Capítulo 6
Algunos domingos por la tarde, Teresa se va al cine sola y deja a sus hijas al cuidado de Lliure, su hija mayor, que va a cumplir diecisiete años.
Le encanta sentirse libre. Hasta hace muy poco no se había atrevido, pero desde que conoció a una chica que había sido capaz de viajar a China, con un diccionario de inglés-mandarín y una mochila como únicos acompañantes, decidió que no hay por qué quedarse en casa porque nadie la invite.
Únicamente lo hace de vez en cuando, porque no quiere cargar a Lliure con la responsabilidad de las niñas, pero cuando lo hace, prepara las salidas como si se tratase de un acontecimiento. Se compra el periódico y alguna revista especializada, subraya los estrenos, se hace una lista de candidatas, y lee las críticas de los expertos. Con toda esta información, confecciona otra lista de películas recién estrenadas, en la que anota las calificaciones que les conceden los periódicos y revistas más importantes.
Finalmente, después de comparar los estrenos, y de haber averiguado cuál es el más interesante de su lista, termina por decidirse por aquel en el que trabaja el actor que más le gusta, sin importarle el número de estrellas que los críticos hayan otorgado a las películas en sus calificaciones.
Hace tiempo que averiguó que lo que más tiene en cuenta, a la hora de decidirse por una película o por otra, es que la entienda, que le guste el protagonista, que no sea de guerra y que salgan mujeres.
Con su segundo marido ya vio todas las buenas películas que tenía que ver, leyó todos los subtítulos que tenía que leer y admiró todas las maravillas de Arte y Ensayo que tenía que admirar.
Ahora sólo busca entretenerse y disfrutar de una tarde entera para ella sola.
Cuando vivía con el padre de Dafne y de Lucía, cualquier decisión que se tomase a la hora de salir resultaba inamovible. No se podía ir al cine si el día anterior habían programado que irían al teatro, ni a una exposición si habían pensado en asistir a un concierto, o a una película si ya se habían decidido por otra. Cualquier imprevisto resultaba un problema. Todo tenía que estar medido y calculado.
Por esta razón, ahora Teresa siempre cambia de película en el último momento.
En lugar de dirigirse al cine que había seleccionado, después de haber leído una crítica detrás de otra y de no haber hecho caso a ninguna, se dirige a un multicine y, allí mismo, delante de los carteles de las películas que se exhiben en cada sala, decide dónde se perderá en esa sensación que tanto le gusta, la de no ser absolutamente imprescindible para nadie.
Hasta que Dafne conoció al Rata, no había habido problema los domingos de cine que se había tomado su madre. Sin embargo, desde aquel día en el Chino, cada vez que Teresa se ausentaba de casa, aunque fuera para ir a comprar una barra de pan a la tienda de la esquina, le esperaba a la vuelta una bronca con Dafne de la que la mayor parte de las veces desconocía el motivo.
La primera vez que ocurrió, dos semanas después de que Dafne sintiera cómo latía su corazón con la fuerza de una locomotora, Teresa se encontró al volver del cine con que la niña no estaba en casa.
Lliure y Cristina lloraban como si no fueran a verla nunca más. Lucía trataba de consolarlas como si ella, con once años, fuese la mayor de las tres, y el perrito Trufi se había escondido debajo de la mesa de la cocina, como se escondía cada vez que sentía los pasos de Dafne subiendo por las escaleras como una apisonadora.
Dafne se había ido al Chino sin permiso de su hermana mayor.
-oOo-
Dafne se encontraba en ese momento con Paula en el Barrio —nombre por el que también se conocía la zona donde se reunían los chicos y chicas de los colegios después de las clases—, ajena al drama que se estaba fraguando en su casa.
Como siempre, las dos primas habían estado pasándose canciones de unos móviles a otros con sus amigos y escuchado sus mp3.
Aunque habría que decir que, desde que Dafne había caído en el embrujo del Rata, ya nada era como siempre. Es cierto que fueron al Barrio con sus compañeros del grupo de pequeños, y que intercambiaron canciones de móvil y escucharon los mp3, pero también es cierto que Dafne se pasó toda la tarde distraída, vigilando de reojo a los chicos y chicas del corrillo de mayores, esperando que apareciese aquel impresentable.
Pero Roberto no apareció, ni ese día, ni al siguiente, ni al otro, como tampoco había aparecido los anteriores.
Ella continuó yendo al Chino con sus compañeros. Se reía, asentía cuando contaban anécdotas sobre los profesores, y simulaba interesarse por lo que hacían los demás, pero nunca le contó a nadie, ni a Paula siquiera, que a pesar de que seguía pensando que el Rata sólo inspiraba desprecio, ella no podía dejar de vigilar por el rabillo del ojo al grupo de mayores, con la esperanza de que algún día apareciese.
No sabía por qué le esperaba cada tarde. Aquel chico no le gustaba, Dafne se lo repetía a sí misma una y otra vez. Y sin embargo, todas las noches soñaba con que le sujetaba la puerta de la tienda de chucherías y la dejaba pasar por debajo de su brazo, con una media sonrisa en los labios que probablemente sólo había visto ella.
No comía, no dormía, no atendía en clase, y no conseguía interesarse por las conversaciones de los chicos de su grupo.
Y así, a medida que el tiempo pasaba y seguía sin verle, la relación con su familia se iba volviendo más irritable, más agresiva, más irreconocible.