18
Todo iba perfecto
—¡Hola!
—Hola…
—¿Laura sos vos?
—Soy yo sí.
—¿Cómo…? ¿Qué pasó?
—Fue horrible.
—¿Estás llorando?
—Un poco sí.
—No me asustes, Laura. ¿Qué pasó? ¡Lau! ¿Qué pasó?
—El desgraciado me trató de puta.
—¡Qué!
—Me trató de puta. Eso.
—Pará un poco. ¿Lau, dónde estás?
—En el colectivo.
—¿Cuál?
—El 96, común, volviendo a casa. Corrí desde Las Violetas hasta Primera Junta en tacos. Creo que me esguincé un tobillo.
—Ay, por favor. ¿Estás sentada? ¿Estás llorando?
—Sí, estoy llorando. Y sí, estoy sentada. Apenas hay gente en el colectivo.
—Mejor. ¿Por dónde vas?
—Por Flores. Hace mucho frío, Ana.
—Sí, debe hacer tres grados. Ay, nena, te vas a enfermar. Abrigate bien.
—Estoy toda abrigada. Me puse la bufanda de gorra, parezco una loca.
—No importa. Abrigate. ¿Me querés contar qué pasó?
—Sí, te voy a contar porque de alguna forma tengo que sacarlo.
—¿Le dijiste a tu tío que te vaya a buscar a la parada?
—No. No importa, llego rápido, son dos cuadras.
—Llamalo y decile.
—No, me va a ver mal y va a preguntar. Mejor voy caminando, así el frío me calma.
—Bueno. ¿Qué pasó?
—Todo iba perfecto. ¿Todas las historias empiezan así, no? Bueno, todo iba perfecto. Yo hablaba, él hablaba. Comíamos, tomábamos té. Él estaba muy lindo. Tenía el pelo sobre la frente. Me quedé mirándolo un rato porque en cualquier momento se lo corta. No le gustan los rulos largos. No besábamos, nos agarrábamos de la mano. Él me prometía que me iba a hacer cosas en su sillón, yo aceptaba…
—¿Lau?
—¿Qué?
—Te va a hacer mal este frío.
—No. Voy a estar bien. A mí me gusta el frío.
—¿Y qué pasó si venía todo bien?
—Yo hice una tontería.
—Decime.
—Ana, tenés que jurarme que no te vas a enojar conmigo.
—No, no te juro nada porque me estás dando miedo. ¡Decime qué paso!
—Tengo un secreto desde hace muchos años. Nunca se lo conté a nadie. Pero bueno, no quería que nadie más lo supiera… No sé… era algo mío, algo que no le pertenecía a nadie más que a mí y no se me iba a ir…
—Ay, voy a pegarle tanto a ese tipo. ¿Qué pasó?
—Me estoy quedando sin carilinas. Ay, Ana, pensar que me depilé por ese idiota.
—Decime qué pasó.
—Siempre quise… quise ser escritora. Ese es mi secreto. Y tengo muchas cosas escritas. Desde los doce años más o menos. Desde que terminé con Lucas estuve trabajando en una novela. Escribí una novela sobre Manuelita, Ana.
—Ay…
—Sí… Por eso no trabajé nada en este tiempo.
—Ay…
—No sé qué me pasó por la cabeza. Desde que la terminé pienso en todo el tiempo que perdí, en que gasté una plata que no es mía. Pero, Ana, es lo que quiero, es mi novela, estoy muy orgullosa de ella. Me faltan cien páginas para terminar de pasarla a Word.
—¿La escribiste a mano?
—Sí. No me acostumbraba a escribirla en la computadora.
—Debe haber sido un esfuerzo terrible.
—Lo fue. Mucho dolor de espalda. Muchísimo. ¿Ana…?
—¿Qué?
—Es una traición, ¿no? A ustedes, a la cátedra…
—No, no… no te pongas así.
—Es que no debí hacerlo. Al menos no así. Pero quería hacerlo. No sé cómo decirlo. No podía no escribirla.
—¿Sobre qué dijiste que era?
—Manuelita y Máximo. Sobre Rosas también. Desde que muere Encarnación hasta Caseros.
—Una novela histórica…
—Sí. O una novela de amor. Y poder. Y política. Como si fuera mi tesis pero en ficción.
—No sé qué decirte.
—Que no soy una basura por haber hecho eso y haber mentido tanto en estos días.
—¡No llores! Basta, no llores por eso. Te felicito si tenés una novela escrita, no debe ser sencillo haberlo hecho.
—No, fue muy difícil. Todo este tiempo, estos años… no decirles nada a ustedes cuando siempre esperan lo mejor de mí.
—¿Y qué tiene que ver esto con el pelotudo de Julián?
—Le conté que tenía una novela. Estaba borracha de enamorada. ¡Qué estúpida por favor!
—Le contaste que tenías una novela y…
—Y él entendió que yo me quería acostar con él así me publicaba la novela.
—Ah, qué pelotudo.
—Un imbécil. No puedo creerlo…
—Yo tampoco… Si me lo cruzo le arranco el pelo.
—¡Sí! De a uno. O no, mejor le tirás cera de depilar y le arrancás los pelos de un tirón.
—¡Cera en las pelotas!
—Ay, sí… qué linda escena…
—¿Qué le dijiste? Te juro que estoy temblando de la furia.
—Y yo ni te cuento. Lloro y me enojo y me duele cada vez más el tobillo. Y hace un frío de morirse. Estoy hecha una bolita toda endurecida.
—Mañana vas a tener mil contracturas.
—Un millón. Y el tobillo hinchado.
—¿Corriste desde Las Violetas hasta Primera Junta?
—Sí, parecía una loca. Y casi vomito. No puedo creerlo, Ana, no puedo. Te juro que pensé que era un buen tipo. Lo quise creer… ¿pero te acordás que me caía mal?
—Me acuerdo, sí.
—Es de esa gente con plata que siempre piensa en plata. Como si midieran todo con esa vara. ¡Qué me importa la plata! Yo quería contarle que era feliz con esa novela. Que estaba orgullosa, que quería que la leyera… ¡ay, qué bronca! ¡Qué ganas de partirle algo en la cabeza! ¡Encima arruinó un María Cala!
—¿Cómo?
—Estábamos comiendo un María Cala. Lo arruinó.
—Es un hijo de puta. ¡Con el María Cala no se juega!
—No, no se juega. Se me revolvió la panza otra vez.
—Y sí, ¿cómo no se te va a revolver?
—Encima… no sabés la cara que puso. El tono de voz. Muy cínico, muy de tipo que desprecia a las mujeres y les tira dinero por la mesa. Una basura, una verdadera basura. Ni me dejó hablar. No puedo creer que le conté tantas cosas…
—Una se enamora, Lau…
—¡Una es una estúpida!
—Eso también. Pero una se enamora y se entusiasma. ¿Cómo no ibas a contarle eso?
—A Lucas nunca se lo dije.
—¿No?
—No, nunca supo nada de eso. Ya te dije, quería que fuera mi secreto. Me daba miedo perderlo, ¿entendés? Ya había perdido… ya había perdido otras cosas. No quería perder eso. Era mío. Pero cuando terminé esta novela pensé “ya es tiempo de que alguien sepa”. Y pensaba contártelo cuando terminara de pasar la novela y quería que la leyeras…
—Quiero leerla. ¿Por dónde vas, Lau?
—Bueno, después te la mando. ¡Por Liniers! Se llenó de gente el colectivo.
—¿Y tenés batería? ¿Te alcanza para llegar a tu casa?
—Sí, me alcanza. ¡Uh! ¡No!
—¿Qué pasó? ¡Laura! ¿Qué pasó?
—Le robaron a una chica. No, qué basura. La tiró al piso.
—Todo es una basura…
—Qué asco todo, mirá.
—Ya lo sé. Ya lo sé. Si pudiera te abrazaría. Te lo juro. No llores…
—Ya sé.
—¿La chica está bien?
—Sí, ya la ayudaron. Yo no puedo ni caminar. Me duele mucho el tobillo. Voy a tener que ir a la Guardia. Por lo menos voy a poder llorar y todos van a pensar que es por el tobillo. No está mal.
—Suerte para las desgracias…
—Qué sé yo…
—No llores, nena, no llores. Ya vas a encontrar a uno que no sea tan pelotudo como ese Julián.
—Me gustaba sabés. Quería estar con él hoy… ¡Me depilé por él, el muy pelotudo!
—Eso, gritá, gritá que te va a hacer bien.
—Me estoy sintiendo muy mal. ¿Y si me da fiebre?
—No, no te va a dar fiebre. Escuchame, ¿tenés batería para seguir hablando? No te quedes sin batería.
—Sí, tengo, tengo.
—Bueno. Porque me voy a sentir mal yo, después. Che, te hubieses venido para acá, en lugar de tomar el colectivo.
—¿Vos sabés que pensaba lo mismo? Ahora ya está. Solamente quería volver a casa.
—Te entiendo. Te entiendo. Ay, no llores que me hacés llorar a mí.
—Disculpame.
—¡No te disculpes! ¿Cómo vas a disculparte? Nada, planifiquemos una marcha en Plaza de Mayo contra ese impresentable de Cavallaro. Nada más. Pancartas, bombos, carteles. Cuento esto en el Instituto de Historia de Género y te arman la marcha enseguida. Si querés la armamos, conozco gente… tengo influencias…
—Parecés El Padrino… te falta la musiquita.
—Doña Ana Corleone… ya viste que mi mamá también es mafiosa.
—Sí, ya vi que la súper glamorosa Alicia se puede poner mafiosa.
—Si querés lo manejamos todo dentro de la famiglia…
—¡Me estás haciendo reír! Te imagino con la cara de Vito Corleone… Parezco una loca, la gente me mira. La pobre chica a la que le robaron también llora. Pobrecita.
—¿Solo le robó?
—La tiró al piso para sacarle el celular. Encima el colectivo es de esos de las puertas en el medio, la chica por poco se cae del colectivo.
—¡Uh, pobre!
—Sí. Ay, qué bronca todo…
—Me imagino. ¿Por dónde vas? Por Ramos. Va rápido. No hay nadie en la calle. Hace mucho frío.
—Sí, yo te imagino toda muerta de frío y con el pie hinchado.
—Se me hinchó mucho. Voy a tener que ir a la Guardia.
—Ay, Lau…
—No pasa nada. No es mi primer esguince. Venda, un tiempo con el pie arriba y ya está. Ahora, ¿el corazón roto y la bronca que tengo? Eso no está nada.
—¿No te la viste venir?
—No… ¿Qué me voy a ver venir eso? Las ganas de saber karate que tengo. Lo molería a palos.
—Podés aprender y listo.
—Sí, me dieron ganas. Voy a hacer karate y molerlo a palos.
—Yo te tengo el saquito y saco fotos. ¡No puedo creer que te dijo eso!
—Yo tampoco.
—¿Hizo algún intento de disculparse? ¿O te fuiste ahí nomás?
—Ninguno. Se puso cínico. Me dijo: “¿no vamos a coger, entonces?”.
—Ah, qué pelotudo.
—Un imbécil.
—No, eso es poco. Es una larva. Clásica. Subespecie: escritor. No la conocíamos.
—¿Qué?
—Ya te voy a contar.
—¿De qué estás hablando?
—Te va a gustar, vas a ver… pero primero tenés que ponerte bien. ¿Por dónde vas?
—Llegando a San Justo.
—¿Falta mucho?
—Viene muy rápido…
—No llores…
—No pensaba volver.
—Ya sé…
—Bueno. Ahora voy a tirar la novela y a hacerme doctora en Historia y…
—¿Cómo? No.
—¿Qué?
—Ni se te ocurra. Esa novela va a ser publicada.
—¿Qué? No, no quiero saber nada con la novela. Quiero mi tesis y nada más.
—Escuchame una cosa, Laura Robles. Lo único que faltaba. Tirarse atrás por una larva como esa. ¿Te pensás que Jane Austen se rindió al primer “no”? ¿Te pensás que Manuelita se rindió al primer “no”? ¿Te pensás que Mariquita, diosa entre las diosas, se rindió ante el primer “no”? No, mi querida. No. Porque entonces no entendiste absolutamente nada. No entendiste de qué va esto. Vos vas a publicar esa novela. Y te vas a hacer muy, muy, muy famosa. Y todos vamos a estar orgullosos de vos.
—¿Qué es una larva?
—A su tiempo serás educada en uno de los descubrimientos científicos más importantes de las últimas décadas. Por ahora vas a recuperarte de este inútil. Vas a sanar a fuerza de hidratos de carbono, azúcares y grasas en cantidades apropiadas. Y maldiciones hacia esa larva.
—¿Ana?
—¿Qué pasa?
—No creo que mi novela sea buena.
—Ay, por favor. Laura, lo único que hace que todo el mundo te quiera es que sos adorable. Muy adorable. Ni te das cuenta lo perfecta, bella, inteligente que sos. Si fueras consciente de eso serías insoportable. Pero ni lo sabés. Y estoy segura de que tu novela es maravillosa porque otra cosa no podrías hacer, porque eso es lo que te gusta hacer. Así que la novela es hermosa y no se discute más.
—Me hacés llorar.
—Llorá. Te dejo llorar por eso. Por ese otro inútil estropajo, cabeza de rata, larva con dos patas, no te dejo llorar. No lo merece.
—Se me está acabando la batería.
—¿Por dónde andás?
—Ya por la ruta tres. Falta un poquito y llego.
—Bueno. Cuidate mucho. Y escuchame una cosa: no sos nada de lo que ese estúpido dijo. Sos mucho mejor que él.
—Lo sé. Gracias.
—Somos amigas. Para eso estamos. Llamame cuando vuelvas a tener batería.
—Bueno. Gracias Ana.
—No es nada, Lau. Cuidate.