Capítulo 16

Antes de informar a Roberto sobre la existencia de «Gasolina sin plomo», Dafne le envió a la dirección electrónica que les había proporcionado la vecina de Paula una foto antigua que Teresa guardaba en una caja junto a otros recuerdos de la familia. La imagen se había tomado, hacía ocho o nueve años, en la misma fuente en la que él estaba sentado cuando conoció a Cristina, y en ella aparecían las cuatro hermanas vestidas iguales. Las dos mayores se apoyaban contra el brocal de la fuente, y cada una rodeaba con sus brazos los hombros de una de las pequeñas, que se encontraban colocadas delante de ellas.

Roberto la recibió como archivo adjunto a un correo que no llevaba asunto. En el cuerpo de texto, únicamente podía leerse la frase que les serviría de excusa a Paula y a Dafne para invitarle a unirse a los amigos de «Gasolina sin plomo»:

«Si adivinas cuál soy, t diré dónd pueds ncontrar otras más recients. Tngo un facebook solo para gente especial, todo el mundo tien q usar un nick. Te aceptaré como amigo si averiguas la rspuesta y t buskas un nick divertido.»

Roberto no se hizo esperar. En apenas una hora, ya había un correo de vuelta que no defraudó a ninguna de las dos primas. El Rata había mordido el anzuelo otra vez. Como los peces muerden los señuelos que utilizan los pescadores, para atraerlos con sus brillos desde el fondo del río.

Aunque se lo hubiera propuesto, Roberto no hubiera podido enviarles una respuesta que les alegrase más el día.

«Podría distinguir ntre miles esos ojos d gato. X cierto, sabs k mencanta el olor a gasolina? Aceptam komo amigo de tu facebook y creeré к stoy n el cielo.»

Paula y Dafne se abrazaron entusiasmadas cuando lo leyeron.

—¡Ha picado otra vez! ¡Ha picado!

—¡Ahora se va a enterar este cursi de lo que pueden hacer unos ojos de gato!

—¿Pero qué vas a hacer, tía?

—Ya lo verás.

Dafne cogió del book de su hermana una foto de primer plano, en el que se le veían las pupilas alargadas por el efecto del flash, y la escaneó. Después recortó los ojos con un programa de tratamiento de la imagen y le mandó a Roberto la fotografía trucada, en un correo sin asunto ni texto.

Segundos más tarde, sonó un pitido en el móvil desde el que le habían invitado a la exhibición de gimnasia. Dafne abrió el buzón de entrada y leyó en voz alta el sms de admiración de Roberto:

«¡¡¡¡¡¡¡Hostiasssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss!!!!!!!»

No decía nada más, sólo esa expresión que su abuela condenaba cada vez que la utilizaba alguna de sus nietas delante de ella.

—¡No seas irreverente, niña! ¡Eso no se dice!

Pero Dafne encontró tanta pasión en aquella irreverencia que habría apostado cualquier cosa a que hasta su abuela se habría emocionado con aquel hostias que alargaba la ese como un silbido.

—¡Es nuestro!

Paula dio un salto de alegría, le cogió el móvil de las manos a Dafne y apretó la tecla de responder.

—¿Qué le contestamos?

—Nada. Ahora vamos a dejarle que sufra otro poquito.

—¿Qué dices? ¡Al loro, tía, que estas cosas hay que hacerlas en caliente! Si lo dejamos así, perderá el interés. Hay que invitarle al facebook.

—De eso nada, si le invitamos tan pronto se creerá el rey de los malotes. Es mejor que se lo tenga que currar. Mientras más difícil se lo pongamos, más se enganchará con la historia.

—¿Y si se cansa?

—No se cansará. Ya lo verás.

Y así fue. Desde que le enviaron la foto de los ojos, no había día que no recibieran diez o doce mensajes desde el móvil del Rata. En todos demostraba que, lejos de cansarse de sus desplantes, lo que habían conseguido era que él se interesara más y más por el personaje que habían creado a partir de la imagen de Cristina.

«Ola, feita d ojos d gato. Cndo nos vmos? Muak muak. Contsta.»

«Oye gorda, dond stan esas fots k me promtist? Kiero ser tu amigo di facebook. 1 bsito. Muak. Cnt.»

«X к no m cnt? 1 bsito.»

«Jodr, chica, dim algo, aunk sólo sea ola!»

«Venga, tía, cnt ya d una vez, dam 1 speranza.»

«Xro к azes? Pk no m cnt? Stas nfadada?»

«А k stas jugando?»

«No ntiendo nad. Si no m cnt, pnsaré k ta pasao algo.»

«Vale, tía! Ya veo k no kiers nad d mí.»

Paula y Dafne le dejaron sin respuesta una semana. Durante ese tiempo, Roberto continuó enviando mensajes al móvil y al correo electrónico. Unas veces parecía enfadado y otras desesperado.

Casi todos los días, en el último mensaje de la noche, amenazaba con no volver a escribir si no obtenía respuesta, pero a la mañana siguiente, a primera hora, en el buzón de entrada del teléfono de Paula y Dafne se volvía a recibir un nuevo mensaje, una prueba que demostraba quién tenía la sartén por el mango, y que reflejaba la capacidad de resistencia de la víctima.

«Por muxo к tempeñes en no cntstar yo no prderé nunka la speranza.»

«K t digo к no la pierdo.»

«К no, к no la pierdo.»

«K no la pierdo.»

«K no.»

«K no.»

Hasta que se cansó y les mandó un ultimátum:

«Vale, tía, cndo kieras algo ya sabs dónd stoy. No t molsto más. O cnt o t olvidas d mí.»