Capítulo 12

Paula, tienes que ayudarme!

—¿Cómo?

—¡Tienes que conseguirme su correo electrónico y su móvil!

—¡Pero, tía! ¿Y de dónde crees que voy a sacarlos yo?

—¿No decías que había salido con una piba que era tu vecina? Pues pídeselos a ella. Seguro que los tiene.

—¡Sí, hombre! ¿Tú te has vuelto panoli, o qué? ¿Y para qué se supone que los quiero?

—¿Para gastarle una broma?

—¡Cojonudo! ¡Como que mi vecina se lo va a tragar...!

—Pues dile que le gusta a una amiga tuya que quiere enviarle un sms.

—¡Ya! ¡Para que la piba se crea que soy yo la que estoy pillada por el Rata! ¡Ni de coña, tía!

—¡Joder, Paula! ¿Eso es todo lo que dices que me quieres?

¿Así demuestras que soy tu prima preferida? No me lo puedo creer ¿sabes? Yo sí lo haría por ti.

—Pero ¿tú flipas? Es que yo no te pediría nunca una cosa como esa, tía.

—¡Ya! ¡Pero me has pedido otras! ¿Vale?

Y era verdad. En numerosas ocasiones, Paula le había pedido ayuda para resolver problemas sentimentales con algún niño del colegio o de su barrio. Y Dafne nunca se había negado. No sólo porque quería a su prima con locura, sino porque, por su carácter, ayudaba a todo el que se lo pedía. Y no eran pocos los que solían acudir a ella para pedirle cualquier favor, sabiendo que ella lo haría.

Dafne le guiñó un ojo en un gesto que Paula conocía muy bien, una mueca que solía hacer cuando sabía que conseguiría lo que se estaba proponiendo en ese momento.

Las dos eran bastante menudas. Estaban entre las más pequeñas de las chicas de su curso. La mayoría se habían desarrollado ya, pero ellas todavía no habían pasado por el trago de «convertirse en mujer», tal y como a sus madres les gustaba decir. Como si aquello supusiera un motivo de alegría.

De hecho, tanto a Cristina como a Lliure, Teresa les había organizado una fiesta familiar para celebrar el acontecimiento, fiesta que ambas disfrutaron como si realmente hubiese algo que festejar.

Para Dafne, en cambio, la sola idea de pensar en la regla le suponía un fastidio. Sabía que ese momento tendría que llegar tarde o temprano, pero si pudiera elegir, lo retrasaría tanto que terminase por no llegar nunca. Paula, por el contrario, lo deseaba con todas sus fuerzas. Crecer. Usar el primer sujetador en el que no le hiciera falta relleno. Ser mayor. Poder ir a la calle en los recreos, como los chicos de los últimos cursos del colegio. Comprarse minifaldas y zapatos con tacón de aguja, y salir los viernes y los sábados por la noche a las discotecas. Sacarse el documento nacional de identidad, y falsificarlo para entrar en los garitos de adultos, como hacían las niñas del grupo de mayores, que pegaban sobre el reverso de su DNI una fotocopia en color del de alguien que ya hubiera cumplido dieciocho años y lo volvían a plastificar.

Pero Dafne no. A ella no le gustaba el mundo de los adultos. No los veía felices. Incluso habría preferido no haber llegado a la adolescencia. La primera vez que sentía que dolía enamorarse. Le habría encantado quedarse siempre como cuando estudiaba los primeros cursos de primaria. Vivir en un mundo de colores, de novios de mentira, de fichas y de juegos en el parque. Un mundo en el que los mayores no tenían otro objetivo que vivir para que los niños se sintieran bien. Cuidarlos, mimarlos y llevarlos de allá para acá como si fueran animalillos indefensos.

Pero había crecido, y por primera vez se enfrentaba a un sentimiento que no sabía cómo controlar. Intenso. Real. Una emoción que no podría decir si le resultaba agradable o no, y que la llevaría a experimentar los momentos más extraños de su vida.

-oOo-

Paula terminó cediendo a sus peticiones y, a través de su vecina, consiguió el correo electrónico y el móvil de Roberto. Con ellos prepararían las primeras trampas con que atraerían a su presa.

La primera la planearon para el día de la exhibición de gimnasia que estaba a punto de celebrarse en su colegio, donde acudirían las familias y los amigos de los participantes en las pruebas.

Ese mismo día, Cristina estaría volando hacia Irlanda, en el viaje que organizaba su instituto para los alumnos que terminaban la Enseñanza Secundaria Obligatoria.

La tarde anterior a la exhibición, desde un móvil de tarjeta que compraron única y exclusivamente para comunicarse con él, Dafne y Paula le enviaron al Rata un mensaje sin firma:

«Si kiers pisar mi sombra, ven a la xhibición d gimnasia di colegio d ls pkeños. Tesperaré n la cancha d baloncsto a ls 5.»

Casi sin que hubiera dado tiempo a que Roberto leyera el sms, sonó el pitido que indicaba que acababa de contestarles:

«Iré si m dics tu nombre.»

Hasta ese instante, Paula no supo que su prima ya había elegido el nombre con el que engañarían a Roberto. Él desconocía el parentesco que las unía con Cristina, y estaba claro que debería seguir siendo así. De otra manera, habría sido muy fácil descubrirlas. Sólo un par de llamadas a los vecinos de Paula habrían bastado para localizar el móvil y el correo electrónico de todas, de la misma manera que ellas habían localizado los de él.

Había que inventarse un nombre que no tuviera que ver nada con ninguna de las tres.

Hacía algunos años, muchos chicos y chicas habrían dado lo que fuera por conocer a los protagonistas de una serie juvenil de televisión que habían llegado a ser auténticos ídolos para las jovencitas, sobre todo para las que aspiraban a convertirse algún día en actrices. La acción se desarrollaba en una academia de danza. Una de las protagonistas se llamaba Dafne, y tenía los ojos azules y el pelo largo y moreno como Cristina. No podrían encontrar un nombre mejor. Ése fue el que enviaron a Roberto cuando contestaron a su mensaje, y el nick que usarían en adelante para comunicarse con él por internet, y que terminaría por atraparlas en una pesadilla de la que no sabrían cómo salir, sobre todo a Dafne, que se identificó hasta tal punto con el personaje que terminó por mimetizarse con él.

Ella siempre había querido ser actriz. Lo quiso desde que vio la primera película en la que no aparecían dibujos animados, sino niños de carne y hueso a los que después entrevistaban en la tele. Desde entonces, no había obra de teatro en el colegio en la que no interviniera, aunque fuese en un papel secundario.

Aquella oportunidad le serviría para llevar a cabo la primera gran actuación de su vida.