Capítulo 19

 

Hacía mucho que nadie había practicado el safecare con ella. Después de una dura sesión, se había empezado a habituar a amos que no cuidasen de ella. Acababan y se iban.

Con Alec era distinto. Era un amo de los de verdad e iba a acabar todo el ceremonial de una sesión como mandaban los cánones.

“Es más que eso y lo sabes”      

Me encanta saber que me vas a mimar ahora, mi señor.
¿Nunca te han mimado después de una sesión? – se arrepintió de la pregunta al segundo del haberla hecho. Los celos acamparon a sus anchas en ese instante – déjalo, prefiero no saberlo.

Marta miró a un lado y sonrió satisfecha. Por otra parte, Alec también, porque en el fondo, saber que él era el primero en eso, le henchía de orgullo.

“Cabrón posesivo” ese pensamiento lo tuvieron los dos a la vez. Reflexión que hizo que ambos se mirasen y provocara su risa al imaginar lo que estaban pensando.

De repente Marta se llevó las manos a la cabeza asustada.

Dios mío Alec, no nos hemos protegido, joder…

Alec la miró como si no le importase lo que acababa de suceder.

Alec, ¿me escuchas? – Marta se incorporó de la bañera para mirarle más cerca, mientras Alec se mantenía en silencio – ¡Alec, Joder! – le zarandeó por los hombros.

Marta se revolvió para salir de la tina enfadada al comprobar que Alec no reaccionaba. Mojada, se dirigió de nuevo a la habitación para buscar su ropa. Alec la siguió con tranquilidad. Marta no entendía su reacción. Se giró para mirarle furiosa.

¿Me quieres responder, Alec? – le dijo señalándole amenazante.
No lo haré hasta que te calmes.
Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, serás…
Marta no te pases, cálmate.

Marta recorría la habitación como un león enjaulado, enfadada con él y consigo misma por haber permitido el sexo sin protección.

¿Por qué? ¿Por qué?

Entonces se detuvo en medio de la habitación, se giró le miró y el enfado aumentó.

¿Cómo coño has sabido que tomo la píldora, Sherlock?

Alec la miró con suficiencia levantando una ceja. Se fue acercando a ella como un león a su presa, desnudo, excitado de nuevo y mordiéndose el labio.

Tengo mis recursos, nena.
No te acerques, Satán – dijo ella apuntándole con los dedos en cruz – confiesa antes de que me hagas caer en tus redes.
¿Vas a caer igual? Entonces para qué responder si en dos minutos voy a estar dentro de ti de nuevo. Estamos perdiendo el tiempo.
¡Contesta, capullo engreído!
Está bien – dijo él poniendo los brazos en señal de rendición y poniéndose a su altura – te las vi en la mesita de noche el día que fui a tu residencia. Hablo español, ¿recuerdas? Además, yo no tengo la culpa de que en un momento de lujuria, ¡tú, pedazo de bruja! – la apuntó con el dedo – me hagas perder el control.

Se quedó sin palabras, bueno casi, porque no podía dejarle ganar sin más.

¿Y qué hay de las enfermedades de transmisión sexual? Tú que te has follado a media Escocia – le devolvió ella la acusación con el dedo.
Y mi niña es una santa.

Marta entrecerró los ojos furiosa y con ganas de soltarle la bofetada de su vida. Aunque tuviese razón, no se la iba a dar.

Cretino.
Hechicera.

No la dio tiempo a más, la tomó de la nuca y la comió la boca como si no lo hubiese hecho en años. No quería hacerlo, pero quiso que ella estuviese tranquila, y tenía muy claro que quería estar dentro de ella de nuevo piel con piel. Se apartó desganado y la miró a los ojos.

Estoy limpio, muy limpio y estoy seguro de que tú también. Pero si te quedas más tranquila, nos hacemos la prueba y punto.
Y punto.

La cogió de nuevo en brazos y la tumbó en el suelo. Esta vez no fue una sesión. Simplemente la hizo el amor. Algo que no hacía desde mucho tiempo atrás. O tal vez nunca.

Marta se despertó con los besos de Alec por su cuerpo. Sonrió y miró hacia abajo. Él se dio cuenta de que se había despertado y la miró con la sonrisa más deslumbrante que le había visto nunca.

Hola caballero.
Hola bruja. ¿Me acompañas a desayunar?
¿Desayunar? – Marta intentó incorporarse pero Alec no la dejó — ¿qué hora es?
Hora de besarte.

Sin dejarla reaccionar directamente tomó sus labios, de nuevo como si no hubiese mañana. La pasión les desbordaba y Alec le mordió el labio inferior de tal forma como si quisiera marcarla. Marta se diluía entre sus brazos, pero un golpe de realidad la despertó del sueño.

Espera, espera – miró su reloj y se alarmó – ¡maldita sea! Es tardísimo, tengo que entregar hoy un trabajo del posgrado o me echarán.
No lo creo eres muy inteligente – Alec intentó empujarla sobre el suelo pero Marta no se dejó.
Alec, de verdad, no puedo – se soltó de sus brazos de mala gana y se levantó – llegué a posgrado fuera de fecha y si lo quiero continuar tengo que entregar este trabajo o mi tutor me matará.
Tu tutor quiere otra cosa de ti, y no es precisamente tu trabajo — Alec se levantó del suelo malhumorado y se fue, con toda su esplendorosa desnudez, directamente al baño.

Marta no pudo evitar hacer otra cosa sino reírse. Se acercó al baño, donde Alec se encontraba apoyado de frente al lavabo y mirando a la nada. Ella se fue acercando y le abrazó por la espalda.

¿Mi caballero celoso?
Sí – esa respuesta tan directa le sorprendió tanto a Marta como al propio Alec, que se giró sobre sí mismo para mirarla a los ojos tomándole de las mejillas –me pudre la idea de saber que ese tipejo te desea, y como te toque un pelo, le junto el pecho con la espalda de un golpe.
Bestia – le reprendió dándole a su vez un golpe en las costillas – no serás capaz – Alec la miró con la ceja enarcada – además yo no te permitiría nunca dejar que te comportes como un cavernícola por unos estúpidos e irracionales celos.
¿Tú? ¿Tan pequeña? Lo dudo.

Y con el mínimo esfuerzo la cogió en brazos y la colocó en su hombro como el cavernícola que era para meterla en la ducha con él. Marta se revolvía inútilmente sobre él riéndose a carcajadas.

Bájame capullo, tengo que irme.
Me temo, pequeña – la fue deslizando sobre su cuerpo mientras sus miradas se enganchaban – que vas a llegar tarde.

Entonces encendió la ducha de repente y un chorro de agua fría la hizo gritar por la sorpresa. Enroscó los brazos alrededor de su cuello y le besó, y ya no hubo nada más a su alrededor que ellos dos.

Alec le acercó a la residencia en su coche. Parecía un adolescente llevando a su chica a casa. No recordaba haberse sentido antes así. Era algo completamente nuevo, pero se sentía fenomenal. Paró el coche cerca de la puerta y se quedaron mirando el uno al otro.

Bueno, será mejor que me vaya – dijo Marta titubeante sin saber cómo despedirse.
Preferiría que no te fueses – llevó su mano a la mejilla de Marta y la fue bajando hasta llevarla al collar – preferiría llevarte a mi cama, atarte y darte lecciones hasta que no puedas andar.

Marta puso los ojos como platos alucinada. Otra vez la volvía sorprender.

Mi señor…
Alec, no estamos en una sesión. Aquí soy Alec – Marta no pudo ni pasar la saliva de la garganta de la emoción por sus palabras.

Sin contención alguna, Alec tiró del collar y la acercó a él lo justo para que sus labios se rozasen, ambos entrasen en la tensión justa como para que el deseo emergiese de sus cuerpos.

Pero – Alec se humedeció los labios lo justo para que su lengua se rozase con los de Marta – te tienes que ir, señorita.

Le dio un beso fugaz y se apartó de ella. Marta agachó la cabeza y negó sonriendo mientras llevaba su mano a la puerta para abrirla. Pero Alec la detuvo.

Mañana he quedado con Declan y Henar para tomar algo, ¿te apetece venir con nosotros? – por un momento se arrepintió de habérselo preguntado, pero al ver la cara de satisfacción de Marta, se le borraron las dudas de golpe.
Me parece estupendo – y ahora fue Marta la quién le sorprendió con el beso fugaz y salió por la puerta.

Avanzó hacia la entrada del edificio prometiéndose que no miraría atrás. No quería que viese su rostro lleno de felicidad, pero no pudo evitarlo, se giró y descubrió que él seguía allí mirándola con la misma cara de idiota que ella. Intercambiaron una sonrisa y Marta siguió su camino.

Entraba ya en su habitación cuando le llegó un mensaje al móvil.

“Huiste de mí tan rápido que no me dio tiempo a decirte la hora ni el sitio, pero he pensado que mejor te paso a buscar. A las 6, y no tardes o mi mano se irá directamente a ese precioso trasero y te lo pondré muy colorado”

Su respuesta no se hizo esperar.

“Entonces tardaré”

Su sonrisa de satisfacción se podía vislumbrar desde el mismísimo puerto de Edimburgo.

“Sumisa impertinente”

Y Marta, en un arranque de atrevimiento mayor no le respondió. Sabía de sobra, que eso acabaría en un dulce castigo.

Zorra y malagradecida compañera – el insulto por saludo que le profirió Clara le sacó de su burbuja — ¿has estado follando toda la noche con el madurito?
Sí loca – Marta la miraba con una sonrisa en los labios – bueno, no toda la noche, pero casi. Para su edad está muy en forma.
Pues ya puedes quitar esa cara de bien follada y volar, es tarde y el profesor Oakley espera ansioso tu trabajo – Marta entendió a la perfección el doble sentido de sus palabras – aunque creo que ese hombre no es para ti.

Marta la miró extrañada por su afirmación.

Si supiese lo que te gusta que te hagan en la cama, lo espantarías.
No hago nada malo Clara, solo son gustos distintos – Marta la miró con el ceño fruncido.
No me refiero a eso. Creo que eres demasiado mujer para él — la apuntó con el dedo en el pecho – y ese es un gatito, creo que le va lo simple.

Ambas se rieron a carcajadas encaminándose a la universidad a toda prisa.

Entraron con todo el sigilo posible que pudieron en clase, pero fue inevitable que el profesor les lanzase una mirada de desaprobación.

Llegan tarde, alumnas. ¿Demasiada fiesta en Edimburgo? – les dijo con una ceja arqueada.
Opss, este está celoso – susurró Clara al oído de Marta.
Calla boba, lo dudo.
¿Algo que deba saber? – Dan las interrumpió acercándose a ambas. – Espero que su trabajo sobre el desarrollo del gaélico en el siglo XV, señorita Santiago, sea tan interesante como la conversación que ahora mantienen.

Dan se dio la media vuelta y continuó con la clase.

Clara se volvió a acercar a Marta.

Joder celoso y cachondo, creo que se le ha puesto dura nada más verte, mírale.

Y Marta no pudo evitar reírse en un susurro.

La mañana avanzó y Marta pudo entregar su trabajo a un Dan que no tuvo ni una mirada amable con ella en todo el día. El chico simpático que había conocido la noche que llegó a Edimburgo, se había transformado en un estúpido profesor al que solo le faltaban las gafas de pasta y la pajarita. Ella intentó no darle mayor importancia, pero sabía que su cambio de actitud, algo tenía que ver con su caballero.

He quedado con él mañana – le confesó Marta a Clara mientras salían de clase.
¿Otra vez? – la miró Clara alucinada – eso son clases intensivas, nenaaaa
No es para una sesión, hemos quedado con Declan y Henar para tomar algo, ¿te vienes?
Ay, no chata, no pienso ir de aguanta velas entre parejas de enamorados.
No irás de aguanta velas, no nos hacemos arrumacos en público, ¿sabes? – de repente se acordó de la despedida matutina y se rió.
Sí ya veo que no, tu cara lo dice todo. Paso, además – Clara se paró a medio camino – tengo planes.
¿Planes? ¿Con quién, con los chicos?

Clara la miró con una sonrisa inocente.

No – se llevó la uña a la boca y se la empezó a morder nerviosa.
¿Con quién, entonces? – le dijo extrañada.
Con Héctor – la miró con vergüenza al ver la cara de asombro de Marta – sí, ya sé, pero es que creo que me gusta el madurito…
Clara, ten cuidado – cambió el gesto de sorpresa a preocupación – sabes lo que le gusta y Héctor es muy…no sé cómo decirlo, muy exigente y si no estás a su altura, te dejará tirada y te acabará haciendo daño.
Déjame intentarlo al menos, de momento es paciente conmigo – ahora la mirada era de falsa inocencia – además folla como una bestia.
Ayy, Claire – le dijo con un acento escocés – que basta eres hija.
Fue a hablar a la que le gusta que le azoten mientras la follan, menudo ejemplo chata.

Y ambas se fueron riendo, mientras una mirada las seguía los pasos sin que ellas lo percibiesen y escuchaba su conversación.

Zorra calientabraguetas, serás mía y ese puto viejo se quedará solo de nuevo – susurró para que no le oyesen.

El día transcurrió en un continuo intercambio de mensajes entre Alec y Marta. Promesas de castigo por haberle dejado sin contestar la conversación de la mañana, se teñían de palabras románticas que a Marta la dejaban sin respiración.

“Voy a masturbarme esta noche pensando en ti, hechicera, en todas las cosas que te voy a hacer cuando estemos de nuevo a solas. Te ordeno que tú lo hagas también”

“No hace falta que me lo pidas, era algo que entraba en mis planes”

“Grosera”

“Mandón”


Pura magia
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