Capítulo 15

Pasé la hora de la siesta esbozando en un bloc de dibujo el rostro y la ropa del tipo al que había visto varias veces, siguiendo el consejo de Jota. Lo más claro para mí era la indumentaria: unas botas militares negras, ropa oscura y un abrigo tipo gabardina con una insignia dorada en el lado izquierdo. Los rasgos eran lo más difícil: solo lo había visto con suficiente claridad de frente, una vez. Haciendo un esfuerzo, recordaba cejas pobladas, ojos claros, nariz algo porrona y espesa barba rubia. Aunque todo en él parecía falso…

Pero no tenía ningún detalle significativo que pudiera ayudar a la policía a buscar a alguien así. No había rastro de pecas, cicatrices o marcas. No se parecía para nada al mendigo que había intentado robarme, pues a este le faltaban dientes y tenía el pelo lleno de greñas. Nada reseñable puesto que el que lo había visto de cerca había sido Lucas. ¿Y si le pedía ayuda? Podía sonar como una excusa para hablarle, pero estaba lejos de serlo: necesitaba identificar cuanto antes a ese hombre para no sentir que no estaba poniendo nada de mi parte.

Cogí el móvil en cuanto Andrea salió del cuarto para bajar a la zona común a ver una telenovela a la que estaba enganchada. Con suerte, si no había nadie, podría disfrutar de su galán favorito en la pantalla de plasma. Y decía lo de con suerte porque más de una monja podría escandalizarse con algunas secuencias de la serie. Especialmente una relacionada con las escenas de cama, que en ocasiones eran demasiado explícitas para las religiosas y los menores de doce.

Busqué en la agenda el teléfono de Lucas aunque había tenido tiempo suficiente para memorizarlo durante los días anteriores, en los que había estado decidiendo qué hacer respecto a él. Contestó a la llamada en la segunda señal. Cualquiera hubiera pensado que estaba ansioso esperando que le hablase.

—¿Sí? —Escuchar su voz al otro lado de la línea se me hacía sumamente extraño. Me quedé callada unos segundos sopesando qué decirle sin atragantarme con las palabras.

—Lucas, soy Ainara —susurré.

—Lo sé, pero ¿por qué hablamos bajito? ¿hay alguien dormido? —imitó mi tono de voz como si estuviese aguantando la risa.

—No, no. Perdona. ¿Puedes hablar ahora? Si te pillo en mal momento porfa, dímelo y te llamo más tarde —dije algo disgustada sin saber si le estaba importunando.

—Siempre tendré tiempo para ti.

Si Andrea hubiese estado delante al decir Lucas esas palabras, seguramente me habría dicho que se me acababan de caer las bragas al suelo. Yo le habría contestado que sí, pero solo porque me quedaban grandes.

—Quería hablar contigo. —Volví a la carga intentando no prestarle más atención de la cuenta a lo que acababa de soltarme.

—Tú dirás, bonita —contestó expectante, yendo directo al grano y pidiéndome indirectamente que yo también fuera.

—Estoy dibujando un retrato sobre el tío al que perseguiste el viernes pasado. Se lo voy a entregar al inspector que lleva mi caso por si le es de ayuda para averiguar quién es y por qué me persigue.

—¿Y en qué puedo ayudarte? Porque doy por hecho que me llamas para eso y no para quedar ¿cierto? —Sopesó las posibilidades y acertó.

—Sí, necesito que me digas si recuerdas algún detalle identificable que pudieses ver en ese hombre. Algo que le haga diferente.

—La verdad es que no se me ocurre nada —dijo tras pensar unos segundos.

—¿Estás seguro? —me cercioré obligándole a hacer memoria.

—Bueno, ahora que caigo tenía un tatuaje en la nuca. Era pequeño, pero hubo un momento en el que casi le di alcance y pude verlo aunque no puedo precisar qué es.

—Gracias, Lucas. Has sido de mucha ayuda —espeté.

—Siempre que quieras, ya sabes dónde encontrarme —se limitó a decir.

—Hablando de eso, ¿te apetece quedar para charlar un rato? —Empecé a darle sombra al esbozo, a ver si así le quitaba importancia a la chorrada que acababa de decir.

—¿Lo dices en serio? —Por su tono me di cuenta de que no esperaba que le propusiese salir y en el fondo, yo tampoco tenía planeado decírselo, pero algo en mí no se podía resistir a él.

—Sí, muy en serio, de perdidos al río. Oye ¿te viene bien el domingo? —pregunté.

Me entusiasmaba la idea de verle antes, pero preferí dejar un par de días de margen por si me arrepentía. Probablemente era algo egoísta por mi parte, pero no solía ser impulsiva y Lucas lograba que lo consiguiera. No quería perder mi personalidad por mucho que me estuviese empezando a gustar.

—A las seis en tu portal, pasaré por ti. No salgas sola —me advirtió más serio de lo habitual en él.

—Está bien, nos vemos el domingo —pronuncié la última frase con esfuerzo, me sentía ligeramente mareada.

—Hasta entonces, Ainara.

Incluí el tatuaje dentro del dibujo y le oscurecí las cejas a la imagen que había realizado. Luego encendí el ordenador y la impresora multifunción y escaneé el dibujo. Me vendría bien tener una copia más allá de la que le iba a dar al inspector, con el que había tenido una charla telefónica en la que me había mandado a llamar a la comisaría.

—He escuchado sin querer queriendo detrás de la puerta un poquito de la conversación —reconoció ligeramente avergonzada mi mejor amiga, al entrar en nuestro cuarto.

—Genial, como si no te gustara cotillear de forma normal ahora escuchas conversaciones ajenas. ¿Qué será lo próximo? ¿Leer mis emails? ¿Pincharme el teléfono? —me burlé.

—No, acompañarte a comisaría. ¿Tienes listo el retrato? —Miró por encima de mi hombro, buscando el bloc y los lápices.

—Sí. —Me giré, arranqué la hoja y se la mostré.

—Pues vamos, no hay tiempo que perder —adujo tras contemplar el boceto durante unos segundos.

Cogimos nuestras carteras y nos fuimos en dirección a la parada de taxis que había al lado del centro comercial. Era el final de la tarde y cada vez oscurecía más temprano.

Nos subimos al primer taxi que vimos libre. El conductor era un hombre mayor de pelo blanco y espesa barba cana, que escuchaba entusiasmado la retransmisión de un programa deportivo que emitía los resúmenes de la jornada anterior de la liga.

—¿A dónde las llevo? —preguntó mirando por el espejo retrovisor, para incorporarse con tranquilidad a la circulación.

—A esta comisaría —respondí tendiéndole un post-it con la dirección.

...

Armando Robles me aguardaba cómodamente sentado en su despacho. Revisaba unos papeles con detenimiento, por lo que solo se dio cuenta de mi presencia cuando otro agente me anunció por segunda vez.

—Inspector, está aquí la señorita Ainara Moreno.

—Eh, sí, disculpa estoy muy ajetreado estos días con la investigación de su caso y un par más que siguen una línea similar, aunque no están relacionados con el suyo —me explicó después de tenderme estrecharme la mano—. Tome asiento, por favor.

—Gracias —murmuré acomodándome en una de las sillas de plástico que había frente a él. Andrea me esperaba en la misma sala de espera en la que estuvimos el día que presenté la denuncia.

—¿Y bien? ¿Me ha traído lo que hablamos por teléfono? —quiso saber el inspector.

—He hecho un dibujo, lo más aproximado posible, del hombre que he visto que me persigue. Hay algo que coincide: en dos de las tres veces que le he visto, he sido atacada después —le expliqué.

—Eso me hace pensar en algo que no le comenté los primeros días que hablamos para no asustarla —terció cambiando el tono de su voz. De repente se puso recto en el sillón y aquel gesto me dio una mala sensación.

—¿A qué se refiere?

Sentía cómo el sudor comenzaba a recorrerme la frente. Un ligero mareo se apoderó de mí y necesité agarrarme al borde de la mesa.

—Verá señorita Moreno, el mendigo que intentó robarle a punta de navaja ha aparecido muerto. Hemos encontrado su cadáver en una zona conflictiva conocida por la venta de drogas y estamos seguros de que se trata de la misma persona porque varios testigos lo han identificado por que era un habitual de la parte de Plaza de Armas.

—¿Cómo… murió? —titubeé sin tener muy claro si quería saber la respuesta. Si decía que no me había querido asustar no creía que hubiese acabado en aquella nave, muerto de un coma etílico.

—Le han asesinado con arma blanca —respondió rotundo mientras jugaba con una pluma estilográfica entre los dedos.

Me llevé las manos a la cara, consternada ante esa información. Si le habían disparado la cosa se estaba volviendo seria.

—Pero ¿qué relación tiene ese asesinato conmigo? Es cierto que ese hombre me atacó para robarme, pero no volví a verle de nuevo.

—El cadáver tenía una fotografía suya, pegada con celo en la frente —replicó, mientras sacaba una imagen de una carpeta—. ¿Preparada para verla?

—No, pero no me queda de otra. Enséñemela, por favor —pedí, haciendo de tripas corazón.

—Aquí tiene. —Me tendió la instantánea y quedé realmente sorprendida. Era una foto mía, del mes de julio en las vacaciones de Las Palmas de Gran Canaria. Salía con mi biquini rojo de lazos dorados, caminando por la orilla. Prácticamente sola, una de las tardes que salí a pasear por la playa de Las Canteras.

—¿Cómo diablos tiene la persona que me acosa esta foto? —exclamé horrorizada, poniéndome en pie.

—¿Sabe cuándo fue hecha? —inquirió el inspector contemplando cómo paseaba atacada por su despacho.

—Es de hace dos meses, de mis vacaciones de verano; pero no recuerdo que nadie me la haya tomado. Las únicas fotos que hay de ese día las hizo mi amiga Andrea desde su vieja cámara fotográfica. Ya sabe, de esas que funcionan con carrete. Andrea le tiene mucho cariño porque es un regalo que le hizo su madre antes de morir y no quería deshacerse de ella, cambiándola por una digital.

—¿Han revelado las imágenes? —preguntó, frunciendo el ceño, estudiando mis palabras con atención.

—Sí, mi amiga fue a revelarlas a una tienda cercana a la facultad de Odontología. ¿Por qué lo dice? —Estaba confusa, no recordaba que ella me hubiese contado que alguien la siguiese ese día. Pero si no sabía que lo estaban haciendo no podía pasársele la idea por la cabeza.

—Porque alguien se ha hecho con la copia. Y para que eso haya ocurrido, o tenía el resguardo del revelado o usó otras malas artes para obtener la imagen. No se preocupe, investigaremos como hasta ahora.

—Eso espero, porque la verdad es que esto se está complicando cada vez más. Haga lo que sea preciso —rogué.

—No hace falta que me diga cómo hacer mi trabajo, señorita Moreno —contestó Robles armándose de paciencia.

—Entiéndame, estoy desesperada. Si antes caminaba intranquila por la calle, ahora voy a tener que volver a encerrarme. Ese loco puede intentar matarme en cualquier momento y…

—Cálmese —me interrumpió—. Hasta que tengamos más evidencias, tiene que volver a hacer vida normal. Tengo a varios agentes vestidos de paisano siguiéndole la pista para facilitarle esto. No comparta esta información con nadie, y cuando digo nadie es nadie, es muy importante. ¿Me ha entendido?

—Sí, gracias por todo inspector Robles.

—La citaré de nuevo si hay alguna novedad.