Fotolia_74227001_Subscription_Monthly_XL.jpgCapítulo 14

 

 

 

 

Carlos despertó sobresaltado, miró en ambas direcciones, todo estaba en orden, comprobó el reloj de su muñeca, las nueve menos veinte, no era tarde, tenía clase a las diez y media. De golpe todo vino a su mente, como una película reproducida cinco veces más rápido; el vaso de agua, el diploma, la conversación con Leo y..., la cámara. Carlos dirigió veloz la vista hacia el escritorio, allí seguía su cámara tal y como la había dejado horas antes, el testigo de color rojo estaba aún encendido, lo que indicaba que la capacidad de la tarjeta de memoria no había llegado a llenarse.

Se levantó de la cama y pulsó el botón de stop, necesitaba ir al baño con urgencia, pero sabía que la transferencia de archivos de grabación a su portátil no iba a ser rápida, así que decidió prepararlo antes. Extrajo la memoria SD de la cámara y la introdujo en la ranura correspondiente del ordenador, en total, 26 gigas de grabación en alta calidad, una auténtica barbaridad, pero era necesario si quería ser capaz de ver algo nítido durante la noche. La pantalla indicaba que la transferencia tardaría unos diez minutos. Empezaba a tener el tiempo algo justo.

Aprovechó para ir al baño y asearse, bajó a la cocina, dio un trago de zumo directamente de la botella y volvió a su habitación, se vistió en cuestión de treinta segundos y se sentó de nuevo frente a la pantalla; 5, 4, 2 , 1..., transferencia finalizada.

Carlos se apresuró a abrir el archivo de vídeo, en principio, la situación le resultó algo cómica, se vio a si mismo colocando la cámara y acostándose, después una tenue luz..., y..., nada más, minutos y más minutos sin nada, aumentó la velocidad, habían pasando dos horas de metraje y nada, la imagen seguía siendo la misma, tres horas, cuatro horas, el amanecer estaba cerca, cuatro horas y media y entonces algo sucedió, Carlos redujo la velocidad, algo empezó a verse en la parte superior de la ventana en la pantalla, parecía un finísimo destello de luz convertido en halo que descendía lentamente hacia el centro, Carlos se acercó más al ordenador, no podía entender lo que veían sus ojos, parecía humo grisáceo, que a modo de serpiente se contoneaba seductora con vida propia, al llegar al centro de la pantalla, el haz de luz empezó a enroscarse formando un círculo algo turbio, Carlos no daba crédito, aquello parecía obra de un fantasma, recordó aquellas grabaciones de programas de sucesos paranormales, pero su sorpresa no acabó ahí, de la esquina superior derecha comenzó a nacer otro haz que se aproximaba al centro, empezó a retorcerse para dar una nueva forma, Carlos entornó los ojos, una mano femenina se sucedió ante él, aquella figura extendió sus dedos y de la palma surgió un último rayo de tenue luz, éste se introdujo en el círculo justo con uno de sus extremos tomaba la forma de un triángulo a modo de punta de flecha, la figura quedó estática y entonces, un recuerdo aterrizó de repente en la mente de Carlos, el dibujó del examen, el círculo atravesado por la fecha, de nuevo sintió que se trataba de una imagen muy familiar, algo llamó su atención de nuevo, de la grabación llegó un sonido, pasos frente a la puerta de la habitación, el crujir del pomo y la luz que se introdujo por el resquicio, en cuestión de décimas de segundo todo se desvaneció, la imagen fantasmal se esfumó y pudo ver como su madre asomaba la cabeza, observaba durante unos instantes y volvía a cerrar la muerta. Carlos resopló maldiciendo aquello, avanzó la grabación de nuevo pero nada extraño sucedió, la luz matinal iba entrando poco a poco hasta que amaneció por completo, lo último que pudo ver fue a si mismo levantándose de súbito y apagando la cámara.

Carlos no sabía que pensar, todo aquello parecía sacado de una película que mezclaba terror con fantasía, se sentía algo aturdido y confundido. Miró de nuevo su reloj, las diez y diez minutos, debía irse ya o de lo contrario llegaría tarde de nuevo. Apagó el ordenador y bajó las escaleras casi de forma automática mientras seguía pensando en lo que acababa de ver, estaba a punto de salir de casa cuando algo le hizo parar, estaba en el salón, algo llamó su atención en la pared frente al sofá, junto a la televisión de cuarenta y dos pulgadas había una gran foto enmarcada, hacía meses que no reparaba en ella, se acercó poco a poco, se trataba de la orla de su promoción, colocada allí ese mismo año, recordó que en principió no le gustó la idea de tener una foto conmemorando algo que aún no había sucedido, pero su madre insistió, se sentía orgullosa y lo daba por hecho. Carlos se acercó aún más, rápidamente se percató de que estaba ligeramente torcida, sintió la irrefrenable necesidad de colocarla correctamente, pero justo en aquel instante lo lamentó, el marco se descolgó y cayó tras el mueble, pudo escuchar el doloroso sonido del cristal roto, la alcayata no estaba bien anclada y cedió sin remedio. Volvió a mirar el reloj, las diez y cuarto y de nuevo la pared, no había tiempo de recogerlo, con un poco de suerte su madre no se percataría antes de que él mismo pudiese arreglarlo. Cogió las llaves y salió de casa rumbo hacia la facultad.

...

Lola se sentía tremendamente afectada otra vez, un creciente sentimiento de remordimientos y ansiedad inconsolables le consumían poco a poco.

Se había alejado ya varias manzanas de la facultad, bajó el ritmo y comenzó a tranquilizarse mientras paseaba hacia ningún lugar.

Desconocía cuál sería en esta ocasión el efecto de su trabajo, pero cada vez se preguntaba con más temor si merecía la pena pagar un precio tan alto.

Seguía caminando y deambulando hasta que la voz de una mujer captó su atención. A su izquierda, un puesto ambulante de bisutería ocupaba buena parte de la acera, Lola no pudo evitar esbozar una leve sonrisa, recordaba como antaño, en lo que ahora parecía la vida de otra persona, le encantaban aquellos puestos. Antes de continuar con su marcha decidió echar un vistazo rápido, su ojos se fueron directamente a uno de los artículos, Lola no podía creer lo que veía, aquel colgante, nunca había visto otro igual, con la excepción del que algún día tuvo; un aro plateado, atravesado por una flecha dorada, la cual, se hallaba sujeta por una finísima varilla de metal, casi invisible, lo que provocaba la sensación de encontrarse suspendida en aire, como si acabase de ser lanzada y alguien hubiese congelado el fotograma. Una amalgama de sensaciones recorrieron el cuerpo de Lola, fundamentalmente, nostalgia y tristeza. No pudo evitar el impulso y lo compró por cinco euros. No se había alejado ni cinco metros cuando se paró de nuevo para colgárselo en el cuello. Aquello le devolvió algo de paz.

 

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