Capítulo 23

 

Los días pasaron y Marta apenas tuvo noticias de Alec. Tan solo un intercambio frío de mensajes, excepto cuando el tutor salía a colación. Era como el perro del hortelano, y eso entristecía y enfurecía a Marta de igual forma.

Debían solucionar ese tema cuanto antes, no podían quedar las cosas así. Alec se negaba a hablar del tema de Teresa, y en cierto modo lo comprendía, pero hablar de ellos era algo que no podían retrasar más.

Cada mañana se despertaba angustiada y tocándose el collar para verificar que aún seguía ahí. Y es que no era la primera noche que soñaba que Teresa venía a por ella a arrebatárselo.

Era la mañana del 29 de noviembre, el día del juicio. Marta se miró al espejo del baño. Unas ojeras de impresión asomaban bajo sus preciosos ojos. Aquellos que Alec, hasta hacía unos días, miraba con devoción. Le extrañaba tanto.

Alec al final no vino a buscarla, se excusó diciendo que justo llegaba a los juzgados proveniente de un vuelo e iba a llegar con el tiempo justo. Pero Marta no era tan inocente como él creía, no quiso acompañarla y punto, por lo que Clara se presentó voluntaria para la labor.

Llegaron al bullicio del tribunal unos minutos antes del comienzo de la sesión, pero pudo acercarse a Declan y Henar para desearles suerte. Con ellos estaba cuando vio llegar a Alec, vestido con un traje gris marengo, con chaqueta de una sola abotonadura. Estaba tan guapo, que medio tribunal se giró para admirarlo. La misma Marta se tuvo que sujetar a la pared de la impresión que le causó verlo. Estaba perdidamente enamorada de ese hombre.

Alec llegó con ese porte que tan bien le caracterizaba. Caminaba aparentemente con seguridad, lo que nadie sabía era que, la sola idea de ver de nuevo a Marta le torturaba por dentro, pero una vez que la atisbó entre la gente, su corazón se le salía del pecho. Sentía ahogarse. Era su diosa de cabello castaño, y por más que intentase olvidarla, su presencia allí no ayudaba mucho, y vestida con esa falda de tubo, que marcaba esas caderas que tanto ansiaba volver a acariciar, menos.

Se acercó a ella y la saludó con un frío beso en la mejilla.

Hola, Marta. ¿qué tal estás?

“¿Te acercas a mí para preguntarme solo qué tal estoy? Serás cretino”.

No le dio tiempo a responder cuando, por detrás de Alec, vio acercarse a la estúpida de Anice que le rozó, no con poco disimulo precisamente, la nuca.

“Encima de gilipollas, poco profesional” pensó Marta con ganas de darle una patada en el culo a la policía.

Iba a soltarle una fresca a la rubia, cuando Alejandro se acercó a los tres para saludar a Marta con un beso en la mejilla más largo de lo esperado por todos, sobre todo por Alec, que le miró con ganas de reventarle la cara.

No hubo tiempo para más palabras. El secretario llamó a la sala.

Empezó el juicio, y eso más que un tribunal, parecía un reality show. Cruce de acusaciones y palabras malsonantes volaban por la sala. El juez tuvo que llamar al orden varias veces, sobre todo a la desquiciada de Charo, que parecía no haber aprendido nada en sus días en la cárcel. Hasta que el juez, harto de tanta escena lacrimógena, hizo un receso.

Alec y Marta se observaban desde la distancia, parecía que ninguno de los dos se decidía por un acercamiento que tanta falta les hacía.

Marta se moría por sus brazos y Alec hizo amago de varias veces de ir donde ella y besarla hasta dejarla sin aliento. En una de esas estaba cuando Anice hizo aparición.

Me debes una noche, comandante – le susurró para que nadie lo oyese, pero lo hizo de tal forma, que Marta pudo leer perfectamente las intenciones de la sargento de policía.
¿Desde cuándo una sumisa pone las normas? – la miró Alec con falso deseo, gesto que Marta percibió, sintiendo un puñal en su corazón – eso se merece un castigo.
Lo estoy esperando…— contestó Anice con tono sensual.

Y la policía se marchó, mirando a Marta con una sonrisa triunfal y dejándola peor, si cabía. Alec, en cambio, fue incapaz de mirarla. Esa tontería que acababa de hacer, pesaba en su conciencia.

Pero la vida da muchas vueltas, y del mismo modo que Marta sintió celos, Alec pagó su estupidez cuando vio aparecer a Dan, el tutor, por la puerta del edificio. La bilis se le subió a la garganta cuando se acercó a Marta y la abrazó con efusividad.

Hacerlo no importa tanto, pero que te lo hagan jode, ¿verdad amigo? – le dijo Declan que se acercó a Alec al ver la escena.
Vete a la mierda.

Alec se acercó a Marta más rápido de lo esperado y menos de lo deseado, pero lo justo para sujetarla del brazo en un gesto de absurda posesión y que a ella le provocó una serie de desconcertantes reacciones. Alegría, enfado, gozo…

Te llevo a casa.
No es necesario Alec – se soltó de su agarre ofendida, no le había hecho caso en toda la mañana, y ahora que venía Dan, se creía con derechos – Dan ha venido a buscarme y me voy con él.

Marta se fue con Dan hacia la salida, dejando a Alec con los celos revolviéndole el estómago.

Declan se acercó por detrás y le susurró al oído.

Donde las dan las toman, amigo.
Gilipollas.
Perdona, creo que aquí solo hay un gilipollas. Hasta mañana, colega. Yo me voy a consolar a mi chica, haciéndole el amor hasta que olvide el día de hoy, y tú vete a tu casa a consolarte con la botella de Laphoraig.

Le dio una palmada en la espalda y se fue dejándole solo en medio del pasillo.

Marta caminaba acompañada por Dan y Clara camino de la residencia. Ver a Alec haciendo el imbécil con Anice había sido peor que tragarse ese estúpido juicio. Iba ensimismada mirando las fotos que con el móvil le hizo a Alec, mientras dormía, la noche que estuvieron en Aberdeen, cuando sintió un tirón hacia atrás.

Por dios, Marta. Ten más cuidado – Clara acababa de evitar que un coche casi la atropellase por no mirar cuando iban a cruzar la carretera – un día de estos me vas a dar un disgusto por ir hablando por el puto móvil por la calle.
Joder, ya me vale – respondió Marta tratando de recomponerse del susto – lo siento.
No lo sientas y presta más atención para otra vez – le dijo arrancándole el móvil de las manos – y deja ya ese puto móvil. Por más que le mires la foto, no vas a resolver el tema.
¿Qué tema? – preguntó Dan curioso.
Ninguno – respondió Marta con una mirada de advertencia a Clara – cosas de chicas.

Dan se quedó con la mosca detrás de la oreja, pero prefirió no insistir. Si alguien tenía que hablar, esa era Marta, y mucho se temía, para su satisfacción, que algo tenía que ver con el piloto con el que rondaba últimamente y que había alejado sus posibilidades, por el momento.

Bueno, ¿qué os parece si vamos a tomar unas cervezas para olvidar este día? – preguntó Dan
Me parece estupendo – por obvias razones, Marta estaba deseando que el día acabase.

Se acercaron al local que se había convertido en favorito de Clara, cuestión que Marta estaba deseando saber por qué. Se tomaron las suficientes cervezas como para que Marta pudiese aparcar los peores pensamientos de su cabeza, aunque no olvidar. Estaba deseando ir a casa de Alec y que la hiciese el amor.

Una idea se pasó por su cabeza. Una locura, lo sabía. Pero sin darle más vueltas a la cabeza, se despidió de sus compañeros y tomó camino a casa de Alec. El bar no estaba muy lejos de la casa de su caballero y no tardaría más de diez minutos en plantarse en la puerta de su casa.

“Te voy a plantar cara, Alec Reid, se acabó el huir. De esta, o acabo en tu cama o acabo con el corazón destrozado, pero así no puedo seguir”. Y de nuevo se tocó el collar con las manos para asegurar que seguía ahí. Sintió como si el fantasma de su madre la estuviese acechando.

Según se acercaba al edificio de Alec, su corazón se iba acelerando más y más. Pensaba que se le iba a salir del pecho, pero ella siempre tuvo valor para enfrentar los problemas y entonces no iba a ser menos. Estaba decidida a luchar por el amor de Alec a toda costa. Pero lo que no se esperaba, era que al llegar, se encontraría a Anice saliendo por la puerta de la casa de su caballero. Despidiéndose de él con un cariñoso abrazo y un amargo beso en los labios. La borrachera se le bajó de golpe.

Marta creyó morir. Se fue acercando cada vez a paso más lento a las escaleras y fue observando el panorama con estupor.

Jamás pensó que Alec le haría eso, jamás pensó que su corazón se podría romper en pedazos tan pequeños al observar algo tan indigno de él, como la traición.

Su mundo se vino abajo en décimas de segundo.

Pero en vez de salir corriendo a llorar a su casa, hizo algo que podría entrar dentro del masoquismo puro. Se paró junto a las escaleras y esperó a que Alec la viese. En el fondo, quería conocer cuál iba a ser su reacción.

Y eso le hizo más daño que la traición de Alec en sí misma.

Anice bajó las escaleras sin descubrirla. Se fue justo del lado contrario por el que Marta venía. Alec la miró, agachó la cabeza y entró en casa sin decirle nada. Sin una maldita explicación, sin excusas vanas que tal vez podrían haberla consolado. Nada, simplemente entró en la casa y la dejó tirada ahí.

No hace más daño el que quiere, sino el que puede. Y Alec le acababa de robar el alma de un tirón.

Dio media vuelta, y sin una sola lágrima en los ojos, como cuando murió su madre, tomó rumbo a la residencia, donde llegó, se tumbó en la cama sin desnudarse, y entonces sí empezó a llorar hasta que la venció el sueño.

¡Marta, despierta! – unas manos agitándola en la cama intentaban arrancarla de su sueño. Ella en brazos de Alec — ¡Marta, coño despierta! Abajo preguntan por ti.

Se giró en la cama para colocarse boca arriba y se restregó los ojos para intentar despertarse.

¿Quién coño me busca a estas horas? – refunfuño ella más enfadada porque la hubiesen sacado del sueño que porque la hubiesen despertado en sí.
¿Estas horas? – Clara la miró alucinando – pues si estas horas lo llamas a las doce del mediodía, no sé lo que será para ti levantarse tarde. Joder, ha venido a buscarte no sé qué abogado con la policía porque hoy tienes que declarar en el juicio de la loca esa.
¡Coño, es verdad!

Se incorporó como un resorte de la cama, saliendo de la habitación para hablar con las personas que la esperaban. Alejandro era el abogado.

Marta, ¡qué te ha pasado? ¿Acaso no deseas testificar? – le censuró Alejandro.

“Ni que la pirada esa me importase un comino”, pensó.

No, perdona – se alisó la ropa y se apartó el pelo de la cara para intentar mejorar su aspecto – lo siento, me quedé dormida. Espérame diez minutos que me doy una ducha rápida y me cambio.
Tienes cinco. Testificas en media hora.

Marta le sonrió avergonzada y se fue a cambiar de ropa.

Llegaron a la segunda sesión del juicio atropellados. Marta todavía recolocándose el pelo con Alejandro agarrándola del codo para acompañarla.

Cuando Alec los vio entrar juntos, casi sufrió un síncope del ataque de celos que le dio. Parecía ser que él había olvidado lo sucedido la noche anterior, cosa que Marta, aún conservaba muy presente, demasiado. El dolor en el pecho retornó sin pedir permiso.

Todo el mundo entró en la sala excepto Marta, que todavía acompañada por Alejandro, debía esperar a ser llamada a declarar. Alec estuvo en la tentativa de quedarse con ella, pero sus prejuicios y el absurdo miedo que sobrevolaba su cabeza, lo detuvieron.

La segunda sesión del juicio continuó y llamaron a Marta a declarar como testigo de la defensa. Casi le daba risa que la preguntasen por Charo. Apenas la conocía y pocas cosas podía decir de ella, salvo que era una buena cliente del Darkness. Poco a su favor y una pérdida de tiempo para ella, que pocas ganas tenía de estar allí y menos de encontrarse con Alec, al que de buena gana le habría soltado una bofetada.

El dolor se iba transformando en ira. Y no había nada peor que una mujer enfadada.

Su colaboración finalizó y decidió largarse de allí cuanto antes. Dan y Clara ya la estaban esperando a la salida de los juzgados. Se estaba encaminando hacia la puerta, cuando Alejandro la llamó.

Quería darte las gracias por tu ayuda – la tendió la mano para estrechársela, pero ella no se la devolvió – recuerda que si me necesitas, estaré por aquí – y le entregó una tarjeta con sus datos, algo que ella no iba a aceptar, pero al ver que Alec los estaba mirando, la cogió.

Pudo vislumbrar la cólera en los ojos de Alec, lo que provocó la incomprensión de Marta, y más desde lo que había visto la noche anterior.

“Imbécil”.

Se despidió de Alejandro con dos besos en las mejillas y salió del edificio.

Por un momento, sintió la necesidad de mirar hacia atrás, pero se contuvo las ganas. No iba a darle el gusto de que Alec supiese lo mucho que le necesitaba, no cuando estaba claro que a él le importaba más bien poco.

Llegó a la residencia y se encerró a realizar el proyecto de posgrado en el que estaba. Una buena dosis de historia sobre lenguas en peligro de extinción la harían centrarse en algo más que su caballero.

“Caballero…capullo tal vez”.

Una lágrima amenazó con escaparse, pero la retuvo con la rabia que llevaba dentro. No lloró ni por su madre, mucho menos lo iba a seguir haciendo por él.

Él.

La había sacado de su vida a lo bestia, poco o nada normal en él. Alec se sentía mal, pero no por haberla dejado, era lo mejor para ambos, más bien por la forma de hacerlo. Ser tan ruin no iba con él, pero saber quién era Marta, fue la puntilla a un titubeo que no hacía más que martillearle en la cabeza desde el principio. Esa mujer no era para él. Más joven, con toda una vida por recorrer, otras historias, otro tipo de hombres.

Una gota de sudor le cayó por la frente al pensar eso. La sola idea de verla con otro le enfermaba. Le daban ganas de romper con todo lo que tenía a su paso, pero no podía hacerle eso a ella. Vivir con alguien que no era para ella. Y encima estaba el lastre de ser la hija de Teresa.

“Me dijiste que rehiciese mi vida, y vas y me metes a tu hija por medio. Inteligente hasta en eso, mi ama…”

Esa última palabra le dejó un vacío que no recordaba haber tenido antes. Algo había cambiado en él sin darse cuenta.

Una noche de lluvia con tormenta, dos personas que se despiertan de repente con un escalofrío y ya no se pueden volver a dormir.

La noche dio para pensar mucho.

La tormenta dio paso a un huracán interno. Uno que nunca olvidarían.


Pura magia
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