Capítulo 14

Las noches repletas de pesadillas le estaban pasando factura a mi cuerpo. La señal más clara de ello era que cada vez se me marcaban con más intensidad las ojeras. Eso, y que me pesaba todo el cuerpo como si me hubiesen dado una paliza. Algo que no era positivo para asistir a clase.

Carpeta en mano, estaba sentada en una de las filas centrales del aula magna, con Matthew a mi lado, que bostezaba tapándose la boca con una mano.

—Nara, me caigo de sueño —dijo cuando faltaban un par de minutos para que comenzase la última clase, ajustándose una bufanda roja al cuello.

No pude contestarle porque el profesor hizo acto de presencia, cargado con su maletín de cuero marrón y sus gafas de pasta. Dejamos la charla para más tarde, pues teníamos que soportar una hora y media de apuntes y explicaciones. Después de eso, fuimos libres para irnos. Paramos para comer en la cafetería de la facultad y después de picotear por encima y comprobar que el menú no había mejorado, decidimos marcharnos.

—¿Te apetece dar una vuelta? —preguntó Matthew recogiendo sus cosas para guardarlas en la mochila.

Hice lo propio con las mías y salimos al exterior del edificio con prisas.

—¿Qué tal tomar algo en Starbucks? He quedado con Andrea y Jota allí para charlar un rato —propuse, buscando un lugar donde estar cómoda y en el que no sentirme expuesta. Aún no le había contado a mi mejor amigo lo que había ocurrido en el último mes y medio y prefería dejarle al margen.

—Perfecto, vamos —asintió.

Fuimos los primeros en llegar, por lo que elegimos mesa mientras la parejita aparecía. Seguramente a Jota se le había hecho tarde de nuevo y todavía no había recogido a Andrea en su universidad.

—¿Frapuccino de fresa, como siempre? —preguntó Matthew bastante animado, sacando dinero de su cartera.

—No, hoy voy a hacer cambios. Se me antoja de vainilla —puntualicé al acordarme que era lo que había bebido Lucas la mañana que le vi por allí.

—Está bien, yo pediré un café con Mocca. Invito yo y no admito réplicas.

—Por favor, deja tu faceta de gentleman. Estamos en el siglo xxi y las mujeres podemos hacer lo mismo que los hombres. Excepto mear de pie, eso es algo reservado a vosotros, que lo hacéis mejor aunque con poca puntería en ocasiones —me burlé.

—Eres imposible, Nara. —Negó con la cabeza y se alejó en dirección a la barra, para hacer el pedido.

No había mucha gente en el local, por lo que al cabo de diez minutos estaba de vuelta con un vaso en cada mano.

—Deja que te ayude —me levanté y fui en su dirección, arrebatándole el batido helado y depositándolo en la mesa.

—Nara, ya es hora de que hablemos. —Se sentó y le dio un sorbo a su bebida. Conociéndole, le habría pedido al dependiente ración doble de azúcar.

—¿A qué te refieres? —pregunté azorada. No sabía por dónde me iba a salir.

—Creo que tienes algo que contarme —se limitó a decir, clavando sus ojos azules en mí.

Los colores se me subieron a la cara automáticamente, cuando pensé en Lucas y mi cita con él una semana atrás, aunque me daba la sensación de que no se refería a ese tema. Si hubiera sido un camaleón me podría haber camuflado con una amapola y nadie habría notado la diferencia.

—¿Es esto rubor? —Me pellizcó la mejilla para cerciorarse, aunque era evidente que sí. A veces, empleaba términos demasiado cultos para charlas informales, prueba de que no dominaba del todo las formas del español.

—No, no, no. Solo que tengo calor. Y estás en lo cierto, pero espero que no te enfades conmigo por no haberte comentado nada antes…

—¿Qué va mal? —frunció el ceño preocupado.

—Hay alguien detrás de mí…

—¿Tienes un ligue? ¿Es el chico ese? —Matthew me interrumpió. Su humor había cambiado drásticamente, se notaba que no le caía bien Lucas.

—¡Matthew! —interrumpió Andrea lanzándose a sus brazos como si estuviesen protagonizando el reencuentro del siglo.

Jota tomó asiento a mi lado después de ir por un par de zumos para él y para Andrea. Era la primera vez que coincidíamos los cuatro juntos desde su regreso, aunque no es que Jota y Matthew tuviesen mucha relación. Mis mejores amigos comenzaron una ronda de cotilleos sin descanso y Jota y yo iniciamos otra conversación.

—Ya me ha dicho Andrea lo que pasó cuando saliste la otra tarde ¿has podido hablar con la policía sobre el tío que viste? —preguntó mientras se ataba la media melena en una trenza baja. Eso le quitaba todo el rollo hippie, pues sus facciones quedaban más marcadas y parecía más mayor y serio.

—Sí, he quedado con el inspector para ir a comisaría en un par de horas, a describir lo que recuerdo de ese hombre para que hagan un retrato robot —expliqué haciendo señas para indicarle que Matthew no sabía nada del tema.

—¿Y por qué no le haces el dibujo tú? Teniendo en cuenta que estás en segundo de Bellas Artes estoy seguro de que lo puedes hacer mucho mejor que alguien de comisaría, que no ha visto a tu acosador con el detalle que tú misma lo recuerdas —replicó Jota.

—La verdad es que no lo había pensado, pero tienes razón. Puedo ser más precisa si hago un esbozo por mi cuenta que si le dicto a una segunda persona las características. Mil gracias —le palmeé el hombro en un momento de euforia que tal como entró, desapareció.

—No hay nada que agradecer, siempre que quieras una idea… ya sabes. Por cierto ¿qué tal con Lucas? Ya me contó Andrea que al final tenéis algo. —Su tono de voz se elevó, despertando el interés de mis amigos.

—¿Lucas? —interrumpió Matthew—. Así que estás saliendo con él. ¿Tampoco pensabas contarme eso? Voy a tener que quitarte el corcho de la boca porque por lo visto, quieres tenerme en ascuas. ¿Tan loca te tiene?

—Nadie me trae loca y no, no estoy saliendo con Lucas. Tan solo nos enrollamos el otro día, no sé dónde veis el enamoramiento. —Me encogí de hombros.

—Ainara por favor, reconoce que te gusta Lucas. No es nada malo. A mí me encanta Jota —intercedió Andrea.

—Claro qué vas a decir, si lo tienes aquí delante —me burlé y dirigiéndome a él, añadí—: No te lo tomes a mal, no es nada personal.

—No me lo tomo a mal si tú reconoces lo que estamos viendo todos los presentes sentados a esta mesa —afirmó Jota.

—¿Incluyendo la paloma? —contesté aguantando la risa.

—¿Qué paloma? —quiso saber Matthew, torciendo el gesto. Un mechón rubio le cayó por la frente.

—La que está ahí abajo. —Señalé a los pies de Andrea, donde había una picoteando restos de comida del suelo. Algo muy común en cualquier época del año: ya nos había pasado anteriormente ser «atacados» por una bandada deseosa de pan de hamburguesa de un McDonald’s.

—Por Dios, ¡qué puto asco! Los pajarracos esos transmiten muchas enfermedades y lo cagan todo. Aléjala de mí, Jota —rogó Andrea, con la cara blanca como un folio.

—Ni de coña, que no estamos en el Parque María Luisa para ponerme a correr detrás de una paloma como si fuese un niño pequeño.

—Haya paz —dije al ver que la cosa se ponía tensa entre los dos. Matthew y yo cruzamos una mirada significativa, conociendo el carácter de Andrea, era muy probable una discusión si seguían las cosas así—. Lo reconozco, y escuchadlo muy bien pues será la primera y la última vez que lo diga. Me mola Lucas. Mucho, muchísimo, y pongo a la paloma por testigo. ¿Contentos?

—Sí. —Jota fue el primero en responder.

—Sí, la verdad —Andrea le secundó.

—Bastante —intervino Matthew—, aunque hay algo en él que no me gusta. Demasiada proximidad con nuestra querida Cecilia, quizás.

—Puede, pero solo porque es su antigua vecina —aclaré.

—Da igual —me cortó—. Aprovecho que estamos reunidos para daros los regalitos que os he traído, chicas —anunció Matthew—. No tuve oportunidad de dároslo el otro día.

—¿Regalitos? —contestamos Andrea y yo al unísono, volviendo a parecer hermanas gemelas.

—¿No pensaríais que iba a volver de viaje con las manos vacías, no? He comprado un detalle para cada una y espero de todo corazón que os guste.

—¿Y bien? ¿Qué es? —pregunté, removiéndome inquieta en mi asiento.

—Sí, queremos saberlo —me siguió, Andrea, frotándose las manos nerviosa.

De su mochila negra sacó un par de paquetes envueltos. El que tenía papel violeta era el mío. Lo desenvolví con ansias a la vez que Andrea hacía lo propio. Me llevé una sorpresa al encontrarme con un peluche de un «Minion», uno de los graciosos monstruitos de la película Gru, Mi villano favorito. Era precioso y tenía un colgante para engancharlo al móvil. No lo dudé un momento y tras maniobrar un poco, lo puse en el mío, al lado de mi tortuga anti estrés. Andrea sostenía entre sus manos otro «Minion» aunque diferente al mío, pues el suyo tenía un solo ojo.

—Gracias mil. Nos ha encantado y creo que hablo por las dos cuando digo que eres un trocito de pan. —Sostuve el teléfono con el regalo contra mi regazo, viendo cómo mi amiga asentía para darme la razón.

—Bueno gente, yo me abro que me toca trabajar en un rato. —Jota se puso en pie y sacó un cigarro del bolsillo. Lo encendió y después de estrecharle la mano a Matthew a modo de despedida, nos dio un beso a Andrea y a mí variando únicamente el lugar del mismo: en mi caso había sido en la mejilla.

—Nosotras también tenemos que marcharnos ya, Ainara —dijo Andrea colgándose su mochila en la espalda mientras me tendía la mía, que había estado custodiada a buen recaudo entre las patas de la mesa y mi silla.

Nos marchamos de allí en dirección a la Plaza del Museo, punto en el que le dijimos adiós a Matthew. Nosotras regresamos a la residencia y él se fue a pillar un bus para regresar a la residencia de estudiantes masculina en la que se quedaba.