Capítulo 11

LOS doloridos muslos de Simone sentían cada esforzado paso del caballo en el que iba montada durante el segundo día de viaje. Se había quedado dormida en la madrugada, pegada a Nicholas, en cuanto apoyó la cabeza en la almohada y, debido al dolorido estado de su cuerpo, no se había movido hasta que Nick la despertó antes del amanecer. Había tenido que esperar casi a mediodía a que los párpados dejaran de cerrársele por su propia voluntad.

Viajaron hacia el noroeste bajo una brisa áspera, pero el sol brillaba, calentando los hombros y las mejillas de Simone. También tenía el ánimo alto al mirar repetidamente a Nicholas, que nunca estaba muy lejos de ella en la caravana. Sentía como si le hubieran dado una segunda oportunidad, tal vez, con aquel viaje a Hartmoore. A su lado estaba su esposo, cariñoso y protector. Los diarios de su madre, un recuerdo escrito de Portia, permanecían bien guardados dentro de los baúles que los seguían. Armand quedaba lejos, en Londres, y pronto regresaría a Francia y la dejaría por fin en paz.

La única mancha en el tapiz nuevo y brillante que constituía el futuro de Simone eran los constantes paseos de Didier. Lo estaba viendo con frecuencia, aunque fuera brevemente, durante aquella jornada de viaje, y siempre a una distancia prudencial de la caravana. Se hubiera sentido culpable de su soledad si no fuera por el hecho de que el niño parecía estar disfrutando mucho. Cuando atravesaban zonas boscosas, se subía a los altos árboles para perseguir a las ardillas de rama en rama, y en campo abierto, las delicadas mariposas eran sus constantes compañeras, revoloteando a su alrededor y posándose sobre él en tal número que incluso varios de los hombres de Nick comentaron y admiraron la fantástica visión de tantas de aquellas bellas criaturas que parecían suspendidas en medio del aire.

Se referían a la imagen como a un buen presagio, y Simone rezó para que tuvieran razón. Estaba deseando volver a hablar de nuevo con lady Haith. Tal vez entonces, también Didier encontraría la paz.

Pero, ¿qué harás tú cuando se haya ido? Aquel sombrío susurro se filtró a través de sus alegres pensamientos de forma inesperada, como una nube amenazante, y por un instante Simone sintió un frío que le caló hasta los huesos.

Pero aquel doloroso giro de sus pensamientos quedó bruscamente interrumpido cuando la comitiva dobló una curva, entró en un tramo de bosque profundo y se vio frente a un numeroso grupo de hombres montados que bloqueaban el camino.

Simone contuvo el aliento y tiró de las riendas de su caballo con un gesto de disgusto, mirando a Nicholas con preocupación. Desde luego, aquello no era un buen presagio.

Pero él sonrió.

—No temas. Son hombres de Hartmoore a los que sin duda ha enviado mi madre para que nos acompañen.

Simone notó cómo la abandonaba la tensión, y sintió la extraña necesidad de reírse. Luego guió su caballo hacia delante, en paralelo con el de Nick.

Los hombres que los esperaban en un amplio punto del polvoriento camino parecían formar parte de una raza de gigantes. Eran hombres duros de facciones ásperas, ataviados para la batalla y montados sobre grandes corceles, sin duda criados para tener aquel contorno musculoso. Sus vestiduras llevaban bordado el ahora familiar escudo de la casa de Nick; la emoción de Simone se hizo más intensa.

El soldado que iba en cabeza del grupo se acercó a ellos trotando y se quitó la capucha de la cabeza, dejando al descubierto un cabello rubio blanquecino que caía sobre sus facciones de halcón. El soldado sonrió y se acercó a Nicholas.

—Bienvenido a casa, milord.

Nick giró su caballo para agarrar el antebrazo del hombre.

—Randall. Veo que lady Genevieve ha recibido mi mensaje.

—Sí, señor. El castillo está en una situación de extremo frenesí. Ningún soldado se atreve a entrar al salón por miedo a que le pongan a hacer alguna tarea propia de doncellas. Ya han llegado algunos invitados para el banquete de bodas. —Randall miró a Simone, y su sonrisa se volvió tímida.

Nick también miró hacia Simone y se rió entre dientes.

—Me lo imagino, Randall. Te presento a mi esposa y nueva señora de Hartmoore, lady Simone FitzTodd.

Para sorpresa de Simone, el hombre se bajó rápidamente del caballo e hincó una rodilla al suelo, inclinando la cabeza.

—Milady, es un honor para mí ponerme a tu servicio como tu humilde siervo.

Al instante, el resto de los soldados hizo lo mismo entre el casi ensordecedor estruendo del metal, y fue Simone la que se sintió humilde.

—Vuestro homenaje es bien recibido, sir Randall —dijo asintiendo con la cabeza, incapaz al parecer de borrar la sonrisa de su rostro cuando miró hacia el grupo de hombres arrodillados. Observó a Nicholas por el rabillo del ojo, y la expresión de orgullo de su rostro la emocionó.

Los hombres volvieron a sus monturas y rompieron filas, rodeando a la pequeña comitiva de principio a fin. Randall, sin embargo, se quedó al lado de Nick cuando volvieron a ponerse en marcha de nuevo a través del bosque. Simone escuchó sin disimular el intercambio entre señor y general.

—¿Cómo van las cosas en la frontera? —preguntó Nick.

—Están bastantes tranquilas, milord. Hemos recibido noticia por parte de lord Handaar sobre una pequeña banda de invasores que pasó justo al lado de Obny hace cuatro días.

Nick gruñó.

—¿Daños?

—Pocos —aseguró Randall—. Fue apenas una escaramuza. Una veintena o menos de galeses haciendo poco más que arrojar piedras no eran rival para los hombres de Obny.

—Es extraño que fueran tan pocos —reflexionó Nick—. ¿A qué clan pertenecían? ¿Los Donegal?

—No lo sabemos. El mensaje de Handaar no lo especificaba.

—Esto no es buena señal —el áspero timbre de voz de Nick provocó escalofríos en los brazos de Simone—. ¿Cogieron prisioneros?

—Ninguno. Todos resultaron muertos —Randall miró a Simone—. Lo siento, milady.

Simone abrió un poco más los ojos, pero no dijo nada y esperó la respuesta de Nick.

—Bien —él apretó las mandíbulas, los músculos trabajaban debajo de la piel—. Parece que voy a tener que ir Obny antes de lo que pensaba. Por lo que cuentas, este ataque resulta muy extraño, Randall. Tenemos que estar alerta.

Simone dejó de prestar atención a la conversación de los hombres cuando la charla se desvió hacia temas tales como puntas de flecha y armaduras, sobre los que no poseía conocimiento ni tampoco ningún interés. Ocupó la mente en escudriñar el camino que tenía por delante, buscando una brecha a través de la fila de árboles por la que poder atisbar su nuevo hogar. Simone frunció el ceño al pensar en el banquete de bodas que los esperaba en Hartmoore. ¿Los invitados procederían de las propiedades que formaban parte de los dominios de Nick? ¿O se vería una vez más acosada por los miembros de la nobleza londinense, con sus afiladas miradas y sus lenguas más afiladas todavía? Simone no esperaba desde luego verse expuesta tan pronto. Confiaba en que sus primeros días en la frontera galesa fueran tranquilos, apacibles, con tiempo para conocer a su nueva familia, incluida la madre de Tristan.

Ella lo mató. Huyó de Francia por aquel asesinato.

Las palabras de Nick describiendo el pasado de su madre turbaron de pronto a Simone. ¿Debería tener miedo de aquella mujer que había matado por su hijo? ¿O sentirse orgullosa de relacionarse con una figura maternal tan poderosa? Nick parecía querer mucho a Genevieve, y el mensaje que ella le había enviado a Londres estaba lleno únicamente de palabras alegres y elogios. Pero estaba claro que la baronesa viuda era muy protectora con sus cachorros. Tal vez no recibiera de buena gana la intrusión de Simone.

Ya no había tiempo para preocupaciones, porque habían salido de la densidad del bosque y allí, construida en el valle que había abajo, se alzaba una fortaleza de una magnitud tal como Simone nunca había visto.

Grandes bloques cuadrados de piedra constituían el castillo, los escarpados y altos muros exteriores rozaban el cielo, como si se revelaran contra los dóciles campos que los rodeaban. Simone contó siete torres cuadradas que rodeaban el edificio principal y dos alas bajas de reciente construcción, a juzgar por el aspecto de las bien definidas líneas, que brillaban bajo el brillo nebuloso del atardecer. Las alas se extendían hacia el norte y el sur del castillo propiamente dicho, como si se estiraran en posición de ataque.

La aldea se acurrucaba al lado este de la fortaleza, las chozas y las cabañas estaban distribuidas como rocas gigantes por la colina inclinada hasta llegar al ancho puente de madera que cruzaba el río, serpenteando alrededor de Hartmoore y deslizándose lejos del valle. En el lado más lejano del puente, Simone vio a un numeroso grupo de gente y el estómago le dio un vuelco.

—No es gran cosa —la voz de Nick retumbó juguetona, interfiriendo en su fascinación. Le puso una de sus cálidas y anchas manos en el brazo—. Pero te prometo que te protegeré y estarás a salvo dentro de sus muros.

Claro, por supuesto que estaría a salvo allí. ¿Qué podría hacerle daño en un lugar como aquel? Sin duda hasta el propio Dios suplicaría la entrada a las puertas de Hartmoore.

Una risa ahogada escapó de sus labios, sacudiendo la cabeza, maravillada. Las esponjosas copas de los árboles que bordeaban el río y arropaban la aldea brillaban con centelleantes rojos y dorados, iluminados por la ardiente antorcha del otoño.

—Esto es precioso, Nicholas. —Simone aspiró el aire y luego se giró hacia él. Cubrió la mano de Nick con la suya—. Tienes que enseñarme cada rincón.

A Nick le brillaron los ojos, y su sonrisa le hizo ver a Simone que estaba complacido con su reacción.

—Así lo haré —le prometió. Colocando sus riendas con las suyas, le dijo—: ¿Te importaría cabalgar al frente conmigo y conocer a tu gente?

Una espiral de nerviosa excitación se apoderó de ella. "Esta es tu nueva vida, Simone, en la que todo será diferente, mejor. Disfrútala". Dirigiéndole a su esposo una sonrisa, le clavó bruscamente las espuelas a su montura e inició un galope que la alejó de la línea de árboles en dirección a un camino polvoriento y ancho que llevaba al puente.

Nick fue tras ella lanzando un grito de alborozo y en un instante se colocó a su lado. Sus caballos corrían a la par. La brisa de aroma dulce le atravesó el rostro y los oídos con un rugido ensordecedor, y Simone no pudo evitar reírse en alto.

 

 

 

Nicholas estaba contento de volver a Hartmoore, pero lo que más le complacía era la reacción de Simone ante su hogar.

Tiró de las riendas de Majesty para ir al mismo paso que el caballo de Simone, y su carcajada le ensanchó el corazón. Los resonantes cascos de los animales alcanzaron el ancho puente que atravesaba el río Teme, y disminuyeron el ritmo. El sonido de los caballos quedó silenciado por los vítores de la multitud de aldeanos e invitados que los esperaban al otro lado.

Nick cogió las riendas de Simone y se adelantó un poco, manejando las dos monturas entre la multitud. Los aldeanos se inclinaron profundamente y se quedaron mirando fijamente a su delicada nueva señora. Simone escuchó más de un susurro diciendo: "¡Es preciosa!"

Ella sonreía a todos y extendía la mano tanto hacia los siervos como hacia los nobles, murmurando:

—Bonjour. Buenos días. Estoy, encantada de estar aquí. Encantada de volver a verte.

Nick también recibió múltiples felicitaciones.

—Es estupendo tenerte de vuelta, milord.

—El grano de la última cosecha ya está casi molido, milord. El molinero dice que…

—Finamente te han cazado, ¿verdad FitzTodd?

La atención de Nick saltaba de una persona a otra, igual que la de Simone. Parecían dirigirse a cada persona reunida al otro lado del puente.

Nick no recordaba una bienvenida más calurosa.

Urgió a Majesty a ir hacia delante, introduciendo a Simone en la aldea. La multitud los siguió con entusiasmo. En unos instantes habían atravesado la torre defensiva y cruzado los muros de la fortaleza. Nick vio a Genevieve salir como una flecha de la entrada del castillo. La tenían a su lado antes de que Nick tuviera tiempo de ayudar a Simone a bajar del caballo.

—¡Nicholas, mi amor!

Nick mantuvo sujeta la mano de Simone mientras correspondía a la bienvenida de su madre. Ella lo besó en ambas mejillas y luego se apartó, clavando al instante la mirada en la mujer menuda que estaba al lado de su hijo.

—Lady Simone, ¡oh, eres preciosa! —Genevieve dejó a Nick para agarrar las manos de Simone, apartándola de Nicholas para absorberla en un gigantesco abrazo—. Bienvenida a Hartmoore, hija mía.

Nick, se aclaró la garganta.

—La estás aplastando, madre.

Las dos mujeres se apartaron riéndose, y Nick vio lágrimas en los ojos de ambas. El rostro de Simone reflejaba una expresión de inmenso alivio. ¿Estaría antes nerviosa por conocer a su madre?

—Gracias, lady Genevieve. Estoy encantada de estar aquí.

Genevieve miró detrás de la esposa de Nick.

—Pero, ¿dónde está tu padre, querida? Pensé que querría acompañar a su hija a su nuevo hogar.

A Simone se le borró la sonrisa.

—No, él… papá tenía unos asuntos importantes que atender en Londres antes de regresar a la Provenza. Confío en que su ausencia no te ofenda.

—¿Ofenderme? —dijo Genevieve sacudiendo su cabeza rubio ceniza—. Por supuesto que no. Yo… —la madre de Nick se detuvo un instante y frunció el ceño—. ¿Has dicho la Provenza?

—Oui, ¿la conoces?

Genevieve asintió.

—Hace mucho tiempo conocí a una familia du Roche de la Provenza. ¿Cómo se llama tu madre, querida? Tal vez también la conozca a ella.

Simone parecía bastante incómoda, así que Nick intervino.

—Portia du Roche está muerta, madre. Simone perdió a su madre y a su hermano pequeño el año pasado en un incendio.

—Oh, Dios mío —Genevieve palideció—. Discúlpame, lady Simone.

La joven sonrió y apretó la mano de Genevieve.

—No te preocupes. Pero, ¿te resulta familiar su nombre? ¿Es posible que la hubieras conocido? ¿Tal vez en Marsella?

La tensa expresión que había ensombrecido el rostro de la madre de Nick desapareció, dejando paso a una extraña estela de alivio.

—No, lo siento. La familia que yo conocí no tenía hijos casados… y mucho menos, niños de tu edad —Genevieve apartó la vista de Simone para mirar a Nick—. Pero, ¿por qué estamos aquí fuera, en los muros? Estoy segura de que querréis refrescaros antes de ver a vuestros invitados.

 

 

 

El gran salón de Hartmoore era tan inmenso e intimidatorio como el exterior del castillo. Al otro lado de la gruesa doble puerta había una estancia cuadrada y gigantesca con una enorme chimenea situada al fondo para calentar la mesa del señor, situada sobre un estrado. Dos chimeneas adicionales presidían el muro derecho y el izquierdo. Guirnaldas de hojas secas de roble y flores de otoño serpenteaban por encima y alrededor de la exhibición de armas y banderas que decoraban las chimeneas, añadiendo una fragancia fresca y cítrica al olor amargo a leña quemada y a carne asada que salía de la estancia.

Diez largas mesas de caballete estaban dispuestas a cada lado del salón, y los bancos estaban prácticamente llenos de invitados. Las charlas en voz alta se mezclaban con risotadas, y las bromas bien intencionadas se mezclaban por el espacio vacío que había encima de las mesas. Los invitados se veían bañados por la luz del atardecer que se filtraba a través de las ventanas situadas en lo más alto de los muros. Simone se fijó en el curvo final de un grupo de escalones de piedra que se retorcían para llegar a una planta superior. El salón resplandecía y brillaba por doquier con la luz de lo que parecían ser mil velas.

Todo el mundo guardó silencio y se quedó mirando a Simone cuando entró en el salón del brazo de Nick. Durante un terrible instante, la estancia estuvo tan silenciosa como una tumba.

—¡Hermano! —gritó Tristan alzando su copa en alto desde el lugar que ocupaba en la mesa señorial. Simone divisó a la pelirroja lady Haith a su izquierda, y la mujer le dirigió una sonrisa amistosa a Simone—. ¡El malandrín del barón ha vuelto! ¡Hurra!

El resto de la gente empezó a lanzar vítores, y Simone sintió la risa de Nick a su lado. Varios de los nobles de menor rango que los habían recibido en el puente entraron en el salón detrás de la pareja y ocuparon una vez más sus sitios. Nicholas la guió por el pasillo central que habían formado las mesas, y mientras avanzaban, Simone miró a los invitados, respondiendo a sus saludos y sus exclamaciones de felicitación. El salón parecía estar ocupado mayoritariamente por desconocidos, pero cuando se acercaron al fondo de la estancia, Simone vio a lord Cecil Halbrook, el anciano con el que tenía que haberse casado, y otros señores más que estuvieron en la fiesta del rey Guillermo. Simone sintió un creciente vacío en el estómago a medida que se acercaban, y le ardieron las orejas al recordar las viles calumnias que había tenido que soportar en Londres.

—Lady FitzTodd —lord Halbrook le dedicó una sonrisa amable y una reverencia superficial cuando pasó a su lado—. Es un placer para mí estar en tu casa.

Ella asintió y sonrió hacia él, agradecida por su gentileza. Y más agradecida todavía por no llamarse lady Halbrook.

—FitzTodd —un hombre delgado de cabello gris dirigió la barbilla hacia Nicholas—, supongo que yo también debo felicitarte, teniendo en cuenta que has sido lo suficientemente gentil como para invitarme a tu casa.

Simone sintió cómo Nicholas se ponía tenso bajo su mano.

—Bartholomew. Eso no ha sido cosa mía, te lo aseguro. A quien debes darle las gracias es a mi madre.

Simone casi podía oler la animadversión entre ambos hombres, y se sintió aliviada cuando Nick pasó con ella por delante de la mesa antes de que Bartholomew pudiera responder a aquel desaire. Llevó a Simone delante de su familia, donde lady Genevieve había cogido ya por banda a un sirviente y le estaba dando rápidamente instrucciones.

Nick la soltó entonces y Simone se sintió helada ante la falta de su firme presencia. Nick y su hermano se agarraron de los antebrazos antes de que él se inclinara para darle un beso a Haith en la mejilla. Simone creyó ver que Haith le susurraba algo a Nick al oído y luego escuchaba su inaudible respuesta, pero todo ocurrió tan deprisa que no podía estar segura. Simone notó una punzada de incomodidad al ser testigo de la natural intimidad de aquel grupo tan unido. Se sentía como una intrusa.

Finalmente, Nick volvió a centrar su atención en ella.

—Simone, por supuesto que te acuerdas de mi hermano y de lady Haith, ¿verdad? —dijo.

—Por supuesto —Simone forzó una sonrisa.

Nick miró a Haith.

—Pero, ¿dónde está la pequeña…?

Su pregunta quedó interrumpida por el grito de alegría de una niña, y Haith se rió.

—Hablando de esa pequeña diablilla, está jugando debajo de la mesa, como siempre.

Nick se giró hacia Simone con una sonrisa en los labios, y ella no pudo evitar notar lo diferente que Nicholas parecía ser allí… Aparte del encontronazo con lord Bartholomew, no le había visto torcer el gesto ni una sola vez.

—Lady Isabella es una amante de las cuevas y los agujeros escondidos —Nick dobló el dedo en su dirección y se puso de rodillas.

Simone vaciló un instante antes de seguir su ejemplo, sujetándose con una mano a la esquina de la mesa para mantener el equilibrio. Una niña preciosa de menos de un año, de rizos cobrizos y piel de crema, estaba sentada feliz con un vestido blanco y los puños apretados, gritando de alegría…

… ante la pluma de Didier, que hacía círculos frente al rostro de la niña.

—Hola, Isabella —dijo Nick—. ¿Hay un beso para tu tío? —la sonrisa de Nick se desvaneció cuando él también vio la prueba de la presencia del hermano de Simone. Entonces miró hacia ella con ojos acusadores.

Didier le habló entre risas a la niña en francés y luego miró a Simone.

—¿Verdad que es monísima, hermana? —Didier le hizo cosquillas a Isabella en la nariz con la pluma—. ¿Yo fui alguna vez tan pequeño?

—¿Es que no vas a hacer nada? —le susurró Nick a Simone.

—¿Qué quieres que haga? —murmuró ella en respuesta—. ¿Darle un cachete? —Simone miró a su hermano—. ¡Didier, fuera de ahí!

—Te pido disculpas —el niño parecía de lo más ofendido—. No voy a hacerle daño, hermana.

Simone miró de nuevo hacia Nick, indefensa.

Nick gruñó, cogió a la pequeña del suelo y se incorporó. Simone lo siguió con una sonrisa reflejada en su cara.

—¿Qué estás tramando, mi niña? —Nick rió y lanzó a Isabella por los aires hasta que ella se rió a carcajadas—. ¿Tenías pensado alguna nueva travesura?

—¡Qué maleducado! —Simone escuchó el grito ofendido de Didier y sintió una bocanada de aire frío alrededor de los tobillos.

—Lady Simone —dijo Haith entornando los ojos—. ¿Te encuentras bien?

Simone se apoyó ligeramente contra el banco y miró debajo de la mesa. Luego se incorporó rápidamente con el rostro pálido.

—Eh… —Simone tragó saliva con cierta dificultad mientras Didier gateaba por debajo de la mesa con la pluma apretada en el puño.

—Estoy seguro de que sólo está cansada —intervino Nick. Estaba claro que él también había visto cómo salía Didier. Le pasó a Isabella, que no dejaba de retorcerse, a su padre, y sujetó a Simone del codo, clavándole los dedos en la piel—. ¿Lady Simone? —le preguntó con voz sombría.

—Ah, sí —ella forzó una risa—. El viaje… estoy cansada. —Trató de no seguir con la mirada a Didier, que ahora gateaba en dirección a la mesa de lord Halbrook—. Tal vez debería retirarme.

Los ojos de lady Haith recorrieron el salón como si estuviera buscando algo… o a alguien.

—Por supuesto —dijo distraídamente—. Ya tendremos tiempo para… —se detuvo cuando un grito agudo atravesó el salón— conocernos mejor.

Allí cerca, lord Bartholomew se había puesto de pie de un salto, y Simone se dio cuenta de dónde había venido aquel chillido de horror más bien femenino. Aquel hombre de aspecto miserable continuaba gritando, agitando una pierna y dando pisotones con ella contra el suelo. Un sirviente corrió a atenderle.

—¡Algo ha tratado de subir por mi pernera! ¡Creo que era una rata!

—Bueno, entonces no es tan malo —escuchó Simone murmurar a Nick antes de aclararse la garganta y hablar lo suficientemente alto para que pudieran oírle todos los presentes—. Si nos disculpáis, amigos…

Mientras prácticamente arrastraba a Simone de la mesa, un sonido repiqueteante se escuchó detrás de ella. Simone torció el cuello y vio un escudo de batalla redondo y ornamental deslizándose por el pasillo que había en medio de las mesas con Didier subido encima de él como si fuera un trineo. Lady Genevieve estaba transfigurada, apretándose los labios con las yemas de los dedos.

Nick le apretó los dedos con más fuerza en el codo.

—Ese era el escudo de mi padre —gruñó en su oído—. ¡Dile que venga antes de que destroce el salón entero!

—Pero, ¿cómo…?

—¡Llámale! —Nick le sacudió el brazo.

Simone apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.

—Didier —susurró por la comisura de los labios.

Los pesados candelabros de hierro que sujetaban cientos de velas encendidas comenzaron a oscilar como péndulos, goteando hilos calientes de cera sobre los invitados, y sus gritos de sorpresa inundaron el gran salón.

—Simone —le advirtió Nick.

Ella sabía que no tenía elección.

—¡Didier! —dijo con tono áspero. Su voz resonó por encima de los confundidos murmullos de los invitados.

—¡Ya voy, hermana!

Un hombre sentado al lado miró a Simone con expresión perpleja.

—¿Di… qué, baronesa?

—¿Disculpa? —contestó ella airada.

—Ah, bien. —El hombre se revolvió nervioso, y Simone se quedó consternada al ver que los demás ocupantes de la mesa la estaban mirando también ahora. Lady Haith se había levantado de su asiento y recorría lentamente en círculos el perímetro del salón, dirigiendo la vista hacia cada una de las luces que se balanceaba suavemente.

—Has dicho Didier —continuó el invitado sonrojándose—. ¿Estás buscando a alguien?

La mente de Simone trabajaba a toda prisa. La única excusa que se le ocurrió salió de sus labios antes de que pudiera pensárselo mejor. Puso más acento francés todavía.

—Oh, Didier! —Simone se rió alegremente.

—¿Qué pasa hermana? Estoy aquí mismo.

—Es… es una costumbre de mi tierra —explicó Simone inventándose aquella ultrajante mentira mientras la formulaba e ignorando a su hermano—. Es parecido a au revoir, pero… —balbuceó, tragó saliva y luego sonrió—. Está reservado únicamente a amigos íntimos.

El rostro del hombre reflejó una gran sonrisa mientras sus compañeros de mesa murmuraban entre ellos, pronunciando la frase.

—¡Por supuesto! Disculpa mi ignorancia… me siento honrado —se levantó del banco y se inclinó—. Didier para ti también, baronesa.

Simone contuvo una risa nerviosa mientras Nick tiraba de ella para subir los escalones de piedra que había al fondo del salón, entre gritos de ¡Didier! ¡Didier!

Simone estaba avergonzada. Didier los siguió por la serpenteante escalera, caminando hacia atrás y lanzando besos a la gente.

—¡Sí, sí… soy el príncipe! ¡Inclinaos ante mí, leales súbditos!

Simone era muy consciente de los enfadados murmullos de Nick delante de ella.

—Lo lamento, milord —dijo.

Nicholas se giró de medio lado para mirarla mientras continuaba subiendo ruidosamente las escaleras. Ah… allí estaba el gesto torcido al que Simone estaba acostumbrada.

—¿No puedes controlarlo, Simone?

Simone se detuvo brevemente en su ascenso con la boca abierta. Dio un saltito para subir un escalón de más y ponerse a su altura.

—Es un fantasma, Nick. No puedo controlar lo que hace, como tampoco puedo controlar lo que haces tú.

Habían llegado a la planta superior y Nicholas se giró hacia ella en el pasillo de piedra.

—¿Y qué quiere decir eso?

Simone levantó la barbilla.

—Tú haces lo que quieres cuando quieres. Todavía tienes que explicarme dónde estuviste la noche que me dejaste sola en Londres, y tu ausencia de la posada la otra noche… no estabas en la sala común —le acusó—. Lo comprobé.

Nick dejó escapar un resoplido burlón entre dientes antes de doblar la esquina y desaparecer.

Simone lo siguió, decidida a no dejarle escapar sin una explicación, y preocupada por lo que podría revelar su respuesta. Caminó a buen paso detrás de él, con los ojos clavados en su ancha y rígida espalda. Su silencio sólo sirvió para acrecentar su temor.

—Estuviste con una prostituta, ¿verdad?

Nick no se giró.

—No.

—¡Mientes! —lo acusó ella.

—Por el amor de Dios —murmuró Nick, y entonces se detuvo frente a una enorme puerta labrada situada al fondo del pasillo. Tenía una expresión impasible.

—Entonces dime —inquirió Simone—, ¿cómo voy a confiar en ti si no me cuentas las cosas? ¿Si guardas secretos?

Nick se la quedó mirando durante un largo instante, como si estuviera pensando si contestar o no, y Simone contuvo el aliento. Quería tener fe en que no la había traicionado, en que no la traicionaría a pesar de su reputación de promiscuo. Sencillamente, necesitaba que la tranquilizara.

Las esperanzas de Simone se vinieron abajo.

—Me temo que tendrás que resolver ese enigma tú sola —dijo Nick agarrando el tirador de la puerta y abriéndola. Señaló hacia el portal abierto con el brazo, y Simone no tuvo más remedio que pasar.

Los aposentos del barón de Crane iban más allá de lo espacioso. El dormitorio, grande y cuadrado, tenía casi el tamaño del gran salón de la casa en la que Simone vivió de niña. No había una, sino dos chimeneas dispuestas la una frente a la otra, con tiros tan grandes que Simone creyó que podría ponerse de pie dentro de ellos.

Gruesas alfombras bordadas en azul brillante y dorado cubrían el suave suelo de madera, y dos grandes ventanales, completados con amplios asientos de piedra, daban la bienvenida al frío aire de la noche. Había un biombo de seda en dos de las esquinas del dormitorio; cómodas, mesas y butacas; tapices y candelabros colgando de los muros. Pero la pieza principal de la habitación, el mueble que dejó a Simone sin respiración, era la cama que dominaba el dormitorio. Avanzó hacia ella conteniendo el aliento, admirada.

—¡Oh, Nick! —olvidó que estaba enfadada con él mientras acariciaba uno de los altos postes, profusamente tallado y fabricado en una madera tan oscura, o tan antigua, que parecía negra. El poste se alzaba dos veces sobre la altura de Simone, y de su estrecha punta colgaba una criatura tallada con alas que parecía estar mirándola desde arriba.

Simone escuchó el tono sonriente de la voz de Nick.

—¿Te gusta?

—No había visto nada igual —aseguró conteniendo el aliento mientras giraba el cuello para admirar las figuras de los otros tres postes. Todas las tallas que adornaban la cama representaban criaturas fantásticas: unicornios y otras bestias con cuernos se perseguían las unas a las otras alrededor de la madera, retozando, al parecer, con sirenas y pájaros exóticos, minotauros y dragones. Pero los extremos de los postes estaban reservados para las hadas, cada una con facciones y expresiones ligeramente distintas, que supervisaban la habitación.

Nick se colocó a su lado, y Simone se estremeció cuando le colocó la mano en la parte inferior de la espalda.

—Perteneció a mis padres, y antes, a mis abuelos. La habitación también era la suya.

Simone giró la cabeza para mirarlo, creyendo que encontraría tristeza ante la mención de su fallecida familia, pero Nick tenía los labios curvados en una débil sonrisa.

—Me encanta. Sinceramente, c'est magnifique.

Nick alzó la mano para apartar un mechón rebelde de cabello del rostro de Simone.

—Me alegro de que te guste. Espero que seas feliz en Hartmoore.

Ella sintió el corazón pesado dentro del pecho ante la cercanía de Nick y la soledad del dormitorio. Deseaba cerrar los ojos y congelar aquel momento en el tiempo, preservar la paz y la intimidad que sentía a los pies de aquella pieza de mobiliario tan simbólica con su esposo al lado. Nick hablaba de su felicidad como si realmente le importara. Una situación extraña para Simone… nadie antes se había preocupado de su felicidad.

Aspiró con fuerza el aire, guardando aquel instante a buen recaudo en su corazón. Se puso de puntillas antes de poder evitarlo y presionó los labios contra los de Nick.

—Gracias, Nicholas —dijo antes de recular a toda prisa. Su impetuosa acción había hecho que se le sonrojara el rostro.

Pero antes de que pudiera escaparse completamente, Nick la estrechó entre sus brazos atrayéndola hacia sí con fuerza. Mirándola fijamente, le preguntó:

—Entonces, ¿no confías en mí, Simone?

Ella ladeó la cabeza y le mantuvo la mirada.

—No. ¿Cómo iba a hacerlo?

Nick asintió y trazó con las yemas de los dedos suaves círculos en los omóplatos de Simone.

—Nos conocemos desde hace muy poco tiempo, y todavía hay muchas cosas de mí que no sabes.

Simone apenas podía pensar mientras sus manos ampliaban el círculo de las caricias.

—¿Qué clase de cosas?

Nicholas guardó silencio durante un largo instante, escudriñándole el rostro mientras las yemas de sus dedos interpretaban una silenciosa melodía sobre su cintura y sus costillas.

—Nada importante —dijo—. Pero un hombre debe guardarse sus pensamientos. No desnudaré mi alma ante ti… eso sólo me pertenece a mí. —Las manos de Nick se detuvieron—. Sin embargo, nunca te mentiré… eso te lo juro.

Simone dejó caer la mirada sobre el pecho de Nick, y se sorprendió al ver sus propias manos allí apoyadas, acariciando con las uñas el bordado cubierto de polvo. No confiaba en ella. Eso estaba claro.

—Simone —le pidió con dulzura—. Mírame —ella alzó el rostro—. Nunca te voy a mentir. Y no he estado con ninguna mujer desde que nos casamos.

—Se que todavía no sabemos muchas cosas el uno del otro, Nicholas —dijo. El corazón le latía con fuerza por el deseo y también por el dolor. Pero creía en él. Que Dios la ayudara—. Pero confío en que algún día quieras compartir tus cargas conmigo. Ya te tengo en la más alta consideración por haber creído en Didier… aunque no entiendas que no puedo prever ni impedir sus impetuosas acciones.

Nick contuvo una carcajada y le cubrió la mejilla con una de sus largas palmas. La besó con dulzura.

—¿Tu más alta consideración? —le preguntó contra la boca.

Simone tragó saliva, bajó los párpados y le temblaron las rodillas. Sus caricias resultaban… embriagadoras.

—Y afecto —susurró.

—Eso me gusta mucho más —entonces la besó otra vez, despacio, mientras la estrechaba contra sí. Simone quería fundirse en él, quedar absorbida por su aroma masculino, su sólida presencia. Aunque sabía que aquello era una locura, se sentía a salvo en brazos de Nick. Más a salvo de lo que se había sentido en muchos, muchos meses.

Pero entonces él se apartó bruscamente y la miró a los ojos. La mirada azul de Nick brillaba de deseo.

—He hablado con lady Haith.

Simone frunció el ceño. Le pareció un comentario extraño para un momento tan íntimo.

—¿Lady Haith, milord?

Nicholas le giró suavemente la barbilla con uno de sus largos dedos, y Simone vio a Didier recorriendo en círculos el perímetro del amplio colchón mientras mantenía la pluma por encima de la cabeza. Estaba bastante impresionada por el hecho de que Nicholas hubiera notado la presencia de su hermano antes que ella. En realidad, Simone se había olvidado completamente de Didier en cuanto entraron en el dormitorio. La joven suspiró.

Didier detuvo su juego para mirarla.

—Oh, tú sigue, hermana. No te voy a espiar. —El niño retomó su alegre marcha una vez más, tarareando una alegre melodía.

—Como te estaba diciendo —continuó Nicholas—. He hablado con lady Haith. Pronto tendrás ayuda para manejar a este pequeño travieso nuestro.

Simone alzó las cejas.

—¿De veras? ¿Cómo?

—Minerva está en camino —se limitó a decir Nick.