Capítulo 30
LA comitiva tardó tres días en hacer el camino hasta Londres, y durante todo el recorrido, Simone sintió como si estuviera muriendo lentamente. Nicholas y ella no cruzaron ni una sola palabra, y por lo que Simone entendía, él ya la había apartado de su vida.
Simone pasaba las noches entre Jehan y Genevieve y los días subida al lomo del caballo, tratando de evitar cualquier conversación con el ahora optimista y locuaz Charles. Sentía como si cada palabra que salía de la boca de su futuro marido fuera una espina que se le clavara en la cabeza. Trataba de ser gracioso; pero resultaba infantil. Trataba de ser atento; resultaba molesto. Trató de hablar con Simone sobre su futuro y ella no mostró ni el más mínimo interés.
Echaba de menos a Didier.
Echaba de menos a Nicholas.
Cuando podía, Simone pasaba las largas horas conversando con lady Genevieve y Jehan. Los dos mayores del grupo se llevaban sorprendentemente bien, y con frecuencia, Simone disfrutaba simplemente escuchándolos a ambos hablar de Francia, de niños, de comida y de política, pero nunca del hecho de que Simone abandonara Inglaterra.
Y nunca, nunca, de Armand.
El primer día de viaje habían atravesado un grupo de humildes cabañas, y Jehan había utilizado sus excelentes habilidades para el comercio para cambiar el caballo de uno de los guardas franceses por provisiones y prendas de ropa aldeanas, rudimentarias pero limpias y resistentes. Todos parecían mucho más cómodos con la humilde vestimenta excepto Charles, que se había negado a cambiarse de ropa para seguir llevando su fina túnica y las calzas. No estaba tan sucio como el resto de la comitiva, en cualquier caso, sino sólo un poco mojado.
Así que ahora olía a moho, aunque llevara encima elegantes bordados.
La tarde en la que el pequeño grupo de viajeros atravesó las puertas de Londres, llegó demasiado pronto para Simone. Aunque había estado sólo una vez en la ciudad, parecía como si los recuerdos estiraran sus delicados dedos desde cada rincón, tirando de ella sin cesar.
Allí estaba la posada en la que Armand y ella se habían alojado cuando supo que iba a convertirse en esposa de Nick.
Allí estaba el mercado en el que Nicholas le había comprado a Didier su querida pluma.
Allí estaban los escalones de la abadía, por los que había subido con Nicholas el día que se casaron.
Y mientras los guardas se acercaban para hacerse cargo de sus monturas, mientras se abrían camino hacia la sala de recepción del rey, mientras esperaban en tenso silencio la noticia de si Guillermo los recibiría o no, Simone sintió cómo su determinación de dejar a Nicholas se le resbalaba entre los dedos como el agua.
Nick salió el primero de la sala de recepción del rey con la espalda estirada y las mandíbulas apretadas. Por la mañana les entregarían los documentos, y sería como si Simone no hubiera sido nunca su esposa.
Al menos sobre el papel. Nicholas sabía que no habría ninguna pieza de pergamino, por muy real que fuera, capaz de borrar jamás de su corazón a aquel duendecillo de cabello negro.
La comitiva fue recibida en una antesala por un criado remilgado.
—Lord FitzTodd —entonó el hombre con la cabeza tan alzada que Nicholas podía verle el interior de las fosas nasales—. Su Majestad me ha ordenado que acompañe a las damas FitzTodd a sus aposentos mientras vos esperáis la sentencia. —Aspiró el aire por la nariz en dirección a Jehan y a Charles—. Lamentamos no poder acomodar a toda la comitiva al completo.
—¿Qué significa esto? —inquirió Charles—. ¡No me separaré de mi prometida!
El criado se apartó con una expresión desdeñosa.
—Todavía no es tu prometida, Beauville —le espetó Nicholas. Y luego quiso morderse la lengua por haber utilizado un tono tan posesivo. Lo único que quería hacer Nick era arrancarle a Charles la cabeza de los hombros. Sabía que podía hacerlo. No le costaría realmente mucho esfuerzo…
Jehan interrumpió la oscura fantasía de Nick cuando tomó la mano de Simone.
—Haré que te envíen algunas cosas para que estés cómoda, querida. ¿Hay algo en particular que desees? Cualquier cosa, lo que sea…
—Non, papá. Merci. —Simone le dirigió una lánguida sonrisa.
—Muy bien —Jehan la besó en la frente—. Te veré por la mañana.
Charles se acercó a Simone después de que Jehan se hubiera apartado, pero ella giró la cabeza ante su avance.
—Charles, por favor. No.
Nick no pudo evitar sonreír con suficiencia ante la incomodidad del otro hombre.
—Buenas noches, mi amor —dijo Charles con suavidad haciendo una exagerada reverencia—. Sueña con los ángeles.
Y entonces los dos hombres se marcharon.
—Por aquí, por favor, señoras. —El criado extendió un brazo hacia delante.
Genevieve le dio un beso a Nick en la mejilla y le dedicó una sonrisa triste antes de seguir al criado.
Simone miró a Nick como si deseara desesperadamente decir algo. Con aquel vestido basto y sencillo, su cabello largo y oscuro recogido en una simple trenza y sus grandes ojos brillando como esmeraldas en un arroyo claro, era como la figura de un cuadro de fantasía, y Nick deseaba con toda su alma tocarla.
Pero lo que hizo fue inclinarse.
—Lady Simone… —y entonces guardó silencio y tragó saliva. No sabía qué decirle, dado que no podía expresar lo que sentía—. Te deseo… satisfacción en tu nueva vida.
Nicholas tuvo la impresión de que vio a Simone estremecerse.
—Oh, es una vida antigua —dijo—. Gracias por soportarnos a mí y a mi familia, señor. Adieu.
Se dio la vuelta y sus suaves zapatillas de piel no emitieron ningún sonido cuando se reunió con su madre y con el criado, y entonces… desapareció.
Nick no supo cuánto tiempo estuvo allí con la vista clavada en el punto en el que la había visto por última vez. Tampoco sabía cómo se las había arreglado para estropear su último momento juntos.
Finalmente se dirigió hacia la Torre para presenciar la ejecución de lord Wallace Bartholomew, un acontecimiento que casaba a la perfección con el humor de Nick.
Tal vez si Bartholomew montaba demasiado escándalo, Nick colocara su propia cabeza en su lugar.
Simone deseaba estar en cualquier otro sitio que no fuera donde la había llevado el criado del rey; en una habitación alquilada en la ciudad, en Francia, o incluso en la ruinosa abadía de la costa. Pero ¡oh, Dios!, no allí.
Estaba en el centro de la misma habitación que Nicholas y ella habían compartido la última vez que estuvieron en Londres.
Oh, qué cruel ironía.
Simone trató de no fijarse en lo que la rodeaba y se quitó el polvo del cuerpo con ayuda de la pequeña palangana que había en una esquina. Trató de no ver a Nicholas lavándose en aquella misma palangana, bebiendo al lado de la chimenea, durmiendo en la ancha cama que compartían.
Habían pasado más tiempo en aquella habitación que en cualquier otro sitio en su corto y pronto disuelto matrimonio.
Cuando los criados llamaron a la puerta para traerle los regalos de Jehan, Simone ya llevaba más de una hora llorando.
Sin embargo, el delicado camisón, la bata, el cepillo de pelo y el sencillo vestido la hicieron sonreír, y después de que una joven doncella dejara una bandeja de comida en la mesita, pidió un baño.
Ahora el fuego se consumía bajo en el hogar. Simone, que se había cepillado el húmedo cabello y se había puesto el fino camisón para cubrirse el cuerpo, se acercó a la cama como si se estuviera aproximando a la horca. Se subió rápidamente a ella, se tumbó y cerró los ojos.
Nick había considerado la posibilidad de pasar el resto de la noche en la taberna en la que estaba bebiendo. Había varias muchachas ejerciendo su oficio, pero la idea de compartir su cuerpo con otra mujer que no fuera Simone le ponía enfermo, aunque tuviera dos copas de más. Desde que había sido bendecido con Simone… Sí, bendecido, maldita sea; estaba borracho y podía ser sentimental si quería. Sabía que tendría que transcurrir toda una vida antes de buscar la cama de otra y no ver la piel cremosa y sin mácula de Simone, su cabello negro como el ala de un cuervo, su dulce rostro sonriéndole…
Nick gimió y se lanzó tambaleándose hacia el corredor del ala de invitados. Apoyándose en el hombro, miró a su alrededor con ojos legañosos.
¿Aquella puerta? ¿O la otra? Maldijo amargamente.
Como un fantasma de etiqueta, apareció el lacayo personal del rey con una sonrisa petulante en su terso rostro.
—Buenas noches, milord —dijo con una risita de suficiencia—. ¿Queréis que os acompañe a vuestra habitación?
Nick gruñó y se apartó de la pared, siguiendo al delgado criado a corta distancia por el corredor. Nick no pudo evitar preguntarse detrás de qué puerta dormiría Simone.
Tras un breve agitar de llaves, la puerta se abrió para dar paso a una habitación oscura y apenas iluminada.
—Aquí es, milord. Buenas noches.
Nicholas entró tambaleándose, y la puerta se cerró suavemente tras él. Se quedó de pie en el centro de la habitación y gruñó cuando se dio cuenta de dónde le habían alojado.
Aquella era la misma habitación que había compartido con Simone.
Nicholas se quitó la túnica y la lanzó por la habitación soltando un gran grito. La prenda se enredó alrededor de una copa y la hizo caer al suelo con gran estruendo.
—¡Maldita sea!
Entonces escuchó cómo alguien contenía el aliento y una única palabra pronunciada con una voz inconfundiblemente femenina.
—¿Nick?
Simone se sentó en la cama y agarró las mantas contra su pecho. Al principio pensó que el intruso era un sueño, y luego temió que la estuvieran acosando. Pero cuando se fijó más detenidamente en aquel contorno masculino, no le cupo la menor duda de la identidad del visitante.
Nick se dio la vuelta con paso vacilante, y ella se dio cuenta. Estaba claro que había estado bebiendo.
Nick pareció mirar fijamente las turbias sombras de la cama y luego, para asombro de Simone, se rió.
—O esto es el sueño más cruel que he tenido en mi vida, o estoy mucho más borracho de lo que pensaba.
Simone no pudo evitar sonreír en la oscuridad. El corazón le latía con fuerza. ¿Qué quería Nick?
"Oh, por favor, Dios mío… que lo que quiera sea a mí".
Simone se aclaró la garganta.
—Creí que eras un intruso… ¿Qué… qué estás haciendo aquí, Nick?
Él sacudió la cabeza como si quisiera aclararse las ideas, y señaló con el pulgar hacia la puerta.
—El criado… la puerta equivocada… está claro que… bueno, yo… ¡oh, diablos! —Nick se pasó las manos por la cara y suspiró. Parecía muy cansado—. Te pido perdón por la intrusión. Encontraré otra…
—No te vayas —dijo antes de que pudiera evitarlo, y entonces sintió cómo su rostro se encendía. No podía sonar más desesperada—. Yo… no estaba dormida —añadió rápidamente—. Es tarde, Nicholas. Los dos necesitamos descansar y…
¿Estaba realmente diciendo ella aquellas cosas, o Minerva se había apoderado de su boca una vez más?
Entonces Nicholas ladeó la cabeza, la miró de aquella manera suya, y Simone supo que aquellos pensamientos eran de su propia cosecha.
—En cualquier caso —continuó—, ni que no hubiéramos compartido antes una cama. De forma completamente inocente, por supuesto.
Nicholas continuó mirándola fijamente.
—Es verdad. Pero no tengo ninguna intención de hacerte sentir incómoda, Simone. ¿Estás segura de que esto es prudente?
—No —contestó ella con absoluta sinceridad.
Nick se le acercó, y Simone pudo ver el contorno de su cuerpo a través de su fina camisa interior. El fuego que quedaba tras él le hacía brillar.
—Es una cama grande —dijo Nick finalmente.
Simone se mordió el labio.
—Hay sitio de sobra.
Él se acercó a un lado de la cama… su lado de la cama.
—Con una cama de este tamaño, es poco probable siquiera que nos rocemos.
—Muy poco probable —estuvo de acuerdo Simone—. Y en cualquier caso, los dos nos marcharemos con las primeras luces del día.
—Muy temprano —aseguró Nicholas, que ahora la estaba mirando con ansia, agitando los hombros mientras se quitaba las botas—. Tal vez podríamos hablar un poco, ya que parece que tienes problemas para dormir.
—Sí, hablaremos. —Simone sintió cómo se le ponía la piel de gallina en los brazos al sentir su mirada—. ¿Cómo…? —se aclaró la garganta—. ¿Cómo estuvo la ejecución de lord Bartholomew?
—Oh, muy bien. —Nick se sacó la camisa interior por la cabeza—. Simone, te deseo.
Ella dejó escapar la respiración en una mezcla de sollozo y risa. Aquellas palabras… no tenían precio.
—Ya no estamos casados, Nicholas —dijo. Y aquel argumento sonó estúpido y vacío incluso para sus propios oídos.
—No estoy de acuerdo —murmuró Nicholas deslizando los dedos por los cordones de su cintura—. Aunque por la mañana tomemos caminos diferentes, hasta que llegue la luz del amanecer, sigues siendo todavía mi esposa y aprovecharé esta noche para amarte como debería haberte amado desde el principio.
El cuerpo de Simone tembló, se le contrajo el estómago.
Oh, gracias Dios mío. Gracias, gracias, gracias…
Apartó las mantas a un lado invitándole con una sonrisa.
Gracias, Dios mío. Gracias, gracias, gracias…
Nick se acercó inmediatamente a ella, agarrando su estrecha cintura con ambas manos por encima de su fino camisón, tomándole la boca y besándola como si quisiera devorarla.
Y ella respondió a sus besos, primero agarrándole los hombros y después rodeándole completamente el cuello con los brazos.
—Sabes… a… gloria —murmuró Nick asomando la lengua para saborearle los labios. Los efectos del alcohol habían desaparecido, pero la embriagadora presencia de Simone lo tenía más borracho que antes. Le acarició el cuello con los labios, le bajó el camisón por los hombros con la mejilla y la saboreó allí.
Simone suspiró y se arqueó contra él.
—Nick… Oh, cuánto te he echado de menos.
—Y yo a ti —respondió él subiéndole por la pierna el dobladillo del camisón hasta la altura de la cadera, agarrándole el trasero y atrayéndola hacia su erección—. Lo siento, Simone. Tanto tiempo perdido, y ahora te vas de mi lado.
—Sh —susurró ella besándole el cuello allí donde las sombras de las heridas todavía se lo rodeaban en círculo—. El pasado no tiene remedio. Disfrutemos de esta noche, como si no hubiera un mañana.
Nick alzó la cabeza y la miró a los ojos.
—Te amo, Simone. ¿No basta con eso para que te quedes?
Ella sonrió con tristeza, y Nick volvió a pensar que parecía que iba a decir algo. Pero se limitó a recorrerle el pecho con la mano hasta agarrar su virilidad y pasársela por la cálida protuberancia que tenía entre las piernas. Nick jadeó y dio una sacudida.
—Ya es suficiente por esta noche —dijo ella.
La ira se apoderó de Nick, mezclada con el abrasador amor que sentía por la mujer que estaba debajo de él. Se quedó mirando su rostro, tan hermoso y tan lleno de pasión, y se puso de cuclillas.
—¿De quién es este camisón?
Simone frunció el ceño.
—¿Qué?
Nicholas deslizó los dedos de ambas manos por el cuello del camisón, acariciándole la blanca piel del escote.
—¿Es uno de los camisones de tu madre?
—No —respondió Simone con cautela—. Papá…
Nick abrió el corpiño en dos, cortando su explicación con un grito y dejando al descubierto sus pálidos senos, perfectamente redondos y coronados con dos pezones oscuros como frambuesas.
Nick se inclinó hacia delante y colocó la boca primero en uno de los montículos de piel y luego en el otro, y Simone suspiró y se arqueó contra él. Nicholas apartó la cabeza, y los senos de Simone recuperaron su perfecta redondez. La pálida piel que los cubría se le había puesto de gallina.
—¿Tienes frío? —susurró Nicholas.
Simone le regaló una sonrisa lenta y maliciosa.
—No, milord —dijo—. Estoy ardiendo.
Nicholas gruñó en lo más profundo de su garganta y se movió hacia atrás en la cama hasta que estuvo inclinado sobre ella. Agarrando los dos irregulares extremos de su camisón, completó la separación y contuvo el aliento al observar la delicada perfección de su cuerpo. Se encaramó para cubrirla y ella recibió encantada sus besos y su mano entre las piernas.
—Tócame, Nick —le suplicó contra la boca, gimiendo. Nick obedeció y deslizó un dedo en su sexo. Ella se apretó contra la mano.
Nick estaba temblando tanto que la cama se estremeció al mismo ritmo que el trueno que sonaba más allá de la habitación. Quería satisfacerla, saciar su deseo antes de arrebatarle la virginidad, pero la visión de su cuerpo desnudo, el sonido de su nombre en sus labios, la sensación de su húmeda calidez rodeándole era demasiado difícil de soportar para él.
—Simone —le dijo en cuello—. No puedo esperar.
—Entonces no lo hagas —suspiró ella.
Aquel era todo el permiso que necesitaba. Retiró la mano de entre sus piernas y se abalanzó sobre ella, abriéndole los muslos con los suyos. Simone extendió los brazos sobre el colchón en simbólico recibimiento, como una ofrenda. Las delicadas líneas de sus costillas subían y bajaban con su respiración. Nick tomó su miembro con su propia mano y se inclinó hacia delante, acercándose al sexo de Simone. Se colocó encima de ella sin apenas tocarla. Simone le deslizó las yemas de los dedos por las costillas y la cintura hasta agarrarse a sus caderas.
Él la miró a los ojos.
—Vas a sentir un poco de dolor.
Simone sacudió la cabeza y sonrió.
—Sí, lo sentirás —insistió Nick—. Pero sólo en el primer…
Entonces Simone le tiró de las caderas y se arqueó contra él, y Nick se quedó sin palabras. Apenas estaba dentro de ella. Simone gritó suavemente. Volvió a agitarse y Nick se hundió un poco más. Simone se quedó muy quieta y contuvo el aliento cuando Nick sintió su virginidad apretándose contra él.
—Sh —la tranquilizó colocando los codos a cada lado de su cabeza. Le apartó el cabello de la cara, la besó en los ojos y luego en los labios. Bajó un poco y puso una de las manos de Simone, y luego la otra, alrededor de su cuello.
—Déjame a mí —murmuró contra su boca.
Nick salió un poco de ella, moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás. Se retiró un poco y luego se hundió sólo un tanto más. Repitió aquello una y otra vez, entrando y retirándose cada vez un centímetro más, golpeando su himen con más fuerza, acelerando sus pequeñas acometidas. Los jadeos de Simone mientras la embestía llevaron la semilla de Nick hasta su último límite.
—Oh, Nick —gimió apretando los pezones contra su pecho—. Por favor, oh, por favor…
Entonces él la penetró en profundidad, con toda su longitud, agarrándose al poco control que le quedaba para quedarse quieto y no explotar dentro de ella. Se retiró inmediatamente y luego volvió a entrar en Simone de nuevo con embistes largos, uniformes y firmes, saboreando su estrechez, sintiendo cada uno de sus escalofríos y su pulso. Entró con fuerza y sintió su hueso púbico a través de la suave piel de su sexo. Se clavó en ella y notó cómo comenzaba su clímax.
—Oh, Dios, Simone —gimió. Deslizó los brazos bajo sus hombros, atrayéndola hacia él. Ella abrió más las piernas. Nick nunca se había sentido al borde de nada tan profundo como en aquel momento con aquella mujer. Su mujer, su esposa.
Simone jadeó su nombre cuando Nick aceleró el ritmo. Este la sintió estrecharse en torno a él en olas torrenciales.
—Dímelo, Simone —le exigió apretando los dientes, haciendo un esfuerzo por contener su clímax un segundo más—. ¡Dímelo!
—¡Te amo, Nick! —dijo ella con claridad. Y entonces Simone soltó un grito cuando ambos se precipitaron hacia el orgasmo, y Nick sintió cómo se introducía todavía más profundamente en ella.
—Te amo, Simone —jadeó—. ¿Me has oído? Te amo.
Y entonces se derramó dentro de ella, eternamente, o eso le pareció, y por un instante fue más feliz que en toda su vida.
Cuando Nick hubo terminado de amarla, sorprendió a Simone estrechándola contra sí, dándole la vuelta de modo que sus omóplatos quedaran acurrucados en el pecho de Nick, protegiéndola con sus brazos tal y como había hecho durante la última noche que pasaron en Hartmoore. Simone suspiró y cerró los ojos. Se sentía cálida y pesada, saciada y segura. El perfume almizclado de su acto amoroso colgaba de las pesadas cortinas que amortiguaban los sonidos del crepitar del fuego, y amplificaba su pesada y lenta respiración.
—Esto no cambia nada, ¿verdad? —preguntó Nick. Su voz profunda se deslizó por la coronilla de Simone.
Ella no quería contestar. No quería destruir la pacífica tranquilidad del momento. Pero Nick se merecía una respuesta.
—No —dijo con tono pausado—. No creías que fuera a ser así, ¿verdad?
—La verdad es que pensé que tal vez sí. —Nick estaba trazando lentos círculos con el pulgar sobre su vientre—. Entonces, ¿él te hace feliz? ¿Charles? ¿Puedes perdonarle lo que te hizo?
¿Cómo podía decirle a Nicholas que Charles no la hacía feliz en absoluto? ¿Que desde que llegó a Hartmoore, cada momento que pasaba en su presencia la asqueaba? Eso sonaría como una súplica para conseguir la compasión de Nick, y Simone estaba cansada de ser objeto de lástima y de burla. Una carga. Un títere.
Desde la muerte de Didier y de su madre, no había sido más que un medio para que cada una de las personas de su vida consiguiera su fin: el lazo de Didier con el otro mundo; la palanca para que Armand llegara hasta Inglaterra y encontrara su demente tesoro; el acuerdo para que Nick aplacara a su familia y a su rey. Los demás la habían utilizado no por sí misma, sino para conseguir lo que de verdad deseaban. Didier quería a Portia, Armand a Genevieve; Nick quería a Evelyn. Pero a nadie parecía importarle lo que Simone quería, y ninguno de ellos la quería a ella.
Excepto Jehan. Su padre la quería, y deseaba lo mejor para ella.
Para Simone era nuevo sentirse querida y valorada finalmente por sí misma, y no por lo que podía ayudar a conseguir. Nicholas había dicho que la amaba pero, ¿podía creerle?
Nicholas le dio un codazo suave.
—¿Simone? ¿Estás dormida?
—No —guardó silencio durante un instante más—. Mi padre me necesita. —Sintió cómo Nick se ponía algo tenso detrás de ella, y supo que sus palabras le habían herido. Quiso disculparse, pero no pudo.
Era mejor dejar a Nick ahora, aunque tal vez se enfadara con ella, que quedarse y que con el tiempo le guardara rencor. Él olvidaría aquel pequeño dolor, y tal vez algún día llegara a recordarla con cariño.
—¿Quieres que vaya a buscarte algo? —le preguntó Nick tras unos instantes—. ¿Una copa de vino? ¿Algo de comer?
Simone negó con la cabeza.
—Creo que me voy a dormir ya.
Sintió los labios de Nick apoyándose contra su pelo, y eso provocó que se le llenaran los ojos de lágrimas.
—Buenas noches, Simone —susurró calentándole la nuca con su respiración.
Simone tragó saliva y dejó escapar una respiración lenta y pausada.
—Buenas noches, Nicholas.