Capítulo 2
Miró el despertador y eran las 5:20 de la madrugada. De nuevo se había vuelto a despertar soñando con él. Húmeda y caliente, podía sentir sus manos recorriendo cada centímetro de su sonrosada piel a causa de sus impunes azotes. Estaba excitada, quería sus besos, quería su boca, lo quería a él. Era suyo.
Sus manos respondieron a la inercia del deseo y fueron bajando sigilosamente de los pechos a la pelvis. No quería hacerlo, pero todo le llevaba a él. Puso los dedos en el vértice de su entre pierna y poco a poco empezó a tocarse tal y como lo hizo él aquella noche. Aquella maravillosa noche que se entregó a su magia, a su dominación y que sacaron de ella la extrema lujuria que no se ha apaciguado desde entonces.
Aún podía recordar el momento en el que se encontraron en Edimburgo. Sabía que él estaría allí y fue con toda la intención de provocarle.
Llegó a la fiesta del Torture Garden Fetish Club ataviada como la perfecta Sumisa. Un mono en vinilo negro con aberturas de cremallera en los pechos y en la entrepierna. Botas altas hasta la rodilla de tacón de doce centímetros y en su cuello, un collar de Sumisa puesto solo para él. Porque, era suya desde el instante en que posó sus ojos en él cuando le conoció en el Darkness.
Se encontraba cerca del escenario donde había un increíble espectáculo de Sumisión absoluta entre una mujer y dos hombres, cuando cruzaron sus miradas. Y pasó.
Un impulso desgarrador los atrajo hasta quedarse a un suspiro el uno del otro. Sus cuerpos se rozaban lo justo para sentir cómo vibraban con ese leve contacto. Nunca antes habían sentido nada igual. Alec respiraba de manera entrecortada y Marta podía sentir cómo el aire que salía de su boca tocaba su torturada piel haciendo bullir la sangre de sus venas. No se decían nada, solo miradas. Verde contra azul y fuego alrededor. El cruce de miradas que hubo en el, Torture Garden se había convertido en un volcán a punto de estallar, porque para Alec, saber que a ella le atraía realmente su mundo le supuso una revelación imposible de obviar, y más cuando él se había sentido eclipsado por su aparente sumisión cuando la vio la primera vez.
Alec agachó su cabeza sosteniendo su mirada como queriendo absorber la energía que manaba de los ojos de Marta. Más cerca, más intensidad, un poco más cerca, a escasos milímetros de su boca. Un roce, y justo en el instante que Marta pensaba que iban a sellar sus labios, Alec, cogiéndola por sorpresa, la tomó por la cintura aupándola sobre sus hombros, y avanzó con ella a cuestas mientras se dirigía a una de las salas privadas profiriendo por el camino palabras de lascivo castigo.
Esa noche solo fue la consecuencia definitiva de lo que se había fraguado en Madrid. Intercambio de miradas, proposiciones no confirmadas con palabras, pero que los ojos decían todo lo que necesitaban saber. Pero nunca palabras. ¿Por qué? Siempre era Alec el que ponía las distancias, Marta en cambio se dejaba querer, porque lo deseaba, como nunca antes había deseado a nadie.
Mientras sus manos llegaban a sus pliegues, podía sentir los dedos de Alec recorriendo el mismo camino, provocándola, pidiendo algo que nunca antes Marta había dado a ningún hombre, y mucho menos a ningún Amo. Su alma.
Y continuó con sus caricias hasta que de repente, se separó de ella, sintiendo un escalofrío a su alrededor y la consiguiente sensación de vacío interior.
Giró su cabeza para comprobar cómo Alec se acercaba a una estantería tapada con unas cortinas de terciopelo rojo y extrajo unas esposas de piel negra
Marta se sorprendió por la reacción de Alec, sabía de sobra lo que debía de hacer cuando estaba con un Amo, pero pensaba que con Alec sería distinto, porque él siempre fue amable con ella, y porque supuso que la atracción que creía recíproca, provocara un tono más suave con ella, “era siempre todo un caballero” pensaba. No, se equivocó.
Lo que no imaginaba, es que tras esa fachada de Amo duro que él trataba de representar, había un escudo protector hacia ella, solo por ella. Ella podía causar estragos en algo más profundo que su corazón, y por eso utilizaba su aparente frialdad para evitar que Marta llegara a él, aunque a veces, no fuera suficiente.
Alec se acercó de nuevo a Marta, tuvo que tomar aire y cerrar los ojos para contenerse: Vació sus pulmones, abrió los ojos y la miró. Ahí estaba su chica, estaba totalmente hechizado por ella, la iba a tomar y estaba emocionado. Pero, no quería que ella se diese cuenta. Iba a poseerla una vez, solo una vez y la apartaría de su lado lo más lejos posible. No podía enamorarse de una niña como ella, no alguien como él, un Amo solitario.
¿Y él, le daría todo a ella?
Una vez la mantuvo firmemente sujeta a la silla, se irguió y expulsó el aire que sin darse cuenta llevaba contenido en sus pulmones. Una sensación de calma repentina se apoderó de Alec, y en vez de actuar mecánicamente en sus impulsos de Amo, tomó aire de nuevo y se quedó mirándola desde atrás.
Marta estaba quieta en la silla de espaldas a él, sensualmente amarrada por las esposas y se moría de ganas por dominarla y hacerla suya por completo. Aunque tenía que ser paciente, quería disfrutar de cada uno de los segundos que la tendría a su merced, pero debía mantener el control, y eso, por algún extraño motivo, con ella era complicado.
Ella se revolvió en su postura dada la incertidumbre que le provocaba la inactividad de Alec. Giró su cabeza y le miró.
Marta se quedó un poco decepcionada por su reacción, pero sabía que debía actuar con sumisión si quería obtener de Alec lo que venía buscando.
Se removió inquieto, y tras una nueva pausa, se fue acercando a ella, poco a poco, igual que cuando una fiera está a punto de atacar a su presa, con sigilo, sabedor de que la va alcanzar y devorar con el más absoluto placer. Marta se giró de nuevo y le miró a sus impresionantes ojos claros, los cuales que se habían vuelto más oscuros, como si se estuviese desatando una tormenta en ellos. Ella contuvo el aliento y entonces se produjo ese instante de magia y conexión física que provocaba una burbuja a su alrededor y les aislaba del mundo.
Alec se colocó a su espalda, respiró sobre el lóbulo de la oreja de Marta y ella se estremeció con delirio.
Nada más que sus labios, eso le pedía su niña, pero él no se los podía dar tan pronto. Si lo hacía, perdería el control y la follaría hasta que perdiesen ambos el conocimiento. Así que sacó al Amo, de donde demonios se hubiese escondido, y empezó con la tortura. Para los dos.
Alec acercó su mano derecha al tobillo, y poco a poco en camino ascendente, fue subiendo por la pantorrilla, rozando levemente la piel de Marta. Los gemidos de placer de ella avivaban su deseo. Y, si solo eso, estaba provocando esa firmeza en su miembro, no sabía que podría pasar con lo que tenía pensado hacerle esa noche. Se paró a la altura de sus nalgas, y con un azote seco, hizo que su piel se erizara y que tal y como suponía, soltó un gemido que le excitó todavía más.
Tenía un enorme poder sobre él.
Se recompuso y le asestó otro azote, y otro más y otro, mientras ella gemía del más maravilloso placer que él nunca pensó que podría sentir. Uno más cerca de sus pliegues y Marta estuvo a punto de alcanzar su ansiado orgasmo. Paró, y ella sintió que le absorbía una mezcla de placer y dolor entre sus piernas. El calor que sentía en sus nalgas se había propagado por el resto de su cuerpo. Necesitaba más, lo necesitaba a él dentro.
Alec sentía que por cada azote que le daba, iba perdiendo cada vez más el control. Que ella se apropiaba de su interior sin permiso. Decidió dejarse llevar por un momento. No debía, pero ansiaba sentir esa sensación que una vez tuvo, la magia, el hechizo de la entrega y saberse correspondido. No eran dos personas, eran un solo ser.
Se acercó a ella, tanto que Marta podía sentir perfectamente la dureza de su miembro presionando en su baja espalda y Alec continuó con la tortura de ambos.
Su lengua rozaba con suaves toques la piel de Marta y la hacía estremecer hasta tragarse su propio aliento. Quería gritarle, decirle que acabase, que le diese su clímax, pero no podía. Obedecería y gemiría en silencio, rogando por su cordura. Lo que no podía deducir, es que, él se sentía igual.
Un ruido a sus espaldas sacó a Alec de su utopía. Miró hacia atrás, y entre bambalinas pudo vislumbrar la sombra de una mujer menuda mirándoles, que al sentirse descubierta salió despavorida. ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¿Qué demonios estaba haciendo exponiendo a su mujer de esa forma? ¿Se había vuelto loco?
Pero la mujer había desaparecido y volvían a estar solos. Su cabeza era una constante de contradicciones donde solo cabía un fin. Acabar con esa locura que no debía volverse a repetir, por más que su alma lo anhelase.
Marta…ella…su cuerpo le llamaba…
No se demoró mucho más. Con algo de violencia abrió a Marta de piernas y situó su boca a la altura de su placer. Se detuvo unos segundos y cerró los ojos. Era una imagen que quería grabar en su memoria. Sus dulces y húmedos pliegues rogando por su atención, por él.
Y la devoró. Pasó su lengua por sus labios menores y Marta se estremeció de nuevo, pequeños roces de la punta de su lengua la estimulaban, estaba bailando en ella. Se ayudó de sus dedos, que hasta cierto punto sirvieron de contención para no volverse loco del todo, y la poseyó con firmeza. No, no lo haría, no podía. Si entraba en ella con su miembro, sabía que nunca querría salir. Así que la poseyó con su boca y sus dedos con toda la paciencia que su estúpida caballerosidad permitía. Su lengua seguía danzando en ella, ahora los labios mayores y después el clítoris, con dulzura sí, pero con avaricia también. Ella contenía su gemido, era maravillosa, todo lo que hubiese podido desear, pero que no debía tener. Cerró sus ojos y se recreó en el momento. Sus dedos acariciaban sus paredes vaginales con esmero. La iba a dar el mejor orgasmo de su vida, pero lo que no sabía, era que con ese clímax una parte de ella se iba también con él.
Continuó con su infame tormento. En un impulso egoísta, quería que sintiera cada partícula de su piel, que no lo olvidase. Que cada vértebra, cada músculo, todo... se impregnase de él. Su lengua se movía con codicia por su dulce tesoro. La devoró más y más hasta dejarla al límite. Su intención era dejarla ahí, pero no pudo parar, y se lo dio. En Marta explotó el más devastador orgasmo que nunca antes había tenido. Directamente voló por los aires, como si cientos de fuegos artificiales anidasen en su vientre, como si su cuerpo se desmembrase en millones de partículas de placer y se desperdigasen por toda la sala y gritó como nunca antes lo había hecho, y lo más duro para él fue que lo hiciera con su nombre en los labios.
Alec seguía agachado, en silencio, con los ojos cerrados. Esa conexión que había sentido con ella fue impresionante. Se asustó. No sabía cómo, pero con Marta sentía algo que no era capaz de describir. Ella había roto sus defensas sin apenas esfuerzo y eso no lo podía consentir. Por lo que, se recompuso como pudo, se incorporó, desató a Marta y con el gesto tan frío como pudo la miró.
Como ella no reaccionaba, fue él quién, como el cobarde que era, se dio la media vuelta dejándola desolada. Pero antes de que él atravesara los biombos, no pudo evitar oír las últimas palabras de Marta.
Alec giró la cabeza, la miró con frialdad y gruñó algo en inglés que Marta no logró entender. Salió y desapareció entre la gente.
Esa fue la última vez que lo vio hace ya meses. La que provocaba cada una de las noches de placer que ella misma se daba, rememorando ese momento. Añoraba su tacto en sus manos, su lengua avasallándola sin descanso, sus dedos y su pasión. Entonces volvió al instante en el que él le obsequió con su clímax, él único que había sentido a su lado, pero también el único que había provocado en ella todas las sensaciones que le quemaban en la piel. Continuó tocándose con los dedos desatada, con furia, con anhelo. ¡Ojalá fuera él quién estuviera ahí y no sus propias manos! Y siguió, y por fin voló.
Y finalizó con los ojos llorosos, mirando al techo de la habitación con un juramento en la cabeza.