Capítulo 21
Una cama de madera con la colcha blanca en una habitación antigua. Dos miradas que se perdían mientras el mundo giraba y ellos no se daban cuenta.
Alec agarró por las mejillas a Marta y, por primera vez, fue capaz de mirar en su interior. Sin miedo, emocionado y enfrentando sus sentimientos.
La besó. Puso sus labios en los de ella con suavidad. Tomó su boca con un suave roce, queriendo saborearla con calma, saciando su hambre con pequeños bocados y sensaciones infinitas que buscaban marcar ese momento.
Se separó de ella por un instante y tocó sus labios con la yema de los dedos, delineando su sonrisa con ellos. Poco a poco se fue deshaciendo de su ropa, que tan lejos le dejaba del contacto con su tersa piel. No tenía manos suficientes para atrapar el cuerpo de su pequeña. Lo hacía con delicadeza, pero apremiado por el deseo que había estado escondiendo y que ahora salía desbordado.
Marta estaba en éxtasis. Era incapaz de apartar la mirada de él por miedo a que fuese un sueño. Alec la animó a desnudarle, cosa que hizo con algo de torpeza, pero no por inexperiencia, sino por la anticipación de saber lo que iba a suceder en esa habitación.
Y en ese instante no hubo más que dos cuerpos desnudos que ponían sus almas al descubierto.
Alec la tumbó en la cama e inició un reguero de caricias que adentraron a Marta en otro nivel. Él, acuciado por la necesidad de su contacto, tomó las manos de Marta y las puso debajo de las suyas, para que las manos de ellas siguieran el mismo camino que las de él. Un paseo por su cuerpo que le encendió más allá de lo permitido y que elevó sus emociones a lo más alto. Definitivamente no era una sesión de sexo desenfrenado, era el más puro e infinito amor.
A la devoción de sus cuerpos, le siguió la de sus bocas. Besos que los entrelazaban en pequeños instantes de pasión. Sus lenguas jugaban a buscarse, a huir, a encontrarse. Y a cada paso que lo hacían, el deseo les apremiaba más y más.
Marta podía sentir como la erección de Alec se intentaba abrir camino. Uno que parecía ya conocer a la perfección y que entonces solo reclamaba su espacio. La reclamaba a ella.
La cogió por las rodillas y elevó sus piernas lo suficiente como para poder acceder a su interior. Entonces se fue encaminando torturándola dulcemente, despacio, entrando en ella con la misma delicadeza que se trata un objeto de cristal. Disfrutando de la agonía de pensar que podría ser un salvaje y entrar en ella de forma bestial, pero no. Quiso disfrutar de la sensación que le provocaba estar piel con piel, tocando sus paredes y haciéndola estremecer a cada ínfimo paso que avanzaba. Llegando a lo más profundo de su interior sabiendo que estaba poseyendo cada centímetro de su ser.
Una vez que no pudo avanzar más, se paró. Puso las manos en sus mejillas, la miró a los ojos y entonces ambos lo supieron. Conexión.
Alec empezó sus suaves acometidas acompañado de los movimientos de cadera de Marta. No dejaban de mirarse a los ojos. Temían dejar de hacerlo por si todo se desvanecía.
Alec bajó sus manos a las caderas de ella para acompasar las acciones de ambos. Empezaron a bailar. Una danza que poca música tenía, pero que los dos conocían la melodía a la perfección.
Un primer orgasmo la asoló con tal furia, que solo los sentimientos que la absorbían hasta hacerla desvanecer, eran capaces de sacar lo que llevaban dentro. Gimió como nunca antes lo había hecho. Gritos sordos que rodeaban la habitación de un ambiente de placer y los aislaba en una burbuja de desoladora pasión.
Alec realizó un suave giró sus caderas que puso a Marta al borde del abismo. Su pelvis la rozaba de tal forma que el segundo orgasmo la rondaba y se desvanecía de la misma forma una y otra vez.
Alec soltó una carcajada que hizo que todo su cuerpo temblase, lo que no ayudó en nada al inminente orgasmo de Marta. Cuando él dejó de reírse, este volvió a desvanecerse. Marta se rozó aún más con él para volver a buscarlo. Alec la retuvo.
Esa afirmación la pilló a Marta de improviso. No esperaba esa confesión de Alec, y mucho menos esa noche.
La emoción que le embargó, provocó que una lágrima se escapase por su mejilla. Alec estaba enamorado de ella y eso la conmovió. Alec atrapó la lágrima con un beso. Pero entonces, hubo algo de lo que Marta no se había percatado, y es que Alec también estaba llorando, a lo que ella respondió haciendo lo mismo con su lágrima.
Ahí, Alec reaccionó, y como obsequio a su detalle, comenzó a embestirla con mayor fiereza. Los gemidos del uno y el otro se fueron intercalando. Alec acercó su mano hacia el preciado botón de Marta y tiró de él para despertar en ella el orgasmo más demoledor que nunca antes le había provocado.
Él la acompañó un segundo después derramándose de tal forma, que muchos de sus demonios huyeron con él.
Marta le miró con los ojos cargados de lágrimas y rota por la emoción. Había dicho su nombre, ¡el suyo! Eso era mucho más de lo que nunca había esperado de él.
Acabaron como empezaron, juntos. Alec salió de ella y se colocó de espaldas. Se limpió las gotas de sudor que caían por su frente y resopló. La miró, sonrió y como a una muñeca, la cogió por la cintura y la puso a horcajadas encima de él. Se incorporó y se puso a su altura. Apoyó las manos en el colchón para equilibrarse y tomó aire de nuevo. Para él era muy difícil hablar de sentimientos. Marta miraba hacia un lado.
Marta le miró con una mezcla de sentimientos, decepción, esperanza…
No hicieron falta más palabras, con la mirada se bastaron para cerrar un contrato que estaba más que sellado desde hacía mucho tiempo, más del que se pudieran imaginar.
Alec se tumbó de nuevo en la cama y se rozó contra ella. Algo de nuevo se había despertado y buscaba más acción.
“Esta chiquilla me va a matar de placer”
Tomó su erección y la encaminó de nuevo hacia su lugar favorito. Marta, por supuesto, no le rechazó. No lo haría por nada del mundo. Estaba dispuesta a sacar de su boca las palabras que tanto deseaba y lo iba a pelear, con uñas y dientes.
El alba los despertó a la vez. Que amaneciese a las cinco de la mañana no ayudaba al sueño, como tampoco lo hacía la erección de Alec que le estaba dando los buenos días a Marta desde hacía rato.
Marta la cogió y la guió hasta su cavidad. Ya no necesitaron más. Otro juego con mayor intensidad que la noche pasada.
Marta apretó sus muslos de la sensación que le produjeron esas palabras. La voz de Alec era como un interruptor que activaba su deseo de forma descontrolada.
La ducha y los juegos. Eran niños practicando juegos de adultos.
Salieron del baño entre risas y bromas. Estaban pegados como lapas, no podían dejar de tocarse. Se buscaban y provocaban. Habían liberado sus sentimientos y ya nada los podría esconder de nuevo. O al menos eso creían.
Se estaban vistiendo para volver a Edimburgo, sin dejar de mirarse el uno al otro. Comiéndose con la mirada, era algo adictivo.
Marta miró a su alrededor negando.
Alec la miró con una falsa mirada de molestia.
Ella le sonrió feliz al saber que ya contaba con ella para cuestiones ajenas al sexo compartido.
En ese instante, el sonido del teléfono de Alec interrumpió la conversación. Llamaban del trabajo y Alec debía responder.
Marta asintió con la cabeza y se agachó a recoger la cartera, con tan mala suerte que al cogerla, la cartera se abrió y se cayó parte del contenido por el suelo.
Al recoger las cosas del suelo y rebuscar en la cartera, encontró una foto de Alec en la que estaba guapísimo. Tenía unos años menos, pero lucía la misma sonrisa que tanto le cautivaba a Marta. Estaba acompañado por otra persona, y cuando se fijó bien en ella, sintió que una gota de sudor frío le bajaba por la frente y se quedó inmóvil, helada. Alec la miró extrañado.
Marta se fue acercando a él con la fotografía en la mano y en absoluto silencio. Le miraba a él y miraba de nuevo la foto incrédula.
Alec miró la vieja foto y una sonrisa apenada apareció en su rostro.
La miró desconcertado por su respuesta, no entendía lo que quería decir.
Alec se quedó petrificado con lo que acababa de oír, no se lo podía creer. Tenía que haber alguna confusión, él conocía muy bien a Teresa.
A Marta se le hizo un nudo en la garganta. No podía ni tragar saliva. Teresa. Hacía muchos años que no oía a nadie pronunciar el nombre de su madre.
Alec se llevó las manos a la cabeza y comenzó a pasear por la habitación horrorizado.
Esas palabras casi se las tuvo que tragar porque si lo pensaba bien, la personalidad de Marta era clavada a la de Teresa.
Siguió mesándose la cabeza con las manos, mientras la desesperación le iba ahogando. No podía ser, eso no, ¿era posible que se hubiese enamorado de la hija de Teresa? ¿Enamorado de la madre y de la hija? Imposible.
Marta se dirigió a la silla donde se encontraban sus pertenencias y cogió su bolso. De él extrajo una vieja foto, arrugada y se la mostró a Alec.
Alec tomó la vieja fotografía de una Teresa rebosante de felicidad. Recién graduada en la universidad y con un brillo en los ojos que él nunca vio. Pero era ella, sin duda era ella. Nunca podría olvidar esa sonrisa.
Un nausea le sobrevino repentina. Un recuerdo que rescató de su memoria y que al mirar a Marta se hizo más vivo que nunca. El día que se despidió de Teresa en el cementerio de la Almudena.
También el recordatorio de algo tenía escondido en su alma.
“No tengo permiso para amar, porque todo lo que amo se destruye”.