27
Otro amor que fracasa

—Gracias por venir —dijo Julián ubicando el grabador entre ellos y encendiéndolo.

Era el primer día de calor agobiante de diciembre. El sol daba una luz blanca a la ciudad y el viento rozaba con dedos calurosos la piel. Laura tenía un vestido sin breteles y Julián se preguntaba obsesivamente si Laura tenía corpiño. Era casi una cuestión de ley de gravedad, ¿tenía o no tenía? ¿Iba o no en contra de una ley universal? La miraba y volvía a convencerse de que Laura alteraba el espacio a su alrededor, ¿por qué no la ley de gravedad?

Sentía los ojos de Lorena en la espalda, observando todo, pidiéndole al Universo que todo saliera bien. Él sabía que estaba jugado, que no había vuelta atrás. Que dependía de él mismo, no del Universo y sus leyes, si Laura volvía a considerarlo una persona interesante o no, si lo perdonaba o lo despreciaba para siempre.

Ella había cambiado mucho en esos meses. La veía diferente, incluso del día de la ceremonia. Él no podía dejar de mirarle los hombros desnudos, como tampoco podía dejar de pensar en lo bella que estaba. Tenía un vestido blanco, con florcitas celestes y hojas verdes. Procuraba no mirarla demasiado porque sus antecedentes no eran los mejores pero moría por ver en detalle las flores y el borde del vestido con su piel.

Frente a él, se le notaba en la voz, en los hombros, en la forma de mirar, que Laura ya no escondía nada. Que era esa mujer sonriente, sensible y fuerte que había conocido pero que era más todavía. Antes había una reserva en Laura, como si siempre estuviera ocultando algo de los demás. Era cierto, ocultaba su deseo de ser escritora. Era como si Laura hubiese florecido en esos meses, se hubiese convertido en la mujer que podía ser. Lo que lo fascinaba, lo que lo volvía loco y lo enamoraba más, era que Laura podía seguir creciendo. Había en ella tanta potencia contenida que era posible quedarse quieto, mirándola, mientras ella se transformaba y transformaba todo a su alrededor.

Por detrás de él apareció Lorena.

—Hola, ¿cómo estás? —le dijo saludando a Laura con un beso en la mejilla.

Julián vio que Laura se sorprendía ante el saludo. Se apresuró a explicar:

—Es mi hermana… Lorena es mi hermana. Es la dueña de este lugar. Yo vivo en la casa de al lado.

Laura no reaccionaba y Julián tuvo miedo de que saliera corriendo. “No te vayas” pidió muchas veces, “todavía no te vayas”.

—Ah, hola ¿cómo estás? Soy Laura.

—Sí, te conozco. Por las fotos y las entrevistas. Nuestra abuela se llamaba Laura. ¿Te dijo Julián? Él me habló de vos. Leí tu novela. Es hermosa. Lloré mucho desde que empecé hasta que la terminé.

—¿En serio?

—Sí, me pareció hermosa, muy delicada… no sé, él sabe de esas cosas. Pero me gustan las palabras que usaste y cómo las usabas. Bueno, Julián debe decirlo mejor… yo solo te digo que me pareció hermosa.

—Me alegra mucho que te gustara.

—Vos sos muy linda también. Laura agradeció con una sonrisa.

—Bueno —dijo Julián que ya no sabía qué hacer—. ¿Nos traés algo, Lorena?

—Sí, para eso vine, ¿qué quieren?

—¿Té con leche, Laura?

—No, hace calor. Agua con gas.

—¿Y para comer? ¿Querés macarons? La otra vez te llevaste, me acuerdo. Y a veces venís con unas amigas, ¿no?

—Sí, somos cuatro. Venimos a merendar un sábado al mes.

—Sí, me acuerdo de ustedes. Una de las mozas dice que nunca vio a nadie comer y hablar al mismo tiempo como hacen ustedes.

—Es una habilidad que lleva práctica pero se puede aprender.

—¡Me imagino! Bueno, te traigo macarons…

—Traé todos los sabores —dijo Julián—. Y un pancito de leche y una Coca Cola.

—Hola…

Julián miró hacia atrás con cara de mártir. Apoyándose en el respaldo de su silla apareció Toro para saludar a Laura. Estaba tan ansioso que lo podía ver transpirando. Mientras esperaba a Laura en la cocina, Julián y Lorena habían tenido que tranquilizar a Toribio y sus nervios.

Resignado, Julián lo presentó:

—Él es Toribio, Toro. Mi amigo, cuñado y socio… etcétera.

—Hola, Toribio, ¿cómo estás? —lo saludó Laura.

Ya lucía sorprendida. Laura no era tonta así que estaría entendiendo por qué Lorena y Toro la saludaban tan ansiosos. La miró a los ojos pidiéndole disculpas. Ella se reía, así que por lo menos no estaba molesta.

—Sos muy linda —dijo Toro para terminar de hundirlo en la vergüenza.

—Bueno, muchas gracias.

—Y muy talentosa. Tu novela es una maravilla. Es un orgullo tenerte en la revista. En serio. Nosotros hablamos por teléfono una vez, ¿te acordás?

—¡Toro! —gritó Julián pegándole en el brazo—. Andá a terminar lo que estabas haciendo en la cocina.

—¿Y qué estaba haciendo?

—¡Toro!

Lorena tomó a su marido por el brazo.

—Vamos, Toro. Ya les traigo todo. Un gusto conocerte, Laura. Espero que vuelvas seguido.

Lorena y Toro se fueron y, por fin, Julián pudo respirar un poco más tranquilo. Se sentía muy estúpido y estaba seguro de que se le notaba en la cara.

—Bueno… mi familia. Son buenas personas… están un poco chiflados…

—Se nota que te quieren.

—Sí. Tu familia también. Vi esa nota que te hicieron con tu tío, contando tu historia. Me pareció un hombre tan sencillo. Me hizo acordar mucho a vos. Tenés sus ojos.

—Sí, tenemos el mismo color de ojos. Mi mamá también lo tenía. Él estaba contento de que le hicieran la nota. Vino una amiga a ayudarnos con la ropa. Y un maquillador y peluquero a arreglarle el poco pelo que tiene. Él estaba muy ansioso y quería salir bien. Hizo dos semanas de dieta, algo que ni el médico podía lograr que hiciera. Mi tía Claudia perdió la paciencia varias veces. Y mis primos se morían de risa con los cambios de vestuario. Tres camisas antes de encontrar la definitiva.

—Te adora.

—Y yo a él.

—Me gustó el detalle de las amoladoras.

Laura se tapó la boca pero los ojos denunciaban que se moría por reír a carcajadas.

—En un momento me pareció muy narcisista pensar que eran un mensaje hacia mí. Pero veo por tu cara que no me equivoqué.

—Me pareció un detalle simpático. Se lo sugerí y él aceptó. Un albañil siempre está muy apegado a sus amoladoras. Veo que lo notaste.

—Sueño con amoladoras. Hace un mes que terminaron de trabajar los albañiles y yo sigo escuchándolas.

Lorena llegó caminando muy despacito y dejó las botellas y los platitos en la mesa sin decir una palabra. Laura hizo una pequeña exclamación de alegría cuando vio todos los macarons juntos.

—Me los voy a comer todos, te aviso —le dijo Laura muy seria.

—No hay problema. Entonces anoto para la entrevista: engulle macarons como si fueran agua.

—Bueno, va a ser la primera en la que escriben eso… Gracias por entrevistarme —dijo ella mientras jugaba con la botella de agua—. Mucha gente leyó la reseña que escribiste y dicen que leyeron la novela por eso.

—¿Sí?

—Sí.

—¿Vos la leíste?

—Sí, claro.

Se hizo un silencio entre los dos. Julián lo ocupó moviendo una pierna. Laura no dijo nada más y él se derretía muy despacito de las ganas de preguntarle qué pensaba de la reseña. Tuvo ganas de levantarse y dar todo por fracasado. Seis meses atrás había hablado tanto con ella que había llegado a entender que había otro erotismo posible, uno que tenía que ver con las voces y las palabras. Pero Laura no le daba demasiadas palabras y él entendía por qué. Si quería hacer la entrevista tenía que entender que no iban a hablar del mismo modo que antes. No era posible.

—¿Cuándo van a presentar la novela? ¿Ahora? No creo…

—No. En la Feria que viene del año del libro… ¿Qué dije? —preguntó ella burlándose de sí misma.

Él se rió con ella pero de felicidad. La risa de Laura era una especie de regalo que venía con ella. Pensó que si Laura le daba ese regalo, entonces no estaba todo perdido. Tenía alguna esperanza, al menos, de que lo perdonara.

—Te entendí.

—Bueno. Eso. El año que viene. En la Feria. Voy a ser uno de esos autores que anuncian por los parlantes.

Ella le hablaba en un susurro, como si le confesara una fantasía secreta. Julián se ilusionó con ese tono, pero Laura lo abandonó enseguida.

—¿Y ya saben quién va a presentarla?

—No. La editorial quiere algún autor de ellos. O Alejandro, claro. Condenado a presentar libros, pobre. Como trabajamos juntos desde hace muchos años y todo eso…

—Claro. Y entiende de la novela. No esperaba que fuese sobre Rosas y Manuela, te soy sincero.

—¿Y sobre qué esperabas?

—Sobre Jane Austen, por supuesto.

Julián se dio cuenta de que estaba haciendo mención a ese momento en el que él se había convertido en un idiota. Se preguntó de nuevo qué hacía Laura ahí, frente a él, cuando precisamente había despreciado esa novela tan hermosa, que había recibido su merecido premio.

—Ah… No. No se me ocurrió escribir sobre ella.

—Me gustaría que escribieras sobre Austen, para la revista. Pensaba en eso mientras te esperaba. Pocos te preguntaban sobre tu admiración a Austen. Y parece que vos lo sabés mejor que muchos… al menos sentís un profundo amor hacia ella.

—Sí, algo así.

—Quiero que cuentes su secreto.

—¿El secreto de Jane Austen?

—Algo así, sí.

—Bueno.

—¿Te animás?

—Sí, me animo.

—Bien. Volvamos a tu novela. ¿Cómo se te ocurrió escribir sobre Manuela Rosas?

—Era mi tema de estudio. La conocía mejor que a mí misma. Las cartas, los papeles, los retratos. Me fascinaba la relación que tenía con Rosas. Y más me encantaba lo que se decía de ella. Los unitarios escribían sobre ella todo el tiempo. Construyeron una imagen de ella, de la madre, de María Josefa… Era una mujer con poder y eso los fascinaba. Creo que muchos la admiraban por ese poder y lo deseaban, por eso las construcciones. Como si se imaginaran ellos mismos con ese poder femenino de Manuelita.

—En tu novela claramente no es un poder ilimitado.

—¿Hay poderes ilimitados? No. No existen. Ni siquiera para Rosas. Ni para Manuela. Y sobre eso quería escribir. Sobre los poderes y sus límites. Que era mi tesis, después de todo.

—¿Eran trabajos similares?

—No, en realidad son dos trabajos diferentes. En uno se puede inventar lo que uno desee. En el otro no, en el otro se juega la verdad como problema científico. Son dos tareas diferentes. Opuestas.

—¿Y cómo te llevás con esa oposición?

—Bien. Me gustan, me divierten. Y son opuestas y son dos formas de ver lo mismo.

Julián la escuchaba y se daba cuenta de que le estaba respondiendo las mismas preguntas que ya le habían hecho con las mismas palabras. Había leído casi todas las entrevistas, había visto los programas a los que había sido invitada. Las respuestas eran similares. Miraba el grabador y se preguntaba qué marcaría la diferencia, qué podía hacer que Laura no respondiera del mismo modo.

¿Había ido a la entrevista porque sí, porque le convenía a su carrera? ¿Había ido porque quería verlo? ¿Había alguna manera de recuperar eso que habían tenido? Si seguía pensando se iba a volver loco. Él se estaba muriendo por ella. Cada palabra sobre la novela, cada bocadito de macaron, cada mirada huidiza lo volvían más y más loco.

—¿Pensaste que ibas a ganar el premio?

—Ni en mis sueños más locos. La idea era publicar la novela de algún modo pero no me imaginaba que iba a ganar ese premio. Todavía no entiendo bien qué pasó. Estoy tratando de acomodar la cabeza. Y por ahí nunca se me acomode. Todavía ni siquiera me pienso como escritora. Me preguntan mis próximos pasos y digo: “estoy haciendo mi tesis de doctorado”.

—¿Y por qué lo enviaste?

Laura no le contestó enseguida. Movió con el dedo las miguitas de los macarons que había comido. Eran miguitas de muchos colores sobre un plato blanco, como esas grajeas de colores que la abuela de Julián le ponía a los pastelitos bañados en almíbar.

Laura le contestó sin levantar la cabeza.

—Alguien había despreciado la novela de una forma muy… muy dolorosa. Mi amiga Ana me obligó a hacer algo con esa novela, para que no quedara asociada a ese dolor. Fue casi un acto de venganza. Y terminó saliendo bien… No sé si quiero que pongas eso en la entrevista…

—No…

Julián sintió que todo se desmoronaba sobre él. Como si mil albañiles lo atacaran con una amoladora en las manos para destruirlo por completo. La sangre que le corría por las venas se volvió amarga. Laura se acomodó el pelo sobre el hombro y siguió sin levantar la cabeza.

—Te agradezco mucho que vinieras… Es un gesto muy generoso de tu parte.

—Está bien. Me gustó mucho la reseña. No sé si es cierto todo eso que decís pero me gustó mucho. A mucha gente le gustó. En la editorial estaban muy contentos. Felices, te diría. Sos muy respetado entre tus colegas.

—Fue muy sincera. No digo que no había sentimientos involucrados, pero la reseña fue muy sincera.

—¿Qué sentimientos?

Julián apagó el grabador de un manotazo. Laura levantó los ojos hacia él. Lo único que veía era reproche, enojo y el rastro de un dolor que le dolía más que cualquier insulto. Seis meses después de las estupideces que había dicho, Laura seguía enojada.

—Sentirme como un idiota, primero. Me alegra mucho que hayas mandado la novela para vengarte. Fue una gran venganza y no está mal. Me sentí como un imbécil ese día en la ceremonia. Y me alegra mucho porque hiciste algo que quizá no habrías hecho de otro modo. Recibiste un reconocimiento que merecías y al mismo tiempo me diste una paliza.

—No se siente bien, te cuento. Incluso si realmente fue para eso, no se siente bien.

—No puedo sacar las cosas que dije…

—¿Las seguís creyendo? ¿Seguís creyendo que fue para eso?

—Por supuesto que no.

—¿Lo creíste en ese momento? ¿Eso creíste de mí?

—Sí. Hace… Hace dos años, casi… un tiempo después de separarme, me enamoré de una mujer. Me gustaba muchísimo. Soy enamoradizo, un verdadero estúpido enamoradizo. Y esta chica era preciosa, inteligente, había leído mil libros más que yo. Hablaba como si tuviese la suma de todos los conocimientos. Como si realmente supiera de qué trataba la vida. Hasta que un día, después de un fin de semana que pasamos como conejos en mi departamento, me dijo que haría lo que yo quisiera si los publicaba a ella y al novio. Yo ni sabía que tenía novio. Al parecer tenían un acuerdo en el que cada uno andaba con el que quería. Acuerdo que nunca me dijo, claro. Me sorprendió tanto, quedé tan pasmado, que le dije que lo iba a pensar. Como un idiota, le dije: “Bueno, dejame pensarlo”. Después de eso se me acercaron dos más queriendo lo mismo. Una que ni siquiera lo necesitaba porque ya tenía dos libros publicados. Toro trató de hacerme entender que las cosas eran así en cualquier medio. Así que me volví un cínico. Uno bastante estúpido. Cuando te escuché hablar de la novela pensé que querías eso. Para evitar que lo dijeras, para no desilusionarme como pensé que iba a hacerlo, lo dije yo primero. No quise herirte.

—Me lastimaste mucho.

—Me disculpo.

—No te disculpes. No sé qué hacer con las disculpas. Ya está, ¿sabés? Ya está. Tampoco fue tanto.

A Julián, el cuerpo se le apretujó en un sollozo que no dejó salir.

—No fue tanto. Es cierto, no pasó demasiado. Unas semanas. ¿Qué son dos semanas en el siglo XXI? Y tuviste tu venganza. Una magnífica. Nunca me sentí más imbécil que cuando Flehr dijo tu nombre. Y vos temblabas y hablabas llorando y agradecías a todos porque sos así de gloriosa. Mi editorial no habría estado a tu altura, igual. Las cosas salieron mucho mejor para vos. Merecés ese premio y el reconocimiento que estás teniendo. En serio.

Laura intentó decir algo pero él la interrumpió.

—Está bien. ¿Sabés qué vamos a hacer? Te mando las preguntas por mail y las respondés. Los dos vamos a estar más tranquilos. Gracias por venir, de nuevo. Sos muy generosa.

La fotógrafa llegó para interrumpir una charla que solo iba a hundirlo un poco más en su miseria. Se la presentó a Laura y se fueron a la vereda para sacar la foto.

Cuando las dos volvieron, Julián le dijo un simple “Ya estamos, eh. Te mando el mail” y se despidió con un beso, sin esperar a que Laura dijese algo.

Pasó por la cocina para ir hasta su casa. Lorena y Toro no le preguntaron nada. Se le notaba en la cara que no quería hablar con nadie. Dejó sus cosas en la biblioteca y se fue al baño a darse una ducha y empezar el largo proceso de aceptar que en su vida, otro amor fracasaba.