Fotolia_74227001_Subscription_Monthly_XL.jpgCapítulo 7

 

 

 

 

Carlos llegó a casa después de su largo paseo desde la facultad, no debía haber nadie pues su madre estaría fuera hasta la tarde .

Efectivamente, la casa se hallaba sumida en silencio, un silencio que encajaba a la perfección con el clima tranquilo de la calle residencial en la que vivían, al más puro estilo americano, chalets de gran tamaño y jardín familiar y enternecedor que cada día más detestaba, de hecho, no sería ni la primera ni la última vez que se preguntaría por qué seguían viviendo allí, en su opinión no pintaban nada en aquel lugar, ya no.

Cerró la puerta y fue la cocina, se disponía a calentar el plato de macarrones que su madre le había dejado cuando una fuerte punzada le nubló la vista, dejó caer las llaves al suelo para llevarse las manos a la cabeza, uno de los dolores más intensos que había sentido jamás martilleaba su cabeza, sus sienes temblaban y los oídos silbaban como una tetera a punto de estallar. Carlos se dejó caer de rodillas cuando el dolor comenzó a aflojar un poco, finalmente, en unos segundos desapareció por completo. Durante unos instantes, Carlos se quedó exactamente allí, sin moverse, temía por una inesperada réplica, jamás había sentido un dolor así, afortunadamente todo había pasado, se le pasó por la mente que tal vez pudiera tener algo que ver con el accidente, si se repetía debía ir al neurólogo, aunque el solo hecho de pensar en volver al hospital le provocaba náuseas, así que se dijo a sí mismo que no volvería a suceder.

Metió el plato en el microondas y marcó dos minutos en el temporizador. Allí mismo, sobre la barra americana, comió de forma apresurada.

Subió a su habitación, en principio no tenía idea de hacer nada en concreto, aún tenía varias horas por delante hasta que llegase Leo y al menos un par hasta que hiciese lo propio su madre.

Se sentó algo desganado en el piano y rebuscó entre las desordenadas partituras que tenía sobre el atril, escogió una de ellas y empezó a tocar: Nocturno de Chopin Opus 72 en mi menor, era uno de sus favoritos. Cerró los ojos y empezó a sentir, en ocasiones volvía a abrirlos para no equivocarse pero todo formaba parte de un ritual, una lejana rutina en la que se fusionaba con el instrumento y se dejaba llevar a otro mundo, se encontraba mejor, sobre todo en aquellos momentos de desolación a la cual no encontraba explicación, pasaban los minutos y cada vez se sentía más y más evadido de su propio cuerpo, placer, sin duda, aquello era placer, sensaciones que solo unos pocos podía llegar a sentir. Dejó de mirar la partitura y empezó a sentirse libre, la imagen visual de las notas y figuras que debía tocar se esfumaban poco a poco dejando que sus manos unidas a su mente y tal vez corazón actuasen con iniciativa propia, improvisaba como pocas veces había hecho, cada vez con más ímpetu y lujuria, como el mismo lo llamaba en ocasiones, sin embargo, a diferencia de la escalada progresiva que había ascendido en unos minutos, todo terminó de golpe, el teléfono móvil le vibró desde el pantalón y todas aquellas sensaciones desaparecieron repentinamente como si de un intenso orgasmo se tratase.

Carlos sintió furia en aquel momento, quién quiera que fuese el que le había interrumpido se había ganado su odio, al menos momentáneo.

Era Leo que acababa de mandarle un mensaje para decirle que le esperaba una noche trepidante:

Prepárate tío, esta noche lo vas a flipar, no me des las gracias.

Desde luego, no pensaba hacerlo.

Ya no se sentía con fuerzas ni ganas para retomar lo que había empezado así que decidió echarse una siesta ahora que el silencio estaba asegurado.

En unos minutos cayó en un profundo pero inquietante sueño, extrañas imágenes y situaciones pasaron por su mente en aquel turbulento descanso, sin embargo, todo sería olvidado, al fin y al cabo eran trazos borrosos y sin sentido aparente.

Llevaba una hora dormido cuando algo le despertó, un golpe seco, en principió pensó que debía tratarse de su madre, pero rápidamente lo descartó ya que no escuchó nada más, además, miró su reloj, las cuatro y cuarto, Lucía no llegaría hasta las cinco. Se levantó de la cama y miró a su alrededor pero no vio nada extraño. Salió de la habitación y dio una vuelta por la casa, nada, no había nada fuera de lo común así que volvió a su cuarto y entonces lo vio, en el suelo, junto a su cama había un trofeo de ajedrez que había ganado unos diez años atrás, en una época en la que recordó que era habilidoso en diversas facetas. El trofeo había caído de la estantería en la guardaba en su mayoría libros, cómics y adornos algo frikis. En principió no encontró explicación alguna a aquel suceso, pero sin darle más vueltas se dispuso a cogerlo y colocarlo de nuevo en su sitio pero algo llamó su atención, tras el lugar que ocupaba en la estantería había un hueco en el que visiblemente faltaba un libro. Durante unos segundos observó aquello con extrañeza, no recordaba cuál debía estar allí pero sabía con total seguridad que ese hueco no había existido desde el día en el que él mismo había montado la estantería. Por insignificante que pareciese, aquel hecho le desconcertó. En aquel instante algo volvió a sacarle de su ensimismamiento, otro ruido procedente de la planta de abajo le distrajo, en esta ocasión pudo identificarlo, era la puerta y a continuación las palabras de Lucía, su madre, desvelaron el resto del misterio.

—¿Carlos?, ¿estás en casa?

Carlos dejó el trofeo en su sitio y contestó a voces.

—Sí, aquí estoy, estudiando (sabía que su madre sentiría mejor ante aquella mentira), ahora bajo.

Carlos bajó las escaleras aún pensando en el misterio de la estantería. Lucía estaba en la cocina sirviéndose un vaso de zumo.

—Hola hijo, ¿qué tal el día?, ¿cómo te ha ido el examen?

Carlos se sentó de nuevo junto a la barra americana.

—¿Has venido pronto no?

Lucía bebió el zumo de un trago antes de contestar.

—Sí, vengo de un interrogatorio infructuoso y hemos terminado antes de lo previsto, ya he tenido suficiente por hoy, pero no cambies de tema, ¿debo interpretar como respuesta: muy mal?

Carlos sonrió.

—No, bueno..., a medias, lo he hecho aunque hoy no he estado demasiado inspirado, con suerte aprobaré, pero no esperes gran cosa.

Carlos no tenía intención alguna de comentarle el fenómeno de la aparición fantasmal en la hoja del examen, por llamarlo de alguna forma.

Lucía negó con la cabeza.

—Vamos hijo, tienes que centrarte, te queda muy poco y puedes tener un expediente brillante, no puedes decaer ahora, entiendo que has pasado una etapa dura pero ya es hora de reponerse.

—Lo sé mamá, no te preocupes, ya estoy mejor.

Su madre suspiró y le dio un abrazo.

—Está bien, eso espero, confío en ti.

Carlos intentó de nuevo cambiar la dirección de la conversación.

—¿Y tú?, ¿cómo estás?, te veo agotada, ¿un día duro?

—Más que agotada, algo desesperada, se nos están acumulando casos sin resolver y eso me desquicia. Hoy por ejemplo, un interrogatorio a un violador. Lo típico, no lo reconoce, es más, se ha inventado una historia increíble, literalmente, algo así como que ella se arrancó la ropa y fingió la violación, pero bueno..., no te preocupes, gajes del oficio.

La cuestión es que Lucía no podía quitarse de la mente la imagen de Marcos, durante el interrogatorio no había podido evitar sentir que le decía la verdad, lo veía en sus ojos, en su mirada, algo que rara vez le ocurría con los criminales, y más aún, en ese tipo de casos. Sin embargo, lo que realmente le atormentaba era haber encontrado de nuevo, en el despacho del imputado una moneda de cinco pesetas al igual que en el caso del triple asesinato en el hotel, ya no podía tratarse de una casualidad y aquello le provocaba furia y preocupación, algo que por supuesto no iba a comentar con su hijo, con cualquiera antes que con él.

 

 

Dos horas antes, en la comisaría.

 

—Vamos Lucía, tenemos interrogatorio en la sala tres.

Lucía se dio la vuelta para mirar a Iván, estaba en su escritorio redactando un informe del caso del triple asesinato, el subcomisario exigía resultados y más en un algo tan sonado y a su vez macabro, pero la situación era complicada, no había pruebas fiables y peor aún, tampoco una vía de investigación clara para continuar y poder avanzar algo.

—¿De qué se trata?

—Violación, acaban de traerlo, por supuesto lo niega todo.

Lucía resopló sin ocultar la pereza que le daban aquel tipo de situaciones.

Iván sonrió.

—Pero espera, esta vez es fuerte, el detenido es Marcos, presidente de B.O.N.S.A., ha violado a una periodista del Diario Actual que él mismo había llamado, se quedaron solos en su despacho y lo demás..., ya te lo imaginas.

A lucía le extrañaron aquellas palabras, había oído hablar bastante de Marcos, de hecho, se alzaba como figura determinante para el cambio político en la ciudad, a ella de hecho le caía bien así que no pudo evitar sentirse algo decepcionada.

—Está bien, vamos.

Lucía e Iván fueron a la sala de interrogatorios número tres.

Allí esperaba Marcos sentado en una silla y frente a la mesa, único mobiliario de la habitación.

Los dos policías se sentaron frente a él.

El interrogatorio comenzó con los protocolos habituales, Marcos no se opuso a dialogar y colaborar en todo momento hasta que hablaron de la posibilidad de que admitiera el delito.

—Ya se lo he dicho, llamé a ese periódico para publicar algo muy importante, algo que cambiaría el rumbo de mi carrera y el futuro de esta ciudad a mejor, se lo aseguro. Es más, ni siquiera sabía si vendría un hombre o una mujer, ¿creen que lo arruinaría todo por un polvo?. Le aseguro que en ese momento pensaba en mil asuntos antes que en eso, joder.

Lucía reflexionó sobre aquellas palabras, en apariencia, la actitud del acusado era convincente.

—Dígame, Marcos, ¿qué deseaba publicar en Diario Actual?

Marcos abrió los ojos de forma exagerada, vio en aquel momento un atisbo de salvación.

—Intentaba demostrar que nuestro alcalde es un cabrón corrupto que acabará llevándose esta ciudad por delante con sus sucias artimañas. Lo tenía todo demostrado, pruebas reales y pretendía que lo publicasen mañana mismo.

En esta ocasión intervino Iván.

—Ya ha dicho eso antes, pero no puede demostrarlo, en su despacho no hay ningún documento como el que dice ni tampoco en su ordenador personal. ¿Nadie más puede corroborar su historia?

Marcos se tapó el rostro con las manos en un gesto de desesperación a punto de desembocar en lágrimas.

—Ya se lo he dicho, no compartí con nadie esos documentos, era un puto bombazo y no podía permitir que nadie se me adelantase, se los habrá llevado esa sucia mentirosa, y lo de mi ordenador..., no lo entiendo, había una copia, no sé qué demonios..., tal vez un hacker o..., yo que sé..., joder..., no estoy mintiendo, lo juro.

Otro silencio de reflexión se sucedió en la sala, Lucía volvió a hablar.

—Hemos llamado al periódico, no figura nadie en la plantilla con el nombre de Carmen, ¿está seguro de qué ese era el nombre?.

—Sí, claro que si, nunca lo olvidaré, tampoco su cara, ya he hecho una descripción a sus compañeros.

En aquel momento otro policía entro en la sala.

—Lucía, ¿puedes salir un momento?

Lucía salió de la habitación y cerró la puerta.

Óscar habló en voz baja, casi un susurro.

—No te va a gustar esto, pero pensé que debías saberlo. En el despachó de Marcos se ha encontrado esto entre las pruebas.

Oscar sacó una pequeña bolsa de plástico para muestras y en su interior había una vieja moneda de cinco pesetas.

Lucía entro en cólera interior de súbito, aunque intentó no mostrarse así de forma demasiado evidente. Óscar lo notó.

—¿Habéis analizado las huellas?.

—Sí, mañana nos dan los resultados, el estado de conservación es muy similar a la de la otra moneda, espero que en esta ocasión haya algo más de suerte y pueda arrojarnos luz en la investigación. Lo siento Lucía, de verdad.

—Gracias Óscar, y gracias también por no ocultármelo.

Lucía volvió a entrar en la sala, tomó asiento.

—No me andaré con rodeos Marcos, escúchame atentamente y responde de forma clara y sincera si sabes lo que te conviene.

Iván miró perplejo a su compañera, no entendía aquel cambio repentino de actitud.

—Esta moneda fue hallada en tu despacho. ¿Puedes decirme algo?

Marcos escudriñó la moneda a la par que negaba con la cabeza.

—No entiendo nada, no puedo decirte nada de eso, no sé que hacía en mi despacho, no es mío, se lo juro y además, ¿qué tiene que ver con esto?

Ahora Iván entendía la situación.

—Pues tal vez tenga que ver más de lo que piensas. Hemos terminado. Lo siento Marcos, pero esto no tiene buena pinta para ti.

Lucía se levantó y salió de la sala de interrogatorios, Iván hizo lo mismo.

—Lo siento Lucía, no sabía nada de la moneda.

—No te preocupes. No sé hasta qué punto Marcos miente o dice la verdad y desde luego hay algo que no sabemos, alguien juega con nosotros, ya no es casualidad sino un hecho. ¿Se sabe algo de la víctima?

—No, nada, y menos aún sabiendo que su verdadero nombre no es Carmen. Al parecer pidió que la dejasen sola unos minutos  mientras venía la policía, después desapareció, ni rastro, no preguntes por grabaciones porque allí no hay cámaras de seguridad.

Lucía no entendía nada.

—Pero..., ¿cómo es que desapareció sin formalizar la denuncia antes?, además, pudiendo sacar una buena tajada de esto, si la secretaria no les hubiera pillado, Marcos se habría librado sin más, si es que de verdad la violó.

Estas últimas palabras desconcertaron a Iván.

—¿Cómo?, ¿en serio dudas de su culpabilidad?

Lucía sonrió por primera vez desde hacía horas.

—Amigo mío, ahora mismo dudo absolutamente de todo y tú deberías hacer lo mismo.