CAPÍTULO XIII
EN LA NACIÓN DE LOS ZU-VENDIS
CAE el telón por algunas horas y los personajes de este drama-novela quedan sumergidos en profundo sueño. Tal vez debamos exceptuar a Nilepta, a quien puede el lector, si es aficionado a la poesía, imaginársela en su lecho, acompañada por sus doncellas, guardias y demás dependencias que rodean un trono, sin poder dormir, pensando en los extranjeros que han visitado su país, donde antes no habían venido otros, preguntándose quienes serán, qué habrán sido, si parecerá ella fea comparada con las mujeres de su país natal. Como yo no soy inclinado a la poesía, aprovecharé este momento de calma para referir algo del pueblo en que nos encontramos, lo que, no necesito decir, que he llegado a saberlo posteriormente.
El país, para empezar por el principio, se llama Zu-Vendis, de Zu, amarillo y vendis lugar ó país. No he podido averiguar por qué se llama país amarillo y ni los mismos habitantes lo saben de seguro. Se dan tres razones, cada una de las cuales bastaría para explicarlo. La primera es que el nombre debe su origen a la gran cantidad de oro que allí se encuentra. Bajo este aspecto Zu-Vendis es un verdadero “Eldorado,” porque el precioso metal es extraordinariamente abundante. Al presente se extrae de algunos terrenos de aluvión, que después examinamos, los que están situados a una jornada de La Gran Milosis, encontrándose muchas veces en pepitas que pesan desde una onza hasta seis o siete libras. Pero se sabe que existen otros placeres de igual naturaleza, y además he visto grandes vetas de cuarzo que contienen oro. En Zu-Vendis el oro es un metal más común que la plata, y cosa rara, la moneda de plata es la moneda legal del país.
La segunda razón es que en ciertas estaciones del año, las yerbas del país que son muy buenas, se ponen amarillas, como trigo maduro; y la tercera nace de una tradición, que el pueblo primitivo tenía la piel amarilla; pero poco a poco se volvió blanca, después de haber vivido muchas generaciones en las tierras altas. Zu-Vendis es un país del tamaño de Francia, su forma es oval, separado de los territorios que le rodean por inmensas florestas de impenetrables espinos, más allá se dice hay cientos de millas de pantanos, desiertos y altas montañas. Es en suma una meseta que se levanta en el centro del gran continente, como se levantan, al Sur de Africa, grandes montañas de ancha cima de las llanuras que las rodean. La Gran Milosis está, según mi aneroide, nueve mil pies sobre el nivel del mar, pero hay aún tierras más altas, siendo la mayor elevación de cerca de once mil pies. En consecuencia el clima es relativamente frío, muy semejante al del Sur de Inglaterra, pero no tan lluvioso. La tierra es muy fértil, produciéndose muy bien toda clase de cereales, frutas de climas templados y madera de construcción. En las partes más bajas se produce una variedad de caña de azúcar que soporta el frío. El carbón se encuentra en gran abundancia, y en muchos lugares se halla a flor de tierra. Hay también mármol puro, blanco y negro. Lo mismo debe decirse de casi todos los metales, excepto la plata, que sólo se encuentra al Norte en una cadena de montañas.
Zu-Vendis comprende dentro de sus límites, gran variedad de paisajes, incluyendo dos cordilleras de montañas nevadas una hacia el Oeste, más allá de la impenetrable floresta de espinas y la otra que atraviesa el país de Norte a Sur y pasa a una distancia de ochenta millas de La Gran Milosis, desde cuya ciudad pueden verse los picos más altos. Esta cadena forma la principal vertiente del país. Hay también tres grandes lagos, el mayor está junto a la ciudad, se llama también Milosis y tiene una extensión de doscientas millas cuadradas, y hay otros muchos pequeños, algunos de agua salada.
La población de esta privilegiada tierra es numerosa y asciende poco más o menos a diez o doce millones. En sus hábitos es puramente agrícola y se divide en grandes clases, como en los países civilizados. Hay una nobleza territorial, una considerable clase media, formada en su mayor parte de comerciantes, oficiales del ejército, etc.; pero la principal masa de la población son los aldeanos que viven en las propiedades de los señores, a quienes pagan una especie de tributo feudal. La gente mejor educada del país, es, según creo haber dicho ya, muy blanca; pero el vulgo es más moreno, parecido a los habitantes del Sur de Europa, sin que se encuentre entre ellos algún negro. En cuanto a su origen no puedo dar una noticia cierta. Sus anales, que sólo se remontan a unos mil años antes, no hacen alusión a él. Un antiguo cronista habla de una tradición que existía en su tiempo, la cual refiere: “que bajaron con las gentes de la costa,” pero esto poco ó nada significa. En suma, el origen de los Zu-Vendis se pierde en la oscuridad de los tiempos. Nadie sabe de dónde vinieron ó a qué raza pertenecen. Su arquitectura y algunas de sus esculturas dan idea de un origen Egipcio ó tal vez Asirio; pero es bien sabido que su notable estilo arquitectónico sólo se remonta a unos ochocientos años y que no conservan señales de la teología ó costumbres de los Egipcios. Su apariencia y algunas de sus costumbres son más bien Judías; pero apenas puede concebirse que hubieran perdido completamente toda idea de la religión de los Judíos. Tal vez sean alguna de las diez tribus perdidas que tanto se anhela encontrar ó acaso no lo sean. No lo sé, así es que los describiré tal como los encontré, dejando a inteligencias mejor organizadas que la mía el indagar su origen, si es que esta narración llega a leerse algún día, lo cual es muy dudoso.
Después de lo dicho voy a dar a conocer mi opinión, aunque sea muy pequeña, como decía una señorita para disculpar a su hijo. Esta opinión se funda en una leyenda que he oído entre los Árabes, en la costa oriental, la que refiere que: “Hace más de dos mil años hubo algunas revoluciones en el país llamado Babilonia, de cuyo resultado una grande horda de Persas bajó a Bushire, donde se embarcaron, siendo llevados por el viento del monzón a la costa oriental de Africa, donde,” según la leyenda, “los adoradores del sol y del fuego tuvieron un conflicto con los Árabes que entonces habitaban esa costa, y finalmente forzaron su camino por entre ellos, desapareciendo en el interior sin que se les volviese a ver jamás.” Ahora bien, ¿no es posible que los Zu-Vendis sean descendientes de estos “adoradores del sol y del fuego” de quienes nada se ha vuelto a saber? Hay además en su carácter y costumbres algunos detalles que se asemejan a las vagas ideas que tengo de los Persas. Como es natural, no tenemos aquí libros a que referirnos; pero Sir Enrique dice que si su memoria no le es infiel, hubo una gran revolución en Babilonia, quinientos años antes de la era Cristiana, por cuyo motivo una gran multitud fué arrojada de la ciudad. De cualquiera manera que sea, está probado que ha habido muchas emigraciones parciales de los Persas, del Golfo Pérsico a la costa oriental africana, la última de las cuales fué hace setecientos años. Hay tumbas persas en Kilwa, en la costa oriental, en buen estado, cuyas fechas demuestran que cuentan setecientos años[14].
Para ser un pueblo agrícola, los Zu-Vendis son muy belicosos, y aunque por su posición no pueden hacer la guerra a otras naciones, combaten unos con otros como los famosos gatos de Kilkenny, lográndose con esto que la población jamás sobrepuje el poder del país para sostenerla. Este hábito es protegido por las condiciones políticas del país. La monarquía es nominalmente absoluta, aunque moderada por el poder de los sacerdotes y el consejo de los grandes señores; pero como sucede en muchas instituciones, las órdenes del rey no son obedecidas incuestionablemente en toda la extensión del país. En suma, el sistema es puramente feudal (aunque la servidumbre y la esclavitud son completamente desconocidas), todos los grandes señores dependen nominalmente del trono; pero muchos son independientes, teniendo el derecho de vida y muerte, declarando la guerra y haciendo la paz con sus vecinos, cuando los guía el capricho ó el interés y aun a veces se levantan en abierta rebelión contra su real dueño ó dueña, y encerrados en sus seguros castillos ó en ciudades bien fortificadas lejos del centro del gobierno, lo desafían con éxito durante muchos años.
Zu-Vendis ha tenido también sus fabricantes de reyes como Inglaterra, lo que puede asegurarse sabiendo que, ocho dinastías diferentes han reinado en este país durante los últimos mil años, las que han pertenecido a alguna familia noble que logró asir la púrpura después de una lucha sangrienta. Al tiempo de nuestra llegada las cosas estaban un poco mejor de lo que habían estado durante algunas centurias, porque el último rey, el padre de Nilepta y Sorais, había sido un gobernante excepcionalmente capaz y enérgico, y en consecuencia, dominó a los sacerdotes y a los nobles. A su muerte, acaecida dos años antes de que llegásemos a Zu-Vendis, por un antiguo precedente, fueron llamadas a ocupar el trono sus hijas, hermanas gemelas, considerando que un atentado para excluirlas habría provocado inmediatamente la guerra civil; pero se creía que esta medida era poco satisfactoria y que no podría ser permanente. Las diversas intrigas de los nobles ambiciosos para casarse con alguna de las dos reinas habían alterado la tranquilidad del país, y la opinión general era que antes de mucho tiempo habría derramamiento de sangre.
Trataré ahora de la religión de los Zu-Vendis, que no es otra cosa que la adoración del sol con un carácter muy pronunciado. Todo el sistema social de los Zu-Vendis está basado en el culto del sol. El esparce sus rayos al través de todas las instituciones y costumbres del país. Desde la cuna hasta el sepulcro, el Zu-Vendi sigue al sol en el sentido estricto de la palabra. Cuando un niño es expuesto a su luz y dedicado al “símbolo de todo bien, a la expresión del poder y a la esperanza de la eternidad,” la ceremonia corresponde a nuestro bautismo. Infante aún, sus padres le señalan el espléndido orbe, como la presencia de un ser visible y benéfico, y él lo adora cuando sale y cuando se pone. Cuando, siendo aún niño se coge del extremo del “kaf” (toga) de su madre, para ir al templo del sol en la ciudad más cercana y al mediodía los brillantes rayos hieren el altar central de oro y dejan al descubierto el fuego que allí arde, oye a los sacerdotes entonar sus solemnes plegarias, ve al pueblo postrarse para adorarlo, y entre el sonido de las trompetas de oro observa el sacrificio arrojado al ardiente horno, que está debajo del altar. Aquí viene cuando se le declara “hombre” por los sacerdotes y se le consagra a la guerra y a las buenas obras; aquí conduce a su prometida ante el solemne altar, y aquí también se divorcia en algunos casos.
Aquí viene también cuando su vida concluye, armado y con las insignias de su dignidad. Aquí lo traen muerto sobre el féretro, a las puertas de bronce que se abren ante el altar central, y cuando el último rayo del sol que se pone cae sobre su lívida faz, los cerrojos se abren, desaparece entre el horno ardiente y todo queda concluido.
Los sacerdotes del Sol no se casan; pero se les recluta entre los jóvenes dedicados por sus padres al trabajo, y son sostenidos por el Estado. La designación de los puestos elevados y del sacerdocio pertenece a la corona; pero una vez señalados los nombrados no pueden ser destituidos, y no es mucho decir que en realidad ellos gobiernan el país. Están en un cuerpo que ha jurado obediencia y secreto, de suerte que una orden emanada del gran sacerdote en La Gran Milosis, es inmediatamente obedecida por el sacerdote residente en una ciudad pequeña, que dista tres ó cuatrocientas millas. Son jueces en materia penal y civil, pudiéndose apelar únicamente ante el señor principal del distrito, y después ante el rey. Naturalmente tienen jurisdicción ilimitada sobre las ofensas religiosas y morales y el derecho de excomulgar que, aun en las naciones más civilizadas es una arma poderosa. Sus derechos y facultades son casi ilimitados; pero debo manifestar que los sacerdotes del sol son muy prudentes y no llevan las cosas demasiado lejos. Raras veces llegan hasta el último extremo y son más propensos a ejercer la prerrogativa de la gracia que a correr el riesgo de exasperar al pueblo sobre cuyo cuello han colocado el yugo, haciéndole que lo rompa.
Otra fuente del poder de los sacerdotes es el monopolio de la instrucción, y sus vastos conocimientos astronómicos les hacen capaces de conservar su influencia entre el pueblo, prediciendo eclipses y cometas. En Zu-Vendis pocos de las clases más elevadas saben leer y escribir; pero casi todos los sacerdotes poseen estos conocimientos y por consiguiente son considerados como hombres instruidos.
Las leyes del país son justas y benignas, pero difieren mucho de las nuestras. Las leyes de Inglaterra, por ejemplo, castigan más severamente los delitos contra la propiedad que contra las personas, como sucede con un pueblo en que la avaricia es la pasión dominante. Un hombre puede golpear a su mujer hasta matarla, infligir horribles castigos a sus hijos y sufrir por esto menos pena que si hubiera robado un par de botas viejas. En Zu-Vendis no sucede lo mismo, porque bien ó mal se considera a la persona como más interesante que las mercancías ó el dinero, y no como en Inglaterra, donde se le tiene como un apéndice secundario de la propiedad. El homicidio se castiga con la muerte, el sacrilegio y la sedición (que se considera como un sacrilegio), también se castigan con la muerte. El modo de ejecutar es siempre el mismo y por cierto muy terrible. El reo es arrojado vivo al horno encendido que se halla bajo uno de los altares del Sol. El castigo para los demás delitos, inclusive el de la vagancia, es el trabajo forzado en los edificios nacionales, que siempre se están construyendo en alguna parte del país, con ó sin azotes, según sea el delito.
El sistema social de los Zu-Vendis concede gran libertad al individuo, con tal que no falte a las leyes y costumbres del país. En teoría son polígamos, aunque muchos tienen una sola mujer por su escasez de recursos. El hombre está obligado por la ley a tener una casa separada para cada una de sus mujeres. La primera mujer es la mujer legítima, y sus hijos son los únicos que gozan de los derechos del padre. Los de las otras mujeres sólo tienen los de sus respectivas madres. Esto sin embargo no es deshonroso para la madre ni para los hijos. La primera mujer al casarse puede estipular con su marido que éste no se case con otra. Pero esto se hace raras veces, porque las mujeres son el gran sostén de la poligamia, que no sólo les proporciona marido, excediendo mucho su número al de los hombres, sino que da también gran importancia a la primera esposa, que es de hecho la cabeza de varias casas. El matrimonio se considera como un contrato civil, sujeto a ciertas condiciones y a la mantención de los hijos; es disoluble a voluntad de ambas partes contratantes y el divorcio se lleva a cabo formal y ceremoniosamente, verificando en orden inverso todas las ceremonias del matrimonio.
Los Zu-Vendis en su totalidad son bondadosos, agradables y sinceros. No son grandes comerciantes y se cuidan poco del dinero, trabajando sólo lo bastante a fin de ganar lo que necesitan para sostenerse en la posición social en que nacieron. Son muy conservadores y ven con desagrado los cambios. Su moneda legal es de plata, cortada en pequeños cuadrados de diferente peso: la moneda menuda es de oro que vale tanto como la plata entre nosotros. El oro es apreciado por su belleza y muy usado en adornos de todas clases. Sil comercio se efectúa por medio de la compra y del cambio y el pago se hace en especie. La agricultura es el gran negocio del país; está bien comprendida y practicada, y se cultivan los mejores terrenos. Se presta también gran atención a la cría de ganado y de caballos, no siendo superiores a estos últimos ningunos de los que he visto en Europa y en Africa.
La tierra pertenece teóricamente a la corona y por la corona a los grandes señores, que a su vez la dividen entre otros señores pequeños, y así sucesivamente hasta llegar al aldeano labrador que trabaja sus cuatro acres (“reestu”) a medias con su inmediato señor. De hecho, el sistema todo es feudal y fué muy interesante para nosotros encontrarnos con este viejo amigo en el centro desconocido del Africa.
Las contribuciones son muy pesadas. El Estado percibe la tercera parte de las utilidades de todos los capitales, y el sacerdocio el cinco por ciento del resto. Pero si un hombre se arruina por alguna desgracia, el Estado lo sostiene en la posición social a que pertenece. Si es perezoso, se le manda a trabajar en alguna de las obras del Gobierno, y el Estado se encarga de cuidar a sus mujeres e hijos. El Estado abre todos los caminos, edifica todas las casas de la ciudad en lo que se tiene gran cuidado, dejándoselas a las familias por una renta pequeña. También conserva en pie un ejército de veinte mil hombres y sostiene la Policía, etc. Por el cinco por ciento que reciben los sacerdotes atienden al servicio de los templos, llevan a cabo todas las ceremonias religiosas y cuidan las escuelas, donde enseñan todo lo que les parece, que no es mucho. Algunos de los templos poseen también propiedades particulares; pero los sacerdotes como individuos no pueden ser propietarios.
Aquí ocurre una cuestión que me parece difícil de resolver. ¿Son los Zu-Vendis una nación civilizada ó bárbara? Unas veces creo lo primero, otras lo segundo. En algunas de las artes han progresado mucho. Véanse, por ejemplo, sus edificios y estatuas. No creo que las últimas encuentren igual en el mundo en cuanto a belleza y poder de imaginación, y respecto de los primeros sólo hallarán rival en los del antiguo Egipto. Pero por otra parte, ignoran otras muchas artes. Hasta que Sir Enrique no les enseñó a hacer el vidrio, mezclando sílice y cal, no pudieron hacer un pedazo, y su loza es más bien primitiva. En cuanto a relojes sólo conocían los de agua, y los nuestros les sorprendieron mucho. Nada conocen del vapor, la electricidad y la pólvora; y afortunadamente para ellos desconocen también la imprenta y el correo interior. Así se evitan muchos males, porque a la verdad nuestra época se ha cerciorado de la sabiduría del antiguo adagio que dice: “El que aumenta sus conocimientos aumenta sus dolores.”
En cuanto a su religión es la que debe ser para un pueblo de imaginación, que no conoce otra mejor y se dirige al sol y lo adora como al Padre de todas las cosas; pero en justicia no puede decirse que esto sea elevado a espiritual. Verdad es que algunas veces hablan del Sol como de un girón del Espíritu, pero este es un término vago y en realidad lo que adoran es el mismo esplendente astro. También le llaman Esperanza de la eternidad; pero dudo que esta frase haga una impresión clara en sus cerebros. Algunos creen en una vida futura para los buenos (Nilepta es una de ellos), pero es una fe privada que nace de las elevaciones del espíritu y no como cosa esencial a su credo. Por lo expuesto no puedo considerar este culto del Sol como una religión que dé a conocer algo a una nación civilizada, no obstante su magnífico e imponente ritual y las grandilocuentes máximas morales de sus sacerdotes, muchos de los cuales, estoy seguro, tienen sus ideas propias acerca de este asunto; aunque naturalmente ellos abogan por un sistema que les proporciona tantos bienes en este mundo.
Quedan solamente dos asuntos a los cuales debo aludir, a saber, el idioma y el sistema caligráfico. El primero es dulce, muy rico y flexible. Sir Enrique dice que suena como el griego moderno aunque ninguna conexión tiene con él. Es fácil para aprenderse, porque su construcción es sencilla y es tan peculiarmente eufónico que el sonido de las palabras corresponde a su significación. Mucho antes de poseer el idioma sabíamos lo que significaba una frase por el sonido de ella. Por esto es que su lenguaje se adapta tanto a la declamación pública a la que este célebre pueblo es muy aficionado. El alfabeto Zu-Vendis, parece, según Sir Enrique, derivarse como todos los sistemas conocidos de letras, de un origen Fenicio, y por consiguiente más remotamente aún de la antigua escritura hierática Egipcia. Si es así ó no, no podré decirlo, porque no estoy versado en estas materias. Todo lo que sé es que su alfabeto consta de diez y ocho jeroglíficos[15], cada uno de los cuales es, en mi concepto, más engorroso y fastidioso que el que le sigue. Pero como los Zu-Vendis no se dedican a escribir novelas u otras composiciones parecidas, sino sólo documentos y recuerdos del carácter más breve, su escritura corresponde muy bien a sus propósitos.