardando contra la pared.
—Tu vecina Ceci lo hará por mí. —Giré el cuello en dirección a ambos y pude ver cómo mi compañera de clase ponía cara de malas pulgas—. Y si no, se verá el interés que tienes en mí según la velocidad a la que consigas contactar conmigo.
Sonreí ampliamente y eché a andar.