Capítulo 47
Dafne volvió a su casa después de recoger el CD de ciencias naturales en la de Paula, donde le contó la conversación que había mantenido con Roberto la noche anterior.
Cristina ya había regresado de Londres. Había dejado sus maletas en la entrada y varias bolsas cargadas de paquetes pequeños de regalos sobre la mesa del salón. Cuando vio a Dafne, se abrazó a ella y luego le pidió que se diera una vuelta sobre sí misma para ver cómo había crecido.
—Si estás enorme... ¡No te conozco! ¡Déjame que te vea bien! Qué guapa se ha puesto mi hermanita, madre mía.
Dafne pensó que ella sí que había vuelto guapa. Había adelgazado muchísimo, quizá demasiado. Estaría mejor si engordase un poco. Se había cortado el pelo y se había teñido las puntas de amarillo; parecía una cantante de rock, con unos pantalones anchísimos, una camiseta hasta casi las rodillas y un cinturón que le quedaba a la altura de la cadera. Dafne estaba embobada mirándola cuando oyó a su madre preguntarle por los exámenes.
—Bueno ¿y qué? ¿Cómo te ha ido?
—No hay derecho, mamá, todo el verano estudiando para que luego me pongan una pregunta que no me sabía. ¡No es justo!
Teresa la miró con cara de no querer discutir. No era el momento. Sus otras hijas no paraban de hablar y de reírse.
Sentadas alrededor de la mesa de la cocina, cada una le quitaba la palabra a la otra para contar sus experiencias del verano. Lucía y Lliure repasando uno a uno los nombres de los chicos y chicas del pueblo que mandaban recuerdos para Cristina y para Dafne, y Cristina maravillando a las demás con las anécdotas que le habían ocurrido con el idioma.
Trufi las miraba como si entendiese lo que estaban diciendo. Teresa lo cogió con un solo brazo y lo besó en la cabeza.
—¡Miradlo! Él también quiere contar lo bien que se lo ha pasado en el pueblo.
-oOo-
De pie, sin haber traspasado apenas la puerta de la cocina, Dafne sintió un nudo en la garganta, mientras hacía verdaderos esfuerzos para que no se le saltaran las lágrimas.
El estómago se le encogió de repente, como si se le hubiera vaciado y desbordado al mismo tiempo, provocándole unas tremendas ganas de devolver.
A la primera arcada, salió de la cocina tapándose la boca y corrió a encerrarse en el cuarto de baño, donde no consiguió expulsar sino bilis y lágrimas, muchas lágrimas.
Su madre, que la había seguido, no paraba de llamarla para que la dejase pasar, preocupada por lo que pudiera estar ocurriendo allí dentro, ya que Dafne no cerraba jamás una puerta, estuviese donde estuviese.
Hasta después de un buen rato, cuando se le pasaron el hipo y las ganas de morirse, no consintió en abrir.
Teresa la esperaba con una toalla mojada en agua templada, con la que le humedeció la frente y la nuca. Después le secó las lágrimas y la abrazó.
—El año que viene tú podrás contar todas esas cosas y muchas más. Ya lo verás. Este curso ha sido un poco loco, pero el verano que viene tú también te irás a Londres. ¡Anda, cariño, no llores!
Aquella última frase le hizo soltar todas las lágrimas que aún le quedaban dentro. Aquel «anda, cariño, no llores» fue como la pesa que libera el vapor de la olla a presión, la compuerta de un embalse que se abre, la bandera de salida de una carrera de Fórmula 1. Dafne se abrazó a su madre y se desahogó. Hacía meses que no sentía aquel calorcito, aquella sensación de que su madre podría solucionar cualquier cosa que le ocurriese, aquella seguridad que le daban sus manos.
Al cabo de un rato, cuando Teresa comprendió que ya había llorado bastante, le secó de nuevo las lágrimas y la llevó hacia su habitación.
—Ven. Ha llegado el momento de que sepas una cosa que tengo que contarte.
-oOo-
Si alguna vez le hubieran dicho a Dafne que su madre le revelaría el secreto que estaba a punto de confesarle, habría pensado que le estaban gastando una broma macabra. O peor aún, que Teresa se había vuelto completamente loca.
Los acontecimientos de los últimos meses habían sido tan asombrosos que a veces pensaba que en realidad estaba viviendo dentro de un sueño: Paula enrollada con uno de los gemelos, el otro tirándole a ella los trastos por si acaso no era quien él pensaba que era, Roberto diciendo su nombre cuando deliraba, El que faltaba por aquí utilizando sus fotos para un montaje, las broncas continuas con su madre, el coche de la policía, los suspensos, las visitas al hospital, el facebook, el falso Roberto en la plaza, y el resto de todo lo que le había tocado vivir en aquel verano de enredos y de mentiras. Todo había sido sorprendente. Pero lo que su madre tenía que decirle, superaba con creces cualquier historia que ella pudiese inventar.
Teresa trató de prepararla antes de empezar a contarle el secreto que había guardado durante años.
—Verás, cariño, lo que voy a decirte es algo que te va a resultar muy difícil de entender. Lliure y Cristina ya lo saben, pero prefieren que no digamos nada de momento.
Teresa le pidió a Dafne que se sentase en la cama y acercó una silla para colocarse enfrente. Después comenzó su relato. Tampoco para ella resultaba fácil de contar. Apenas se paraba para tomar aire.
Dafne escuchó atónita cómo Teresa le contaba que sus hermanas mayores en realidad eran sólo medio hermanas, y que las únicas que habían perdido a su padre cuando eran pequeñas habían sido Lucía y ella.
Teresa le contó algunos detalles de su primer matrimonio, para que Dafne tratase de comprender por qué, en su momento, había decidido borrarlo de su vida para siempre. No estaba orgullosa de ello, pero no supo dar marcha atrás cuando debería haberlo hecho.
Cristina y Lliure lo sabían desde el principio del verano, cuando llegó un paquete sin remitente a nombre de las dos desde un pueblo cercano al de los abuelos. Teresa supo enseguida quién lo enviaba, y lo guardó durante cinco días en el armario de su habitación sin atreverse a entregárselo a sus hijas. Aquel paquete era una caja de Pandora. Su primera intención fue abrirlo para ver su contenido y seguir manteniendo el secreto, si aún era posible. Pero al sexto día, después de no haber pensado en otra cosa ni de día ni de noche, decidió enfrentarse a la tormenta que se le iba a echar encima. Llamó a sus hijas mayores y les explicó lo que ahora trataba de explicarle a Dafne.
—Yo nunca quise engañaros, pero tampoco os dije toda la verdad. Lo siento, cariño, ocultar una parte del total también es una forma de mentir.
Dafne no salía de su asombro.
—¿Entonces, Cristina y Lliure tienen padre y nosotras no?
—En realidad ninguna lo tenéis. Aunque el suyo todavía siga vivo, hace muchos años que decidió no ser su padre.
Dafne señaló la foto que su madre tenía sobre la mesilla de noche.
—¿Y él? ¿Es mi padre de verdad?
—Sí. Y es verdad que murió de una septicemia.
Teresa se levantó y colocó la silla frente al armario. Se subió a ella y abrió el maletero, de donde sacó dos cajas envueltas en idéntico papel de embalaje, una con los nombres de Cristina y de Lliure en letras mayúsculas, y otra a nombre de Teresa, escrito también en mayúsculas, con la misma letra que la anterior. Los apellidos de sus hermanas mayores coincidían con los suyos y los de su hermana Lucía.
—¿El padre de Lliure y de Cristina se apellida igual que el mío y de Lucía?
—No. Tus hermanas llevan el apellido de tu padre. Él las adoptó. Su padre dio su consentimiento. Él tenía otra familia. Le vino muy bien, porque así también se ahorraba la pensión por alimentos. No trató nunca más de saber nada sobre ellas. Pero ahora se ha quedado solo y ha vuelto para tratar de recuperarlas.
—¿Cómo?
—Quiere que le den una oportunidad. Salir de vez en cuando a comer... conocerse... en fin... Tus hermanas se lo están pensando.
Teresa abrió la caja dirigida a Lliure y a Cristina y le mostró a su hija su contenido. Al verlo, Dafne se tapó la boca y no pudo reprimir un grito.
—¡Dios mío!
La caja estaba repleta de fotografías de la boda de Teresa con el padre de Lliure y de Cristina, y de los dos con Lliure cuando era bebé. En algunas de ellas, Teresa salía embarazada.
A Dafne empezaron a sudarle las manos. Cogió una de las fotografías y la miró conteniendo la respiración. Aquellos ojos, que la miraban desde una foto en blanco y negro, eran los que se habían cruzado con ella el día anterior en la plaza.
No cabía la menor duda, estaba más delgado, tenía más pelo y era mucho más joven, pero era el mismo hombre que se había hecho pasar por el Rata. Se parecía a Cristina y a Lliure una barbaridad. La misma boca, la misma barbilla, el mismo aire. Por eso le sonaba tanto su cara.
Dafne dejó la fotografía en la caja y comenzó a morderse las uñas sin poder articular una sola palabra. Acto seguido, Teresa le enseñó la otra caja.
—Esta mañana ha llegado ésta.
Dafne palideció cuando miró el interior de la segunda caja. Empezó a sudar y sintió cómo le temblaba el ojo derecho. Tuvo que sujetarse a la cama para no marearse. Su madre se arrodilló frente a ella y le cogió las manos para tratar de tranquilizarla.
—Me ha llamado al móvil para asegurarse de que había recibido la caja. Sé que tenéis una cita mañana en la plaza, pero no vas a ir. Irán Cristina y Lliure. Cristina seguirá siendo Dafne un día más. Así él ya no tendrá que ponerse en contacto contigo nunca. No vuelvas a cogerle el teléfono ni a comunicarte con él por internet.
No hacía falta que Dafne le preguntase a su madre cómo había sabido que se había hecho pasar por Cristina con el nombre de Dafne. Cómo averiguó que había colgado en la web las fotos que habían servido para componer las que tenían ahora ante sí, guardadas en una de las cajas.
Era la única de la que no había fotografías trucadas. Sólo ella podía haber quedado con él hacía tres días. Nadie más podía haberle cogido a su madre el móvil, provocando las sospechas de que Cristina se encontraba en la ciudad y estaba jugando con su padre.
Teresa la abrazó mientras Dafne volvía a llorar desconsolada y le pedía perdón.
—Lo siento, mamá, yo no quería...
—¿Cómo se te ha ocurrido hacer una cosa así? ¿Te das cuenta del peligro que has corrido, criatura? ¿Y si llega a ser un desalmado?
—Lo siento. Yo no sabía...
—Está bien. Ya está hecho. No le demos más vueltas. Sólo te pido una cosa, que no vuelvas a mentir en tu vida. Ya hemos mentido bastante las dos ¿no te parece? Y, por favor, no hables con nadie de lo que hemos hablado tú y yo aquí. Ni siquiera con tus hermanas, ellas lo están pasando muy mal. Tienen que reflexionar mucho sobre lo que van a hacer de ahora en adelante, y no quieren que interfiramos en su decisión. ¿Me lo prometes, cariño?
—Te lo prometo. Pero, tengo que hablar con Cristina, mamá. Me hice pasar por ella...
—Sí, y aunque no lo puedas creer, te ha perdonado ya. ¡Anda! ¡Vamos a verla! Y le das un beso y le dices que te alegras de que haya vuelto tan guapa de Londres.