LA DESCRIPCIÓN DE UN AMANECER
Una MUJER joven está sentada en un colchón. Ante ella se encuentra un HOMBRE joven. Está haciendo gimnasia: brazos arriba, a los lados, inspira y espira. El sitio donde se encuentran es un desván o, más bien, parte de un desván. Tiene el techo inclinado, las paredes de madera.
HOMBRE: Klara, por favor. Estoy esperando. Me lo has prometido y me has dado la razón. Klara, por favor, te lo pido. (Un instante después). Si no quieres… (Sigue haciendo ejercicio).
(La MUJER permanece sentada, inmóvil, con los ojos cerrados).
HOMBRE: Basta por hoy. (Durante un instante se queda parado, indeciso, luego se acerca a la pared de madera y pega el ojo a una rendija). Amanece. El patio está vacío todavía. Esperaré a las gallinas. Les he cogido cariño. Son muy alegres. Cacarean. Sobre todo una, la pinta. Aunque también la de la cresta: qué simpática es. Sí, eso, es simpática. Conozco todas las gallinas. No hay dos gallinas iguales. (Acerca el otro ojo a la rendija). Están dormidas aún. Quizá sea domingo hoy. Perdí la cuenta. Ya te lo dije, teníamos que haber seguido con el calendario. (Un instante después). Oh, la dueña. Sale de la casa; lleva un cubo. Eso quiere decir que no es domingo; los domingos ordeña mucho más tarde. Pero lleva el pañuelo rojo en la cabeza, el de los domingos. Y tiene un delantal limpio. Se ha detenido en el umbral. Se suena la nariz, se limpia las manos en el delantal. Ha dejado el cubo en el suelo. Está barriendo el patio. ¿Quieres mirar un poco? (Después de un rato). Barre muy de aquella manera. En el rincón derecho del patio dejó caca de gallinas. Tiene prisa. Ahora entra en el gallinero. ¡Ay, Klara, qué suerte que tengamos esta rendija! (Mira en silencio). Oooh, las ha soltado. Sale la primera, la blanquita, y tras ella, la de la cresta. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. Falta una. Quizá la hayan degollado, quién sabe… Me gustan las gallinas. Se han ido corriendo. No las veo. Lástima. (Se frota los ojos). Me canso de mirar con un solo ojo, y cambiar luego al otro. (Un momento después). Ahora desayunaremos. (Dice ofreciéndole a la mujer un trozo de pan y un vaso de agua). Come. Tienes que comer. El pan está seco, pero demos gracias a Dios por tenerlo.
(La MUJER levanta maquinalmente la mano a los labios, la vuelve a bajar, abre los ojos).
HOMBRE: Vamos, come.
MUJER: ¿Qué decías esta noche?
HOMBRE:No podía dormir.
MUJER: ¿Qué decías?
HOMBRE: Recordaba los apellidos de mis alumnos del quinto curso, de los que fui tutor. Por orden alfabético. Muchos ya no los recuerdo. Me atasqué en la letra S.
MUJER: (Maquinalmente). En la letra S…
HOMBRE: Sí. ¿Tal vez tú te acuerdes de cómo se llamaba aquel pequeño, con pecas, que venía a vernos a veces?
MUJER: Süss.
HOMBRE: ¡Eso es: Süss! Süss, Tyczynski, Wesolowski, Zylberstein.
MUJER: Vi cómo se llevaban a Süss.
HOMBRE: (Implorando). Klara… me lo has prometido…
MUJER: De acuerdo.
HOMBRE: Süss, Tyczynski, Wesolowski. Ah, es verdad, primero Winkler y después Zylberstein.
MUJER: ¿Podrías dejar de hablar sólo por un momento?
HOMBRE: De acuerdo… si te molesta tanto. (Se acerca a la rendija). No se ven las gallinas. Hay un cubo delante de la caballeriza. El patio está vacío. En el rincón derecho hay un montículo de estiércol. (Un momento después). La dueña sale de la caballeriza. Se suena la nariz. Se ha quitado el pañuelo y se está rascando la cabeza. Levanta el cubo, entra en casa. El patio está vacío. No se ve nada. (Regresa al colchón, se sienta). ¿Qué plan tenemos hoy?
(La MUJER se tapa los oídos con las manos).
HOMBRE: Gimnasia, desayuno, gramática latina, la continuación de nuestra novela hablada. Te tapas los oídos, Klara, pero tú misma me has dado la razón: esto es indispensable. Es nuestra defensa.
(La MUJER se recuesta en el colchón sin separar las manos de los oídos).
HOMBRE: (Conciliador). Se lo pediré al dueño otra vez. Quizá consiga algún libro. Si nos sentamos junto a la rendija, tendremos luz suficiente para leer.
MUJER: No te traerá ningún libro. Tendrá miedo. ¿Para qué quiere libros? ¿Qué dirá si le preguntan para quién es el libro?
(Se oye un disparo).
HOMBRE: (Se levanta de un salto y acerca el ojo a la rendija). Alguien ha disparado. ¿Quién? ¿Dónde? ¿Contra quién? El dueño ha salido corriendo de la casa. Se está abrochando el pantalón. Sí que es domingo, tiene puestos los pantalones de paño. O, a lo mejor, es alguna fiesta… Burek ha salido corriendo detrás de su amo. Se acerca a la cancela; mira hacia el pueblo. Está de pie, mirando. (Un instante después). Vuelve. Bosteza. Ahora se ha agachado para acariciar a Burek. Está tranquilo. El disparo no le ha inquietado. Vuelve a casa, cierra la puerta. El patio está vacío. (Se acomoda sobre el colchón. Dice lo siguiente con repentina energía). Así que vamos por el tercer capítulo. Mrs. Brown vuelve a casa de su tío. Todavía no sabe nada del robo. Llegó en el tren nocturno. Es la primera hora de la mañana. Empecemos, pues, por la descripción del amanecer. Las descripciones de la naturaleza pueden ser muy tranquilizadoras. No, Klara, no… terminemos hoy el tercer capítulo; es en el que se solucionará el misterio del robo. ¿De acuerdo?
MUJER: No puedo. No quiero. No lo aguanto más.
HOMBRE: Entonces propón tú otra cosa.
MUJER: Quiero estar en silencio.
HOMBRE: El silencio es nuestro enemigo. El silencio significa la avalancha de pensamientos. Te lo he explicado cientos de veces. Además, recuerda lo que decías al principio.
MUJER: Sé lo que decía.
HOMBRE: Decías: «Me volverán loca estos pensamientos, loca». Las palabras, y te lo digo por enésima vez, son nuestra salvación.
MUJER: Quiero callar. Quiero que tú también calles. Por favor, Artur.
HOMBRE: De acuerdo. Callemos.
(Silencio. El HOMBRE musita algo sin emitir voz. Se oye un disparo, luego otro).
HOMBRE: ¡Dios mío! ¿Qué es?
MUJER: Disparan a la gente. No es nada extraordinario.
HOMBRE: (Nervioso). El dueño y la dueña han salido corriendo de la casa. Están hablando de algo, gesticulan. El dueño se acerca corriendo a la cancela, señala el bosque. Grita algo. Allí ha pasado algo… Allí ha pasado algo. Dios mío, Klara… (En susurros, rápidamente). El dueño vuelve. Da una patada a una piedra. Está enfadado. Escupe. Mira… Está mirando hacia nuestro desván. Parado, de pie, mira hacia nuestro desván. Escupe… Escupe. La dueña se le acerca; le dice algo. Ella se santigua. Esto quiere decir que han matado a alguien. ¿Me oyes? ¡Han matado a alguien! Están cerca. (Se acerca a la MUJER, la agarra del hombro). ¡No te quedes tumbada! ¡Despierta!
MUJER: Me haces daño.
HOMBRE: Lo siento. Fue sin querer. (Se sienta en el colchón). A lo mejor viene y nos dice qué pasó. Cuando descubrieron el refugio aquél en el bosque vino y nos lo dijo. Quizá venga esta noche. O quizá dentro de dos días. Dentro de dos días ha de traer pan y leche.
MUJER: (Irónicamente). Querías empezar el tercer capítulo de la novela.
HOMBRE: No seas cruel.
MUJER: Estoy tranquila, eso es todo.
HOMBRE: (Tras un prolongado silencio). Lo sé, a ti te molesta que hable y hable sin cesar. Antes era de pocas palabras. Lo sé. Tiene que ser muy irritante para alguien que no comprende que sólo de esta manera, sólo con las palabras… Entiéndelo.
MUJER: Lo entiendo.
HOMBRE: (Agitadamente). Voy a ver qué pasa. (Un momento después). Nada. El patio está vacío. Una montañita de estiércol en el rincón derecho. No se ven las gallinas. Una pena… ¿Sabes? Les he cogido cariño a estas gallinas. Quizá porque las he conocido más de cerca. Me sé sus costumbres, conozco a cada una por separado. Por ejemplo, la de la cresta estaba triste hoy. Es curioso, ¿por qué razón puede estar triste una gallina? Quisiera ser gallina. Gallina, Burek, el dueño, todo menos yo mismo, todo menos… (Con repentina energía, cambia de tema). Entonces… Sally Bowl viene a casa de su tío. Su destino se decidirá ese mismo día. Empezamos por la descripción del amanecer. (Recitando). «El día promete ser precioso. El sol se levanta por encima del bosque, el rocío brilla en la hierba, reverbera, fulgura… destella…». Disculpa, pero has de reconocer que últimamente abandoné la costumbre de buscar sinónimos. Así que: «El rocío brilla en la hierba, reverbera… Y los pájaros inician su alegre trino matinal. Primero la oropéndola».
MUJER: ¿Por qué la oropéndola?
HOMBRE: Porque sí.
MUJER: Una oropéndola cantaba en nuestro jardín.
HOMBRE: Nada de recuerdos, Klara. Te has olvidado de lo que habíamos acordado.
MUJER: ¿Crees que eso ayudará? Recuerdo a esa oropéndola. Nos despertaba puntualmente a las seis de la mañana. Pero nunca la vi.
HOMBRE: (Con obstinación). Promete ser un día precioso, el sol se levanta por encima del bosque, el rocío brilla en la hierba y los pájaros…
MUJER: Te voy a decir algo: el día de nuestra boda mi madre entró en la habitación y dijo: «Promete ser un día precioso».
HOMBRE: Por favor, no sigas…
MUJER: (Continúa). Tenía los ojos llorosos. «¿Por qué lloras, mamá?», pregunté, y ella me dijo que así eran las cosas en este mundo y que todas las madres lloraban el día de la boda de sus hijas. (Llora).
HOMBRE: (Con voz de reproche). ¿Ves? Para qué…
MUJER: Soñé con ella. Sueño con ella cada noche.
HOMBRE: (Deprisa). Quisiera saber qué significaba ese disparo. A lo mejor sólo disparaban por disparar. El dueño no daba la impresión de estar preocupado. Pero la señora se santiguó…
MUJER: (Sigue). Y siempre es el mismo sueño. Está corriendo…
HOMBRE: (Acerca el ojo a la rendija, habla deprisa). El patio está vacío. No ha pasado nada. Nada. Un pájaro se ha posado sobre la cerca.
★ ★ ★
(Se oye el susurro de la lluvia, del viento, de los árboles).
HOMBRE: ¿Estás dormida, Klara?
MUJER: No, no estoy dormida.
HOMBRE: ¿Lo oyes? Está lloviendo. Llueve, diluvia, chispea, descarga. Ah, sí… Perdona. El otoño llegará temprano este año.
(El susurro de la lluvia, del viento).
HOMBRE: (Con voz animada). De noche oí cómo golpeaban la puerta.
MUJER: (Con repentino interés). ¿Quién llamó? ¿Quién? ¿Dónde?
HOMBRE: Un pájaro. No llamaba, sino que golpeaba. «Toc, toc». Se paseaba sobre el tejado justo encima de nuestras cabezas y con su pico hacía «toc, toc». Rítmicamente, nítidamente, con fuerza. Como si quisiera decir: «Soy yo, abrid». O: «Tengo frío, dejadme entrar».
MUJER: ¿Estás seguro de que era un pájaro?
HOMBRE: ¿Y quién si no?
MUJER: (Dudosa). No sé… No lo sé…
HOMBRE: También oí un grito.
HOMBRE: Alguien gritaba. Lejos. No se sabe si era hombre o animal. (Pasado un instante). Y al amanecer pasó por el camino una carreta. Las ruedas claqueteaban alegremente. Un carro de madera se asocia con algo alegre, ¿no es así? Quizá porque hace pensar en la paja, y la paja tiene el color del sol. Seguro que iba al campo para recoger el trigo para que no se mojara. Porque poco después empezó a llover.
(Se oye el susurro de la lluvia).
HOMBRE: Y desde entonces llueve, llovizna, descarga, gotea, diluvia… ¿Qué más palabras se podrían encontrar? Eh, Klara…
(Un largo silencio).
HOMBRE: Perdóname. (Un momento después). Y tú estabas dormida. Oía tu respiración regular.
MUJER: Otra vez soñé con ella. Cada noche sueño con ella.
HOMBRE: Siéntate… Siéntate junto a la rendija, asómate al patio, coge aire. Huele…
MUJER: Y siempre igual. Corre por el camino y grita: «Mamá».
HOMBRE: Hablaré con el dueño. Quizá nos deje bajar por la noche. Un momento nada más. Aunque debo darle la razón: no es conveniente. Sus hijos podrían vernos por casualidad, oír algo. No, no le diré nada, debemos… Solos… (Con dureza). ¡Levántate, Klara! Tienes que hacer algunos movimientos. Es muy importante. Acabarás pagando esta inmovilidad de muchos meses, y no solamente en lo físico. Debemos, dentro de nuestras posibilidades, muy limitadas… Debemos… Unos pocos movimientos, Klara. Unas pocas inspiraciones y espiraciones.
MUJER: (Se ríe burlona). Respiraciones… Espiraciones… Artur, de verdad, eres… (Se ríe cada vez con más fuerza, pierde el control de sí misma).
HOMBRE: Calla. Para, que te oirán. (Con la voz ahogada). ¡Para! Nos oirán, ¡Klara!
MUJER: (Burlona). ¿Tanto miedo tienes? (Silencio, lluvia).
MUJER: (En un tono diametralmente distinto, muy tranquila). Siempre el mismo sueño. No sueño con nadie más. Ni con mis padres, ni con tu hermano Elek, ni tampoco con la tía Regina y su hijo. Nadie. ¿Cómo pudo suceder, Artur? Si no se hubiera soltado de mi mano… Vio un gato. «¡Mamá, un gatito! ¡Un gatito sobre el murete!». Eso dijo… y ya no estaba. ¿Artur, recuerdas cómo ocurrió? Porque yo… nada… no recuerdo nada.
(Silencio).
HOMBRE: (Desesperado). Klara… Klara… Mi amor… (Un momento después, fingiendo estar animado). ¿Qué te parece el juego de la geografía? Hace tiempo que no jugamos a ese juego. ¿De acuerdo? Vamos, adelante. Según las reglas establecidas: tres ciudades de una vez. Que empiecen con la letra B. Empiezas tú. Por favor.
MUJER: (Obedeciendo pero sin ganas). Barcelona.
HOMBRE: Sigue.
MUJER: (Con obstinación). Barcelona. Tienes una naturaleza feliz, Artur.
HOMBRE: ¿Feliz? Lo que dices es cruel. No lo merezco…
MUJER: Gimnasia de los músculos, gimnasia de la mente, descripción del amanecer, conjugaciones latinas. La organización de la vida. ¿Qué vida? Al principio te admiraba mucho, pero después… ni siquiera sé cuándo… Después has empezado a irritarme.
HOMBRE: (Como si no oyera sus palabras). Barcelona, Berna, Buenos Aires…
MUJER: (Grita). ¡Me irritas! ¿Sabes? Me irritas.
HOMBRE: (En susurros, como si estuviera rezando). Barcelona, Berna, Buenos Aires, Bruselas, Bagdad, Burgos… Barcelona, Berna, Buenos Aires, Barcelona, Barcelona, Barcelona…
★ ★ ★
(El HOMBRE está de pie con el ojo pegado a la rendija).
HOMBRE: El cielo es azul pálido. En el suelo hay muchas hojas caídas. Tendremos un otoño temprano. Burek da vueltas por el patio. Y una gallina. Aquella que siempre se mantiene aparte. La gallina-solitaria. Burek persigue a la gallina. Ya no se los ve. La puerta de la caballeriza está abierta, sujeta con un palo. Parece que los dueños se han ido al campo. Delante de la caballeriza hay carretillas. Burek espantó a la gallina, se sentó delante de la casa. ¿Quieres mirar? (Pasado un momento). Por la noche pasaron tres coches. Creo que eran camiones. Antes nunca se habían oído coches. ¿Significará algo? ¿Quizá el frente se haya movido? ¿Quizá hagan una redada en el bosque? (Después de un momento). ¿Has oído los coches?
MUJER: Los he oído. Te has pasado toda la noche hablando.
HOMBRE: Estaba reconstruyendo De bello Gallice palabra por palabra. El latín siempre había sido mi fuerte. Pero se me ha olvidado todo. Todo son lagunas. (Pasado un momento). Y luego estuve recordando proverbios. Me acordé de veintitrés.
MUJER: (De repente y sin relación con lo que dice él). Corre y grita: «¡Mamá!»…
HOMBRE: También terminé un capítulo de nuestra novela, que empieza con la descripción de un amanecer y con la llegada de Sally Brown a casa de su tío. ¿Te gustaría escucharlo? (Recita). «Promete ser un día precioso, el sol se levanta por encima del bosque, el rocío brilla en la hierba…».
MUJER: No, no, por favor…
HOMBRE: (Extrañado). ¿Me has acariciado la cara? Hace mucho… nunca me… Oh, Klara…
MUJER: No te enfades conmigo. Dame la mano, abrázame fuerte. Estoy cansada. Voy a dormir.
★ ★ ★
MUJER: (Irritada). No puedo dormir. Aquí falta aire.
HOMBRE: Has dormido. Estuve sentado junto a ti, te cogí de la mano. Has dormido mucho. Ya está anocheciendo. El aire tiene que ser maravilloso. Un atardecer suave, silencioso atardecer, atardecer gris… Disculpa, cariño.
MUJER: No importa, Artur. Puedes hablar cuanto quieras, sé que eso te ayuda, que tienes que hacerlo…
HOMBRE: Un atardecer gris. ¿Recuerdas algún poema sobre el atardecer?
MUJER: ¿Atardecer? Al atardecer mataron a nuestros padres.
HOMBRE: «La oscuridad espesa en la hierba,
arrecia el frío de la tierra.
Parece que la lejanía errante
a tu puerta se aproxima…»[40].
MUJER: (En voz alta y firme). ¿Errante o enajenada? Ahora hay que decir enajenada. La lejanía enajenada se acerca a mi puerta. ¿Sabes cuándo leí este poema por primera vez? Los alemanes estaban entrando en la ciudad; todos bajaron al sótano, excepto yo, no quise hacerlo. Tenía mucho miedo. Así que, para matar el miedo, saqué un libro cualquiera de la estantería: de repente, desde la calle llegó el zapateo de pasos infantiles y un grito: «¡Los alemanes! ¡Vienen en motos!». Me acerqué a la ventana. La ciudad estaba silenciosa, muy tranquila y muy bella. Nunca la había visto así. Después, en el silencio irrumpió el fragor: brrrrr… brrrr… Me mareé.
HOMBRE: (En voz muy baja). Esa misma tarde te llevé al hospital.
MUJER: Sí… Al recibir la noticia de que había parido una niña, le dijiste al médico: «Suerte que no haya sido niño». Hace un momento, mientras dormía, otra vez soñé con ella. No, esta vez no era ella… era yo. Esta vez yo estaba corriendo y gritando algo y, de repente, un muro se erigió delante de mí y me cerró el camino. No podía pasar. Sí, lo recuerdo perfectamente, es lo que soñé.
HOMBRE: Estás cansada, Klara. Apoya tu cabeza en mi hombro.
MUJER: «Suerte que no haya sido niño…».
HOMBRE: No pienses en ello, no hables. Me lo has prometido… Ah, mira: un rayo de luz. Ha pasado otro coche por la carretera. ¿No te parece extraño? ¡Tantos coches a lo largo del último día! Preguntaré al dueño. Vendrá mañana, traerá pan y leche.
MUJER: ¿Qué es lo que gritó, Artur?
HOMBRE: ¿Quién?
MUJER: Aquel que la mató.
HOMBRE: No hables, quedémonos así, tumbados, en silencio: escucha, Burek está ladrando.
MUJER: ¿Qué gritó?
(Se oye el eco de un grito lejano. El HOMBRE no contesta).
MUJER: ¿Qué gritó?
HOMBRE: (Resignado). Die Eltern heraustreten[41].
(Se oye el eco de un grito lejano).
MUJER: Eso. No conseguía recordar cómo se decía en alemán. Die Eltern heraustreten.
HOMBRE: Ella ya estaba muerta, Klara.
MUJER: Lo sé. La dejamos junto a un murete, allí donde había visto al gato. El gato huyó. Se asustó el pobrecito. Nosotros también huimos, ¿no es verdad?
HOMBRE: Eso fue más tarde, Klara, mucho más tarde.
MUJER: Sé que fue mucho más tarde. Pero huimos. Tú y yo.
HOMBRE: Él la mató.
MUJER: ¿Y si no la hubiera matado, si hubiera seguido caminando con nosotros, con todos los demás? No hubiésemos podido huir. Era pequeñita, no podía correr bien. Y no comprendía… ¿Si ella hubiera estado con nosotros no habríamos huido, verdad?
HOMBRE: Klara, sabes que fusilaron a todos en el valle, recuerdas lo que contaba el dueño. Nadie se salvó.
MUJER: (Con firmeza, tranquila). Contéstame.
HOMBRE: Tranquilízate cariño, piensa…
MUJER: Contesta.
HOMBRE: (Con voz resignada). No. No hubiésemos huido.
★ ★ ★
(Se oye el trino de los pájaros).
HOMBRE: Klara, ¿estás dormida todavía? ¿Lo oyes? Es una oropéndola. Escucha; la misma voz como gutural. Me despertó el canto de la oropéndola. Como antes. ¡Klara! (Con un repentino pánico). Klara, dónde estás… Klara… Hoy vendrá el dueño y traerá pan y leche. (Desesperado). ¿Dónde estás? ¿Por qué no estás? Por qué… por qué…
(El trino de los pájaros calla de repente).
HOMBRE: (Un instante después, dice en voz neutra). Promete ser un día precioso, el sol se levanta detrás del bosque, el rocío brilla en la hierba, reverbera, brilla, brilla, brilla…