Desde la imprenta oficial del gobierno
(Kris Neville)
Nadie que las haya leído olvidará fácilmente las maravillosas historias de Kris Neville Bettyann o Special Delivery (Entrega especial). Fueron escritas hace más de quince años, y aún hoy siguen apareciendo en antologías de lo mejor del género. Kris Neville es un hombre jovial con un inclasificable acento del sur. Él dice que es un acento de Missouri, pero que me aspen si no suena como Texas. Kris Neville es lo que los escritores de libros con solapa llaman un «hombre que vive intensamente». Eso significa que disfruta de cada minuto. Habla interminablemente de innumerables temas, puede beber hasta hacer caer bajo la mesa a otros tres escritores de ciencia ficción (con la probable excepción de George O. Smith), y consigue hallar nuevos ángulos de temas considerados generalmente como muy explotados. Uno de ellos es la historia que sigue, sometida a este recopilador como consecuencia de su comentario de que a Visiones peligrosas le faltaba una buena historia sobre el tema de la educación.
Kris Neville (¿puede imaginarse un nombre más perfecto para un escritor? Quiero decir, si usted tuviera la oportunidad de ser conocido como Bernard Malamud o Louis Auchincloss, ¿no elegiría Kris Neville?) nació en Carthage, Missouri, en 1925; sirvió en el ejército de los Estados Unidos durante la segunda guerra mundial, y recibió su diploma de inglés de la UCLA en 1950. Su primera historia de ciencia ficción fue publicada en 1949 (The Hand from the Stars [La mano de las estrellas] en Super Science Stories), y desde entonces ha publicado otras cincuenta y tantas. Algunas de ellas muy extrañas realmente.
Durante once años Kris se dedicó a la investigación y desarrollo de las resinas epoxídicas. Eso es lo que se conoce en la profesión como tenacidad.
En colaboración con Henry Lee ha publicado dos libros sobre el tema en la editorial McGraw-Hill, uno de los cuales es un enorme volumen que pretende ser un tratado definitivo sobre el tema. Además, con los doctores Lee y Stauffey ha escrito un volumen sobre los nuevos altos polímeros termoplásticos. Ha contribuido a un buen número de simposios y enciclopedias, y tiene «una patente que ha incrementado el negocio en sustanciosas cifras». Su último trabajo industrial fue como director de programas para la investigación y el desarrollo, uno de los trabajos más interesantes en la utilización de los materiales plásticos para aplicaciones dentales impulsado por los Institutos Nacionales de la Salud.
Kris es el autor de una novela de ciencia ficción, The Unearth People (El pueblo subterráneo), y desde principios de 1966 es un escritor a tiempo completo. Vive en Los Ángeles con su esposa e hijos.
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A los tres años y medio es lógico pensar que los adultos llevan gafas para mantener calientes los ojos. Los ojos fríos es una afección de los adultos que no es distinta de muchas otras afecciones de los adultos igualmente incomprensibles.
Los adultos siempre hablan demasiado fuerte. Un estampido sónico en vez de un susurro. Las pequeñas orejitas oyen el movimiento de las moléculas del aire en la noche tranquila, cuando escuchan esperando que ocurra algo.
Los adultos viven demasiado aprisa. Lo que pasa como pensamiento es hábito. Pulsa un botón. Escucha. Pulsa un botón. Escucha. Abre un cajón. Cualquiera de esos grandes tipos lo hace sin pensar, no se preocupa realmente de lo que hay allí; está buscando una cosa en particular, y cierra el cajón y no ha visto nada de lo que hay en él. Unas manos pequeñitas, unos ojos asomándose por el borde, descubren un mundo extraño en miniatura dentro del cajón. No hay bastante tiempo para explorar el contenido. Alto a las prisas. Aquí hay algo que parece una llave. Mirad lo grande que es. ¡Guau! ¿Qué tipo de impensable superficie puede encajar con ella? ¡Es enorme! Nadie ha visto nunca nada tan grande. ¿Dónde lo deben de tener?
Aquí hay algo más: una cosa que no parece tener ningún uso concebible. Tiene partes móviles, pero no hace absolutamente nada. No hay ningún lugar donde poder meterla. Deben de haberla hecho los conejos. Las gallinas hacen huevos.
—¡Sal de ese cajón! ¡Deja eso!
Ya está aquí. Lo sabía. Demasiado bueno para durar. No hacía daño a nadie… Si les preguntas qué es, simplemente echan a un lado el problema. Pulsa el botón. Escucha. Di tus tonterías. Quizá se vaya. ¿Qué es esta cosa? Parece interesante. ¿Qué supones…?
—¡Sal de ahí!
¡Oh, demonios! Intentaré razonar con ella. Quizá consiga mantener una conversación.
—Caramelos dentro.
—No hay caramelos ahí dentro.
¿Cómo es posible que lo sepa? ¡Claro que no hay caramelos, por supuesto! Dios mío, mira todas las cosas que hay ahí dentro. ¿Cómo es posible que diga que no hay caramelos?; ni siquiera ha mirado. Ni siquiera es su cajón. Es el de papi.
—¿Para qué eso?
—Eso no es un caramelo. Déjalo donde estaba.
No hay suerte. A veces, sin embargo, puedes llegar a ellos hablándoles de caramelos. La mayor parte de las veces, como ahora, no piensan en nada. Lloraré. Empezar suavemente: eso toma mucho tiempo. Primero un pequeño «blob, blob, búa». Te hace sentir mal, pero no puedes dejarlo correr, terminarías demasiado pronto. Quizás haya que mantenerlo mucho rato, empezar lenta y suavemente. Ella esperará a ver si lo hago en serio. Es fácil si no te precipitas. Si empiezas bien, el cuerpo te sigue; cierra los ojos y escucha. Unos sonidos deliciosos. Como una canción. Una buena voz. Mucha variedad, arriba y abajo. Podría seguir así todo el día.
A los tres años y medio has estado ahí siempre, y no ha sido todo bueno, en absoluto.
Todo ha sido siempre demasiado grande. Pesado, difícil de manejar. ¡Cómo te has cansado! Todo de tamaño inadecuado. Ellos se vuelven grandes y estúpidos y no puedes hablar con ellos de nada importante. ¿Quién se preocupa de cómo hacen ellos los niños? Pero tú quieres mirar, y ellos no te dejan. Permaneces despierto y esperas y esperas y esperas mientras ellos murmuran, fuerte como un estampido supersónico: «¿Estás dormido?». Cierras los ojos y aguardas un poco más. Quizá tienen miedo de que me ría de ellos; deben de parecer tan tontos…
Escuchando, sin embargo, se vuelve uno listo. Simplemente debes hacer como si no. Ellos tienen ese libro especial. A veces, sin embargo, no es un libro; es como con el cajón, hace un momento. No son malos, simplemente tontos, muchas veces.
Las malditas cosas horribles que hacen en esa conspiración del libro, sin embargo. ¡La época que tuve que pasar con ese entrenamiento del water!; parecía como si fueran a echarme por la taza. Pensé que iban a hacerlo. Realmente pensé que iban a hacerlo. Estaba asustado hasta paralizárseme el vientre. Pero algo fue mal, afortunadamente para mí, y no lo hicieron después de todo. Debería estar agradecido hacia ellos, supongo; aún estoy aquí. Pero sigo sin saber por qué no lo hicieron. Estuvieron a punto.
Hay cosas peores. Los trucos que me juegan por la noche. No podría creerlos. Hubo un tiempo en que no podía dormir en absoluto, y no podía hacer otra cosa que quedarme allí despierto esperando, toda la noche. Tenía que dormir de día. Ahora es mejor. Duermo más. He preguntado a los otros niños del parque; hablamos. Podemos decir muchas cosas con muy pocas palabras. Sabemos más palabras que no podemos usar correctamente, así que tenemos que emplear mucho las palabras que sabemos. Sus padres también tienen libros especiales.
Siempre tengo miedo de que le hagan algo a mi pene. Me siento todo mojado de sudor cuando pienso en ello. Por eso tengo tanto miedo por la noche. Una de las razones.
Intenté hacerme amigo de ellos, antes de volverme tan viejo. En una ocasión intenté meterme en la cama con ellos. Habían instalado ese sistema de alarma; o venía en el libro o formaba parte de ese curso que les envían por correo, creo. Oh, se disparó con todo tipo de sonidos y luces destellantes y extrañas sensaciones. Y allí estaba yo, atrapado, expuesto solo en mitad de la habitación, a medio camino de su cama; me oriné por toda la alfombra.
—¡Oh, Cristo! ¡Son las dos de la madrugada!
Eso es lo que él dijo. Allí estaba yo, completamente aterrado, inmóvil en medio del suelo, parpadeando, y él va y hace una afirmación tan estúpida como ésa.
—Hazle sentirse culpable —dijo ella—. Es lo que dice el libro.
—¡Eres una sucia mierda! —me gritó él.
Creo que lo soy. Debe de haber alguna razón para que deseen cortarme el pene. En una ocasión les oí decir que toda tu verdadera educación tiene lugar antes de cumplir los cuatro años; para entonces tu carácter ya está establecido. Pienso que quizá lo consiga. Hay todavía un camino tan largo que recorrer, tan largo, tan largo… Pero quizá lo consiga realmente, aunque sufra una depresión nerviosa.
Así que no me siento demasiado bien respecto a mí. Pero podría ser peor.
Hay un lugar llamado la India. Pueden verlo en los telediarios. Tenía miedo de que me enviaran allí. No sé por qué pensaba eso, pero lo hada. Era otra de las cosas que me mantenían despierto. Un día me quedé con hambre, no comí nada en absoluto, sólo para ver si podía soportarlo. No podía. Ellos tampoco pueden. Mueren. Varios millones están muñéndose de hambre precisamente en este momento. No sé exactamente cuántos significa eso. Pero es más que diez.
No obstante, aparentemente nunca han pretendido enviarme a la India.
O a China.
O a un lugar llamado Sudamérica.
Y la gente no se muere de hambre aquí donde vivo. Excepto en los barrios periféricos, y eso es diferente. Sean lo que sean los barrios periféricos. Así que al menos eso lo evito. Podría ser peor.
En los noticiarios de la televisión uno puede ver grandes máquinas que hacen enormes pilas de personas y luego se hacen pipí encima y las queman.
—¿Por qué queman a esas personas, mami?
—¡Silencio! Es demasiado horrible. Se reproducen como moscas, y no pueden darles de comer a todas.
¿Cómo se reproducen las moscas? ¿Qué quiere decir con eso? Pero creo que deberían dejarme mirar; sólo para asegurarme de que ellos no se multiplican como las moscas, lo hagan como lo hagan, puesto que ellos siguen comiendo todos los días. Yo les daría de comer todos los días, si llegáramos a ese extremo. Me pregunto acerca de los niños indios, a veces. Nadie los menciona nunca. Quizá no haya ninguno.
Comprendo un poco lo de las moscas, pero la cosa no acaba de quedar clara. El verano pasado hubo realmente un problema con las moscas. Mami dijo que era debido a que no podían quemar a la gente lo bastante aprisa, y hubo una plaga mundial, y recuerdo que estaban tan asustados que no pudieron ocultármelo. ¡Todo el mundo tenía moscas asesinas! En los telediarios sólo hablaban de eso.
Y siguió hasta el punto de volverse monótono. De hecho, la mayoría de los telediarios no son muy interesantes al cabo de un momento. Cambian sin cesar los lugares, pero siempre está esa gran máquina apilando montones de gente y prendiendo fuego. Me gustan más las noticias de nuestro programa espacial. Tenemos una colonia en Marte.
Tenemos que tenerla.
Por alguna razón.
La mayor parte de la gente sale cada día, todos los papas, y aclaman este programa. Nunca les he visto hacerlo, pero supongo que es como el fútbol. Lo llaman trabajar. Por ello le pagan a papá un dinero que mami escribe en cheques para pagar las tarjetas de crédito. Deben de saber lo que hacen.
Estoy empezando a comprenderles un poco. De tanto en tanto creo que lo tengo.
Creo que tienen una máquina en algún lugar que fabrica tiempo, o quizás una prensa que lo imprime como un libro. Ellos nunca lo mencionan. Quizá primero tenga que aprender cómo se fabrica la electricidad. Ellos dicen que muy pronto empezaré a aprender cosas como ésas.
Y uno tiene que intentar comprender a todos estos grandes tipos. No me pregunten por qué. Es preciso. Uno no puede hacer nada al respecto. Siempre están vapuleándote por todas partes. Modelando tu personalidad, dicen. Pero uno tiene que seguir intentando, seguir esperando. De tanto en tanto, aunque no muy a menudo, puedes llegar a mantener una conversación con ellos. Normalmente acerca de caramelos, por desgracia. Aprendes a que te gusten los caramelos, de todos modos, y pienso que eso ya es algo. A veces imagino que es la cosa más importante de todo el mundo.
Pero si tan sólo de vez en cuando se tomaran la molestia de detenerse un poco y pensar… Si simplemente frenaran un poco y te hablaran, las cosas podrían ser mejores. Pero no se paran a pensar. Siempre están apresurándose. Pondré un ejemplo. Pongo en marcha algo del equipo electrónico que hay en el sótano. Tenemos ese aspirador electrónico del polvo. Pongo mi ropa de cama en él. Sábanas, manta, almohada. ¡No crean que es menudo trabajo! Bajar dos pisos de escaleras con todo eso. Dejar las ropas, recogerlas, intentando no hacer ningún ruido. La casa tranquila. Muy temprano. Todo el mundo durmiendo.
¡Adelante, en marcha! ¡Maravilloso!
Pero no se para. No como con mamá. Oigo la ropa de cama desgarrarse. Rip, rip-rip, rip. Será mejor que se lo diga.
Voy a su habitación. Aún están durmiendo. Me dirijo de puntillas hacia mami. Ella quizá no se lo tome tan mal como papi.
¡Bam! Me doy contra esa nueva y estúpida pantalla antimoscas que han instalado y que había olvidado. Es una buena sacudida, y me echo a llorar. Papi salta de la cama y grita:
—¡Maldita mierda de niño!
—¿Qué hora es? —pregunta mami.
No comprendo nada de esa historia de la hora, pero le digo lo de la ropa de cama.
—¡Dios mío!
Completamente desnudos, los dos, escaleras abajo. Tropiezan constantemente entre sí.
Les sigo. Es un duro trabajo, un niño pequeño como yo bajando unas enormes escaleras, intentando apresurarse. Uno tiene que ir con cuidado de no caerse.
Papi ha parado la máquina.
—Ha estado cerca. Hubiera podido hacer saltar media casa.
—¡Mierda de niño! —me grita mami.
—Cállate, Hazel, esto es serio. El chico hubiera podido matarse.
He recibido un largo sermón, allí mismo, acerca de lo peligrosos que son los aparatos modernos. Yo deseaba que me enseñaran cómo hacerlos funcionar correctamente, a fin de no equivocarme de nuevo. Pero son demasiado estúpidos para hacer eso. ¡No, simplemente no los toques! ¿Cómo puedo aprender si ellos no me dejan hacer nunca nada? ¿Para qué piensan que he llevado la ropa de cama hasta el sótano, para empezar?
—Primero debemos formarte una personalidad —dice mami—, una base sólida para que cuando crezcas puedas ser el tipo de hombre que deseas ser. Luego, después de eso, empezarás a ir a la escuela a aprender cosas. Cuando tengas cuatro años, irás a la escuela a aprender. ¡Ahora sólo tienes tres años y medio!
¿Saben ustedes durante cuánto tiempo tiene uno tres años y medio? Uno tiene tres años y medio durante toda una eternidad. El tiempo no existe, en absoluto. Algo se ha estropeado en sus prensas, y ellos no lo saben.
—¿Qué clase de hombre quiero ser?
—El país necesita científicos —dice papi—. Seguimos un curso del gobierno llamado «Cómo hacer científicos». Cómo modelar las personalidades de modo que deseen comprender cómo funcionan las cosas…, que siempre tengan que saberlo todo y entenderlo todo. Es una buena personalidad. No vuelvas a trastear con esas máquinas electrónicas si no quieres matarte.
Así que eso es lo que voy a ser, un científico. No sé qué otras elecciones hay, pero imagino que de todos modos ya es demasiado tarde. Las cosas hubieran podido ser peores, al menos eso es lo que me gusta pensar. Como ir a la India.
En el parque, los niños hablamos acerca de los grandes tipos durante todo el tiempo. Hubo un tiempo en que eran como nosotros. Pero les ocurrió algo que hizo que olvidaran cómo pensar.
Supongo que eso mismo me ocurrirá a mí. Me haré grande, como ellos, y no recordaré nada de esto tampoco. Ya hay montones de cosas que no puedo recordar. Hubo un tiempo, hace tanto que ya no puedo recordarlo, en que mami y papi me querían. Eso fue al principio. Pero imagino que en el libro debía de poner que tenían que hacer aquello también. Era bonito entonces, pero olvido ya tanto de aquello… De modo que todo lo que está pasando ahora también voy a olvidarlo. Porque realmente aún no soy yo. Todavía me están haciendo.
Precisamente ahora, pienso mucho acerca de esa gente de la India. No sé por qué lo hago. Pienso que lo más correcto sería sentarlos en una mesa y darles de comer. Pienso que sería una buena cosa hacerlo. Pero imagino que cuando me interese en aprender cómo funcionan las cosas dejaré de pensar así. Y espero simplemente olvidarlo.
Estoy todavía aquí, llorando, junto al cajón abierto lleno de todo ese extraño mundo de cosas. Finalmente lo he conseguido.
—¿Qué es lo que deseas?
Es demasiado tarde para saber si hay realmente caramelos aquí. Siempre lo es. Ella nunca perdería el tiempo necesario para rebuscar conmigo. Es demasiado tarde para saber qué es esa cosa que no tiene ninguna utilidad concebible. He estado llorando durante tanto rato que siento que me duele y no puedo dejar de llorar.
—¿Qué es lo que quieres?
Quiero empezar a olvidar. Como por ejemplo lo que me hacen a veces, por la noche, para modelar mi personalidad. No saben hasta qué punto deseo olvidarlo. Y falta aún tanto tiempo, tanto, tanto, tanto tiempo… A veces no sé si podré resistir hasta entonces. Tengo que apresurarme y empezar a olvidar.
—¡Quiero apresurarme y tener cuatro años!
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En Desde la imprenta oficial del gobierno he intentado proyectar un futuro en el cual la educación de los niños implique inculcarles terror en sus corazones con la esperanza de producir individuos más creativos. Quizás eso no sea tan distinto de lo que siempre hemos estado haciendo, con nuestras estremecedoras historias de brujas, duendes, espíritus malvados y amenazas del infierno. Desde mi punto de vista, los niños son nuestro producto más importante, y debería ser el mejor tratado; sea como fuere, uno sólo necesita escuchar atentamente lo que hablan los niños para oír la historia del futuro.