Fotolia_74227001_Subscription_Monthly_XL.jpgCapítulo 23

 

 

 

 

Lucía llegó a casa, dejó sobre la barra americana de la cocina el montón de expedientes y carpetas en las que había estado trabajando, también las fotos de la chica, ya debía estar en la comisaría con Iván en una sala de interrogatorios, esperaba noticias de forma inminente.

Sacó de su bolso el teléfono móvil y vio un mensaje que le había mandado su hijo hacía unos minutos:

Mamá nos vemos en casa, necesito hablar contigo, es urgente.

Lucía sabía que se acercaba el momento, lo inevitable estaba por llegar y había tomado una decisión, se armaría de valor y hablaría con Carlos.

Necesitaba beber algo fuerte, buscó un vaso de licor de una de las vitrinas de cristal del salón, cogió una botella de whisky y se sirvió un buen trago. Se sentó en el sofá y dedicó unos minutos a pensar.

...

 

Carlos cambió de rumbo poco antes de llegar a casa, decidió pasarse por el estudio de fotografía, seguía con la misteriosa dedicatoria del anuario en su mente. Había llamado aquella mañana y supuestamente hoy estaría cerrado, pero quería probar suerte, además, tal vez recordase algo reconociendo el lugar. En cualquier caso debía darse prisa, ya era tarde, casi las nueve de la noche.

...

 

 

Lucía se bebió el whisky de un solo trago, cogió la botella y se sirvió otro cuando su teléfono empezó a sonar. Era Iván.

—Dime compañero, ¿La tienes?

—(Si, la tenemos, pero esto no marcha).

Lucía resopló.

—¿Cómo que no marcha?, ¿qué pasa?

—(Bueno, a ver por donde empiezo, en primer lugar, hemos comprobado su identificación, al parecer se llama Lola Salas y es falsa, no solo su carnet de identidad, el de conducir, las tarjetas de crédito, todo es falsificado, buenas pero falsas, y la cosa no queda ahí, tras comprobar sus huellas no hemos encontrado registro alguno, es como si no existiese.

Lucía no esperaba aquello.

—¿Cómo si no existiese?, joder, no puedo creerlo, ¿la habéis interrogado?

—Sí, pero tampoco por ese camino hemos conseguido nada, no habla, no ha opuesto resistencia en ningún aspecto, pero no dice nada, ni confirma ni desmiente. La hemos dejado en la sala, lo intentaré en un rato.

Lucía tomaba notas bajo una de las fotocopias que contenía la fotografía de la chica.

—Está bien, gracias Iván, tal vez esté algo aturdida, espero que haya suerte, ella sabe algo, estoy segura, tiene que estar implicada en todo esto.

—(Si, eso espero compañera, te dejo por ahora, hay trabajo. Un beso).

—Un beso Iván, gracias por todo, de corazón.

Lucía colocó el móvil sobre la mesa. Cogió la cartera de su bolso y rebuscó en una de las ranuras para tarjetas, de su interior extrajo una vieja moneda de cinco pesetas. La observó durante unos minutos, se trataba de la primera de todas, la encontró en el coche donde su hijo había sufrido el accidente, intentó relacionarla con la nueva información que disponía al respecto pero no fue posible, había sido prácticamente limada, borrosa, era imposible enmarcarla en una fecha o motivo concreto como las otras.

Dio un sorbo al vaso y se levantó, pasó junto a la pared donde antes estaba la orla de su hijo, pero no se percató de que ya no estaba. Abrió la puerta del mueble bajo la televisión, sacó tres libros de su interior y dejó a la vista una caja fuerte, marcó el código de cuatro dígitos y ésta se abrió automáticamente, dentro había una vieja caja de madera de puros, Lucía la sacó y volvió a dejarlo todo como estaba. Se sentó de nuevo en el sofá y abrió la caja, decenas fotografías vieron la luz después de meses, la primera de muchas lágrimas empezó a caer.

 

...

 

Carlos, tuvo suerte, el estudio estaba abierto, cruzó la carretera corriendo y entró. No había nadie en recepción. Aquello le resultaba muy familiar, sabía que había estado allí en más de una ocasión, pero no lo asociaba a ningún recuerdo concreto.

—Hola, disculpe, ¿hay alguien?

Una voz llegó desde el interior de otra sala, probablemente el almacén.

—Está cerrado, lo pone el cartel de ahí fuera.

Carlos no tardó en responder, no podía irse con las manos vacías.

Alzó la voz de nuevo.

—Disculpé, solo será un momento.

Un chico de unos veinticinco años salió del almacén, llevaba un mono de color marrón, lo que evidenciaba que no tenía previsión de recibir a ningún cliente, a pesar de ello, su expresión era amable y receptiva a pesar de las circunstancias.

—Dime, ¿qué necesitas?, me suena tu cara.

Carlos se acercó al mostrador intentando mostrar serenidad, aunque se le hacía difícil.

-Buenos días, si, la verdad es que ya he venido antes, mis compañeros de la facultad y yo nos hicimos las fotos de la orla aquí, tal vez por eso te resulta familiar.

El hombre asintió.

—Sí, es cierto, pero creo que te recuerdo por algo más, bueno, no sé, ¿en qué puedo ayudarte?, espero que sea fácil y rápido, estoy deseando acabar aquí e irme a cenar a casa.

—Lo que le voy a preguntar es algo extraño, pero..., a ver, ¿recuerda si vine con alguien el día de la foto?, o tal vez, ¿Cuando recogí el anuario?

Aquel hombre frunció el ceño extrañado, le pareció lo que más raro que le podían preguntar. Finalmente volvió a sonreír.

—Pues sí que me parece raro, si, el caso es que sé que te recuerdo de algo más, espera un momento por favor.

El chico abandonó la sala adentrándose en el almacén, tras dos o tres minutos regresó con un libro en la mano, Carlos lo identificó inmediatamente, se trataba de un ejemplar de su anuario.

—A ver chico, dime dónde está tú foto aquí.

Carlos no entendía a dónde quería llegar, y menos aún si aquello le ayudaría.

—Mi foto se encuentra en las primeras páginas.

Carlos cogió el libro y buscó la página trece, le mostró su foto señalándola con el dedo índice.

El recepcionista sonrió mientras asentía efusivamente.

—Claro, claro que te recuerdo.

Cerró el anuario y lo dejó sobre el mostrador.

—Verás, además de la foto de la orla, todos los estudiantes os hicisteis también una foto individual, y..., ¿cómo olvidar la tuya?, mejor dicho la vuestra. Espera un momento.

Esta vez no fue al almacén, se dirigió a unos archivadores tras el mostrador, anduvo rebuscando hasta que encontró lo que parecía buscar, una carpeta de color azul de abultado grosor. De su interior extrajo un sobre y de éste un centenar de fotos. Comenzó a pasarlas de una en una como si de una baraja se tratase hasta que dio con la que buscaba.

—Aquí está, viniste con ella, aunque tú deberías tener una copia.

El hombre le pasó la foto, Carlos sintió un escalofrío cuando la sostuvo en sus manos antes de mirarla, se alejó unos pasos y levantó la vista, en la foto estaba él, pero no solo, una chica le acompañaba; pelo castaño y largo, ojos oscuros, facciones marcadas pero dulces:

Susana

Aquel nombre, Susana cayó sobre él como un guijarro, en cuestión de décimas de segundo el puzzle de miles de piezas que en su interior se había ido engrosando durante los meses anteriores encajó de golpe, toda la verdad cayó sobre él. Carlos dio unos pasos más hacia atrás, se dejó caer de rodillas, aferró la foto contra su pecho y comenzó a llorar, el encargado de la tienda no comprendía que había sucedido.

—Eh chico, ¿qué te ocurre?

Carlos no respondió, sus sienes temblaron, sus pulsaciones se marcaban como golpes rítmicos de bombo y un creciente dolor de cabeza asomaba amenazante, sin embargo, esta vez estaba preparado, una lluvia de recuerdos desde el olvido cayeron en tromba. Imágenes que ahora ocupaban huecos en su mente que hasta aquel día solo le habían provocado dudas y desasosiego.

Ahora lo veía todo claro, o casi todo. Susana, la mujer de su vida, con la que había compartido los últimos cuatro años había desaparecido de su mente durante los últimos meses. La profunda euforia y alegría por comprender que al fin todo tenía sentido se estrelló de bruces con otra fatídica realidad.

Tenía que salir de allí cuanto antes, tenía que resolver aquello, alcanzar la verdad, encontrar la paz aunque con ello tuviese que sufrir con una trágica realidad.

Se puso en pie algo recuperado. El chico de la tienda aún le hablaba alarmado.

—Carlos, ¿ya estás mejor?, ¿necesitas qué llame a alguien para que te recoja?.

Carlos salió de la tienda sin mediar palabra y puso rumbo a su casa, en unos diez minutos estaría allí si cogía el bus, se acercó a la parada más cercana, solo tuvo que esperar un par de minutos.

Necesitaba urgentemente hablar con su madre, una sospecha que se convertía poco a poco en hecho le provocaba punzadas de dolor en su corazón, temía escuchar aquellas palabras, aún así lo necesitaba, todo aquello tenía que terminar. Miedo y nerviosismo se apoderaban de él por momentos.

Una vez dentro del bus se sentó en un asiento de la última fila, sacó su móvil, enchufó los auriculares y empezó a escuchar música:

I Wish I Had an Angel, de Nightwish

Una de sus canciones favoritas, ahora sabía que aquella música la había disfrutado con alguien en otras ocasiones, Susana.

...

 

Conversación telefónica

 

—(Roberto, esto se está yendo a la mierda, tengo que desaparecer y tú..., prepárate para que todo empiece a caer encima).

Roberto cerró la puerta de su despacho y bajó el volumen de voz hasta casi un susurro.

—(Joder Lorenzo, se suponía que todo iba a pedir de boca y ahora me dices que te largas, ¿qué coño ha pasado?).

—(Algo improbable pero posible, unos jodidos entrometidos están atando cabos, a veces ocurre antes de tiempo, la historia se repite).

...