LA HUELLA
MUJER I, 22 años
MUJER II, 40 años
ALCALDE, 65 años
DOCTOR, 60 años
PESCADOR, 50 años
JASIO EL BOBO, tartamudo, 18 años
MARIDO DE LA MUJER II, 45 años
I
MUJER I: Fue en 1942. En primavera, por marzo o abril… Usted debe…
ALCALDE: Pero se lo digo: no lo sé. No la vi nunca, jamás había oído hablar de ella. La gente decía que en la casa de los Kępinski se escondía alguien, pero no eran más que habladurías. Y a Kępinski nadie se lo preguntaba por… ya comprende usted. Además, era un hombre parco en palabras y, cómo decirlo, reservado. Ella no. Pero ella estaba sometida, sin su marido: ni una palabra, ni un paso, siempre a su servicio. Pero, es cierto, la gente decía que ocultaban a alguien. Kępinski era jardinero. Tenía una bonita huerta de hortalizas.
MUJER I: ¿Y nunca ha oído el nombre de Stanisława Pokolska?
ALCALDE: Yo no he dicho eso. Conozco el nombre y una vez vi a esa persona. Pero no podía ser su hermana. Tenía unos sesenta y cinco años, vivió durante un corto periodo de tiempo en la casa del doctor, decían que era de su familia. Yo conocí a Stanisława Pokolska, pero no a su hermana. La Pokolska que yo conocí era una señora mayor, vino de vacaciones a casa del doctor. La vi una vez: era gorda, llevaba gafas.
MUJER I: Sé que mi hermana estuvo en casa de los Kępinski, lo sé con toda seguridad. También sé que tenía papeles a nombre de Stanisława Pokolska. Como ya le he dicho, mi hermana tenía doce años. Quizá fuesen los papeles de la hija, o más bien la nieta, de la señora Pokolska.
ALCALDE: (Con indiferencia). Puede ser. Pregunte al doctor. (Un momento después). Pero… ¿para qué quería esos papeles si estaba escondida? Verla, no la veía nadie.
MUJER I: No lo sé. Quizá alguien la viese alguna vez. Estuve en casa de los Kępinski. En el poyete de la ventana vi las letras S. P. grabadas con una navaja, y al lado una M. El nombre verdadero de mi hermana era Miła. Es decir, se llamaba Emilia, pero la llamábamos Miła.
ALCALDE: (Demostrando interés). ¿Le han dejado entrar?
MUJER I: ¿Quién? ¿Los nuevos dueños? Sí, aunque, a decir verdad, de mala gana.
ALCALDE: Son parientes lejanos de los Kępinski. Aún más huraños. De esos que, ya sabe, miran por encima del hombro y desprecian a los paletos. Porque ellos son de ciudad. Él es contable, todos los días va a trabajar a la ciudad. El jardín está tan abandonado que da miedo. Kępinski, si estuviera vivo, se tiraría de los pelos o les daría con un palo. Porque, sepa que tenía sus prontos. No es una familia demasiado simpática.
MUJER I: «Prontos», dice usted.
ALCALDE: (En tono poco educado). Lo digo. ¿Qué más le da, con sus «prontos» o sin ellos? Si no hubiera sido un cabeza loca hoy en día estaría deambulando por este mundo. Se peleó con la mujer, y ¡hop! A la barca. Porque, como habrá visto, detrás de su casa hay un lago. La mujer saltó detrás de él, remaron hasta el centro del lago. La gente oía cómo discutían en la lancha dando voces. Y luego, de repente, vino la tormenta. Escuche… qué sé yo… no sé qué pensar. (Un instante después, ya en otro tono). Pero esto no tiene nada que ver con su hermana.
MUJER I: No. Les escribí una carta nada más terminar la guerra, y recibí la respuesta de la comarca, que me comunicaba que ambos habían muerto. Puede ser que, si hubiera podido venir antes… si no hubiera estado enferma tanto tiempo… Volví hace una semana y he venido directamente aquí.
ALCALDE: Hizo bien. Hay que calmar la conciencia sabiendo que se ha hecho todo lo posible.
MUJER I: Todo, sí. Pero ¿qué significa ese «todo»? Usted era alcalde entonces. Pensé que podría ayudarme. Que sabría algo, lo que fuese.
ALCALDE: Stanisława Pokolska… es cierto que estaba registrada como residente temporal. Pero ya se lo dije: era una mujer mayor. Estuvo aquí un mes o dos, salía a menudo, Dios sabe dónde. El pueblo es extenso, el doctor vive en la otra punta. Además, ¡quién preguntaría esas cosas! Uno estaba feliz de estar entero, de que no se metieran con él.
MUJER I: Sin embargo, la gente decía que Kępinski ocultaba a alguien. ¿Quién? ¿No recuerda quién lo decía?
ALCALDE: A mí me lo dijo Stach Wiernik. Pero sería vano buscarle. Murió en Oświęcim. Se lo llevaron ya en el 41 y nunca volvió.
MUJER I: En el 41 mi hermana estaba en casa todavía. Ese señor Wiernik no le hubiera podido hablar de ella. Hablaba de otra persona.
ALCALDE: (Con indiferencia). No sé de quién. Dijo, así en general, que Kępinski era un tío majo, así que le pregunté por qué lo decía. A eso él contestó que, al parecer, ocultaba a alguien.
MUJER I: Quiere decir que no solamente ocultaba a mi hermana.
ALCALDE: Así es. Una vez les hicieron un registro en casa. Los alemanes vinieron y sacaron todo de dentro. Pero no encontraron a nadie.
MUJER I: ¿Cuándo fue?
ALCALDE: Más tarde, en 1942 o 1943. Llegaron dos oficiales y un civil. Pero no encontraron a nadie.
MUJER I: ¿Está seguro de que no encontraron a nadie?
ALCALDE: Si se lo estoy diciendo…
MUJER I: Por entonces mi hermana estaba con ellos.
ALCALDE: Si hubiera estado se la habrían llevado.
MUJER I: Tal vez estuviese en algún escondite. (Pasado un momento). Iré allí de nuevo. Le pediré a la señora que me deje echar otra ojeada. Quizá encuentre alguna huella.
ALCALDE: Eso es. Busque una huella. Una huella lleva a otra, la segunda a la tercera y así…
MUJER I: Gracias. Y disculpe las molestias. Tal vez vuelva a verlo más adelante.
ALCALDE: Por favor. Pero no puedo ayudarla en nada. No sé nada.
MUJER I: Sí, pero siempre… qué sé yo… quizá me haya olvidado de preguntarle algo. Quizá…
ALCALDE: (Concreto, con indiferencia). Yo también le preguntaré algo. ¿Para qué todo esto? Su hermana no ha vuelto, han pasado casi dos años desde el fin de la guerra y no ha vuelto, quiere decir que ha muerto.
MUJER I: ¿Y si está viva y me está buscando? Ella no sabía dónde encontrarme, qué había pasado conmigo, y yo ignoraba que ella estuviera con los Kępinski. No queda nadie de nuestra familia. El barrio donde vivíamos está en ruinas. ¡Oh, si hubiera vuelto inmediatamente después de la guerra! Pero no pude. Después del campo de concentración estuve muy enferma, con tuberculosis de los huesos.
ALCALDE: Sí, pero también entonces habría sabido lo mismo que hoy. Nadie aquí oyó hablar de ella. Sólo el doctor, quizá sepa algo…
MUJER I: Volveré a la casa de los Kępinski y luego iré a ver al doctor.
ALCALDE: Pues que Dios le ayude.
MUJER I: Gracias.
II
MUJER I: Soy yo otra vez. Le pido disculpas por las molestias, señora.
MUJER II: No es molestia, pase. Sólo que no comprendo por qué. Yo no le puedo decir nada. Vivimos aquí desde hace un año. Antes jamás había estado en esta casa y a los Kępinski los conocía sólo de pasada. A decir verdad, les vi una única vez: en mi boda. Kępinski era tío de mi marido. Eso es todo.
MUJER I: Quisiera… ¿Podría permitirme ver la casa?
MUJER II: (Indignada). ¡¿La casa?! ¿Para qué? ¿Cree usted que…? No, esto es verdaderamente… por su parte… Estoy sorprendida.
MUJER I: Quisiera ver la casa. El desván y el sótano también. Quizá encuentre alguna huella.
MUJER II: (Se muestra incluso poco educada). Es usted una persona muy extraña. De veras. Pero vamos, véala. Eso sí, que sea rápido, antes de que vuelva mi marido. Porque a él no le gustaría. (Un momento después). No hay sótano. (Con desprecio). ¿Ha visto alguna casa sin sótano? ¿Cómo podían vivir aquí? Sólo hay un agujero para las patatas, que ahora está a rebosar. Es que ya hemos comprado patatas para el invierno.
MUJER I: Gracias. Procuraré hacerlo rápido.
MUJER II: ¿Qué está mirando?
MUJER I: Esta mañana, cuando estuve aquí, en el poyete de la ventana vi las letras S. P. grabadas con navaja. Aquí, ¿las ve? Mi hermana tenía papeles a nombre de Stanisława Pokolska. Y aquí, mire, la letra M. El nombre de mi hermana era Miła. Es una huella.
MUJER II: ¿Cómo? Pero si usted ya sabe que ella estuvo aquí, esta huella no tiene importancia alguna. Si lo entiendo bien, usted quiere saber qué pasó con su hermana cuando dejó esta casa.
MUJER I: ¿Dejó? ¿Cómo sabe que abandonó la casa?
MUJER II: ¿Y si la llevaron a otro sitio? Quién sabe… ocurrían tantas cosas. (Pasado un momento). ¿Y el alcalde qué dice? ¿No sabe nada?
MUJER I: El alcalde había oído hablar de que alguien se ocultaba en casa de los Kępinski en el 41, es decir, antes de acoger a mi hermana. Es más, conocía a una persona que se llamaba Stanisława Pokolska, una persona mayor, familiar del doctor. Pero como el doctor vive en el otro extremo del pueblo, antes de ir a verle pasé por su casa por segunda vez. ¿Puedo mirar…?
MUJER II: Que sea rápido, porque mi marido… Ésta era la habitación de ellos. No hemos cambiado nada, no tenemos dinero para muebles nuevos. Son como eran. Feos a rabiar.
MUJER I: Quizá empiece por el desván. Lo miré desde fuera, allí arriba hay un ático. (Unos pasos en la escalera). Ah, no. No es un desván. Es una habitación abuhardillada; amueblada.
MUJER II: Cierto, está amueblada. No hemos cambiado nada.
MUJER I: Una cama, un armario, una mesa, una cómoda… Quiere decir que alguien vivió aquí.
MUJER II: Eso parece.
MUJER I: ¿Su marido nunca ha mencionado que sus parientes ocultasen a alguien?
MUJER II: No. No tenía relación con ellos. (Tras un instante de silencio). Kępinski era jardinero. Toda la vida bregó como un buey y terminó mal.
MUJER I: Lo sé. Me lo dijo el alcalde. Los dos se ahogaron en el lago durante una tormenta.
MUJER II: Exacto. Recibimos esta casa y el jardín en herencia. Si no fuera por eso, hoy viviríamos en la ciudad. No me lo perdonaré nunca. No me gusta el campo.
MUJER I: ¿Me permite abrir el cajón de la cómoda?
MUJER II: Adelante, ábrala, busque, pero que sea rápido.
MUJER I: (Un instante después). Aquí hay algunos papeles, pedazos.
MUJER II: Ah, ya lo ve: yo no he mirado esos cajones.
MUJER I: (Pasado un momento). Son cartas, trozos de una carta rota.
MUJER II: ¿Quizá la haya escrito su hermana?
MUJER I: (Dudando). Nnno, no… Mi hermana tenía doce años y esta carta está escrita con letra muy hecha. (Lee). «Querida mamá, mándame sin falta el jersey, aquel gris con rayas verdes, porque por la noche hace frío, y si pudieras también…». Sólo pedazos… (Sigue leyendo). «… Que no digan nada, sólo que den… tiempo primaveral… el agua en el lago es muy azul…».
MUJER II: Vete tú a saber… Ni siquiera se sabe quién lo escribió, si un hombre o una mujer… Por otro lado, quienquiera que lo escribiese tenía razón. Por las noches viene mucho frío del lago. Sólo que el agua es verde, no azul. (Un momento más tarde, interesada). ¿Qué más pone?
MUJER I: No lo puedo descifrar, la tinta se ha corrido.
MUJER II: Es por culpa de la humedad. Del lago. El reuma garantizado. ¡Se le ha antojado la vida en el campo a mi marido! Si, por lo menos, este aire le hiciera bien, pero ¡qué va! Chasquidos en los oídos, crujidos en las rodillas… ¿Y esos papeles?
MUJER I: Un trozo de vela, un vendaje, un monedero: está vacío. Un momento, otro trozo más… La letra es diferente, menudita. Lo escribió otra persona. (Lee). «Ocurrió lo que temíamos… hoy por la mañana… de repente…».
MUJER II: ¿Qué «de repente»? ¿Qué le pasa?
MUJER I: (Muy alterada). «Ocurrió lo que temíamos…». Esto puede tener alguna relación con mi hermana. ¡Dios mío!, debo recomponer de algún modo estos fragmentos, descifrarlos. ¿Me entiende?: «Lo que temíamos»… Un momento.
MUJER II: ¿Y? ¿Piensa usted que lo escribió su hermana?
MUJER I: No, no es letra de una niña, pero quién sabe. Sólo que ella no tenía a quien escribir cartas… tal vez llevase su diario, qué sé yo. Estas hojas están hechas trizas. (Lee). «Camisa y botines también…».
MUJER II: (Divertida). ¡Botines!
MUJER I: (Sin prestarle atención, sigue leyendo). «Estaré siempre… hay que borrar cualquier huella…».
MUJER II: ¡Acabáramos! ¡Borrar las huellas! Y usted está buscando esas huellas…
MUJER I: (Lee). «Te beso, amor mío, tiernamente…». (Con una voz desilusionada). Creo que es una carta de amor…
MUJER II: Pudo haberse enamorado. Doce, trece años, ya es edad de enamoramientos.
MUJER I: No puedo descifrar nada más. Es una letra muy confusa y la carta ha sido destruida con tanta minuciosidad. Ah, ve usted… (Lee). «Yo te… cuida… niños…». «Cuida de los niños», seguramente.
MUJER II: Es el marido que escribe a su mujer. Un matrimonio con hijos. Los Kępinski no tuvieron hijos.
MUJER I: (Pasado un largo momento). Un momento… aquí hay algo más.
MUJER II: (Con admiración). ¡Usted sí que tiene buen ojo!
MUJER I: Esto no es una carta, es un recibo. (Lee). «Confirmo la recepción de tres botes de mermelada y diez huevos». (Un momento después). Probablemente es un mensaje cifrado…
MUJER II: Los partisanos quizá. En estos bosques había partisanos.
MUJER I: (En voz muy alta de repente). ¡En eso no he pensado! Dios, cómo pude… Ella pudo haber ido al bosque, quizá se la llevaran al bosque. No parecía judía… tenía largas trenzas rubias, ojos claros. Debo enterarme de si…
MUJER II: ¿Dónde se va a enterar? Sin nombre, ni dirección…
MUJER I: Buscaré. El alcalde seguro que sabrá algo.
III
ALCALDE: ¿Y qué pasa con esa Pokolska? ¿Qué dijo el doctor?
MUJER I: (Excitada). Todavía no he visto al doctor, estuve en casa de los Kępinski. ¿Sabe? En su casa se ocultaban partisanos…
ALCALDE: (Secamente). Pero usted está buscando a su hermana.
MUJER I: Sí, pero piénselo: mi hermana estuvo en casa de los Kępinski, lo sé. Ahora sé también que la gente de la resistencia se ocultaba allí, como ella. Encontré trozos de una carta y un recibo cifrado. Aquí está: «Confirmo la recepción de tres botes de mermelada y diez huevos». Esto está cifrado.
ALCALDE: (Secamente). ¿Y qué?
MUJER I: ¿Y si se fue con los partisanos al bosque? Ese Wiernik seguro que habló de los partisanos.
ALCALDE: En el 41 no hubo aquí ninguna resistencia.
MUJER I: Pero más tarde. Podía haberse ido con ellos al bosque. Me comprende… Por eso nadie…
ALCALDE: Puede ser, pero no es seguro…
MUJER I: Por favor, dígame quién de este pueblo estuvo en la resistencia.
ALCALDE: Varios estuvieron…
MUJER I: ¿Quién?
ALCALDE: ¿Quiere nombres? Eso ya es más difícil. Porque hubo diferentes grupos de partisanos y ahora el que estuvo por aquí no está bien visto por las autoridades. Así que no puedo y no quiero darle nombres. La gente sufrió lo suyo, ahora quiere vivir en paz.
MUJER I: Yo también sufrí lo mío.
ALCALDE: Me imagino. (Cambia de tema). Y qué tal la mujer del contable, ¿estaba enfadada?
MUJER I: En absoluto, incluso resultó ser una persona amable. Se lo pido por favor: puede confiar en mí, no se lo diré a nadie.
ALCALDE: (Firme). No puedo, señora. Además, a decir verdad, ni siquiera sé a ciencia cierta quién y cómo. Y personalmente dudo muy mucho de que su hermana se hubiera ido con ellos al bosque, que la hubieran aceptado. Además de ser judía… era demasiado joven. Las niñas de trece años sólo son un estorbo. (Un momento después). ¿No ha encontrado nada más?
MUJER I: Trozos de cartas. En una de ellas alguien dice que ocurrió lo que temían. ¿Quizá alguien delató a los Kępinski porque ocultaban a una judía? Me habló de un registro…
ALCALDE: Aquella vez no encontraron a nadie. Ni siquiera se sabía qué o a quién estaban buscando.
MUJER I: Ese Kępinski tuvo que ser un hombre valiente.
ALCALDE: ¡Pero con un pronto que pa’qué! ¡Y jardinero! Si viera sus repollos. ¡Cabezas como torres de la iglesia ortodoxa! Y las bocas de dragón: ¡así de grandes! Les hablaba a las flores. ¿Por qué no? Si se puede hablar a los animales, por qué no a las flores.
IV
DOCTOR: Cierto, podré darle algo de información. Mi pariente lejana, Stanisława Pokolska tenía buenas relaciones con los Kępinski. Dicho sea de paso, era gente muy simpática, aunque él era increíblemente nervioso, neurasténico, con recaídas en la depresión. Supongo que conoce usted las circunstancias de la trágica muerte de ambos. Un accidente muy triste y… muy… Es que… Pero, volviendo a los asuntos de su interés: en abril de 1942 doña Stanisława Pokolska le entregó a Kępinski el certificado de nacimiento de su sobrina, del mismo nombre y apellido. La niña tenía entonces cuatro años y estaba en el internado de las hermanas ursulinas en algún lugar cerca de Varsovia. Lo sé porque Stanisława me pidió consejo sobre si con ello ponía en peligro a su sobrina. Una tarde, después de volver de la casa de los Kępinski —en poco tiempo se hicieron muy amigos, lo cual era bastante sorprendente porque tenían fama de huraños y vivían apartados—, me contó lo de Kępinski, que tenía que traer en tren desde Varsovia a una joven y que para el viaje necesitaría unos documentos.
MUJER I: ¿Sólo para el tiempo del viaje?
DOCTOR: Sí, lo recuerdo muy bien. Se trataba de asegurar el viaje en tren. Stanisława le prestó el certificado —tuvo que ir a buscarlo al internado—, y luego se lo devolvieron.
MUJER I: ¿Y mi hermana?
DOCTOR: No tengo la menor idea de qué fue de ella. Kępinski nunca me habló de este tema. Sé que la trajo en la primavera de 1942, fue cuando Stanisława vivió en mi casa unos meses. Eso es todo. (Una pausa). Un momento… Stanisława me comentó una vez que había visto a la niña. Pasó por casa de los Kępinski al anochecer, para devolver un libro o pedir prestado otro; la puerta entre la cocina y la habitación estaba abierta. Allí, junto a la mesa, estaba sentada la niña. Recuerdo que Stanisława incluso se sintió ofendida por la reacción de Kępinski, que se levantó de un salto, cerró de golpe la puerta de la habitación y preguntó: «¿Por qué no llama a la puerta? ¿Quién entra sin llamar?». Se quedó, cómo decirlo, algo desconcertada por ese comportamiento, porque, para qué tantas historias si había sido ella precisamente quien le había facilitado el certificado. ¿Verdad? Pero creo que habló una vez más con él sobre el tema porque, cuando le pregunté si todavía tenían a la niña, me contestó: «Kępinski dice que no».
MUJER I: ¿Puedo pedirle la dirección de Pokolska?
DOCTOR: Pero, joven… Stanisława Pokolska está muerta. Murió aun antes de la insurrección.
MUJER I: ¿Y la sobrina?
DOCTOR: No sé nada de ella, ni siquiera llegué a conocerla. Además, ¿qué podría decirle? Probablemente no tuvo la menor idea…
MUJER I: De modo que sé lo mismo que antes. Estuvo aquí y nadie sabe qué le pasó.
DOCTOR: ¿Sabe usted? Le voy a dar la dirección de un hombre. Vive al otro lado del lago, en Polana. Este hombre —pescador y barquero— conocía muy bien a Kępinski. Quizá él sepa algo. Dígale que va de parte del doctor, ¿de acuerdo?
V
PESCADOR: Hmm… Viejos tiempos… Señora, ese Kępinski, que Dios le tenga en la gloria, era un espíritu inquieto. Cuidaba de sus rosas, plantaba coles, pero en su cabeza tenía… Pero que hubiera acogido a una judía, eso no lo sabía. Me dijo que había venido la hija del cuñado a pasar una semana, para comer, porque en la ciudad había hambre. (Un momento después). ¿Se puede saber qué tienen que ver usted, sus padres y Kępinski? Porque él no tenía a nadie en Varsovia, pocas veces iba allí.
MUJER I: No lo sé. Yo tenía entonces diecisiete años, no hablaban conmigo de estas cosas. No lo había visto jamás. Su nombre lo oí de boca de mi padre ya en otoño de 1942, cuando nos llevaban al campo de concentración. Mi padre me dijo entonces: «Eres joven, quizá sobrevivas. Recuerda, después de la guerra ve a Polana Dolna donde Józef Kępinski. Miła está en su casa».
PESCADOR: Ah, claro… Sé que trajo de Varsovia a una niña. Flaca, con trenzas. En la barca se sentó como un tronco; inmóvil. No me fijé en ella, además, estaba ya a punto de anochecer. Kępinski decía que había que alimentarla y echaba pestes de que para su mujer era un problema porque no estaba acostumbrada a los niños. Los trasladé a ambos de Polanka Górna a Polanka Dolna, los Kępinski vivían allí junto al lago, justo del otro lado.
MUJER I: ¿Y qué pasó con ella? ¿La vio alguna otra vez?
PESCADOR: Si era judía no la hubiesen tenido expuesta como en un escaparate. Nunca volví a verla. Y cuando volví a llevar a Kępinski, algunos días, quizá dos semanas, más tarde, pregunté si la sobrina ya había ganado un poco de carnes. «¿Qué sobrina?», preguntó. «Aquella niña; Józio, pero si os llevé a ella y a ti, aquella noche…». «¡Aah, Stasia!», se rio y dijo que había vuelto a casa y que con las gachas de su mujer había ganado dos kilos. (Un instante después). Jo, jo, que yo no me diese cuenta… Ese Kępinski… Cómo me engañó…
MUJER I: Los señores Kępinski murieron en 1944, algunos meses antes de la liberación.
PESCADOR: Fue el 2 de abril; por la mañana, ni una nube, y a mediodía se levantó un viento de repente…
MUJER I: ¿Y ella? Estaba allí. Estaba. ¿Dónde está ahora?
PESCADOR: Usted pregunta como si viviera en la luna. ¿No sabe qué pasaba con la gente? Anda ya…
MUJER I: Sé que Kępinski estaba en contacto con los partisanos…
PESCADOR: ¿Con los partisanos? De eso no tengo ni idea.
MUJER I: Lo dice el alcalde.
PESCADOR: (Interrumpe con desdén). Vaya con el alcalde… El alcalde anduvo toda la vida a la gresca con Kępinski. Lo hubiera ahogado en una cucharada de agua.
MUJER I: Estuve en casa de los Kępinski. Encontré allí un justificante escrito por alguien de la resistencia.
PESCADOR: Kępinski, que Dios le tenga en la gloria, era un alma inquieta. Pero con la gente se mostraba huraño. No se confesaba ni delante del cura.
VI
JASIO EL BOBO: (Tartamudeando, con voz jadeante). ¡Señora! ¡Señora! Oí lo que hablaba con el pescador. Estaba ordeñando vacas y lo oí. Yo sé. Yo la vi.
MUJER I: (Excitada). ¿Quién es usted? ¿A quién ha visto?
JASIO EL BOBO: A esa chica… Ésa por la que usted ha preguntado. Yo lo sé… La vi…
MUJER I: Cuándo… Dios… ¿Quién es usted?
JASIO EL BOBO: Soy Jasio… (Se ríe, bobalicón). Jasio el Bobo. Yo la vi, a esa chica… de la que habló con el pescador…
MUJER I: (Sorprendida, agitada). ¿Ha visto usted a mi hermana? ¿Sabe qué pasó con ella?
JASIO EL BOBO: La vi. El domingo. Hacía calor. Iba al lago a bañarme. Estaba en la ventana.
MUJER I: ¿Dónde? ¿En qué ventana?
JASIO EL BOBO: (Se ríe). ¡Cómo que «en qué ventana»! La de Kępinski, claro. En el desván.
MUJER I: ¿Cuándo la vio? Se lo pido por favor… ¿Dios mío, cuándo fue?
JASIO EL BOBO: Cuando Hitler. Estaba en la ventana. En domingo. Hacía mucho calor, yo me iba a bañar en el lago. Pasé a través del jardín de Kępinski, porque el camino por allí era más corto, hacía calor y quería darme un baño. En domingo. Estaba en la ventana, detrás del cristal. La ventana estaba cerrada.
MUJER I: (Sin aliento). ¿Y qué… qué más?
JASIO EL BOBO: Entonces yo grité: «Y tú, ¿quién eres?». Entonces la Kępinski salió de la casa corriendo, me cogió de la mano, me llevó dentro y preguntó: «¿A quién está hablando Jasio?». «A la muchacha de la ventana, señora Kępinski». «Te lo habrás imaginado, allí no hay ninguna muchacha». «Cómo que no la hay, señora Kępinski, si la vi con estos ojos…». «Mira…», dijo, y me arrastró escalera arriba. El desván estaba vacío, no había nadie en la ventana. Pensé que me habría parecido algo por culpa del sol, porque hacía mucho calor. Fue un domingo. Llegó Kępinski, no dijo nada, sólo que me miraba así, como…
MUJER I: ¿Cómo…?
JASIO EL BOBO: Nada. Me miraba. (Un instante después). Pero, de todas formas, me pegó. Me dio una buena zurra.
MUJER I: ¿Por qué le pegó?
JASIO EL BOBO: No fue entonces, más tarde.
MUJER I: ¿Por qué?
JASIO EL BOBO: Porque pensaba que yo había dicho a los alemanes que escondía a judíos.
MUJER I: ¿Usted lo denunció? ¿A los alemanes?
JASIO EL BOBO: No lo denuncié. Palabra que no lo hice. Fue Burecki, el Ignac ése. Él estaba con los alemanes, tenía un kiosco en la estación. Vendía tabaco, cerveza… Él me decía: «Eres tonto, Jasio, pero tienes la cabeza sobre los hombros…». Cuando los alemanes huyeron, Ignac se fue con ellos. Eso.
MUJER I: (Cortante). ¿Y cómo sabía ese Burecki que Kępinski ocultaba a alguien? ¿Se lo dijo usted?
JASIO EL BOBO: (Dudoso). Supongo que sí… Se me escapó. Porque la vi otra vez en esa ventana. De noche. Fui allí para ver si la señora Kępinski me había engañado. Observaba la ventana sentado entre los arbustos. Una noche de luna llena, la ventana se abrió de repente y, en la ventana, apareció la misma chica… ¿Sabe usted? Ella me gustaba mucho… Desde la primera vez… esa chica. No pensaba nada malo, en absoluto. La ventana se abrió de repente y en la ventana estaba ella, con el pelo suelto, la cara blanca como en una estampita.
MUJER I: (Conmocionada). ¿Y usted…?
JASIO EL BOBO: Nada. Se quedó un rato en la ventana, luego la cerró. Quise llamarla, pero ya era demasiado tarde. Pasé toda la noche entre los arbustos. Me gustaba mucho.
MUJER I: (Indignada, con ironía). Y por eso la denunció ante Burecki…
JASIO EL BOBO: No denuncié. Palabra. Sólo se me escapó. Ni siquiera dije: «Judía». Fue Burecki quien dijo: «Esconden a una judía». Y mandó a los alemanes. Le tiraba mucho el dinero, porque entonces daban dinero y vodka por cada judío. Hubo un caso aquí cerca, en que por un comerciante de telas dieron quinientos zlotys y cinco litros de vodka.
MUJER I: Y los alemanes se la llevaron…
JASIO EL BOBO: Qué va. No la encontraron. Buscaron por toda la casa. Y ¿sabe usted? Burecki después amenazó a Kępinski y éste me sacudió en el culo. Durante dos días casi no podía ni arrastrar las piernas.
MUJER I: ¿Y qué pasó con ella? ¿No la volvió a ver más? Por favor, dígame la verdad, era mi hermana.
JASIO EL BOBO: Lo sé, la escuché cuando hablaba con el pescador. Sí, la vi otra vez. En la estación de Polana, sentada sobre el banco: esperando el tren.
MUJER I: (Estupefacta). ¿Esperando el tren? ¿Cuándo… cuándo? ¿No se equivoca?
JASIO EL BOBO: Cuando los alemanes se habían ido. Justo después de terminar la guerra. Sentada sobre el banco, esperaba el tren. La reconocí. Estaba sentada sobre el banco, llevaba un pañuelo en la cabeza y una cesta al lado. Esperaba el tren, el de las seis de la tarde. En Polana para sólo un minuto. La vi sentada sobre el banco, a su lado estaba la cesta. Llevaba un bebé en brazos.
MUJER I: (Atónita). ¿Un be… bebé?
JASIO EL BOBO: Lo que estoy diciendo: un bebé.
MUJER I: No podía ser ella.
JASIO EL BOBO: Era ella, la misma. La reconocí enseguida, aunque su aspecto era, cómo decirlo, como diferente. Pero era ella. Me dejaría cortar la mano a que era ella.
MUJER I: (Con la misma expresión de estupor). ¿Con un niño…?
JASIO EL BOBO: Eso es. Con un bebé. El bebé estaba arropado con una mantita de cuadros. Ella llevaba el abrigo y el pañuelo. La miré detalladamente.
MUJER I: (Incrédula). ¿Con un niño? ¿De dónde habría sacado a ese niño?
JASIO EL BOBO: (Suelta una risotada tonta). Je, je, cómo que… Usted tiene que saberlo…
MUJER I: Quería decir: ¿de quién era ese niño?
JASIO EL BOBO: Suyo. Eso se veía. Ala, así le sujetaba. El tren llegó, ella se santiguó, subió y se fue.
VII
MUJER I: Señor doctor, estoy tan alterada… Usted era el único médico en los alrededores…
DOCTOR: (Le interrumpe). Catorce años y medio… Un caso raro, lo recordaría y no me acuerdo… Ese Jasio, querida señora, ese pobrecito huérfano… Cierto, es astuto, pero tiene una imaginación desbocada, como a menudo les ocurre a los deficientes que desean llamar la atención del entorno. Yo en su lugar trataría esa información con gran reserva.
MUJER I: (Con impaciencia). Pero yo presiento que dice la verdad.
DOCTOR:No lo pongo en duda. El hecho de que no hubiera atendido este parto no prueba que su hermana no haya tenido un niño. Pudo haber parido sin asistencia médica, también ocurre.
VIII
MUJER II: ¡Menuda historia! Quiere decir que, según lo que dijo ese Jasio bobalicón ha encontrado usted a su hermana… una huella viva. Aunque no hay que confiar en ello, porque si a alguien le llaman «Jasio el Bobo», por algo será. Quizá no sean más que sus fantasías.
MUJER I: La describió: pálida, con trenzas. Era ella. (Tras un momento de silencio). Vengo de nuevo tan sólo para subir una vez más arriba, al desván.
MUJER II: (Desagradablemente sorprendida). ¿Sospecha usted que sabemos algo que no queremos revelar? ¿Por qué llora?
MUJER I: Sólo quiero despedirme.
MUJER II: No comprendo… Despedirse… ¿de quién?
MUJER I: Bueno, yo misma no lo comprendo muy bien. Quiero despedirme de mi hermana y es el único lugar donde sé con seguridad que ha estado.
MUJER II: ¿Despedirse? Si ha sobrevivido, tarde o temprano la encontrará.
MUJER I: No… no creo que la encuentre. Precisamente ahora, cuando me enteré de que había sobrevivido, perdí la esperanza. Tantos anuncios en los periódicos, la radio, en diversos comités, y nada; silencio. Es muy extraño, pero precisamente ahora, cuando encontré una huella palpable, me ha dado la sensación de que no la encontraré nunca… que ella no me está buscando… No buscará… Que no quiere.
MUJER II: (Después de un prolongado silencio dice secamente, en tono firme). ¿Sabe? Yo no sirvo para este tipo de historias porque yo pienso en línea recta, no con meandros. Si vive, aparecerá. Sólo que yo, en su lugar, no tendría fe en los tontos. Así de claro.
MUJER I: Subiré un momento. Tengo el tren dentro de media hora. El mismo que cogió ella. A las seis de la tarde.
MUJER II: (Concreta). El mismo porque no hay otro. (Se oyen unos pasos en la escalera, el susurro del lago. Un momento después). Empólvese un poco la cara, está tan llorosa que da pena. ¡Ah! Mi marido. Se va usted en buen momento, tengo que poner las patatas en el fuego.
IX
MUJER II: ¿Sabías que el tío ocultaba aquí a una judía?
MARIDO: No tenía ni idea. Por otro lado, es una historia muy rara…
MUJER II: ¿Rara? ¡Ésa sí que es buena! Como si sólo una o dos personas hubiesen desaparecido y no se supiese dónde están. ¡Pero ella creyó a ciegas al tontaina ése!… (De repente en otro tono). ¿Qué te pasa? ¿Por qué no comes?
MARIDO: (Despacio, sopesando las palabras). ¿Sabes? Recordé algo. Cuando vine aquí por primera vez después del accidente de los tíos… (Estupefacto). Ahora me acuerdo de un detalle: delante de la casa había una cuna de madera… Me extrañó mucho porque los tíos no habían tenido hijos, ni nietos, y la casa estaba cerrada y abandonada desde hacía algunos meses. Sí. Recuerdo que me extrañó mucho: ¿una cuna? Pensé que tal vez hubiese alguien en la casa. Grité: «¡Hola! ¿Hay alguien aquí?». Nadie contestó. Y, por supuesto, dentro no había nadie. Me olvidé completamente de eso. (Un momento más tarde). ¿Dónde está ella?
MUJER II: Ya se ha ido a la estación. Son las seis. Se va ahora mismo.
X
(Se oye el traqueteo de un tren acercándose. El tren llega a la estación, se detiene, la locomotora de vapor resopla. Un instante después el silbido da la señal de salida. Se oye el traqueteo de las ruedas, primero lento, luego cada vez más rápido. Al mismo tiempo se dejan oír los pasos de un hombre que corre detrás del tren).
JASIO EL BOBO: ¡Se… señora, yo quiero de… decirle algo… algo mmmuy impor… importan… te! (Su voz se debilita). Decirle algo importante… Decir…
(El traqueteo del tren se aleja. Cae el silencio).
Pieza para cuatro voces y basso ostinato.