Capítulo 28

Cuando el calor se fue haciendo insoportable, Teresa decidió enviar al pueblo a sus hijas Lliure y Lucía. No tenía sentido que ellas también sufriesen el castigo de su hermana, las dos habían aprobado sus cursos con unas notas excelentes. Ya le resultaba bastante lamentable que ella misma tuviera que quedarse sin vacaciones por culpa de los suspensos de Dafne como para cargar a sus otras hijas con la misma condena. De la misma forma, tampoco le parecía muy sensato que el pobre perro tuviese que sufrir las altas temperaturas que, tanto de día como de noche, se estaban alcanzando en la ciudad. Parecía desproporcionado que toda la familia se quedase sin veraneo. Además, Lliure estaba cada día más irritable, necesitaba descansar, apartarse de la tensión que se respiraba en la casa.

De manera que, cuando el termómetro llegó a los treinta y siete grados a la sombra, tras una discusión con su hija mayor, provocada por una tontería del tipo no me dejes la ropa sucia fuera del cesto, Teresa se dirigió a la estación y sacó dos billetes de tren para esa misma noche en un coche cama. Acto seguido, llamó a sus padres para avisarles de que las niñas llegarían al día siguiente.

Los abuelos recogerían a sus nietas en el único pueblo de los alrededores al que aún llegaba el ferrocarril. Pasarían con ellos el resto del verano. Una costumbre que se había convertido en tradición y que aquel año, por primera vez desde que Teresa se marchó a la capital, estuvo a punto de no cumplirse.

Casi una hora antes de la salida del tren, Teresa ya estaba en la cafetería de la estación dando instrucciones a sus hijas para el viaje. Siempre que viajaba le pasaba lo mismo, prefería tomarse un café en la estación tranquilamente a que el tren se fuera sin ella.

Había pasado el día con los nervios alterados. Comprando regalos para sus padres y organizando los equipajes de las niñas y las cosas que Trufi necesitaría para el viaje, entre otras, un transportín del que no podría salir hasta que no llegasen a su destino, una especie de cesto por el que podía sacar la cabeza y que estaba preparado para recoger las necesidades del animal. El perrito estaba acostumbrado a aguantar muchas horas sin bajar a la calle, y la mayor parte del trayecto lo pasaría dormido, pero la compañía ferroviaria obligaba a los viajeros a cumplir determinadas normas para viajar con sus mascotas, y Teresa no quería que sus hijas se encontraran con el menor problema a causa de Trufi.

Una vez en la fila del control de seguridad, que daba paso a la vía donde se hallaba estacionado su tren, les repitió otra vez las instrucciones con las que las llevaba aleccionando desde que salieron de casa.

—No os separéis ni para ir al cuarto de baño. Y no salgáis del tren bajo ningún concepto.

Las niñas asentían a cada palabra que les decía su madre. Lliure la miraba condescendiente, como si los nervios que la habían perseguido durante toda el día fuesen infundados.

Pero Teresa no se quedaba tranquila; si lo hubiera pensado dos veces, seguramente no habría organizado así el viaje. Le habría pedido a la madre de Paula que se quedase con Dafne el fin de semana, y ella misma habría llevado a Lliure y a Lucía al pueblo.

Pero ya estaba hecho, ya no había otro remedio que confiar en la prudencia de sus hijas y esperar a que todo saliese bien.

—Ya sabes, cualquier problema, me llamas al móvil.

En ese momento sonó por megafonía una voz casi incomprensible que recordaba a los viajeros que el tren estaba a punto de efectuar su salida. Parecía como si el altavoz se hubiera acoplado a algún otro mecanismo electrónico, porque emitía un pitido cada vez que comenzaba y terminaba una palabra. Al oírlo, Trufi metió la cabeza en su cesto de lona como si tratara de esconderse. Las tres se echaron a reír mirando al animal y se abrazaron para despedirse hasta el final del verano.

-oOo-

Mientras tanto, en su casa, recién llegada de la piscina de Paula, Dafne inspeccionaba habitación tras habitación, y se maravillaba por el hecho de que la soledad no se le echase encima como un hueco enorme. Era la primera vez en su vida que se quedaba sola en casa, y aquella sensación, más que de vacío, le resultaba tan agradable que hubiese deseado que su madre también se hubiera marchado al pueblo y no volviese hasta que lo hicieran sus hermanas.

Paula pasaría las vacaciones en la playa con sus padres, como todos los años. Sólo faltaban un par de días para separarse de ella; si no fuera por ese detalle, Dafne se disponía a pasar el mejor verano de todos los que recordaba. Sin hermanas que la agobiaran con su perfección y sin perro que tener que sacar a dar una vuelta; la casa sólo para ella cuando su madre saliese a la compra o al cine; y el ordenador de Lliure y Cristina disponible en su habitación.

Si su madre no hubiera decidido que Lliure y Lucía se merecían unas vacaciones, no habría sabido cómo resolver el problema del ordenador durante la ausencia de Paula. Pero la marcha de sus hermanas le había resuelto el problema.

Por las noches, cuando Teresa se quedara dormida, ella se levantaría y se iría al cuarto de Lliure y de Cristina para poder meterse en el facebook sin que nadie la molestara. Ni siquiera tendría que preocuparse de si despertaba o no a su madre con el ruido de las teclas, porque las pastillas que tomaba para dormir desde que había empezado con los desarreglos de la menopausia la dejaban fuera de juego en cuanto pasaban unos minutos. El somnífero era tan fuerte que en más de una ocasión se había quedado dormida en el sofá, y habían tenido que despertarla para que se fuera a la cama, sin que recordase nada al día siguiente. Dafne no tendría que preocuparse.

Pero lo mejor de todo era que aquella soledad, que le permitía recuperar a Roberto por las noches, era una excelente aliada para que su madre se ablandase con respecto al castigo de no salir a otro sitio que no fuera a casa de Paula. Sin su prima en la ciudad, Teresa no tendría corazón para tenerla encerrada en casa el mes y pico que faltaba para terminar el verano.

Desde que el Rata volvió de su viaje por Europa, probablemente iba a bañarse a la piscina municipal con los gemelos. Ella podría convencer a su madre para que le permitiera darse un baño con sus amigos del colegio. Paula iba a estar fuera casi un mes, y Teresa no sería capaz de mantener el castigo si conseguía hacerle creer que se estaba esforzando. Llamaría a los amigos de su clase que no hubiesen salido de veraneo, como ella, e iría a la piscina para ver a Roberto, aunque fuese sólo de lejos, como cuando lo espiaban en el Chino.

De momento, seguiría sin contarle la verdad, pero rezaría para que algún día encontrase las fuerzas suficientes como para salir de aquel atolladero.

Cuando llegase el momento, pasaría del chat a las llamadas de teléfono e iría preparándole para lo que tenía que confesarle.