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La conversación fue pasada por la centralita a la guardia apenas unos minutos antes del cambio.
En realidad el cambio debía haber tenido lugar varias horas antes, pero la joven esposa de Widmar Krause había tenido dolores por la mañana y era su primer embarazo. Erich Klempje no tuvo más remedio que esperar. Cierto es que había empezado ya a las nueve de la noche anterior, pero ¿para qué están los compañeros, sino?
Sólo hasta que pasase todo, pues.
Parto no hubo, pero el transporte, la espera y el reconocimiento y el transporte de nuevo, llevaron su tiempo.
Registró mecánicamente en el archivador negro.
11:56 llamada de Majorna.
- Policía. Agente Klempje. ¿En qué puedo ayudarle?
En ese mismo instante se abrieron las puertas y dos policías, Joensuu y Kellerman, entraron con una puta drogada que habían recogido en la plaza de V.
- ¡Folladme de uno en uno! -gritó-. ¡Y os cuesta el doble por policías cabrones!
Aunque la puta era pequeña y Joensuu y Kellerman juntos debían de pesar unos doscientos kilos, les resultaba bastante difícil llevarla al pasillo de arresto. Kellerman tenía una mejilla arañada y Klempje supuso que la puta no andaría tampoco sin heridas, si conseguían meterla en algún rincón aislado.
- ¡Vete a tomar por culo! ¡Pero primero lávate los dientes! -gritó, y consiguió encajar un buen rodillazo entre las piernas de Joensuu.
Joensuu lanzó un juramento y se dobló por la mitad. Klempje suspiró.
- Un momento -dijo, y tapó el auricular con la mano.
Dos aspirantes que habían estado escribiendo informes acudieron en ayuda y pronto desapareció todo el grupo donde no se le oyera.
Maldita sea, pensó Klempje. Como no pueda irme pronto a dormir, voy a echarme a llorar.
Volvió a la conversación.
- Sí, ¿qué desea?
- Aquí, J. M. de Majorna. Aquí J. M. de Majorna.
Ay, Señor, pensó Klempje.
- Sí, comprendido. ¿De qué se trata?
- Quiero hablar con… quiero hablar con…
Se hizo un silencio. Klempje sacudió la cabeza. La voz era monocorde, pero tensa… parecía como estar estudiando algo de memoria.
- ¿Sí?
- Quiero hablar con…
- ¿Con quién quiere hablar? Esto es la Policía…
- Eso ya lo sé -contestó la voz-. Quiero hablar con el antipático.
- ¿El antipático?
- Sí.
- ¿Quién es el antipático? Esto está lleno de policías antipáticos -replicó Klempje en un ataque de falta de compañerismo.
- El peor de todos… es un tío muy grande con la cara enrojecida y dice muchas palabrotas. Quiero hablar con él…
- Bueno, tomo nota.
- ¿No está ahí?
- No.
- Gracias.
La conversación se cortó. Klempje se quedó con el auricular en la mano unos segundos. Luego lo colgó y volvió a su crucigrama.
A los dos minutos apareció Krause.
- ¡Al fin! -exclamó Klempje-. ¿Y?
- Nada -contestó Krause-. Falsa alarma.
- Pero si duele, duele, ¿no?
- Klempje, en lo que a mujeres embarazadas se refiere, tú eres un mozalbete inexperto.
- Llámame lo que quieras, con tal de que pueda irme a dormir. -¿Ha habido algo especial?
Klempje reflexionó.
- No… llamó un loco de Majorna hace un momento que quería hablar con el antipático… Gracioso, ¿no? ¿Quién crees que puede ser?
- ¿VV?
- ¿Quién, sino?
- ¿De qué se trataba?
- Ni la menor idea. Colgó. Y Joensuu y Kellerman están en el arresto luchando con una puta colgada. Hay que joderse, de qué glamour nos rodeamos.
Klempje salió dando traspiés y Krause se instaló en la garita de cristal.
¿El antipático?, pensó. ¿Majorna?
Pensó durante unos minutos. Luego llamó al piso cuarto.
No hubo respuesta.
Luego intentó hablar con Münster.
Tampoco le contestaron.
A la mierda, pensó, y sacó su libro del bolsillo interior. Ser padre.