Capítulo 13
Dafne pensó que algunas veces el destino se vuelve justo, y nos permite reírnos de los que antes se han reído de nosotros. Sabía que la venganza no era el mejor de los sentimientos, pero ver al Rata en la cancha de baloncesto, consultando el reloj una y otra vez, era la mejor reparación que podía regalarle la vida.
Paula y ella le observaban a través de la ventana de su clase.
Podían espiarle sin que él lo notara, ya que los cristales simulaban un espejo que impedía que se viese el interior del edificio. De vez en cuando, para que no se desesperase antes de tiempo, le enviaban un mensaje al móvil con el teléfono de tarjeta que habían comprado para poner en práctica su engaño:
«Lo snto muxo, voy a llegar tard. Bsitos.»
«Sorry. llego en 1 minuto. Bsots.»
«Prdona el rtraso. Bsssss.»
«Ya toy llegando. Bs.»
Cada vez que Roberto leía uno de los mensajes, se le ensombrecía la cara. Daba lástima mirarle. Se tocaba la cabeza con las dos manos, como si no entendiese lo que le estaba pasando, miraba a su alrededor, y atravesaba de lado a lado la cancha de baloncesto antes de contestar:
«Vale. Tespero.»
«No tards.»
«¡Jodr, tía! Ya va siendo hora.»
«Si no llegas en 5 mints m piro.»
Y con cada mirada de ansiedad con la que él buscaba a Cristina, con cada movimiento con el que alargaba el cuello para divisar el final del patio, por donde debería haber aparecido, Paula y Dafne gritaban un olé que retumbaba en todo el pasillo de las clases.
—¡Olé, olé y olé!
Mientras tanto, él sin saber qué hacer. Plantado en el mismo lugar después de diez minutos, y de un cuarto de hora, y de media, y de tres cuartos. Y pasándose las manos por la cabeza.
Tras casi una hora de suplicio para él y de risas para ellas, Paula y Dafne le enviaron el mensaje con el que le daban la puntilla:
«Oye, q mala suert! No puedo ir. A ver si podmos qdar otro día. Bsssss y bssss.»
Roberto dio una patada en el aire y escupió. Nadie se había atrevido a tratarle así en toda su vida. Aquella era la primera vez que una chica no se moría por acudir a una cita con él.
Seguramente, aquellos cincuenta y cinco minutos fueron los más desesperantes que había vivido. Para Dafne, sin embargo, fueron los más gloriosos. No dejó de saltar y de gritar olés con su prima hasta que vieron cómo el Rata se alejaba de la cancha. El cazador cazado. El acero convertido en arcilla. El más duro agachando los hombros y llevándose las manos a la cabeza ante la mirada oculta de las pipas que le resultaban invisibles. Destrozado sin saber por quién ni por qué.
La venganza también es un plato caliente.
Una vez en la calle, el infeliz debió de recorrer unos pocos metros antes de coger el móvil para enviarles un último mensaje. Ellas aún no habían cerrado la puerta de la clase donde se escondían cuando oyeron el pitido del buzón de entrada.
«Tas pasao, wapa.»