Capítulo 25
Carlos llegó a la comisaría antes de lo esperado, por el camino recibió un SMS de Iván diciéndole que le avisase para esperar en la puerta, y así lo hizo. Pagó al taxista y se bajó en la puerta de la comisaría, allí esperaba Iván, se mostraba algo nervioso.
—Hola Carlos, me alegro de verte.
Iván le dio un abrazo, Carlos se sintió sorprendido ante aquella muestra de cariño.
—No digas nada a nadie, esta visita es irregular y nadie la verá con buenos ojos, ya me encargaré de que no se enteren, pero mantente al margen en todo momento y sobre todo, discreción.
—Vale, tendré cuidado.
Carlos e Iván entraron en la comisaría, eran las diez de la noche pero aún así había bastante gente en la entrada, una docena de policías y algunos detenidos ocupaban la escena.
Tomaron el ascensor, Iván pulsó el número correspondiente a la tercera planta. Allí todo estaba algo más tranquilo, solo seis agentes trabajando en sus respectivos escritorios, no prestaron atención alguna a los recién llegados, fruto del constante trasiego de personal en aquel lugar.
Llegaron al pasillo de interrogatorios, cuatro habitaciones numeradas a cada lado recorrían la zona.
Iván se paró.
—Es aquí, sala número tres. Debes estar tranquilo, yo estaré vigilando desde el otro lado.
Carlos no pudo evitar sentirse y mostrarse nervioso, no sabía que decirle a aquella chica, realmente no la conocía de nada, pero por alguna razón, estaba completamente seguro de que aquella visita era de suma importancia.
—Entendido.
Carlos giró el pomo y abrió la puerta. Ante él una habitación pequeña tan solo ocupada por una mesa de madera de metro y medio y tres sillas, la luz era tenue pero cálida, bajo la lámpara una mujer que levantó la vista para volver a cruzar la mirada con Carlos, una mirada que trasmitía mucho aunque él no supo exactamente qué. Lola se levantó de la silla y corrió hacia Carlos para abrazarle, él se quedó inmóvil, no pudo reaccionar, no esperaba aquello, sin embargo y sin saber por qué le correspondió de la misma manera, se alegraba de verla. Desde la sala contigua Iván se alarmó momentáneamente pero finalmente no actuó, quedó expectante ante los hechos venideros.
Lola cerró la puerta.
—Me alegro mucho de verte, esperaba que vinieses.
Carlos no respondió, se sentía incapaz de actuar.
—Ven, siéntate, quiero hablar contigo.
Lola sujetó su mano y tiró de ella y le llevó a la mesa, Carlos obedeció y se sentó frente a ella que aún no le había soltado, finalmente se vio capaz de articular palabra mientras recuperaba el aliento.
—No sé por qué he venido, pero necesitaba hablar contigo.
Carlos titubeaba en cada palabra.
—Bueno, en realidad creo que si lo sé, ahora sí. Siento que te conozco pero sé que no es así.
Lola sonrió, durante unos instantes hubo complicidad entre ellos.
—Esta tarde me has salvado la vida.
Lola negó con su rostro, la sonrisa desapareció acompañada de una voz dulce y pausada.
—No te he salvado, y por supuesto no merezco tú gratitud, he hecho mucho mal y sé que pagaré por ello pero antes..., antes debes darte cuenta de algo.
Carlos se sentía cada vez más confuso.
—No te entiendo, claro que me has salvado, la explosión...
Lola le interrumpió.
—Carlos, escúchame, no sé de cuánto tiempo disponemos, sé que llevas algún tiempo sufriendo y no sabes por qué, ¿me equivoco?
—¿Cómo lo sabes?
—Tienes que recordar, llevo tiempo intentando que lo hagas, he hecho cosas horribles pero aún..., no sabes la verdad, debes recordar.
Carlos apartó su mano de ella.
—Creo que ya he recordado, pero no todo aún, ¿eres...?
Carlos no terminó la frase mientras negaba con el rostro.
—Dime Carlos, habla.
Hubo una tensa pausa.
—Carlos, no soy quien parezco ser, te conozco muy bien y sé lo que te ocurre pero no puedo decirte nada, si lo hago...
—¿Si lo haces qué?
—No puedo, debes creerme.
Carlos empezaba a ponerse nervioso, se impacientaba por momentos.
—¿Cómo es posible que me conozcas?, no te había visto en mi vida, o eso creo, a no ser que..., joder, no me atrevo a decirlo.
Carlos soltó su mano y se puso en pie.
—¡Esto es de locos!
—Tranquilo.
Lola le sonrió con ternura familiar.
—Es cierto que aparentemente no me conoces, pero esto no es real del todo.
—¿Qué no es real?, ¿de qué me hablas?
Lola le cogió la mano de nuevo.
—¿Te han pasado cosas extrañas en estos días verdad?, cosas que no puedes explicar.
Carlos asintió.
—Bien, pues todo eso no ha sido casualidad y te aseguro que es muy real, todo ha sido para ayudarte a recordar pero ya es tarde, el tiempo ha terminado.
Carlos volvió a sentarse
—¿Tarde para qué?
Lola le sujetó ambas manos con fuerza.
—Ya no habrá más pistas, más sucesos inexplicables, Carlos, no me queda otro remedio, es lo único que me queda por hacer, te mostraré lo primero que vi siendo la persona que soy ahora, por favor siéntate.
Carlos obedeció. Lola aflojó la tensión y pasó a la acaricia, cerró los ojos, sus manos irradiaban un calor que iba en aumento mientras apretaba con más fuerza y entonces sintió una pequeña descarga que recorrió todo su cuerpo, una leve presión en las sienes desembocó en una sensación conocida, un dolor de cabeza insoportable hizo aparición, su pulso se focalizaba allí a ritmo de martilleantes punzadas extremadamente dolorosas, la vista se le nublaba hasta que todo se enturbió y perdió el conocimiento. Ya no estaba allí, la comisaría había desaparecido ante él.
La oscuridad tiñó toda la escena tal y como le había sucedido la última vez, el dolor de cabeza había desaparecido, se sentía bien aunque confuso y algo perdido. La voz de Lola llegó de algún lugar, no podía verla.
—Carlos, no hay tiempo, no te pares, sigue andando...
Carlos caminaba sin rumbo, la nada se extendía hacia todos lados, entonces, otras voces, algunas voces conocidas llegaron a sus oídos desde atrás, se giró y pudo ver una luz tras él. Carlos caminó hacia ella, de repente algo le quemaba, una enorme lengua de fuego azul apareció ante él cortándole el paso, Carlos cayó al suelo golpeándose la espalda con algo, se giró sobre sí mismo y comprobó que se trataba de un extintor, sentía que aquello era cada vez más surrealista. Se hizo con él y atacó con todas fuerzas aquella barrera incandescente, finalmente consiguió aplacarlas, entonces pudo distinguir algo, una puerta y número grabado en ella, el tres. La voces venían de su interior. Carlos no dudó y entró. Tardó un segundo en reconocer el lugar, se trataba del despacho de José Luis, su profesor, en su interior había cuatro personas sentadas alrededor de la mesa, pudo reconocerlas a todas menos una; Lucía, Leo, José Luis y otro hombre trajeado de unos cincuenta. Carlos no podía creer lo que veía, ¿qué significaba aquello?, no podía ser real, aquella escena no tenía ningún sentido para él.
Carlos cerró la puerta sin intención de pasar desapercibido.
—¿Hola?, ¿qué hacéis aquí?, ¿profesor...?
La voz de Lola regresó de nuevo desde algún lugar.
—Carlos, no lo intentes, no pueden oírte, esto pertenece al pasado y tú no estabas allí, es solo un recuerdo, debes prestar atención.
Carlos se quedó allí inmóvil, frente a la puerta.
La expresión de los cuatro no era alentadora, hablaban de forma solemne y algo angustiosa.
En aquel instante el hombre desconocido les dirigía la palabra:
...
—El estado de salud de Carlos es muy delicado, es cierto que está fuera de peligro en estos momentos pero podría recaer, de hecho ya ha ocurrido.
Lucía intervino.
—¿Veis?, eso es lo que os quería decir, cuando se despertó y le conté lo que había recurrido sufrió una recaída y entró en coma, al despertar no recordaba nada.
Su madre hablaba entre sollozos. Esta vez intervino Leo con una expresión que jamás había visto, aquella seriedad...
—Pero Lucía, mantener eso en secreto es imposible, conseguir que Carlos viva en una mentira, ¿cómo vamos a hacerlo?
—No lo sé, pero...
El hombre desconocido debía ser el médico.
—Tras un estado de shock tan fuerte, su mente ha decidido como método de defensa borrar algunos recuerdos de su subconsciente, si le obligamos a recordar de nuevo podría volver a recaer, pero en esta ocasión, el riesgo de que no despierte nunca más es demasiado elevado.
El médico hizo y una pausa.
—No digo que se le mienta de por vida, pero si al menos un tiempo hasta que emocionalmente esté totalmente restablecido.
Era el turno de José Luis.
—Yo no estoy de acuerdo Lucía, entiendo tú preocupación, pero no me parece justo, ocultar la verdad sobre algo tan importante, tan vital, ¿Cómo crees que lo aceptaría Carlos si se entera?..., de todas formas aceptaré lo que acordemos, soy perfectamente consciente de que hablamos de su vida.
—Te entiendo José Luis, sé que mi hijo podría no perdonarme jamás, pero esta tragedia..., no sé si sería capaz de convivir con ello, eran tan felices...
Lucía no pudo seguir. Leo se acercó a ella para abrazarla y darle consuelo.
—Creo que lleva razón, a la vista está, al despertar lo primero que hizo fue preguntar por ella y mirad lo que ocurrió, casi se muere, joder, ¿por qué ha tenido qué ocurrir?
Leo se giró hacía el médico para dirigirse a él.
—Doctor, ¿es realmente posible que no recuerde nada de ella?
El médico asintió.
—Sí, es posible, sin embargo, el mayor riesgo son los vínculos y relaciones materiales que puedan existir, es decir, Carlos ha eliminado esos recuerdos, pero habrá cosas con las que se sienta familiarizado sin saber por qué, eso le hará pensar y tal vez le provoque malestar, sinceramente, todo esto es muy delicado, pero necesario, al menos temporalmente para preservar su salud.
...
La imagen se nubló y todo desapareció súbitamente, Carlos volvió a caer en el vació y en la penetrante oscuridad. La voz de Lola reapareció.
—Te mostraré algo más, el principio...
Carlos sintió el vacío bajo él, empezó a caer sin fin pero no tenía miedo, se dejó llevar a través de la nada. La velocidad empezó a reducirse hasta que cayó suavemente sobre algo mullido, abrió los ojos, se encontraba en la parte trasera de un coche, su coche, lo pudo reconocer de inmediato, la radio sonaba, White room de Cream. Carlos se incorporó, dos voces llegaron a sus oídos desde la parte delantera, de nuevo pudo verse a sí mismo conduciendo el coche, en el asiento de copiloto había una chica, su perfil bronceado de rasgos finos le cortaron temporalmente la respiración, era Susana. Carlos empezó a llorar con amargura, sabía lo que iba a ocurrir. Alargó su brazo hacia ella pero no pudo tocarla, sus dedos se difuminaban hasta volverse casi trasparentes al topar con su hombro, aquello no era real, formaba parte de un doloroso pasado que ahora no suponía una profunda laguna en el interior de su ser.
Sus voces le sobresaltaron:
Carlos, el de la visión, viajaba en el antiguo coche de su madre, Susana le acompañaba en el asiento del copiloto. Acaban de entrar en la autovía, se dirigían a una zona residencial de la periferia de la ciudad, buscaban un piso de alquiler para comenzar una nueva vida tras acabar el curso presente, el último de universidad.
—Carlos, ¿no crees qué fuiste demasiado melodramático con el microrelato?
Carlos sonrió mientras fruncía el ceño.
—Eso le encanta a la gente.
—Claro, claro, y a ti también.
Carlos soltó una carcajada maliciosa.
—Sí, en parte es cierto, pero bueno, he ganado ¿no?, pues ya está.
Los dos rieron.
Carlos suspiró.
—Me hace tanta ilusión todo esto, por fin lo conseguimos, nuestra vida empieza ahora, parece que fue ayer cuando nos conocimos en primer curso.
Susana colocó su mano sobre la pierna de Carlos.
—Sí, cuando nos fumamos aquello, ¿recuerdas?
—Jaja, como olvidarlo, casi nos echan de la facultad antes de empezar, pero en serio, estoy tan ilusionada mi vida. Te quiero.
—Yo también te quiero.
Carlos sujetaba la mano de Susana con fuerza mientras una furgoneta intentaba incorporarse a la vía sin intención de ceder el paso. Susana miró desde su ventana e intentó anticiparse.
—¡Carlos, cuidado!
El auténtico Carlos sintió el impulso de hacer algo, saltó a la parte delantera, intentó hacerse con el control del volante pero sus intentos fueron en vano y él lo sabía.
Fue demasiado tarde, la furgoneta envistió su coche desde un lateral, volcaron dando varias vueltas de campana y cayeron sobre el techo. Susana murió en el acto, Carlos lo vio todo, se encontraba gravemente herido pero intentó llamarla, ella no respondió y el cayó inconsciente.
La dramática imagen desapareció, pero esta vez, no regresó a la oscuridad, los jardines de la facultad se extendían ante él en un día de primavera, no había nadie, el silencio reinaba en el lugar. A unos metros pudo reconocer el árbol junto al que había corrido la aventura del coqueteo con la maría y donde (ahora podía recordarlo con claridad), había conocido a Susana durante aquellos primeros meses de universidad. De repente, sintió que alguien apoyaba su mano en el hombro tras él, se giró alarmado y entonces la vio, era ella, llevaba el pelo castaño suelto que ondeaba bajo la suave y agradable brisa que les acompañaba, vestía un fino vestido de seda de color celeste. Una sonrisa se dibujó en su rostro, Carlos volvió a dejar derramar lágrimas, gotas de emoción y amor, se fundieron en un apasionado abrazo. Carlos temía que se tratase de otra imagen, otro sueño, pero aquello parecía real, podía tocarla, sentirla, besarla. Durante unos segundos en los que Carlos perdió la noción del tiempo y también de la realidad se miraban a los ojos con ternura, con amor, pero también con temor, aquello se desvanecería en cualquier momento. Susana alzó la voz.
—Carlos, no tenemos tiempo, todo esto..., todo lo que he hecho...
Susana lloraba apartando la vista hacia abajo, Carlos le acarició con delicadeza.
—Dime mi vida, no te preocupes.
Susana volvió a levantar la vista.
—Todo lo que he hecho ha sido para conseguir que recordases, para que volvieses a ser tú, me arrepiento de muchas cosas pero no tuve elección, necesito que me creas, estuve amenazada, no había elección.
Carlos no comprendía lo que Susana quería decirle.
—¿Quién te amenazó?.
Susana seguía sollozando.
—Ya no importa, no hay nada que hacer, pero al fin..., vuelves a ser tú mismo, ahora te toca vivir.
Susana se abalanzó sobre Carlos fundiéndose de nuevo.
—Quiero que seas feliz, debes superar esto y retomar el rumbo de tu vida, pero nunca olvides lo mucho que te amo, algún día volveremos a estar juntos.
Carlos se sentía incapaz de hablar y controlar sus emociones.
—Susana, yo..., no sé si podré...
Susana le interrumpió.
—Claro que podrás, tienes que hacerlo, por mi, por ti, por nosotros, toda tu vida está al llegar, sé feliz mi amor, y..., espero que puedas perdonarme..., no tuve elección, lo que hice siendo Lola..., es horrible pero...
Carlos colocó su dedo índice sobre los labios de Susana.
—No tengo que perdonarte, me has devuelto la vida, te amo.
Susana y Carlos volvieron a besarse apasionadamente hasta que todo empezó a desvanecerse, Carlos ya no sentía el calor de la piel de Susana, su imagen empezó a tornarse translúcida, desaparecía mientras dibujaba una última sonrisa. Susana se fue para siempre.
Carlos cayó de rodillas llevándose las manos a las sienes, de nuevo el dolor de cabeza, más fuerte que nunca..., todo se nubló...
...
—Carlos, vamos, despierta, Carlos.
Iván le golpeaba en la cara con fuerza.
Carlos despertó, el dolor se había ido pero sentía algo parecido a una terrible resaca.
—Ya Iván, ya, estoy bien, estoy bien.
Iván estaba de rodillas sobre Carlos, sus manos aún se apoyaban con fuerza sobre su pecho, había tratado de practicarle una reanimación cardíaca, suspiró, respiró aliviado y se dejó caer apoyando su espalda sobre la pared
—Joder chico, creo que has llegado a estar muerto durante unos segundos, dios mío, ¿qué te ha pasado?, hay que llevarte a un hospital.
Carlos trató de tranquilizar a Iván.
—Espera, estoy bien, deja que me recupere, me he desmayado y punto.
Iván negaba.
—No, no ha sido un simple desmayo, joder..., y esa chica..., ¿qué coño está ocurriendo?
Carlos nunca había visto tan alterado y nervioso a Iván, se puso en pie poco a poco mientras se recuperaba de aquel estado de aturdimiento, aquello no había sido un simple desmayo, pero no quería dar más explicaciones en aquel momento.
Miró a su alrededor, junto a la mesa, en el suelo un cuerpo yacía sin vida, era Lola, Carlos ya lo esperaba, sin alma, aquel cadáver no era nada ni nadie, pero a pesar de todo aquella imagen le conmocionó.
Iván también se irguió.
—Carlos, esa chica..., ha muerto súbitamente, no he podido hacer nada.
Carlos se giró, ahora se sentía algo más sereno.
—Iván, creo que así tenía que ocurrir, necesito ir a casa, hablar con mi madre, te prometo que te daré una explicación sobre esto y también sobre lo que me ha ocurrido a mí, solo espero que me creas.
Iván no contestó, se derrumbó sobre una de las sillas de metal dejando caer su cabeza entre las manos.
No mediaron más palabras.
Carlos salió de la comisaría. Eran las once de la noche, todo se había resuelto para él pero no podía quitarse la imagen de Susana de su cabeza. Se sentó en un viejo banco de madera junto a la entrada y empezó a llorar de forma desconsolada, necesitaba desahogarse antes de volver a casa, no sabía si podría sobreponerse a aquello, deseaba volver al lugar en el que acababa de estar, abrazar y besar de nuevo a Susana, pero..., ella..., había hecho un gran sacrificio por él, un sacrificio por su vida, tenía que seguir adelante, por ella, por él, por los dos.