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El prefijo arbitrario
Un modo de hacer productivas, en sentido fantástico, las palabras, es deformarlas. Lo hacen los niños, por juego: un juego que tiene un contenido muy serio, porque les ayuda a explorar las posibilidades de las palabras, a dominarlas, forzándolas a declinaciones inéditas. Estimula su libertad de «parlantes», con derecho a sus «palabras personales» (gracias, señor Sausure). Anima en ellos el anticonformismo.
El uso de un prefijo arbitrario se encuentra en el espíritu de este juego. Yo mismo he recurrido a él en muchas ocasiones.
Un «sacapuntas», que puede ser un objeto peligroso y de ataque, se transforma en un objeto fantástico, y hasta divertido, si el prefijo «saca» es substituido por «mete» y la palabra se transforma en un «metepuntas». Un «metepuntas» no sirve para afilar los lápices, sino para que sus puntas crezcan sin que éstos se consuman. Con la consiguiente rabia y desesperación de los propietarios de papelerías y representantes de la sociedad de consumo. (Todo ello sin que la palabra tenga un matiz sexual, que a pesar de todo tampoco escaparía a los niños).
El uso arbitrario del prefijo «des» hace que un «descolgador» sea lo contrario a un «colgador»: el «descolgador» no sirve para colgar abrigos pero es utilísimo para descolgarlos cuando nos los queremos poner; todo ello en un país de vitrinas sin vidrios, comercios sin caja y guardarropías sin billetes. El prefijo se convierte así en el principio de la Utopía. Pero nadie nos prohibe soñar en una ciudad futura donde los abrigos sean gratuitos como el agua y el aire. Y la Utopía no es menos educativa que el espíritu crítico. Basta con transferirla del mundo de la inteligencia (a la cual Gramsci atribuye justamente el pesimismo metódico) al de la voluntad (cuya característica principal, siempre de acuerdo con Gramsci, debe ser el optimismo). Así pues, adelante:
el «colgador», como tal, no es más que un «tigre de papel».
Una vez inventé el «país con el des delante», donde hay un «descañón» que sirve para «deshacer» la guerra en lugar de hacerla. El «sentido del disparate» (la expresión es de Alfonso Gatto) me parece, en este caso, transparente.
El prefijo «bis» nos regala la «bispipa», para fumar el doble; el «bisbolígrafo», que escribe doble (y es de suma utilidad para escolares que además sean hermanos gemelos); la «bistierra»...
Existe otra Tierra. Todos vivimos en ésta y en aquélla, al mismo tiempo. Allí funciona todo lo que aquí va mal. Y viceversa. Cada uno de nosotros tiene su doble. (La ciencia-ficción ha usado repetidamente esta hipótesis: por esto me parece justo hablar de ello a los niños).
Otra vez, introduje en una vieja historia los «archiperros», los «archiosos» y el «trinóculo» (un producto del prefijo «tri», como la «trivaca», animal que no suele aparecer en los estudios de zoología).
Poseo, en mis archivos, una «antisombrilla», para la que todavía no he encontrado un uso práctico...
Para dar un significado de destrucción se impone nuevamente el prefijo «des». La «destarea» es una tarea que los niños no deben hacer en casa, sino que se les impone para que la «destruyan»...
De regreso a la zoología, para liberarla del momento de estancamiento en que se halla, propongo la creación del «viceperro» y del «subgato»: animalitos que regalo a quien los necesite para incluir en sus cuentos.
De paso ofrezco a Ítalo Calvino, autor del «Visconte dimezzato» (Vizconde partido en dos), un «semifantasma»: mitad hombre en carne y hueso y mitad fantasma con sábana y cadenas, con el que debería ser fácil dar estupendos sustos para reír.
«Supermán» existe ya, en los tebeos, como un caso clamoroso de aplicación del principio del «prefijo fantástico» (aunque sea una imitación del «superhombre» de Nietzsche, pobrecito). Pero si quieren un «supergoleador» o un «superfósforo» (capaz de dar fuego, imagino, a toda la Vía Láctea) no tienen nada más que fabricarlos.
Particularmente productivos me parecen los prefijos más frescos, nacidos en nuestro siglo. Como «micro». Como «mini». Como «maxi». Aquí tienen —siempre gratis— un «microhipopótamo» (se crían en casa, en una pecera); un «minirrascacielos», situado en un «minibarrio» habitado por «minimultimillonarios»; una «maximanta», capaz de cubrir, en invierno, a toda la gente que se muere de frío...
Pienso que no haga falta hacer notar que el «prefijo fantástico» no es más que un caso particular del «binomio fantástico», en que los dos componentes son el prefijo escogido para originar nuevas palabras y la palabra primitiva escogida para ser promocionada gracias a la deformación.
Como ejercicio, sugeriría la realización de dos columnas paralelas de prefijos y de sustantivos escogidos al azar. Posteriormente iría uniéndolos mediante un sorteo. Yo mismo ya lo he probado. Noventa y nueve matrimonios de los celebrados con este rito acaban fallando en el mismo banquete de bodas: el que hace cien puede llegar a dar un matrimonio feliz y fecundo.