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Ensalada de fábulas

Caperucita Roja se encuentra en el bosque con Pulgarcito y sus hermanos: su aventura se mezcla, escogiendo un camino nuevo, que será la diagonal de las fuerzas que actúan sobre un mismo punto, como en el paralelogramo que vi nacer, sobre una pizarra, con gran sorpresa, en 1930, de las manos del maestro Ferrari de Laveno.

Era un maestrillo con barbita rubia y gafas. Cojeaba. Una vez premió con un «diez» la composición de mi rival en italiano, que había escrito: «La humanidad está más necesitada de hombres buenos que de hombres grandes». De esto se puede comprender que era socialista. En otra ocasión, para ponerme en evidencia y demostrar a mis compañeros que yo no era un pozo de ciencia, dijo: «Por ejemplo, si pregunto a Gianni cómo se dice bella en latín, no puede saberlo.» Pero yo, que en la iglesia había oído cantar «Tota pulchra es Maria» y me había interesado por conocer el significado de aquellas palabras bellísimas, me levanté y respondí embarazado: «Se dice pulchra.»

Todos rieron, incluso el maestro, y yo comprendí que no siempre es necesario decir todo lo que se sabe. Por eso, en este libro, me abstengo cuanto puedo de emplear las palabras difíciles que conozco. Más arriba he escrito la palabra paralelogramo, pero sólo después de recordar que la había aprendido en mis primeros años de escuela.

Si Pinocho llega a la casita de los Siete Enanitos, será el octavo de los pupilos de Blancanieves, introducirá su energía vital en la vieja historia, obligándola a recomponerse según el resultado de ambas reglas, la de Blancanieves y la de Pinocho.

Lo mismo sucede si la Cenicienta se casa con Barba Azul, si el Gato con Botas entra al servicio de Hansel y Gretel.

Sometidas a este tratamiento, incluso las imágenes más habituales parecen revivir, rejuvenecer, ofreciendo flores y frutos inesperados. El híbrido tiene su encanto.

Una primera idea de esta «ensalada de fábulas» nos la dan los dibujos de algunos niños en que los personajes más distintos conviven fantásticamente. Conozco una señora que se servía de esta técnica cuando sus hijos eran pequeños e insaciables a la hora de pedirle nuevas historias. A medida que iban creciendo, y pidiéndole más cuentos, ella los improvisaba y creaba otros, entremezclando los personajes de las historias ya conocidas. Se hacía dictar el argumento por los mismos niños. En su casa oí una grotesca novela de suspense en que el Príncipe que despertaba con un beso a Blancanieves, dormida por brujería, era el mismo que el día antes se había casado con la Cenicienta... Inmediatamente se producía un drama pavoroso, con luchas terribles entre enanos, hermanastras, hadas, brujas, reinas...

El tipo de binomio fantástico que gobierna este juego se distingue de la norma general, sólo porque está compuesto de dos nombres propios, en lugar de estar formado, como en anteriores casos, de dos nombres comunes, o de un sujeto y un predicado. Nombres propios de fábula, debemos decir. Un género de nombres que las gramáticas normales no acostumbran a considerar: como si decir «Blancanieves» y «Pinocho» fuese lo mismo que decir «Alberto» y «Rosina».