Fotolia_74227001_Subscription_Monthly_XL.jpgCapítulo 11

 

 

 

 

Carlos pasó el resto de la tarde en casa. Su madre no llegaría hasta las siete o siete y media, posiblemente ni siquiera se verían en todo el día, algo a lo que ya estaba totalmente habituado.

Después de comer, hizo un esfuerzo sobrehumano por no irse a la cama, así que intentó mantenerse despierto durante un ahora tocando el piano, una vez superada la barrera del sueño post-almuerzo, hizo acopio de todas sus fuerzas y sobre todo ganas para ponerse a estudiar. A diferencia de las semanas anteriores, esta vez pudo llegar a concentrase, no demasiado, pero si lo suficiente como para llegar a considerar aquella tarde como provechosa. Le quedaban dos días para el siguiente examen: Arqueología histórica, y después de aquel acercamiento empezaba a tener renovadas esperanzas, parecía que su mente comenzaba a darle un pequeño respiro, no por ello dejaba de pensar en las últimas incógnitas planteadas en su vida: el dibujo misterioso, sueños extraños, periódicos..., y muchas sensaciones sin sentido, sin embargo, en aquel momento se sentía mejor, y tal vez, eso era lo único importante.

A las siete y media, Carlos dejó los libros y se preparó para el cine, una ducha rápida y ropa de sport, bajó a la cocina, se disponía a preparar café cuando Lucía abrió la puerta.

A todas luces había sido un día duro, dejó caer su bolso junto al paragüero y fue también a la cocina cuando de repente se percató de la presencia de su hijo, intentó de forma poco sutil cambiar su expresión inmediatamente.

—Hola hijo, ¿cómo estás?, ¿haces café?, genial, prepárame uno a mi también por favor, bien cargado.

Carlos continuó con su tarea.

—Hola mamá, ¿qué tal el día?, parece que no demasiado bien.

Lucía sintió resignada.

—Pues no hijo, no, los días que empiezan mal suelen terminar peor. Esta mañana ha sido el funeral de una compañera, murió ayer atropellada, una tragedia y sobre todo una gran pérdida, y por lo demás, un día poco fructífero y agotador, eso es lo peor de todo.

Carlos le sirvió el café.

—Vaya, lo siento mucho mamá, qué palo. Bueno, date un buen baño y descansa, te lo mereces.

—Eso haré, te lo garantizo, ¿y tú?, ¿a dónde vas?

Carlos terminó el café de un trago y dejó el vaso en el fregadero mientras tragaba.

—Al cine, he quedado con Leo, en el centro comercial, y si, antes de que me lo preguntes, he estado estudiando casi toda la tarde, y parece ser que poco a poco me voy entonando de nuevo, creo que el examen de pasado mañana lo llevaré bien, pero ahora me apetece descansar un poco y desconectar.

Lucía se sintió francamente reconfortada al escuchar aquellas palabras optimistas de su hijo, por fin.

—Me parece muy bien, ve y disfruta.

Carlos se puso una sudadera y cogió las llaves, se aseguró de llevar el móvil y fue hacia la puerta, justo cuando la abrió y antes de marcharse, Lucía le dirigió unas últimas palabras.

—Por cierto, a ver si esta vez no entretienes tanto, que anoche sé de uno que le costó dormir.

Todo ello acompañado de una sonrisa maliciosa a la vez que cómplice. Carlos no puedo evitar sonrojarse.

—Por supuesto mamá, soy un chico responsable. Adiós.

Los dos rieron para sus adentros.

Lucía escuchó el móvil sonando en el bolso justo cuando Carlos cerró la puerta, era Iván.

—Dime compañero.

—(Hola Lucía, buenas noticias, te he conseguido la cita con el alcalde, mañana a las diez de la mañana, yo iré contigo).

—Genial, eres el mejor, tengo la corazonada de que una conversación con él arrojará algo de luz en este asunto. Gracias Iván.

—(No hay de qué, por cierto, ahora mismo estoy en casa de Paula, su familia me pidió que echara un vistazo a los miles de papeles relacionados con el trabajo que tenía en su estudio, por si era de utilidad para la comisaría entes de tirarlo todo).

Lucía se sorprendió.

—Vaya, es todo un detalle por la familia teniendo en cuenta el momento tan dramático que están pasando.

—(Si, eso mismo he pensado yo, pero bueno, supongo que teniendo en cuenta que para Paula el trabajo lo era todo no querrán que sea en vano).

—¿Has encontrado algo interesante?

—En ello estoy, llegué hace media hora y de momento he visto un poco de todo, sobre todo relacionado con el destape de la corrupción, cientos de datos públicos, citas no oficiales entre altos cargos políticos y empresarios y bueno..., hay algo que ha llamado mi atención, ¿lo hablamos mañana?.

—No, no, adelántame algo.

—De acuerdo, al parecer, Paula andaba detrás de la pista de un mafioso y mercenario ex-presidiario, al parecer algo más tranquilo después de diez años de cárcel, qué podría tener relación con sospechosos malversadores que aún andan sueltos, no sé, tal vez sería interesante interrogarle, sospecho que Paula trataba de negociar con él.

—Interesante, mañana lo hablamos, si Paula iba tras él no debemos dejarlo de lado, por cierto, ¿cómo se llama?

—Antonio.

—Ok, mañana nos vemos Iván y gracias de nuevo, un beso.

—No es nada, un beso y hasta mañana.

Lucía dejó el teléfono sobre la encimera, la idea de un baño tal y como le había recomendado su hijo le seducía bastante en aquel momento.

Carlos llegó al centro comercial a las ocho menos diez. Subió a la tercera planta a través de las escaleras mecánicas exteriores y llegó a la zona del multicines, restaurantes y pubs. Se acercó a la taquilla, Leo no había llegado aún. Alguien se acercó por detrás y le tocó el hombro. Antes de que Carlos pudiese dar la vuelta el desconocido le sujetó los dos brazos para inmovilizarle, manteniéndose muy pegado a él.

—No grites o te rompo el cuello.

Carlos intentó liberarse en vano, el agresor le mantenía bien sujeto, la voz era grave y rasgada a la vez que susurrante.

—¿Qué coño quieres?, ¡déjame en paz!

-Cierra la boca de una vez o lo lamentarás. ¿Ves esa taquilla de ahí?

Carlos seguía forcejando.

—Contesta imbécil.

—Sí, claro que la veo.

El agresor río.

—Pues olvídate de volver a comprar entradas.

De repente, el desconocido aflojó y Carlos pudo soltarse, al darse la vuelta pudo comprobar que todo había sido una de las simpáticas bromas de su amigo Leo.

—¿Eres idiota o qué?, ¡joder!, qué susto.

Leo se reía a carcajadas.

—Lo sé tío, qué bien me ha salido, no me lo creo ni yo, acabo de descubrir una faceta artística mía que no conocía.

Carlos recuperaba el pulso poco a poco.

—Sí, desde luego, la faceta de capullo. Vamos, llegamos tarde.

Leo volvió a reír.

—¿No me has escuchado?, te he dicho qué no volverías comprar entradas ahí, la saqué por internet, aquí están.

Leo sacó las entradas recién impresas en la máquina de compras online.

—Vamos, nos sobran cinco minutos.

Carlos y Leo compraron palomitas y refrescos y se dirigieron a la sala diez, normalmente dedicada a re-exposiciones, como era el caso. La sala tenía medio aforo ocupado, bastante más de lo que cabría esperar para ese tipo de películas.

Se sentaron en antepenúltima fila, se estaban poniendo cómodos cuando la película dio comienzo, sin trailers ni anuncios, eran las ocho en punto de la tarde.

En el extremo oeste de la ciudad, Lola acaba de llegar al Bulevar Bandas, uno de los bares de moteros más conocidos de la ciudad, no precisamente por su buen servicio y limpieza, tanto en los baños como en las conversaciones que se trataban allí a diario. El local era grande, unos trescientos metros cuadrados, Lola pudo tener una visión general del lugar nada más abrir la puerta; a la izquierda, una gran barra que llegaba hasta la pared del otro extremo, a la derecha dos filas de cuatro mesas de billar cada una, en aquel momento solo estaban ocupadas tres, el resto del espacio, mesas de madera roída que ocupaban toda la parte central del bar.

Lola observó a los clientes que allí había en aquel momento sin saber a quién dirigirse en concreto, unas veinte personas distribuidas entre la barra, los billares y las mesas, sin embargo, no fue necesario buscar demasiado, avanzó unos pasos cuando un hombre que acababa de dejar una jarra vacía de cerveza sobre la barra se dirigía hacia ella decidido, tenía que ser él. Le tenía frente a ella, hombre alto, fuerte pero algo gordo, vaqueros y cazadora de pana cerrada hasta el cuello, debía tener unos cincuenta años, aunque por su rostro aparentaba algo más. Lola tomó la iniciativa.

—Hola, ¿eres Antonio?

El hombre, sin cara de muchos amigos, escupió previamente en el suelo, a escasos centímetros de los zapatos de Lola.

—Sí, soy yo, tú debes ser Lola.

Lola asintió sin responder con palabra alguna.

Antonio sacó un pequeño sobre amarillo de uno de los bolsillos de su chaqueta.

—Ven, sentémonos un momento.

Antonio se dirigió a una de las mesas de madera y se acomodó. Si Lola esperaba algo de caballerosidad por parte de aquel hombre iba por muy mal camino. También ocupó una de las sillas, frente a él, dejando la mesa entre ambos.

—Vamos al grano guapa, esto es tuyo.

Antonio le pasó un sobre. Lola lo recogió con cuidado, no tenía no conocimiento sobre ningún sobre, Lorenzo no le había comentado nada.

—¿Qué tengo qué hacer con esto?

Antonio entornó los ojos mirando fijamente a su acompañante.

—¿Que qué haces?, a mi eso me importa una mierda. Ya he cumplido con mi parte, lo que haya ahí dentro o para quién sea ya no es cosa mía, de hecho, prefiero no saberlo.

Lola se sentía algo confusa, no sabía qué decir o más bien, qué podía decir sin meter la pata.

—¿Es para Lorenzo?

—¿Lorenzo?, no sé quién cojones es Lorenzo, escucha jovencita, te veo poco ducha en estas situaciones.

Antonio se inclinó hacia ella.

—Ni nombres, ni motivos, ni nada de nada, ¿entiendes?, nada, no preguntes más. De todas formas no sé quién es ese Lorenzo, el encargo era entregar esto a una tal Lola que debía encajar con una descripción concreta, en este lugar y a esta hora, y así ha sido, yo he terminado, me largo, tú sabrás que haces con el paquete, se lo das a tú novio, te lo fumas o se lo echas al perro, me da igual. Adiós.

Antonio se levantó de la mesa dispuesto a irse.

El plan se encontraba en un punto muy cercano al fracaso. Los detalles eran claros y extremadamente concisos, permanecer allí con Antonio hasta las nueve, ni un minuto más ni menos. Lola miró su reloj de pulsera, las ocho y cuarto, definitivamente, todo iba francamente mal.

—¡Espera!

Antonio se detuvo y giró la cabeza.

—¿Qué quieres ahora?

Lola no sabía qué decir, pero debía entretenerle como fuese, decidió improvisar.

—No puedes irte.

Antonio rió incrédulo.

—¿Ah no?, ¿y qué o quién va a impedírmelo?, ¿tú?

Lola tragó saliva, el pulso se le aceleraba por segundos.

—No puedes irte sin invitarme a una cerveza, ¿has visto este sitio?, es horrible, solo por haberme arriesgado a entrar aquí me merezco algo, aunque sea eso, una cerveza.

Lola le guiñó un ojo.

Antonio se mantuvo dubitativo unos segundos, finalmente asintió mientras una ligera sonrisa se dibujaba en su desgastado rostro.

—Está bien, ¿por qué no?. ¡Curro!, dos jarras, ¡ahora!

Antonio volvió a ocupar el mismo lugar que antes.

Lola se sintió tremendamente aliviada.

—Eso está mejor, al menos disfrutemos un rato.

Antonio se inclinó de nuevo hacia ella.

—No te hagas ilusiones, guapa, no aguantaré mucho aquí, tengo cosas mejores que hacer.

Las dos cervezas llegaron y los dos dieron un par de sorbos sin mediar palabra. Lola era consciente de que así no le retendría cuarenta minutos más.

—¿A qué te dedicas Antonio?.

Antonio volvió a escupir en el suelo.

—A nada qué te importe listilla, ¿por qué no me lo dices tú?.

Lola se había comprometido ella misma sin intención alguna, ya no había marcha atrás, tenía que seguir fuese como fuese.

—Soy una desgraciada.

El silencio se hizo entre los dos.

—Me acabo de quedar sin empleo, me separé hace un mes y estoy tremendamente cabreada con el mundo, ¿qué te parece?

Antonio se sorprendió ante aquellas palabras.

—Vaya, no está mal, bueno..., ¿se supone qué tengo que creerte?

Lola sonrió maliciosa, debía mostrar seguridad.

—Eso es cosa tuya, pero si me crees, supongo que entenderás que una de mis nuevas aficiones y que de hecho, me apetece muchísimo ahora es emborracharme. ¿Qué te parece?

Antonio se sintió algo excitado ante aquella nueva versión de Lola.

—No está mal, pero eso te lo tendrás que costear tú mismo, yo pago esta ronda, ni una más.

Lola volvió a sonreír.

—Trato hecho, pide un par de chupitos de algo fuerte, pago yo.

—Muy bien.

Esta vez, Antonio no pidió a voces, se acercó él mismo a la barra, Lola no pudo escuchar nada. Un par de minutos después regresó con dos vasos de chupitos que rebosaban un líquido negro, era imposible saber de qué bebida se trataba, en cualquier caso, Lola no podía echarse atrás, las aguas volvían a su cauce, solo necesitaba media hora más.

El trago fue inmediato, brindaron por protocolo y bebieron. Lola sintió como le ardía el estómago, fueron segundos duros, nauseas e incluso escalofríos recorrieron su cuerpo mientras intentaba mantener la compostura y no mostrarse tan inexperta y débil ante aquel tipo de situaciones. Poco a poco todo fue pasando mientras Antonio la observaba entre sonrisas maliciosas, aquello había tenido el efecto que esperaba y se divertía.

—¿Qué tal?, ¿cómo te ha sentado?, ¿es bueno verdad?, solo aquí podrás probar uno de éstos.

Lola sonrió forzada entre maldiciones mentales.

—Si la calidad se mide en patadas y fuego en las entrañas, si, sin duda es muy bueno.

Antonio sonrió.

—Bueno, tú insististe.

—Sí, eso es cierto.

Lola ya se había recuperado, misteriosamente, no percibía ni la más leve sensación de malestar, ni mareo, ni nada que se acercase a embriaguez, se sentía como si no hubiese bebido nada.

—De hecho, me atrevo con otro, ¿y tú?

Antonio se sorprendió ante aquella reacción.

—¿En serio?, como quieras, no voy a rechazar alcohol gratis.

—Hecho, esta vez pido yo.

Lola se acercó a la barra, allí estaba Curro sentado en un banco alto de madera sin hacer nada.

—Hola, por favor un de chupitos más de esos.

Lola señaló la mesa donde ahora era Antonio el que esperaba.

Curro miró incrédulo a Lola, desde luego, la amabilidad en aquel lugar brillaba por su ausencia, al igual que la higiene tanto del local como de su dueño.

El camarero le sirvió las bebidas sin mediar palabra alguna.

Lola le dio las gracias con cierto tono de sarcasmo, algo que tal vez él no fue capaz de percibir, regresó a la mesa.

Los dos se miraron fijamente, cogieron los vasos y volvieron a brindar, el trago fue rápido y algo menos doloroso esta vez.

Lola paso de nuevo el efecto inmediato con resignación, ahora ya preparada fue más soportable, sin embargo seguía sin sentir nada, por algún motivo el alcohol no le estaba provocando ningún efecto, y desde luego aquello era muy fuerte, no se podía decir lo mismo de Antonio, parecía que la infranqueable barrera entre ambos se estaba desmoronando.

—Es increíble, no eres tan poca cosa como pareces, es la primera vez que veo a una mujer beber uno de eso y no quedarse casi inconsciente, ya no digamos dos.

Lola río de forma falsa y exagerada, pero era lo que requería la situación, los minutos seguían pasando, todo iba bien.

—¿Con quién te crees qué estás hablando?, no te fíes de las apariencias, es más, puedo continuar, no sé si puedo decir lo mismo de ti.

El cebo fue lanzado y Antonio picó como un pez idiota e inexperto.

—¿Me estás desafiando?, yo estoy perfectamente, adelante, al siguiente invito yo.

Llamó de nuevo a Curro y en un par de minutos la siguiente ronda estuvo servida.

Otro trago y Lola seguía  intacta, inmune, definitivamente aquello no le hacía efecto.

La tensión se había relajado por completo, Antonio ya no desconfiaba de ella y se mostraba dispuesto a charlar. Empezó a criticar aquel lugar y a su dueño sin pudor ninguno, pasando por su nueva vida de libertad condicional, su leves intenciones de no meterse más en líos.

Faltaban veinte minutos para las nueve.

Mencionó algo de una agente de policía y algunos amigos que ahora eran enemigos.

—Me siento algo traidor, pero esto tiene que cambiar joder.

Lola miró su reloj, las nueve menos dos minutos, la hora había llegado.

—¿Por qué coño miras tanto el reloj?, si tienes prisa o te aburres paga y lárgate de una puta vez.

Lola llevaba visiblemente nerviosa unos diez minutos, su corazón se aceleraba.

—No, no quiero irme, estoy muy a gusto aquí contigo, es una costumbre nada más.

Lola le lanzó una sonrisa seductora y cómplice, Antonio se sintió más relajado de nuevo, era evidente que los chupitos habían surtido gran efecto.

Algo distrajo la atención de todos. La puerta se abrió de golpe y de forma brusca un grupo de cuatro hombres entraron en el local. No era difícil adivinar que eran una banda conflictiva, todos rondaban los cuarenta, con ropa de motero, cascos en las manos y en este caso, malos modales que desde luego no contrastaban con el lugar.

Se acercaron a la barra.

—Cuatro cervezas. —Dijo uno de ellos.

Curro se giró para cumplir las órdenes pero no sin antes dirigir una fugaz mirada a la mesa donde Lola y Antonio estaban. Ella pudo percibir algo de temor. Eran las nueve en punto.

Los cuatro hombres cogieron las cervezas y se quedaron allí, en la barra, apoyados sobre ésta, observando la situación, uno de ellos no tardó en depositar su mirada en ellos. Fue evidente que les había reconocido. Se acercó al que debía ser el cabecilla del grupo y le habló en voz baja.

—Mira quién está ahí Manuel, ¿no es Antonio?

Manuel miró la única mesa que estaba ocupada en aquel momento. Su sorpresa fue esclarecedora.

—Joder, no me lo puedo creer, esto sí que es una puta suerte.

El resto del grupo se percató de la situación y se prepararon, sabían lo que iba a suceder, llevaban meses esperándolo.

Manuel se acercó lentamente a la mesa, con pasos rítmicos y sonoros bajo las botas de motero, el silencio era absoluto.

Antonio se giró y cruzó mirada con Manuel. Volvió la cabeza hacia Lola, pudo ver como apretaba los dientes, su expresión había  cambiado drásticamente, algo iba mal.

—Lárgate chica, esto se va a poner feo.

Lola empezaba sospechar que aquello no era casualidad, las nueve y un minuto, miró su reloj de nuevo.

Manuel habló.

—Vaya, vaya, vaya, esto sí que no me lo esperaba, y por lo que veo tú tampoco, supongo que me hacías a cientos de kilómetros de aquí, ¿verdad?

Antonio se levantó quedando frente a él en una postura desafiante a la vez que defensiva.

—No lo esperaba, desde luego que no, ¿qué coño haces aquí?

Manuel rió mirando a sus compañeros que hicieron lo propio, tal vez de forma sincera o por contentar a su jefe.

—Bueno, digamos que el trabajo me ha traído de vuelta, pero resulta que voy a poder hacer un encargo extra, éste de recompensa personal.

Manuel se acercó aún más a Antonio.

—He esperado este día mucho tiempo pedazo de hijo de puta traidor.

Antonio se mostraba impasivo ante la situación.

—¿Qué quieres?, acabemos con esto ahora o déjame en paz.

-¿Qué quiero?, nos vendiste a la poli cabrón, yo me libré de milagro, pero, ¿y los demás?, te has ganado muchos enemigos, tu cabeza tiene precio y desde luego hoy es mi día de cobro.

Antonio fue determinante ante aquello, estaba en desventaja así que no le quedaba otra opción, Manuel no pudo reaccionar, le asestó un fuerte puñetazo en el estómago, éste se dobló de dolor y sin apenas respiración. Antonio intentó huir, pero los otros tres le cortaron el paso, Antonio golpeó con la cabeza a uno de ellos que también quedó fuera de combate con la nariz rota y sangrando, pero antes de que pudiera zafarse de nuevo fue embestido por uno de los dos que quedaban, cayeron al suelo mientras forcejeaban, el otro aprovechó y estampó su jarra de cerveza casi llena en la cabeza de Antonio, éste quedó aturdido momentáneamente, pero suficiente para que Manuel se recuperase y volviese a la acción, aprovechando este momento le golpeo la cabeza de una patada, los otros le siguieron, la paliza fue brutal, Antonio no tuvo ninguna opción de levantarse, el golpe final lo asestó el propio Manuel, con un palo de billar que rompió también en su cabeza, el cráneo crujió. Antonio había muerto.

Lola seguía paralizada, horrorizada y con sentimiento de culpabilidad. Curro había salido de la barra durante la pelea, no para pararla sino para alejarse y ponerse a salvo, se acercó a la joven.

—Lárgate de aquí ya, cuando acaben con él irán a por ti.

Lola reaccionó ante aquellas palabras entre sollozos.

—¿Por qué?, ¿a mí?

—Sí, si estabas con él te relacionaran y les servirás de postre para rematar la faena, ¡vamos vete, joder!

Lola obedeció y salió del bar corriendo, siguió así durante media hora, sin parar, hasta que finalmente se sintió segura, pidió un taxi y regresó a casa. Eran casi las diez.

La película llevaba una hora metraje, definitivamente al volver a ver algunos clásicos de los ochenta y principio de las noventa de este género es bastante habitual cambiar la opinión de algunos de ellos. De hecho, Carlos y Leo, más que sentir miedo o incluso terror a la película, sentían pánico a partirse de risa en alguna de las escenas, en cualquier caso, estaban pasando un buen rato, aquella distracción era perfecta para Carlos, además, al tratarse de una reposición, las sesiones eran bastante baratas en comparación con el robo de los estrenos.

Las nueve en punto

Entonces Carlos volvió a sentirlo de nuevo, aquellas penetrantes punzadas en la cabeza, el martilleo en las sienes, se llevó inmediatamente una de las manos a la cabeza, intentó que Leo no se percatase de la situación pero el dolor era demasiado intenso, Carlos suponía que al igual que la última vez acabaría cesando poco a poco hasta desaparecer por completo, pero no sucedió, el sufrimiento continuaba, la vista comenzó a nublarse, las voces y gritos de la película eran ahora lejanos susurros, la imagen era cada vez más borrosa hasta que..., todo se volvió negro. Carlos cayo inconsciente en un profundo sueño.

Al despertar ya no estaba allí, la sala de cine, Leo o aquellas terribles bolas de pelo alienígenas había desaparecido, todo era oscuridad.

Carlos estaba en medio de ninguna parte, comenzó a andar sin comprender nada, sin embargo se sentía bien y seguro. A lo lejos, en el horizonte, pudo vislumbrar un pequeño punto de luz, se dirigió hacia él, cada vez más rápido, más y más, empezó a correr y la luz aumentaba de tamaño, parecía un halo circular provocado por un gran foco, miró hacia arriba pero no vio nada, en mitad de aquella esfera luminosa había una puerta de madera lisa pero no pared, estaba allí y nada más, apoyada sobre si misma. Carlos no dudó y se acercó a ella, colocó la mano sobre el pomo y giró, la puerta se abrió dando paso a otro lugar, otra escena, otro mundo.

Carlos asomó la cabeza, la luz entró bruscamente, le cegó momentáneamente, se llevó las manos a los ojos hasta que poco a poco y con los párpados entornados pudo ver, la puerta había desaparecido junto a la tiniebla que acompañaba, ahora todo era luz y claridad. No tardó en reconocer el lugar, se encontraba en las zonas exteriores de la facultad, en pleno día primaveral rozando el verano, decenas de estudiantes disfrutaban allí de aquel clima tan maravilloso.

Carlos era consciente de que soñaba, sin embargo le apetecía observar y caminar, se dejó llevar.

Miraba a su alrededor, reconoció a algunos compañeros y profesores, pero algo no encajaba, los veía algo diferentes. Aquella escena le parecía desfasada y algo lejana, no pertenecía al presente.

Carlos siguió caminando hasta que algo llamó su atención con más intensidad, allí estaba él, al igual que en el otro sueño, pudo verse a si mismo y además confirmar que en efecto, aquello pertenecía a un pasado, sus inicios en la facultad, casi cuatro años atrás, su pelo, eso fue lo que le sacó de dudas, la melena hasta los hombros que decidió cortarse pocos meses después de comenzar el primer curso, por lo demás no había cambiado prácticamente nada. También estaba Leo, algo más gordo y desaliñado, dos chicos que no recordaba de nada y una chica a la cual no pudo ver el rostro ya que se hallaba de espaldas.

Carlos avanzó hacía el árbol bajo el que se encontraba el grupo. Dejó un metro de distancia, lo suficiente para poder escuchar y se sentó en el césped.

Volvió a observarse anonadado a si mismo y al resto del grupo, hasta que sus ojos se quedaron plantados en aquella chica, no pudo evitar sentir un vuelco en el corazón, ya la había visto antes, en el anterior sueño, la mujer del rostro distorsionado, no podía ver su cara con claridad, no ocurría lo mismo con el resto del cuerpo, sin embargo, al igual que en la anterior ocasión, le resultaba tremendamente familiar, aquella voz...

—¿Soy solo yo, o todos los que estamos aquí nos estamos escaqueando de alguna clase?

(Típica frase de Leo), todos rieron.

—Vale, me lo tomaré como un sí.

—Bueno, yo no me lo tomo como escaqueo, yo lo llamaría: mañana de reconocimiento, este sitio es muy grande y debemos conocer todos y cada uno de los rincones del lugar que en que nos labramos nuestro futuro. Estamos haciendo lo correcto, mi madre estaría orgullosa de mi, claro que..., ni se os ocurra decírselo cabrones.

Todos rieron de nuevo.

Uno de ellos miró varias veces a su alrededor, necesitaba saber que nadie miraba.

—Mira chicos, me lo ha pasado mi vecino, ¿lo queréis probar?

Manuel sacó una bolsita de plástico con una especie de hierba de color pistacho en su interior. Todos sabían lo que era.

La chica misteriosa habló.

—¿Qué haces?, ¿estás loco?, como nos pillen nos echan.

—Sssss, ¡cállate!, no nos van a pillar si ni lo pregonas a los cuatro vientos, lo lío rápido y parecerá un simple cigarro.

-Claro, un simple cigarro, te crees que la gente es idiota.

La chica sonrió a la vez que convertía su voz en un susurro.

—Bueno vale, pero ten cuidado. Yo nunca lo he probado, reconozco que algo de curiosidad siento.

Manuel sonrió.

—Eso está mejor.

Lo lió con relativa rapidez, marihuana, papel, algo de tabaco y un filtro, desde luego no era la primera vez que lo hacía, sin embargo, su pequeño y eventual público del momento era completamente inexperto en aquellos temas, por ello, les podía una incesante curiosidad, sana para algunos y terriblemente peligrosa para otros.

—Carlos, ¿te animas e empezar?

Carlos no había hablado aún, solía ser algo reservado en las reuniones con más de tres o cuatro personas. Observó a Manuel con detalle a la par que barajaba las consecuencias de aquello. Era la primera vez que se saltaba una clase en todo el curso y no es que se sintiera mal, pero ya había tomado la determinación de que no se repetiría.

—No sé, no lo he probado nunca, ¿cómo te sentó la primera vez?

Manuel se acercó un poco más al centro del círculo que habían formado.

—De puta madre, eso sí, en la primera calada no te pases o dará  un ataque de tos.

Carlos sonrió forzado mientras alargaba el brazo hacia la mano de Manuel que en aquel momento sostenía el porro recién encendido. Lo cogió, era la primera vez que lo hacía.

El otro Carlos observaba, recordaba aquella escena y también sabía lo que iba a pasar a continuación, aunque algunos detalles eran diferentes, ahora parecía algo distorsionado.

Tomó una calada corta y lo inevitable sucedió, empezó a toser de forma violenta, las carcajadas de sus amigos fueron humillantes y descontroladas, Carlos hizo lo propio.

—Ya me reiré yo de vosotros, listillos.

Carlos volvió a probar, esta vez controló mejor la situación, sintió el humo en sus pulmones y un peso incipiente que recaía sobre su cabeza, una sensación nueva pero agradable. Se lo pasó al siguiente, Leo. Este mostró algo más experiencia pues a la primera salió indemne. En unos minutos todos lo habían probado, la última fue la chica sin rostro, que al igual que Carlos, pagó la novatada.

—¡Dios!, como sube a la cabeza, es increíble.

Todos rieron mientras seguían con sucesivas rondas. El efecto se hacía notar poco a poco, las frases empezaban a ser absurdas pero todos encontraban a cada palabra algo divertido, hasta que las carcajadas empezaban a ser exageradas y ruidosas, demasiado para pasar desapercibidos.

Carlos, el observador, empezó a sentirse nervioso, lo que debía pasar estaba al llegar, se le pasó por la cabeza avisarles pero al instante se percató de lo absurdo de la idea, se trataba de un sueño.

A unos cincuenta metros una voz se dirigió hacia ellos.

—¡Eh, vosotros!, ¿qué estáis haciendo?, ¡venid aquí ahora mismo!

El grupo bajo el árbol se giró, era uno de los vigilantes de seguridad, alguien le había avisado.

—¡Mierda, nos han pillado!

—Te lo dije, ha sido una locura.

Manuel lo tenía claro, no le podían coger, aquello era una falta grave y su situación ya pendía un hilo.

—¡Joder, vámonos, corred!

Manuel se levantó y salió corriendo en la dirección opuesta, el resto hizo lo mismo.

El otro Carlos les siguió, por algún motivo no recordaba nada más de lo que sucedió después, solo sabía que finalmente no les pillaron, pero no como escaparon.

Todos se dispersaron menos Carlos y la chica desconocida que siguieron la misma dirección, consiguieron salir del recinto de la facultad pero siguieron corriendo, cruzaron la avenida paralela sin mirar a la carretera, un coche tuvo que dar un frenazo para no atropellarles mientras tocaba el claxon con una furia de mil demonios. Pasaron junto a una panadería y se adentraron en un callejón sin salida ocultándose tras unos contenedores de basura, el otro Carlos les siguió hasta allí.

Los dos estaban exhaustos, jadeaban apoyados sobre sus rodillas, tardaron unos minutos en recuperarse y poder hablar.

—Uf, por los pelos, de buena nos hemos librado.

La chica asintió.

—Sí, si me pillan me da algo, me madre me mata.

Los dos rieron aún bajo el efecto de la hierba.

—Bueno, no ha estado mal, pero de momento creo que he tenido suficiente, se acabó lo de fumar.

—Lo mismo digo.

Carlos se acercó a la chica.

—Por cierto, ¿cómo te llamas?, no nos han presentado aún.

El otro Carlos prestó atención, pero de repente, un gato gris pasó junto él a toda velocidad golpeando una botella de cristal vacía que había junto al contenedor, ésta se rompió en mil pedazos, la chica ya había respondido pero él no pudo escuchar el nombre, maldijo al gato por ello.

—Encantado, yo soy Carlos.

—Igualmente.

—Oye, ¿estás en grupo de mañana o de tarde?

—De mañana, igual que tú.

Carlos se sonrojó visiblemente, debería haber estado preparado para aquella respuesta.

—Ah, es verdad, te he visto varias veces.

Aquello quedó de lo más artificial, pero la chica sonrió con algo de timidez a la vez que inclinaba levemente su rostro hacia abajo.

—Bueno, creo que deberíamos irnos, como nos encuentren no tendremos escapatoria esta vez, ¿vamos?

—Claro.

Salieron del callejón, no sin antes comprobar si alguien les buscaba. No había moros en la costa, continuaron avanzando por la avenida.

—¿Te apetece un café?

La chica asintió.

—Espero que se nos pase ya está sensación, siento que estoy volando.

Los dos rieron.

El otro Carlos los seguía, se sentía muy sorprendido ante aquello, no lo recordaba, debía ser una imagen creada por su mente pero parecía tan real. Aquel Carlos y la chica se gustaban, eso era evidente.

Entonces volvió a suceder, la oscuridad se cernió de nuevo sobre él, todo a su alrededor desapareció dejando paso de nuevo a la nada, la nada teñida de negro. Una profunda sensación de mareo se apoderó de él, cayó al suelo, todo giraba, sonidos lejanos se acercaban violentamente a la par que subían de volumen, voces, ruidos..., voces, ruidos...

Despertó. Estaba en el cine, la película no había terminado y afortunadamente, el dolor de cabeza había cesado por completo, y lo mejor de todo, Leo no se había percatado de nada, allí seguía, a su derecha, mirando la pantalla con atención. Carlos miró su reloj, las nueve y veinte, la película estaba a punto de terminar, y así fue, los créditos finales llegaron y las luces de la sala se encendieron. Leo tenía una sonrisa grabada en su rostro.

—Joder tío, que peliculón, estos clásicos de los ochenta son los mejores, cuando llegue a casa me la bajo y la vuelvo a ver, ¿qué te ha parecido?, ¿no es una pasada?.

Carlos sonrió sin ganas.

-Sí, la verdad es que me ha traído muchos recuerdos, aunque esos critters eran un poco cutres ¿no?

Leo parecía indignado.

-¿Pero qué esperas?, eran los ochenta, lo mismo pasa con Los Gremlins o incluso Freddy Krueger, pero es esa magia de este tipo de pelis, esa atmósfera, me encanta.

—Bueno, en eso estoy de acuerdo, ya no las hacen como antes.

Carlos se levantó.

—¿Nos vamos?, nos hemos quedado solos.

—Ok, vámonos.

Carlos y Leo abandonaron la sala y regresaron a la zona comercial.

—Carlos, ¿Te apetece una cerveza?

—Claro.