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El niño que lee tebeos

Si existe un «tablero de escucha», existe también un «tablero de lectura». Si lo explorásemos, siguiendo o imaginando el trabajo mental de un niño que lee un tebeo, haríamos descubrimientos interesantes.

El niño tiene seis, siete años. Ha superado la fase en que se hacía leer el tebeo por el padre, o se inventaba una lectura de fantasía, interpretando las viñetas por indicios que sólo él entendía. Ahora sabe leer. El tebeo es su primera lectura espontánea. Lee porque quiere saber qué pasa, no porque se lo han mandado. Lee por propia iniciativa, no por los demás (el maestro), ni por las notas que le ayudarían a hacer un buen papel.

En primer lugar debe aprender a reconocer a los personajes en las diversas situaciones, cambiantes, en que aparecerán; debe fijarse en su identidad en las diversas posiciones que adoptan, llegando a presentarse a veces con diferentes colores, que él deberá aprender a interpretar: rojo, la rabia; amarillo, el miedo... Pero el código del «color psicológico» no ha sido definitivamente fijado, puede ser recreado cada vez por el dibujante, y cada vez deberá ser redescubierto y reinterpretado.

El niño debe atribuir una voz a los personajes. Para su comodidad, las nubecillas del diálogo acostumbran a indicar con precisión su pertenencia: aquella boca, si el personaje habla; aquella cabeza, si piensa (también la distinción entre frases dichas y frases pensadas comporta la correcta lectura de algunas señales).

Cuando los personajes dialogan, el niño debe distinguir las frases que corresponden a cada uno; debe comprender en qué orden son pronunciadas (a veces en el tebeo el tiempo o la dirección de la lectura no van de izquierda a derecha como en la línea tipográfica); si son contemporáneas; si un personaje habla y el otro piensa; si uno piensa, pero dice lo contrario de lo que piensa, etc...

Al mismo tiempo, el niño lector de tebeos debe reconocer y distinguir los ambientes, internos y externos, fijarse en sus modificaciones, su influencia en los personajes, apercibirse de los elementos que anticipan lo que puede suceder al protagonista, si hace una cierta cosa, si se dirige a un cierto lugar (elementos que no conoce el personaje). En el tebeo el ambiente no es casi nunca decorativo sino funcional, actúa respecto de la narración como una más de sus estructuras.

Una actuación activa, e incluso activísima de la imaginación se requiere para rellenar los espacios en blanco entre una viñeta y otra. En el cine, o en la pantalla del televisor, las imágenes se suceden continuamente, describiendo punto por punto el desarrollo de la acción. En el tebeo, la acción puede comenzar en una viñeta, y acabar en la siguiente, saltándose todo el proceso intermedio. El personaje que en la primera viñeta tenía dificultades con su caballo, en la segunda está ya en el suelo: la caída en sí misma nos la debemos imaginar. Por un determinado gesto podemos ver el efecto final, pero no su desenvolvimiento. Si los objetos se presentan en una disposición alterada, hay que imaginarse su recorrido, desde la primera imagen, hasta su disposición actual. Todo este trabajo es confiado a la mente del lector. Podemos decir que si el cine es escritura, el tebeo es taquigrafía, a partir de la cual debemos reelaborar el texto.

Por otra parte, el lector de tebeos no debe perder de vista los sonidos indicados en algunas «nubes», debe distinguir entre sus significados (un «chaf» no es lo mismo que un «crec»), hay que conocer su causa. En los tebeos de peor calidad, el repertorio de ruidos es muy limitado y vulgar. En los tebeos cómicos y en los más sofisticados (los actuales «cómics»), a los ruidos y sonidos básicos se van añadiendo nuevas invenciones que hay que ir descifrando.

El lector debe reconstruir toda la historia, combinando los pies de viñeta, con los diálogos y ruidos, con las indicaciones del dibujo y del color, reuniendo mentalmente en un solo hilo todos los cabos sueltos de la escenificación, la trama de la cual aparece invisible la mayor parte de las veces. Es el lector que ha de dar un sentido al conjunto: al carácter de los personajes, que no son descritos, sino mostrados en acción; a las relaciones entre ellos, que resultan de la acción y de su desarrollo; a la acción misma, que se le revela sólo a fragmentos.

Para un niño de seis-siete años, me parece un trabajo bastante complicado, rico de operaciones lógicas y fantásticas, independientemente del valor y del contenido del tebeo, que no entran en esta discusión. Su imaginación no asiste pasiva, sino que es reclamada constantemente a tomar posiciones, a analizar, sintetizar, clasificar y dividir. No hay lugar para extravagancias vacías, ya que la mente es obligada a una atención completa, la fantasía es llamada a ejercer su función más noble.

Diría que, hasta cierto punto, el interés principal del niño por el tebeo no está condicionado por su contenido, sino por la naturaleza misma del tebeo. El niño quiere adueñarse del medio de expresión: Lee el tebeo para aprender a leer el tebeo, para comprender sus reglas y convencionalismos. Disfruta con el trabajo de la propia imaginación, más que con las aventuras del personaje. Juega con su propia mente, no con la narración. Hay que distinguir entre la propuesta que recibe el niño, y la interpretación que él le da. La distinción nos ayuda a no infravalorar al niño: sobre todo en este caso, no podemos infravalorar su seriedad, el compromiso moral que pone en todas sus cosas.

Todo lo demás que se puede decir sobre los tebeos ha sido dicho ya, y yo no voy a repetirlo.