Capítulo 18
SIMONE sonreía mientras Isabella trataba de coger cada uno de los objetos que había colocados en la mesa frente a su madre. Haith no dejó en ningún momento de mantener la conversación que estaba manteniendo con las otras mujeres, sino que cogía con calma cada uno de los objetos del regordete puño de la niña y los colocaba lejos de su alcance, habitualmente con una alegre y suave reprimenda del tipo: "Vamos, deja eso, muchacha".
Isabella chilló encantada con su sonrisa de tres dientes cuando Haith le pasó una larga cuchara de madera. Simone se preguntó si Nicholas y ella tendrían alguna vez hijos.
Simone se preguntó si Nicholas y ella seguirían de hecho casados después de que le contara la verdad respecto a Armand. O después de Evelyn.
Genevieve parecía cansada aquella mañana, tenía los ojos hinchados y vidriosos, pero se sacudió la apatía y estaba divirtiendo a las mujeres más jóvenes con una escandalosa anécdota sobre un invitado particularmente amoroso y una doncella de la cocina cuando sonó un cuerno, anunciando que el barón y su comitiva se acercaban a la aldea.
A Simone le dio un vuelco el estómago cuando Haith y Genevieve se pusieron de pie. Aquel era el día, entonces. En cuestión de minutos, sabría si Evelyn seguía siendo la dueña del corazón de Nick. Y Simone le diría a Nicholas que era a Armand a quien su madre creía haber matado en Francia, era Armand quien había separado a Genevieve de Tristan. Probablemente, Nick echaría a Simone de su lado, pero por la seguridad de lady Genevieve, Simone sabía que era un riesgo que debía correr.
Se levantó de la mesa cuando un soldado cubierto de hollín entró precipitadamente en el salón y corrió al lado de Genevieve. En menos de un instante, la dama se había recogido las faldas y había cruzado corriendo el salón para salir por la puerta hacia el patio, dejando allí a Simone y a Haith sin decirles una palabra.
Simone apretó el paso, Haith la seguía pisándole los talones; el miedo se apoderó de ella. Llamó con un grito al soldado. Convirtió sus zancadas en un trote ligero y llegó a la altura del soldado cubierto de suciedad.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está el barón?
El soldado tomó a Simone del codo y la condujo mientras hablaba.
—Obny acababa de sufrir un ataque cuando llegamos, milady. Lord Handaar está gravemente herido… no creemos que sobreviva.
Simone sólo alcanzó a comprender que se había librado una batalla.
¡Nicholas!
Se zafó de la mano que pretendía retenerla y salió corriendo del salón tal y como había hecho Genevieve.
Una vez en el patio, Simone vio a la comitiva de hombres de Nick atravesando la puerta y tirando de un destartalado carro. Genevieve ya había llegado a la altura de ellos y le había echado los brazos al cuello a uno… Simone supo ahora con certeza que Nicholas estaba a salvo, y soltó un suspiro de alivio. Pero a medida que se acercaba al lúgubre grupo de soldados, disminuyó el paso.
Genevieve se apartó de su hijo, sollozando y sujetándole la cara con las manos mientras le hablaba, pero Simone no pudo escuchar lo que le decía debido al estruendo de su propia cabeza. Fue vagamente consciente de que lady Haith pasaba por delante de ella, siguiendo a Genevieve mientras la dama se apartaba de Nick para dirigirse a Tristan, que estaba al lado del carro. Simone pudo observar ahora con claridad el abatido aspecto de Nicholas.
Tenía el cabello sin brillo y con aspecto rígido. Arrugas de negra suciedad le surcaban el rostro y el cuello. Su camisa marfil había desaparecido, dejando al descubierto sus bronceados brazos, cubiertos ahora con una costra de barro que asomaba por los costados de su túnica, antes azul brillante y plata, ahora sucia y manchada. Tenía las calzas hechas jirones alrededor de las botas, y cerca de los dedos de los pies asomaba la punta de la brillante espada de Nick, ahora cubierta de…
Sangre.
A Simone le dio un vuelco el corazón dentro del pecho, y alzó la mirada hacia la de Nick. Sus ojos, normalmente de un azul brillante, estaban borrosos cuando Simone lo miró, consciente de que se había detenido a varios pasos de él, pero incapaz de obligar a sus pies a acercarse más. Era como si pudiera sentir la energía que irradiaba, y no era buena.
Parecía diez años mayor que cuando Simone lo vio por última vez, y su rostro no tenía ninguna expresión. Los brazos, largos y musculosos, le colgaban inertes a los lados.
—¿Nicholas? —susurró a través del grueso nudo que tenía en la garganta—. ¿Estás herido?
Él la miró fijamente, sin hacer ningún movimiento a excepción del tic de la mejilla.
—¿Nick? —su voz se había convertido en un chillido alrededor de su sollozo, y dio un paso adelante. Se levantó una brisa en el patio, removiendo el hedor metálico y enfermizo a sangre seca. A Simone le escocieron las fosas nasales, lo que la obligó a balancearse sobre los pies.
Y entonces, como no podía seguir soportándolo, se lanzó sobre él, abrazándole completamente y apretando el rostro contra su pecho, sin importarle el hedor y la suciedad que lo cubría. Sus brazos no la rodearon, pero ella siguió abrazándole fuerte, más fuerte.
—Oh, Nick. Oh, mi amor —susurró contra su pecho, sin importarle que la oyera o no, se estaba dirigiendo a los cielos para expresarles su gratitud por haber salvado la vida de aquel hombre—. Gracias a Dios, gracias a Dios.
Nick no puedo evitar aspirar con fuerza el olor cálido y limpio de Simone, que estaba pegada a su pecho. Escuchó su susurradas e incoherentes palabras, pero no alcanzó a entender su significado. Sentir su delicado cuerpo, su fragancia única y tan familiar ahora para él, no le provocó nada más que vergüenza.
"Ella es la razón por la que regreso a Hartmoore con el cuerpo de Handaar. Si no fuera por Simone du Roche, habría vuelto de Londres hace semanas". —Y sin embargo, su aroma, el sonido de su suave llanto, despertaron en Nick el deseo de estrecharla entre sus brazos, abrazarla, perderse en su calor.
Pero lo que hizo fue tomarla de los hombros y apartarla de sí, consciente de las negras manchas que sus manos le dejaron en el vestido. El pálido rostro de duende de Simone estaba bañado en lágrimas.
—¿Qué ha ocurrido? —sollozó ella.
Nick no tenía ganas de hablarle de la tragedia de Obny… le resultaría humillante admitir que había llegado demasiado tarde para salvar su aldea de la frontera. Y además, invitados y soldados abarrotaban ahora el patio, gritando maldiciones contra los bárbaros galeses y tirando del carro que cargaba con el cuerpo de Handaar en dirección al gran salón. Muchos le hacían señas a Nick, pidiéndole instrucciones. El pueblo se había convertido en un caos ensordecedor que bullía a su alrededor.
—Tengo que ocuparme de mis hombres —dijo rodeando a Simone.
—Pero —Simone se giró y caminó a su lado, secándose las lágrimas—, lord Handaar… ¿está…?
—Vivo —dijo Nick con sequedad, dirigiéndose a grandes zancadas hacia los establos y los barracones de los soldados—. Pero no se durante cuánto tiempo. Si recupera la consciencia, debo descubrir el nombre de los que han atacado Obny.
Simone casi corría ahora para mantener su paso.
—¿Vas a contraatacar?
Nick no podía mirarla ahora que su rabia volvía a asomarse peligrosamente a la superficie; verla, recordar cuando estuvo tumbado en la cama con ella en Londres, acompañándola a los mercados y a las tiendas, riéndose con ella, cenando comida de gran calidad en elegantes salones mientras los galeses acechaban sus tierras. Quería borrar de sí los recuerdos de Simone, los tiernos sentimientos que despertaba en él.
Se detuvo y se giró hacia ella.
—Obny está destruido. Los galeses han asesinado a sus habitantes, sin perdonarles la vida a los niños ni a los animales. —Nick señaló con el brazo hacia las puertas, vio a Simone estremecerse, pero no le importó—. ¿Ves ese puñado de siervos? Ellos son todo lo que queda. ¿Ves la sangre que me cubre? Pertenece a lord Handaar. El olor que me persigue es el de carne quemada. ¿Puedes olerlo, Simone? ¿Puedes olerlo desde Hartmoore? —inquirió—. Sí, tomaré represalias. Me vengaré, y me vengaré bien.
Los ojos esmeralda de Simone se llenaron de lágrimas una vez más, pero tras ellos brillaba ahora una chispa de furia. Nick esperó a que ella lo reprendiera severamente, a que saliera huyendo de allí, horrorizada por su crudeza y su dura descripción.
—Entonces, que recojan lo que han sembrado —dijo Simone en voz baja—. No tienes más que decírmelo, y yo haré lo que pueda, milord.
Nick no esperaba aquella respuesta, y por un instante se quedó sin habla, luchando contra sentimientos encontrados. La voz de Tristan llegó hasta él a través del patio; Nick levantó una mano para indicarle con un gesto que esperara un momento más. Volvió a centrar su atención en su esposa.
—Ayuda a lady Haith y a mi madre con los cuidados de lord Handaar. Mi padre y ella estaban muy unidos al señor de Obny, y le va a resultar difícil aceptar verlo así.
—Por supuesto.
Nick la cogió del brazo y la llevó hacia el castillo mientras seguía hablando.
—Cuando los hombres estén preparados, partiremos hacia la frontera.
Simone disminuyó el paso, tirando de él hasta casi detenerle.
—¿Cuánto tiempo estaréis fuera?
—No lo sé… un día quizá. —Nick la urgió para que siguieran avanzando hasta que estuvieron cerca de la entrada del gran salón. Una marea continua de siervos y soldados entraba y salía de la puerta como un enjambre de avispas furiosas en una colmena, y en el oscuro interior se podía escuchar alta y clara la voz de Haith dando órdenes.
—¿Recuerdas que hablamos de lady Evelyn cuando estuvimos en Londres?
Simone apretó los labios de manera casi imperceptible y asintió con la cabeza.
—Es la única hija de lord Handaar, y he dado orden de que venga de inmediato. ¿Te ocuparás de ella si llega mientras yo estoy fuera?
Si aquella noticia perturbó a Simone, lo disimuló muy bien.
—Como desees, milord.
—Adelante —le ordenó Nick soltándola y apartándose.
—Nicholas, espera —dijo ella estirando el brazo hacia él.
Nick se detuvo.
—¿Qué ocurre, Simone?
Ella miró de reojo hacia el castillo.
—Mi… mi padre… hay algo que debes saber…
Nick frunció el entrecejo.
—¿Quieres hablar de la desagradable forma de ser de tu padre mientras tengo a un hombre muriéndose en este salón? No tengo tiempo para tus recuerdos y tus acertijos, Simone. De hecho, estoy bastante cansado de ellos. ¿Se ha marchado Armand de Hartmoore, tal y como ordené? —Al ver que Simone asentía vacilante, continuó—: Entonces haz lo que te he pedido y no me atormentes más con las extrañas historias de tu familia. Y no lo digo sólo por hoy, sino para siempre.
Simone palideció todavía más, y Nick vio cómo tragaba saliva. No dijo ni una palabra más, se limitó a girar sobre sus talones y a cruzar por la puerta arrastrando las faldas.
Nick se dirigió con prisa hacia los barracones de sus soldados, dándole vueltas en la cabeza a las tareas que tenía por delante aunque su agotado cuerpo le estuviera pidiendo descanso.
Y Evelyn iba a venir.