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Al mediodía la foca estaba investigando la línea de la playa de Amity Sound, donde rompían las olas. Había pasado la mayor parte de la noche en el lugar donde perdió a su cachorro. Finalmente llegó a salir en la playa, a pesar del olor a perro. Allí sintió que estaba muy cerca del lugar donde había estado su pequeño. Olió la arena. El olor de la sangre de su cachorro la excitó sobremanera.

Pero no estaba más allí, y por fin, de madrugada, ella volvió al agua. Flotó cerca de la orilla durante una hora, indecisa. Vio al extraño hombre de dos colas que se zambullía y oyó su respiración durante la media hora que estuvo revisando el fondo, como un tiburón en busca de rayas.

No temía al buceador. La experiencia le había enseñado que la dejaría en paz.

Cuando se fue, nadó paralelamente a la playa hasta llegar a las rompientes de Amity. Se levantó sobre las rocas, a salvo del terror que aún presentía dentro del mar. Se acostó bajo la blanca torre del faro de Amity. Una foca macho estaba tomando sol allí, pero no le prestó atención; ni ella a él.

Se estaba calentando bajo el sol del mediodía, sintiendo aún esa sensación de soledad, cuando alguna fuerza pareció impulsarla de vuelta al agua. Nadó hasta la entrada al puerto, alrededor de la boya, y se dirigió a Amity Sound mismo.

Ese era un territorio limítrofe y poco familiar. Prefería, por lo general, el océano abierto, pero tenía el presentimiento de que su cachorro estaba cerca, de modo que se quedó flotando a pocos metros de la casa blanca, dejando que esa sensación de tenerlo cerca la reconfortara.

No lo olía ni veía, pero estaba segura de algún modo de que no estaba muy lejos.

Por eso se quedó.

Brody sorbía su cerveza del almuerzo, viendo cómo sus hijos terminaban sus sandwiches. Sean estaba mirando el Leaderde Amity, abierto ante él, y de pronto se lo tiró a su padre.

—Léemelo, papá —pidió—. Es acerca de Sammy.

Brody sacudió la cabeza.

—Léemelo tú a mí —Sean odiaba leer, lo que era extraño, ya que la mitad de su propia vida estaba dedicada a la lectura, y la de Ellen también.

Sean frunció el ceño, pero comenzó a leer en monótono tono escolar.

"Amity: Un oficial de policía de vacaciones fue arrestado ayer por suponerse que disparó e hirió a un bebé de foca en la playa de Amity. Se dice que ha sido acusado de... ¿violación?"

Violación —interrumpió Mike. Extendió el cuello para mirar, tomó el periódico, lo alisó y comenzó a leer—. "Se dice que ha sido acusado de violación del Acta de Protección a los Mamíferos Marinos y una ordenanza municipal que prohibe la descarga de armas de fuego dentro de los límites del pueblo".Se aclaró la garganta dándose importancia—: "El sospechoso ha sido identificado como el Sargento Charles Jepps, 54, del Departamento de Policía de Flushing. Es un visitante de verano que alquila temporariamente el Castillo de Arena de Smith, 118 Beach Road. El Jefe Martin Brody dijo que el sospechoso iría a la Corte del Condado, luego de una audiencia preliminar ante el Juez de Paz,William Norton."

“Según Brody, la víctima era una foca de puerto de tres semanas. Brody dice que está llevando a cabo una investigación para determinar si los disparos del acusado están conectados con dos buceadores perdidos y la explosión de una lancha cerca de la playa de Amity. (Ver pág. 1)"

—¡Caramba! —exclamó Ellen—. ¿No te importa arriesgar el cuello, verdad?

Tenía razón. A pesar de que Meadows había protegido al Leadercon el consabido "se dice que" y "según Brody", parecía que su propia cola estaba expuesta a varios kilómetros de distancia.

—Bueno, yo soy oficial de policía —dijo tratando de proyectar confianza—, y él disparó a la foca.

—¿Y lo metiste en la cárcel? —chilló Sean—. ¿Verdad, papá?

—Quiere saberlo todo —suspiró Mike—. Sammy se está haciendo famoso.

Brody asintió con la cabeza.

—Lo metí en la cárcel, Sean. Pero salió ahora, bajo fianza.

Los ojos de Sean se abrieron.

—¡Pero eso no es justo! ¿Sólo una noche?

—Dile a Sammy que haré todo lo que pueda para volver a meterlo allí.

Sean corrió hasta el garaje. Brody estudió a su hijo mayor. Mike estaba jugando con la comida. Seguía irritable, nervioso, con la misma expresión extraña en los ojos que le había visto estos últimos días. Brody decidió llevárselo aparte, porque tenía idea del motivo.

Hacía dos años, cuando sobrevino el Problema, Mike y Sean habían sido anfibios como ranas. Los ataques del tiburón a las primeras víctimas no tuvieron el menor efecto sobre ellos. Fue él quien tuvo que hacer todo lo posible por mantenerlos alejados de las playas de Amity. Había ordenado que nadaran solamente en la barrosa orilla que bordeaba su patio trasero en Amity Sound.

En la cumbre de un falso pánico —y durante semanas los habían tenido casi diariamente en la playa—, mientras Mike estaba nadando y Sean jugaba en la arena cercana, el Blanco había aparecido bajo el puente del ferrocarril y atrapó a un hombre que estaba tomando sol en una balsa de goma a menos de quince metros de Mike.

El ataque había sido bastante horrendo para Brody, como lo habían sido todos los demás, pero el efecto sobre Mike fue catastrófico. Su hijo mayor había sido sacado del agua en estado de shock, sin un solo rasguño en el cuerpo pero con una profunda herida en su alma.

Nunca habían hablado del ataque.

Después del almuerzo Brody llevó a Mike al solario y se sentaron en los escalones, mirando por encima del agua el pequeño resplandor que producía de día el faro de Cape North, del otro lado de Amity Sound. El bote de Mike estaba atado junto al muelle y parecía olvidado.

—¿Vas a ganar el domingo? —preguntó Brody.

Mike se encogió de hombros.

—Si es que participo.

—¿Qué quiere decir eso?

—Si viene Jackie.

—Oye, ¿y qué hay de Sean?

—Bueno, pintó el timón. Tengo que llevarlo, supongo, si es que voy...

—No puedes dejarlo. Le prometiste...

—OK, iré, iré... No pasa nada.

Brody lo enfrentó.

—¿Tienes un problema, Mike? —preguntó cuidadosamente.

—¿Problema?-inquirió Mike, pero no quería encontrar sus ojos. Ladeó el cuello para ver el reloj en la muñeca de Brody— ¿Qué hora es? Jackie...

—Olvida a Jackie. Creo que debemos hablar de tu natación en la playa.

Mike se movió incómodo.

—¡Vamos! Creí que eso ya estaba arreglado.

—Bueno, en cierta manera —si Brody le decía que lo había visto esa mañana huyendo del agua con "calambres" evidentemente fingidos, lo mortificaría y se encerraría en sí mismo—. ¿Lo has estado haciendo?

—Me probé el traje esta mañana.

—¿Te protegió del frío?

Mike desvió los ojos.

—¡Fantástico!

—¿Fue agradable volver al mar? —la voz de Brody temblaba. Ese era un terreno lleno de minas y no sabía qué decir.

—¡Oh, sí!

Brody persistió.

—¿No sentiste nada? ¿No estuviste demasiado tiempo para una sola vez? ¿No... te preocupaste?

Era como tratar de convencer al gato siamés de Minnie que se bajara del techo sin asustarlo y hacerle saltar.

—¡No! —Mike lo miró con fiereza—. Mira, tú odias el agua, pero fuiste con Quint de todos modos. A mí me gusta el agua. ¿Crees que me preocuparía, ahora que eso está muerto?

Desde el garaje se escuchó un penetrante ladrido, seguido por un fuerte alarido de Sean. Corrieron hacia la parte trasera de la casa.

El garaje seguía con un olor tremendo a foca y sardinas. Sean estaba forcejeando con Sammy, que trataba de escapar por la puerta. Sean parecía un defensor tratando de impedir un touchdown a diez segundos de terminar el juego. El niño y la foca gritaban histéricamente.

Brody se agachó frente a la foca, que sacudió la cabeza, y trató de apartarla de su camino. Entre los tres lograron meterla de vuelta en el garaje.

La venda se le había salido de nuevo de la herida. Si no estaba lista para nadar pronto, tendrían que ver si el Instituto Woods Hole la tomaría, o el zoológico del Bronx.

—Estuvo bien toda la mañana —explicó Sean.

El cachorro de foca ladraba plañideramente, con los ojos húmedos de lágrimas. Sería imposible tenerlo allí mucho tiempo más. Sería igualmente imposible, una vez que se fuera, consolar a Sean.

—Estábamos jugando y trató de huir.

Brody sacó a Sean afuera y cerró la puerta.

—Déjalo descansar —miró el reloj de mala gana. En invierno sus hijos estaban en la escuela y en verano nunca tenía suficiente tiempo para ellos. Tenía una cita en media hora en el Laboratorio del Crimen de Suffolk County. Se volvió hacia Mike.

—¿Qué harás esta tarde?

Mike se encogió de hombros.

—Saldré con Jackie. Es su día libre. Tal vez la lleve a nadar.

Su hijo le pareció de pronto más alto y más delgado. Más sabio también. Y Jackie también estaba madura, y bonita detrás de su aparato de ortodoncia.

Presentía que el mar vería menos de Mike que los pequeños valles detrás de las dunas.

—Trata de no quitarte el traje de buceo —dijo alborotándole el cabello— ¿OK?

Mike se sonrojó.

—¡Vamos, papá!

Brody entró en el Coche N° 1 y se dirigió al laboratorio.

Se encontró con que tenía la esperanza de que Jackie mantuviera a Mike fuera del agua.

Pero eso era tonto. El Problema se había acabado.

Entre el tiburón y su propio padre, el chico había adquirido una fobia. Nunca se le había dado realmente una oportunidad.

Maldición, maldición, maldición...

Larry Vaughan, alcalde de Amity y presidente de Propiedades Vaughan y Penrose, no quería que nadie discutiera asuntos de propiedades en su oficina del Ayuntamiento. Los clientes eran enviados a su cabaña de venta de propiedades en Scotch Road. Temía que si usaba sus oficinas en el Ayuntamiento para ganancias personales, los concejales rehusarían simplemente pagarle los gastos de la oficina y el sueldo de Daisy Wicker, su secretaria, que decía necesitar en su capacidad de alcalde.

Sin embargo Starbuck se había abierto paso de algún modo a través de Daisy y lo estaba mirando desde el otro lado de su escritorio. Vaughan lo observó con desconfianza. A pesar de que el farmacéutico le ofrecía una posibilidad de ganar dinero, era siempre una molestia.

—¿Vender la farmacia? —repitió Vaughan incrédulo. Buscó la verdadera razón del farmacéutico. No estaba dispuesto a aceptar ninguna razón esgrimida —especialmente tratándose de negocios— como verdadera.

—Sí... —dijo Starbuck—. Es lo que quiero hacer.

—Bueno, Nathaniel —dijo Vaughan lentamente—, por supuesto que estoy sorprendido pero me ocuparé del asunto. Su precio me parece muy alto, pero tal vez en un mes o algo así, si aprueban la ley de juego...

—No estoy hablando de un mes. Quiero vender ahora.

Una campana de alarma sonó en la mente de Vaughan. A pesar de que las cosas parecían de color de rosa, a pesar de que su razón le decía que Vaughan y Penrose y el mismo pueblo de Amity estaban ante una perspectiva sin precedentes de crecimiento y prosperidad —él mismo lo había dicho en el Rotary—. El Problema había sensibilizado sus antenas.

El turismo era muy frágil. La confianza en los suburbios de Amity era esencial si iban a aumentar los valores. Por lo menos, hasta que aprobaran la ley de juego y el valor de las propiedades se fuera a las nubes, resultaba desconcertante que un comerciante que había capeado el Problema quisiera retirarse ahora. Tal vez habían mermado las recetas.

Vaughan golpeó su escritorio con un lápiz.

—Nathaniel, no discutamos el precio ahora. Lo que me extraña... Hubo un Starbuck que vendía píldoras a domicilio... —no era exactamente la frase adecuada, porque el viejo maldito tenía su orgullo—. Lo que quiero decir, ocuparse de las necesidades farmacéuticas del pueblo durante tres generaciones... ¿Se da cuenta qué golpe?...

—Razones de salud —dijo Starbuck.

—¿Salud?

—Lena —sus ojos no pestañearon—. Cáncer.

Vaughan se sintió helado. Hacía casi cuarenta años. Lena, entonces una adolescente con los dientes salidos, había sido reclutada como su baby-sitter diurna cuando sus padres pasaban el verano trabajando para un vendedor de propiedades en East Hampton. Había sido cálida y amistosa y le enseñó a jugar al doble solitario.

—¡Oh, no! —exclamó—. No puede ser... Lena...

—Tendrá que ir al New York Memorial. Sesenta o cien por día. Dios sabe por cuánto tiempo, y los servicios mutuales no cubren ni la mitad.

Vaughan tamborileó con los dedos. La propiedad de Starbuck era de lo mejor de la calle principal del pueblo. Cuando el Casino estuviera listo y la ley de juego aprobada, cualquier cosa al sur de Scotch Road valdría una fortuna. Starbuck había tratado de venderla durante el Problema, y por supuesto no hubo compradores, y ahora estaba fuertemente hipotecada. Vaughan mismo salió de garante para el banco. Era muy posible que Starbuck no tuviera idea de su futuro valor. Quería 50.000 dólares. Vaughan estaba seguro de que podría venderla por 75.000. O quedarse con la propiedad y esperar...

—Dígale que lo siento, Nathaniel. Pondré la farmacia en venta en 50.000. Llamaré a algunos posibles clientes en Nueva York y veré qué puedo hacer.

Starbuck sonrió.

—Hágalo, Larry.

Algo en la rara y desganada sonrisa preocupó a Vaughan.

—Estoy seguro de que podremos venderla —dijo débilmente.

—Será mejor que lo haga —dijo Starbuck. Se levantó, se encajó el sombrero y salió.

¿Qué diablos quería decir con eso?

Tal vez el shock de la enfermedad de Lena lo había perturbado. ¡Qué hombre extraño!

Vaughan decidió dejarlo sufrir durante una semana, ofrecerle 35.000 por lo de Lena y comprar él mismo la propiedad.

La luz del teléfono sobre su escritorio comenzó a encenderse. Era Albany, de Clyde Bronson, el legislador del estado del distrito de Amity. Acababa de tener la visita de un comisario de policía, quien había tenido la visita de un abogado que representaba a un sargento de policía de Flushing llamado Jepps, actualmente acusado de uso indebido de armas de fuego y violación de una disposición federal sobre la vida salvaje por la policía de Amity.

La Comisión de la Policía del Estado, explicó Clyde, era contraria al juego y tenía informes sobre la mitad de los legisladores de Albany, incluyéndolo probablemente a él. Si Vaughan pensaba que contrariarlos ayudaría a aprobar la ley de juego, estaba muy equivocado.

¿Comprendes mi mensaje, Larry?

Podía oír la respiración estruendosa del legislador. Vaughan le dijo que sí, que comprendía el mensaje.

Colgó el teléfono y se echó atrás en su asiento. Él mismo respiraba pesadamente ahora, como si fuera algo contagioso. Cruzó el vestíbulo hasta el Departamento de Policía. El escritorio de Brody estaba vacío. Polly estaba leyendo Miedo de Volar. Le lanzó una mirada dura, con los labios apretados.

—¿Dónde está?

—En el Laboratorio del Crimen de Suffolk County. Larry, está todo traspirado. ¿Algo anda mal?

—Nada que no pueda curar despedir a su jefe.

—No puede —dijo firmemente—. Somos del servicio civil.

—¡En el mismo minuto que llegue! —ladró.

Salió del edificio y se dirigió a tomar algo en el Randy Bear.