18
El trigésimo noveno escalón
Es más fácil escribir un código nuevo que entender uno viejo.
JOHN VON
NEUMANN
a MARSTON MORSE, 1952
Exactamente la medianoche del 15 de julio de 1958, en la sala de máquinas situada al final de Olden Lane, Julian Bigelow apagó el control principal, desconectó la corriente, cogió un lápiz despuntado del número 2 y escribió la siguiente entrada en el diario de la máquina: «Apagado - 12.00 medianoche - JHB». Sabedor de que ya no iba a haber ninguna entrada más en el diario, extendió su rúbrica en diagonal a través del resto de la página.
En cuestión de segundos, los cátodos dejaron de emitir, los filamentos calentadores dejaron de brillar y los tubos de memoria Williams soltaron sus últimos resquicios de carga electrostática. Ningún electrón volvería a fluir de nuevo por aquellos circuitos.
«El otro día vi un fantasma, el esqueleto de una máquina que no hace mucho había estado muy viva [y había sido] la causa de una controversia muy violenta», escribía Klári von Neumann, unos dos años después. Y proseguía:
El computador, alias el Jonnyac, el Maniac, y más formalmente la Máquina de Computación Numérica del Instituto de Estudios Avanzados… está ahora guardada bajo llave, no enterrada, sino oculta en el cuarto trasero del edificio del que solía ser la reina. Su jugo vital, la electricidad, ha sido cortado; su respiración, el sistema de aire acondicionado, ha sido desmontado. Todavía tiene su propio cuartito, uno al que solo se puede acceder a través de la gran sala que fue su antecámara, utilizada para el equipamiento auxiliar, hoy un trastero donde se guardan cajas vacías, escritorios viejos y otra parafernalia que invariablemente va a parar a tales lugares y luego es «olvidada con el resto».
Tras la muerte de Johnny, Klári había regresado a Princeton para la inauguración del edificio Von Neumann Hall en la Universidad de Princeton, donde el Instituto de Análisis de Defensa estaba instalando un nuevo ordenador. «El viejo, el original, el primero de todos, yace silenciosamente en su ignominiosa tumba —escribía—. Sic transit gloria mundi».[1]
Después de que Von Neumann dejara Princeton para trasladarse a Washington en 1955, los ingenieros que quedaban en el Instituto esperaban construir un segundo ordenador, incorporando una larga lista de mejoras recopilada mientras se construía el primero. «Teníamos una enorme cantidad de ideas —contó Bigelow— con las que nunca hacíamos nada.»[2] Sin embargo, el 29 de febrero de 1956 se decidió «que no se construiría ninguna máquina nueva en el Instituto de Estudios Avanzados; que, en consecuencia, la mayoría del personal de ingeniería se iría a realizar trabajo de desarrollo en otros lugares, y que el Computador Electrónico sería transformado, pasando de ser un proyecto experimental a convertirse en un instrumento para la solución de los numerosos problemas computacionales que surgen en la comunidad científica de Princeton».[3]
«Al desaparecer Johnny, desapareció la grandeza —afirmó Harris Mayer—, y el Instituto, que en realidad no quería tener mucho que ver con el MANIAC, quedó fuera de juego.»[4] El 1 de julio de 1957, el ordenador fue transferido a la Universidad de Princeton, aunque la máquina permanecería en el mismo emplazamiento, al final de Olden Lane. «Hay dos grandes cambios en comparación con la “época dorada” bajo los auspicios del IAS —le explicaba a Oppenheimer Hans Maehly, director en funciones desde el 1 de julio de 1956, después de que el ordenador cambiara de manos—. No se proporcionará ningún servicio de codificación a los usuarios, con la salvedad de que nosotros prepararemos subrutinas de programa generales (lo habitual era todo lo contrario)»; y «se contabilizará el tiempo de uso del computador, ¡lo que implicará tarifas horarias y dólares!».[5]
A diferencia de los cinco primeros años, en que el ordenador raras veces estaba inactivo, la entrada «Sin clientes» aparece con regularidad en los diarios de la máquina de 1957 y 1958. Todos los nuevos proyectos quedaron aplazados, excepto el del desarrollo de un lenguaje de nivel superior, que, como describía Maehly, «coge las matemáticas y el inglés que el codificador escribe como su enunciado del problema y lo convierte en código máquina sin necesidad de intervención humana».[6] El resto de los ingenieros siguieron trabajando en el desarrollo de utilidades accesibles para el usuario tales como ASBY, una rutina de ensamblaje de direcciones relativas, y POST MORTEM, una rutina de depuración invocada en el caso de que un código «se detenga en el sitio equivocado, entre en bucles o cualquier cosa que haga un programa en su agonía».[7] FLINT era una rutina interpretativa de coma flotante. «Una rutina interpretativa es, por definición, un código que “traduce” instrucciones dadas en un nuevo “lenguaje” al “lenguaje máquina” corriente —explicaba Maehly—. Así, la máquina con FLINT actuará como una nueva máquina aunque no se haya hecho ningún cambio físico en ese sentido. Por lo tanto, hablaremos de FLINT como si fuera una máquina virtual.»[8]
Un ordenador con aritmética de coma flotante controla la posición de la coma decimal (o binaria). Sin la coma flotante, el programador tiene que volver a traer los números «a primer plano» al avanzar la computación. Después de debatir la cuestión en noviembre de 1945, el grupo del IAS decidió prescindir de la coma flotante, poniendo más memoria directamente a disposición de aquellos códigos que, como los de Barricelli, no invocaban la aritmética normal, o de los códigos de Montecarlo, que consumían todos y cada uno de los bits disponibles. «Von Neumann creía que cualquiera que fuera lo bastante inteligente como para utilizar un ordenador como este también lo era como para entender los requisitos de precisión de todos los procesos implicados —explicó Bigelow—. Nunca pensó que los ordenadores llegarían a ser manejados por imbéciles desde el punto de vista de las matemáticas. Él creía que quienes manejarían los ordenadores serían matemáticos, físicos e investigadores tan buenos como él mismo.»[9] La coma flotante representaba un obstáculo para tener un universo completamente vacío en el que trabajar.
Cada posición de memoria alojaba una secuencia de 40 bits, cuyo primer bit (el situado más a la izquierda) representaba el signo (0 para los números positivos, 1 para los negativos), dejando los otros 39 para el número en sí. Sin la coma flotante, la coma binaria (equivalente a la coma decimal en la aritmética decimal) se fija justo a la derecha del primer bit. Las 39 posiciones siguientes, de izquierda a derecha, representan 2-1 ([1]/2), 2-2 ([1]/4), 2-3 ([1]/8), y así sucesivamente hasta 2-39 ([1]/549.755.813.888). De este modo, el ordenador solo almacena números que van de -1 a +1, con una precisión de 39 posiciones binarias. Por razones que el informe de 1946 Discusión preliminar sobre el diseño lógico de un instrumento de computación electrónico explicaba con detalle, así se aprovechaban al máximo las 1.024 secuencias de 40 bits disponibles.
La aritmética elemental, o bien se realizaba en una sola operación multiplicada por treinta y nueve (en el caso de la suma o la resta), o bien se repetía secuencialmente treinta y nueve veces (en el caso de la multiplicación o la división). La suma y la resta eran exactas. En cambio, la multiplicación de dos números de treinta y nueve dígitos produce un número de setenta y ocho dígitos, y la división puede producir un número de longitud arbitraria. El resultado había de truncarse, y dejaba de ser exacto. «Todo número x que aparece en la máquina computadora es una aproximación de otro número x’, que habría aparecido si el cálculo se hubiera realizado de manera absolutamente rigurosa», explicaban Burks, Goldstine y Von Neumann en 1946.[10] Antes o después hay que escoger un valor para el trigésimo noveno dígito, desechando los bits restantes. La decisión de cómo realizar la aproximación requería del juicio humano, y realizar esa aproximación, según el algoritmo escogido, constituía el trigésimo noveno paso, completando así los «treinta y nueve escalones».
FLINT, «que, por lo que se refiere al usuario, transforma nuestra máquina en un instrumento más lento, menos sofisticado, cuya codificación resulta mucho más sencilla», liberaba al usuario final de la necesidad de comunicarse directamente con la máquina. «El lenguaje externo generalmente planificado debería verse lo menos influido posible por las peculiaridades de la máquina; en otras palabras, debería estar lo más cerca posible del pensamiento del programador», se anunciaba. El usuario «no tiene por qué conocer el lenguaje máquina en absoluto, ni siquiera, y especialmente, cuando depura su programa».[11] En lugar de que los seres humanos tuvieran que aprender a escribir código en lenguaje máquina, las máquinas empezaron a aprender a leer código escrito en lenguaje humano; una tendencia que se ha mantenido desde entonces.
Pese a esta tentativa de facilitar las cosas lo máximo posible a los nuevos propietarios, la Universidad de Princeton tuvo problemas para hacer que la máquina funcionara. «Nuestros esfuerzos para hacerla funcionar de manera regular durante el último año han sido un fracaso —se quejaba Henry D. Smyth (autor de Energía atómica con fines militares) al anunciar el cierre del MANIAC en julio de 1958—. Aunque encarna los principios de las máquinas modernas, era esencialmente un modelo en desarrollo y no se había diseñado muy a conciencia.»[12]
Bigelow discrepaba. «Cierto día del verano pasado, el equipo de la universidad que maneja la máquina decidió “modificarla y mejorarla” con el resultado de que, tras la marcha de Bill Keefe, el último de los ingenieros de capacitación iniciales, esta se estropeó y resultó prácticamente inoperable desde julio hasta noviembre de 1957», informaba a la Comisión de Energía Atómica en 1958. Finalmente, el 22 de diciembre, explica Bigelow, Henry Smyth «me preguntó si yo podía dedicarme a hacerla funcionar… dado que la universidad consideraba que esa era su única posibilidad. Lo medité y, por varias razones, como el hecho de que uno de los hombres, con once hijos, obtuviera sus ingresos de su trabajo en el proyecto, etc., emprendí la tarea». Bigelow dividió al personal disponible en dos equipos repartidos en dos turnos completos, fines de semana incluidos, a excepción del 1 de enero y el 25 de diciembre, y «aproximadamente el 1 de marzo conseguimos que las cosas fueran bastante bien y, con algunas interrupciones menores… ha computado todo lo que estaba a la vista».[13]
«Los desconcertantes acontecimientos del último par de semanas han terminado con la decisión de cerrar el MANIAC el 1 de julio —le escribía Martin Schwarzschild a Hedi Selberg el 6 de junio de 1958, informándole del final de su trabajo sobre la evolución estelar—. Su código ha funcionado maravillosamente el último par de semanas… [y] hemos llegado a un punto en la evolución en el que ha surgido una nueva situación física, no por el inicio de una combustión de helio, como esperábamos [Fred] Hoyle y yo, sino por una inestabilidad convectiva en el núcleo de helio causada por el flujo de calor que sale de ese núcleo en contracción… Todavía no tengo ni idea de lo que hará la estrella.»[14] El universo de Schwarzschild se vio detenido.
Salvo por una descripción retrospectiva presentada en Los Álamos en 1976, Bigelow nunca volvería a hablar o escribir públicamente sobre el MANIAC. Incluso el nombre que se le había dado a la máquina fue eliminado. Cuando, en 1954, Garrett Birkhoff aludió al MANIAC en un artículo sobre hidrodinámica numérica, Herman Goldstine le aconsejó: «No creo que el título “Maniac” resulte aceptable aquí».[15] La copia de Los Álamos pasó a conocerse como MANIAC, mientras que el MANIAC original pasó a conocerse como MANIAC-0 o, simplemente, la máquina «del IAS» o «de Princeton». Bigelow acordó que los restos del ordenador fueran a parar al Instituto Smithsonian, y, en preparación del traslado, se retiró todo el equipamiento auxiliar. El 4 de agosto de 1958 pagó a la universidad 406 dólares en efectivo en concepto de «Propiedad residual miscelánea», y el 18 de diciembre de 1959 compró el resto del «equipo electrónico sobrante del extinto proyecto de computador» por 275 dólares.[16] Gerald Estrin acordó que el tambor magnético original de 2.048 palabras se donara al Instituto Weizmann de Israel, y finalmente el núcleo principal de la máquina fue transportado a Washington en 1962.
A cambio de que la universidad tuviera derecho de uso sobre el ordenador sin coste alguno, cuando este se construía se había permitido al personal del Proyecto de Computador Electrónico matricularse como estudiantes de posgrado en la universidad, una ventaja que en la posguerra ayudó a atraer a jóvenes ingenieros electrónicos ansiosos por trabajar para Von Neumann al tiempo que se sacaban el doctorado. Bigelow seguiría asistiendo a clase en el departamento de física hasta que su contrato fuera rescindido por la universidad en 1960. «Dado que el acuerdo previo le exime de la obligación de pagar la matrícula, para evitar ulteriores dificultades parece prudente que no siga usted contando con el estatus de estudiante matriculado —se le advertía—. Por supuesto, es usted libre de realizar una tesis y presentarse al examen final oral.»[17] Las puertas que abriera Von Neumann se cerraban ahora.
Cuando el Instituto transfirió el ordenador a la universidad, se dio por supuesto que, a cambio, esta proporcionaría acceso a sus ordenadores a los estudiosos del Instituto. Pero cuando los astrónomos del IAS intentaron ejercer ese privilegio en 1966, el asunto terminó en disputa. «La transferencia del MANIAC a la universidad fue un gesto generoso por parte del Instituto, pero temo que se convierta en una especie de desastre para nosotros —se quejaba Dean Pittendrigh, que estaba “considerando” el asunto por parte de la universidad—. Hemos gastado bastante más de 100.000 dólares en él y le hemos sacado muy poca computación útil… En todo caso, invitamos al Instituto a usar el Centro de Computación de la Universidad en cualquier momento. Las máquinas que ahora empleamos en la universidad y las tarifas que podemos ofrecerles por su uso se enumeran más abajo.»[18] Las tarifas eran de 110 dólares la hora por un IBM 7044 y 137,50 dólares la hora por un IBM 7094. Oppenheimer respondió: «¿Se puede “considerar” si uno ha de mantener o no su palabra?».[19]
Bigelow, solo, permaneció en el Instituto después de que todos los demás ingenieros se dispersaran. Aunque sus contribuciones, en opinión de Von Neumann, hubieran sido «muy importantes, considerablemente más de lo que se deduciría de una inspección superficial de las publicaciones», su falta de publicaciones académicas le perjudicó, por más que en el IAS no hubiera requisitos de publicación explícitos.[20] Puede que su «Informe de progreso provisional sobre la realización física de un instrumento de computación electrónica» fuera el documento más influyente jamás publicado por el IAS, pero en este caso no contaba.[21] Sin Von Neumann, Bigelow ya no encajaba, y la Escuela de Matemáticas esperaba de él que se marchara con elegancia para irse a IBM o volver a una institución como el MIT.
«Pienso que la mayoría de los que estábamos allí abajo (bueno, en cuanto a Bigelow y Von Neumann no hablaré por ellos, pero sí en cuanto a mí, y sospecho que también Pomerene y la mayoría del otro grupo de ingenieros) solo estábamos haciendo un trabajo, y era un tipo de trabajo interesante —explicó Willis Ware, recordando los comienzos en el sótano de Fuld Hall—. No teníamos la gran capacidad de previsión ni la gran omnisciencia necesarias para prever todas las consecuencias. Bueno, ellos habían iniciado un pequeño vector que posteriormente dio como resultado vectores muy importantes.»[22]
¿Cómo logró el vector de Von Neumann dejar atrás a todos los demás grupos que trataban de construir una materialización práctica de la máquina universal de Turing en 1946? El grupo Eckert-Mauchly y el grupo de Von Neumann competían por la financiación y el personal de ingeniería. «Eckert y Mauchly tienen un contrato con la Oficina de Normalización del gobierno, inicialmente por un año y 50 kilopavos[*] —informaba Von Neumann a Klári en noviembre de 1946—. Ya han empezado y nos han robado a dos de nuestros hombres, que previamente nosotros les habíamos robado a ellos.»[23] En 1949, el ordenador UNIVAC de Eckert-Mauchly estaba listo para ser fabricado, y la adopción de su máquina por parte del gobierno estadounidense los habría situado en una firme posición de ventaja.
«Después de meticulosas consideraciones, se decidió… que la Oficina debería proceder a adquirir tres UNIVAC de Eckert y Mauchly, uno para la Oficina del Censo y dos para el establishment militar —informaba un memorando sin fecha del programa de computación electrónica de la Oficina Nacional de Normalización, aparentemente redactado en 1949—. Durante más o menos dos días el horizonte parecía claro», añadía el informe. Y proseguía:
La Oficina no afrontó ningún obstáculo adicional. Sin embargo, ese feliz estado se disipó de manera bastante inesperada cuando la doctora Mina Rees y el coronel Osear Maier, en representación de la Oficina de Investigación Naval y el Mando de Material del Aire, respectivamente, informaron a la Oficina de que la Eckert-Mauchly Computer Corporation había sido sometida a una investigación de seguridad en la que no había recibido «un informe favorable», y de que, por consiguiente, la Oficina no debía utilizar los fondos de la ONR [Oficina de Investigación Naval] y el AMC [Mando de Material del Aire] para la obtención de los UNIVAC de dicha empresa. La Oficina únicamente pudo proseguir las negociaciones para la adquisición de un computador en lugar de tres, y se la obligó a no informar a la empresa sobre la investigación de seguridad.[24]
La balanza se inclinaba, pues, en detrimento del UNIVAC y en favor de la «Calculadora de Defensa», más tarde conocida como IBM 701, cuya primera copia fue entregada a Los Álamos en 1953. Eckert y Mauchly se endeudaron cada vez más, hasta que en 1950 se vieron forzados a vender su empresa (y su cartera de patentes) a Remington Rand, cuyo vicepresidente era el general Leslie Groves. «Esas máquinas deberían encontrar un mercado razonable», le escribían Goldstine y Von Neumann a Groves en 1949, en una carta de nueve páginas que detallaba cómo se había remozado al ENIAC para convertirlo en un ordenador de programa almacenado y cómo Remington Rand podía modificar su equipamiento de tarjetas perforadas para obtener «una máquina de uso general [cuya] memoria [pudiera] utilizarse para contener no solo datos numéricos, sino también instrucciones lógicas».[25] Después de adquirir la Electronic Control Company[*] de Eckert y Mauchly, Remington Rand entabló varios pleitos por infracción de patentes contra muchos de sus competidores excepto IBM, con la que alcanzaron un acuerdo de explotación mutua de derechos de patente en 1956.
IBM no tardó en convertirse en la fuerza dominante en la informática digital y, empezando por el propio contrato de consultoría a razón de un día al mes firmado con Von Neumann, contrató a una gran parte del talento que se había acumulado en el IAS. James Pomerene entró en IBM en 1956, donde dirigió los primeros esfuerzos de la empresa por desarrollar arquitecturas de memoria con caché de alta velocidad y procesadores de múltiple núcleo en paralelo, y en 1976 fue nombrado miembro de la junta de consejeros de la compañía, cargo que llevaba aparejada una completa libertad para emprender cualquier línea de investigación y que equivalía al de miembro permanente del IAS. Herman Goldstine dejó el Instituto en 1958 para supervisar el centro de investigación matemática de IBM, ubicado temporalmente en Lamb State, en el valle del Hudson, hasta que se completó la construcción del Centro de Investigación Thomas J. Watson, en Yorktown Heights, Nueva York, donde prosiguió la tradición de informática científica que había creado en el IAS, convirtiéndose en miembro de la junta de consejeros de IBM en 1969. «En Lamb State nos veíamos a nosotros mismos como afortunados príncipes debido al respaldo informático con el que contábamos —recordaba Ralph Gomory, que se unió al grupo de Goldstine en 1959—. Todos los días salía de Lamb State una furgoneta que se dirigía a Poughkeepsie. Llevaba nuestros programas, y volvía al día siguiente con los resultados.»[26]
Jack Rosenberg dejó el IAS en 1951 para pasar a ocupar un puesto en la delegación de General Electric en Syracuse, se trasladó a Los Ángeles en 1954 y, cuando la muerte de Von Neumann puso fin a su proyecto de trabajar en el futuro nuevo laboratorio de computación de la UCLA, se incorporó al Centro Científico de IBM en Los Ángeles. «Un ingeniero de IBM que llevaba mucho tiempo en la empresa me enseñó algunos diagramas de circuitos del primer ordenador electrónico de la compañía, el 701 —recordaba—. Era una copia del ordenador de Von Neumann, que yo había desarrollado entre 1947 y 1951.» En 1969, IBM propuso a Rosenberg que se incorporara a la junta de consejeros, oferta que él rechazó, alegando que «la empresa era demasiado grande y corrupta».[27] Actualmente vive en Pacific Palisades, escuchando música en el mismo sistema de altavoces de «sonido coherente» sincronizado en fase que instalara en 1949 en la casa de Einstein. Como muestra de agradecimiento, este último concedió a Rosenberg una extensa y sincera entrevista, que Rosenberg grabó en un equipo de alta fidelidad, pero que no piensa publicar. «Einstein dijo que nunca debía sacarse a la luz pública», explicó.[28]
En 1954, Gerald y Thelma Estrin se trasladaron a Israel a fin de supervisar la construcción del WEIZAC en el Instituto de Ciencias Weizmann de Rehovot, en 1955 regresaron al IAS y en 1956 se trasladaron a la UCLA, donde esperaban incorporarse al nuevo laboratorio de computación que Von Neumann planeaba construir. En la UCLA ayudaron a crear el nuevo departamento de informática, que alimentaría a toda una nueva generación de informáticos emprendedores, entre ellos a sus propias hijas, Deborah y Judy Estrin, y a Paul Baran, de RAND. «Fue un asombroso accidente, maravilloso por todo lo que pasó después, que la información no estuviera clasificada», contaron los Estrin, en referencia al Proyecto de Computador Electrónico del IAS.[29]
Andrew y Kathleen Booth volvieron a Inglaterra, donde seguirían desempeñando un importante papel en el constante desarrollo de la computación digital y la cristalografía de rayos X, antes de trasladarse a Canadá en 1962. «¡A Kathleen y a mí nos divertía aquella preocupación por nuestro bienestar moral!», respondería Andrew al enseñarle una copia de la discusión entre Goldstine y Von Neumann, en febrero de 1947, sobre la forma más conveniente de alojarlos en el IAS.[30]
Joseph y Margaret Smagorinsky contribuyeron a fundar el Laboratorio Geofísico de Dinámica de Fluidos de Princeton, donde se continuaron los modelos de simulación del clima en el punto en el que los había dejado el proyecto de meteorología del IAS. Jule Charney y Norman Phillips se establecieron en el MIT y conformaron el núcleo de un grupo de meteorología computacional que resolvería algunas de las diferencias entre los motivos de John von Neumann para creer que el tiempo podía resultar predecible y las razones de Norbert Wiener para creer que no podía serlo. Hedi Selberg transfirió su experiencia al Laboratorio de Física del Plasma de Princeton, y Ralph Slutz se convirtió en el director de computación del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder, Colorado. Richard Melville y Hewitt Crane se fueron al Instituto de Investigación de Stanford, donde desarrollarían, entre otras cosas, el sistema ERMA de compensación electrónica interbancaria de cheques legibles mecánicamente. Dick Snyder volvió a la RCA, donde trabajó en la memoria de núcleos magnéticos, aunque no pudo convencer a la empresa, como hiciera Zworykin con la televisión, de que tomara la delantera en ese campo. Morris RubinofF regresó a la Universidad de Pensilvania y estuvo durante un tiempo en Philco, donde supervisó el diseño del Philco 2000, el primer ordenador totalmente transistorizado, con aritmética asíncrona, una característica desarrollada en el IAS. Arthur Burks se estableció en la Universidad de Michigan, donde fundó el Grupo de Computadores Lógicos en 1949, editó la Teoría de los autómatas autorreproductores de Von Neumann en 1966, y en 2003, en colaboración con Alice Burks, publicó la obra definitiva Who Invented the Computer? («¿Quién inventó el ordenador?»).
Robert Oppenheimer fue despojado de su acreditación de seguridad en 1954, un día antes de que expirara por sí sola, en un acto deliberado de humillación pública que puso fin al sueño de la posguerra de que las armas nucleares estuvieran bajo el control civil. «El ejército lo quería todo: los laboratorios, los ordenadores, el futuro entero, de las armas nucleares, de la A a la Z —explicó Harris Mayer—. Cuando creamos la AEC se excluyó al ejército de lo que constituía su mayor potencia de fuego, y ellos nunca lo olvidaron y querían recuperarla. Recuperaron el mando de las armas nucleares y los ordenadores, y una parte de ello, una parte menor, en realidad, consistió en desacreditar a Oppenheimer.»[31] Su caja fuerte de la AEC y los guardias que la vigilaban en Fuld Hall fueron retirados. El cuerpo docente del IAS dejó de lado sus diferencias para apoyar a Oppenheimer contra quienes querían echarle de allí, y de hecho seguiría siendo el director del Instituto hasta 1966, cuando, afectado por un cáncer de garganta, dimitió y abandonó Olden Manor para convertirse en vecino de nuestra familia durante su último año. El antiguo señor de la meseta de Los Álamos y de Olden Farm era ahora una figura fantasmal, pálida y delgada, que deambulaba por el jardín al otro lado de nuestro seto.
Lewis Strauss, el azote de Oppenheimer, siguió siendo administrador del Instituto hasta 1968, cuando, dolido por la persistente desaprobación de su actuación en el caso Oppenheimer, finalmente dimitió. Siguió manteniendo buenas relaciones con el FBI, y un memorando del agente especial al mando de la sede de Nueva York al director de la agencia registra que, a su regreso de Ginebra el 21 de agosto de 1955, «el almirante y la señora de LEWIS STRAUSS y el ayudante del almirante STRAUSS… se reunieron con un agente de enlace de esta oficina, que facilitó su entrada por la aduana y dispensó las atenciones habituales. El almirante STRAUSS hizo varios comentarios favorables relativos al director y a la agencia, y uno de ellos fue que “el señor HOOVER siempre está ahí cuando lo necesitas”».[32]
Abraham Flexner, que murió en 1959, apenas tuvo nada más que ver con el Instituto tras su marcha en 1939. Según su hija, Jean Lewinson, «cuando terminó con él fue una separación completa». En 1955, cuando su padre tenía ochenta y ocho años, ella informó de que «este verano, en Ontario, el doctor Flexner nadó en un agua tan fría que el señor Lewinson ni se acercaría a ella. Ahora no corta leña, pero sí pesca y pasea».[33]
Vladimir Zworykin murió en 1982 mientras trabajaba en las aplicaciones biomédicas de la electrónica, desalentado al ver que la televisión, el invento en el que él depositara las mayores esperanzas, había sido tan mal empleada. Tras su frustrada aventura con el Selectrón, la RCA nunca volvió a tomar la delantera de manera decisiva en la computación digital, y dedicó sus recursos a la televisión comercial y a su subsidiaria radio televisiva, la NBC.
Lewis Fry Richardson vivió hasta 1953, justo el tiempo suficiente para ver cumplidos sus sueños de una predicción meteorológica numérica y sus temores de un arsenal ilimitado. Aunque celebró los pronósticos del ENIAC en 1950, de los que le informó Jule Charney, como «un enorme avance científico», por entonces hacía ya tiempo que se había retirado del trabajo meteorológico, pasando a dedicar su tiempo, en cambio, a un estudio inicialmente publicado en 1944 y titulado «La distribución de las guerras en el tiempo». Las evidencias eran desalentadoras. «La concordancia con la ley de acontecimientos improbables de Poisson llama nuestra atención sobre la existencia de un persistente trasfondo de probabilidad —concluía—.
Si los inicios de las guerras hubieran sido los únicos hechos involucrados, podríamos haberlo denominado un “trasfondo de pugnacidad”. Pero, dado que los finales de las guerras tienen la misma distribución, ese trasfondo parece estar compuesto por un agitado deseo de cambio.»[34]
Norbert Wiener murió de un infarto en 1964, en el curso de una visita a Estocolmo. Desilusionado por las ambiciones militares en general y el uso de las armas nucleares contra civiles en particular, el fundador de la cibernética había empezado a hablar claro en contra de la investigación patrocinada por los militares. «Las máquinas pueden trascender, y de hecho trascienden, algunas de las limitaciones de sus diseñadores —advertía en las páginas de la revista Time—. Eso significa que, aunque teóricamente estén sujetas a la crítica humana, dicha crítica puede resultar ineficaz.» El autor de Extrapolaron, Interpolation, and Smoothing of Stationary Time Series («Extrapolación, interpolación y filtraje de series temporales estacionarias») consideraba que las máquinas, cada vez más rápidas, inevitablemente dejarían atrás a los seres humanos. «Debido a la propia lentitud de las actividades humanas, nuestro control eficaz de las máquinas puede verse anulado», advertía, mencionando las armas nucleares controladas por ordenador y la manipulación bursátil controlada por ordenador como dos de las formas en que se estaba cediendo el poder a las máquinas.[35]
Stan Ulam vivió hasta 1984, dividiendo su tiempo entre Los Alamos, Boulder y, posteriormente, Santa Fe. Siguió siendo tan imaginativo y matemáticamente creativo como lo había sido de niño, relacionándose con sus colegas que seguían trabajando en Los Álamos y manteniendo vivas las conversaciones que se habían iniciado en el café Escocés de Lvov. «Así como los animales juegan cuando son jóvenes preparándose para situaciones que surgirán más tarde en sus vidas, puede que las matemáticas sean, en gran parte, una serie de juegos —concluía en 1981—, y puede que sean el único modo de cambiar la mente humana, individual o colectiva, a fin de prepararla para un futuro que hoy nadie puede imaginar.»[36] Hordas de organismos digitales autorreplicantes Turing-completos, en gran medida como él los imaginara en 1952, pueblan hoy una matriz ilimitada, mientras que las empresas y los individuos que los alimentan son ricamente alimentados a cambio.
Edward Teller sobrevivió a Von Neumann cuarenta y seis años. Se mantuvo en sus trece con respecto al desarrollo de la bomba de hidrógeno, pero lamentó haber permitido que su testimonio en las audiencias de Oppenheimer se utilizara para identificar a este como un riesgo para la seguridad, y cuestionó si el secretismo constituía o no realmente una vía para reforzar la seguridad. «La ciencia florece con la transparencia —reflexionaba en 1981—, pero durante la Segunda Guerra Mundial nos vimos obligados a actuar con secretismo. Después de la guerra se reconsideró la cuestión del secretismo…, pero la práctica de la clasificación continuó; afectaba a nuestra “seguridad” que funcionara o fracasara… Las limitaciones que nos imponemos a nosotros mismos restringiendo información son mucho mayores que cualquier ventaja que puedan obtener otros.»[37]
Teller había crecido compitiendo con Johnny, que era mayor y más rápido que él, y, cuando finalmente lo alcanzó, aquel fue un momento trágico para ambos. «Durante las últimas semanas, los últimos meses de su vida, le vi con bastante frecuencia, aunque tenía que cruzar el continente para visitarle —recordaría Teller—. Solíamos hablar de todo lo que se nos ocurría. Ll era increíblemente rápido; nunca hemos visto a nadie que le superara. Y luego, en el hospital, quiso continuar. Pero ya no iba por delante de mí. Para Johnny Von Neumann, el pensamiento y las matemáticas eran una necesidad vital. Y él quería verme, una y otra vez, porque quería ponerse a prueba a sí mismo. “Todavía puedo hacerlo.” Pero no podía.»[38]
Cerca del final, Von Neumann, que ya no podía trabajar prescindiendo por completo de las notas, le pidió a uno de sus visitantes, identificado solo como «JmcD», «una nota sobre lo que hablamos el miércoles pasado», que redactó del siguiente modo:
Mantuvimos una conversación algo aleatoria, pero esta fue la pauta: dijo usted que se hallaba en un estado de introversión y luchando con un problema de claustrofobia en el espacio y en el tiempo; en el espacio porque su cuerpo físico es un obstáculo, y en el tiempo debido a la lentitud de las reacciones elementales… Dijo usted que esos problemas podrían superarse con un dispositivo mecánico… que proyectara la página de un libro sobre una superficie fotosensibilizada en el techo, un lápiz fosforescente para escribir en él y un dispositivo con opciones: para mover páginas hacia delante y hacia atrás, una o varias páginas, con el puntero luminoso provisto de varios colores con un método de borrado. Dijo usted que tal invento era difícil, pero no imposible… La idea es poder leer y escribir «puramente en conciencia sin interferencia física».[39]
Tras la muerte de Johnny, Klári permaneció en Washington, donde puso en orden sus asuntos y organizó la publicación de sus obras completas. Aun después de la decisión de incluir solo los trabajos ya previamente publicados, dichas Obras completas todavía llenaron alrededor de 3.689 páginas, repartidas en seis volúmenes y finalmente publicadas en 1963. Oppenheimer, que todavía luchaba por esclarecer el papel que debía desempeñar el Instituto con respecto a los papeles de Einstein, se quedó sin saber qué hacer cuando apareció el padrino literario de Von Neumann. Se trataba del «capitán» Ian Robert Maxwell, un magnate de la industria editorial de origen checoslovaco y futuro miembro del Parlamento británico que se ofreció a encargarse de la publicación de las Obras completas, asegurando a Klári (y a Oppenheimer) que «mi papel en este proyecto es el del “mecánico” que tiene las instalaciones y los “conocimientos” para esa tarea, y puedo decir que estoy encantado de poder ayudar en esta noble causa».[40]
Maxwell había visitado Los Alamos cuando inauguró su editorial Pergamon Press, y, además de trabar amistad con los Von Neumann, entabló una relación particularmente estrecha con los Ulam. «Ellos nos enviaban a sus hijos de vacaciones —explicó Lrancoise, cuya hija, Claire, pasó su año de formación en el extranjero en Oxford bajo la protección de los Maxwell—. Yo solía bromear diciendo que, o llegaría a primer ministro, o terminaría en la cárcel —añadió—. Estuvo cerca de ambas cosas.»
En octubre de 1957, Oppenheimer telefoneó a Maxwell para intentar concretar las condiciones de la publicación de las Obras completas de Von Neumann.
—Si cuestan demasiado dinero, eso limitará mucho su utilidad. ¿Tiene usted alguna idea? —le preguntó.
—Mi idea es sobre unas diez libras —le contestó Maxwell.
—¿Por toda la obra?
—Sí.
—¡Milagroso! —exclamó Oppenheimer.
—Esa será mi aportación a este hombre —le respondió Maxwell, que propuso a Eugene Wigner como editor.
Oppenheimer, por su parte, propuso al matemático Shizuo Kakutani. Y Klári propuso al geofísico Cari Eckart, que vivía en La Jolla y había sido una de las razones de que el acuerdo de Von Neumann con la Universidad de California incluyera una cláusula que le permitía pasar en la Institución Oceanógrafica Scripps todo el tiempo que quisiera.[41]
Eckart rechazó el encargo, que recayó en Abraham Taub, pero se reunió con Klári para hablar del proyecto. Se casarían en 1958, en el que sería el cuarto matrimonio de Klári.[42] El primero había sido por amor, el segundo por dinero, el tercero por inteligencia y el cuarto, por California. Klári se estableció en La Jolla, justo encima de Windansea Beach, cuya cultura surfista antisistema no tardaría en ser inmortalizada en La banda de la casa de la bomba, de Tom Wolfe. Aunque Cari Eckart y John von Neumann, según Klári, trabajaran «ambos en campos similares», estaban, «como seres humanos, más lejos el uno del otro» de lo que Johnny lo estaba «del banquero no intelectual» con el que se había casado hacía mucho tras separarse de su primer y ludópata marido en Budapest. «Por primera vez en mi vida me he relajado y he dejado de perseguir arco iris», escribía en la última página de unas memorias inacabadas de su vida.
«La Jolla es un lugar maravilloso, y siento que ya no tengo que viajar más porque ya he llegado», añadía en una posdata escrita a lápiz poco antes de su muerte.[43] Su cuerpo fue encontrado lamido por las olas en Windansea Beach, al pie de Gravilla Street, a las 6.45 de la mañana del 10 de noviembre de 1963, «con un vestido negro con mangas hasta las muñecas y puños de piel negros, escote alto y cremallera detrás». El cuerpo del vestido, «que al principio tenía el aspecto de una chaqueta acolchada… contenía alrededor de siete kilos de arena mojada». Su sedán negro (el último Cadillac de Johnny) se encontraba aparcado a menos de una manzana de distancia, con el motor frío. Sus joyas fueron halladas en la casa, sobre una mesa de centro en la sala de estar, junto a varios vasos «con contenido alcohólico residual», y su nivel de alcohol en sangre, medido a las diez de la mañana, era del 0,18 por ciento. Tras ulteriores investigaciones, el juez de instrucción determinó que «se sabía que le gustaba nadar con oleaje fuerte» y que, según su psiquiatra, que «había podido establecer cierta línea de “instinto de muerte” en su familia», Klári encontraba a su marido «desganado; absorto en su trabajo; no quería salir a relacionarse». Cari Eckart declaró «que se había retirado sobre las 3.00 de la mañana, dejando a su esposa todavía levantada ([tenían] habitaciones separadas en extremos opuestos de la casa)». No había ningún indicio de traumatismo, y sus niveles de cloruro en sangre (corazón izquierdo, 667; corazón derecho, 660) eran compatibles con la muerte por ahogamiento en agua salada (en agua dulce, el diferencial de concentraciones se invertiría). Se le encontró arena en los pulmones. Su corazón, que parecía tener buena salud, pero que nunca se había recuperado del suicidio de su padre, pesaba 280 gramos.[44]
«Nunca dejo de preguntarme por mi buena suerte, que me condujo a este apasionante laberinto de personas y acontecimientos —escribió Klári en la introducción a The Qrasshoper («El saltamontes»)—. Yo, una pequeña motita, un insecto insignificante que iba cantando por ahí buscando dónde podía haber mayor diversión, y que luego [fue] barrido por la turbulencia de fuerza huracanada de los acontecimientos internacionales y las mentes globales.»[45] John von Neumann murió a los cincuenta y tres años; Klári, a los cincuenta y dos. Atrapada entre el secretismo que rodeaba a su trabajo sobre armas nucleares y la sombra de su famoso marido, su papel en los comienzos del método de Montecarlo y la prehistoria de los lenguajes de programación sigue siendo oscuro. La segunda mitad del siglo XX podría haberse desarrollado de manera distinta sin las aportaciones de aquella patinadora artística que nació hace una centuria en Budapest.
Las bombas que Klári ayudó a construir fueron un éxito espectacular. Para cuando Estados Unidos terminó sus pruebas en las islas Marshall, había habido 43 detonaciones en Enewetak y 23 en Bikini, que liberaron un total de 108 megatones. Los ordenadores hicieron su trabajo a la perfección, pero en Castle Bravo, la sucesora de Ivy Mike, se produjo un error humano, quizá el mayor error humano de la historia, al no tener en cuenta la generación de tritio a partir de litio-7 además de litio-6. Se esperaba que la detonación, realizada el 1 de marzo de 1954, liberara alrededor de 6 megatones, pero en lugar de ello liberó más de 15. Una persona, que iba a bordo del barco de pesca japonés Dragón afortunado, resultó muerta en el acto, y hubo un número desconocido de víctimas afectadas indirectamente que morirían más tarde. Los efectos secundarios obligaron a la evacuación de Rongelap, Rongerik, Ailinginae y Utirik, y todavía hoy hay zonas de Bikini que siguen siendo inhabitables. La lluvia radiactiva se dispersó por todo el globo. El estroncio-90 de Ivy Mike y Castle Bravo, absorbido en lugar de calcio en la dentición infantil, impulsaría la oposición a las pruebas atmosféricas durante los diez años siguientes. Los ordenadores electrónicos de primera generación potenciaron la primera generación de armas nucleares, y los ordenadores de nueva generación potenciaron la nueva generación de armas nucleares, un ciclo que culminaría en internet, el microprocesador y el misil balístico intercontinental de ojivas múltiples. Willis Ware, tras obtener su doctorado en Princeton, dejó el Instituto en agosto de 1951 y trabajó brevemente en el desarrollo de misiles en la aviación estadounidense antes de establecerse en RAND, en Santa Mónica, donde acababa de construirse el JOHNNIAC, una copia mejorada del MANIAC. El JOHNNIAC (John von Neumann Numerical Integrator and Automatic Computer, «Integrador Numérico y Computador Automático John von Neumann») fue diseñado para ser al menos diez veces más fiable que su antepasado de Princeton, e incorporaba una memoria de trabajo de 40 tubos Selectrón que almacenaban 256 bits cada uno. En lugar de emplearse en el diseño de armas termonucleares, el JOHNNIAC se utilizó para entender mejor sus efectos. Una amplia serie de memorandos de investigación de RAND, con títulos como «Composición de equilibrio y propiedades termodinámicas del aire a 24.000 °K», examinaban qué le harían a la superficie de la Tierra unas temperaturas que eran cuatro veces las de la superficie del Sol.
RAND empezó a examinar cómo diseñar redes de comunicaciones digitales redundantes para coordinar la defensa tanto antes como después de un ataque nuclear, alentada por las conclusiones de los especialistas en teoría de juegos de que una red de comunicaciones en condiciones de sobrevivir, y capaz de lanzar ni que fuera un puñado de los misiles que quedaran, constituía la mejor medida preventiva frente a un ataque premeditado. Se omitía, por más que se considerara, la posibilidad de que los supervivientes de un ataque nuclear, en lugar de dar una última respuesta suicida, pudieran querer coordinarse para no lanzar un ataque de represalia. «Había un consenso claro, aunque no formalmente declarado —explicaba Paul Baran, un colega de RAND que contribuyó a desarrollar la arquitectura de comunicaciones hoy conocida como “conmutación de paquetes”—, en el sentido de que una red de comunicaciones en condiciones de sobrevivir es necesaria para parar una guerra, además de ayudar a evitarla.»[46]
El estudio de Baran titulado «Sobre las comunicaciones distribuidas» se publicó en 1964, y desempeñaría el mismo papel en el desarrollo de internet que el desempeñado por la Discusión preliminar sobre el diseño lógico de un instrumento de computación electrónico en el desarrollo de las máquinas individuales de las que internet se componía.[47] También se tomó una decisión similar al no patentar o clasificar el trabajo. «Consideramos que pertenecía propiamente al dominio público —explicó Baran—. No solo Estados Unidos estaría más seguro con un sistema de mando y control en condiciones de sobrevivir, sino que ¡Estados Unidos estaría más seguro aún si la Unión Soviética tenía también un sistema de mando y control en condiciones de sobrevivir!»[48]
El JOHNNIAC dio paso al JOSS (JOHNNIAC Open Shop System, «Sistema JOHNNIAC de Libre Acceso»), uno de los primeros entornos informáticos en línea, multiusuario y de tiempo compartido; y una subdivisión de RAND, la División de Desarrollo de Sistemas, más tarde independizada como Corporación de Desarrollo de Sistemas, desarrolló los primeros códigos de millones de líneas para el sistema de defensa aérea SAGE, cuya herencia sobrevive en todos los grandes sistemas informáticos en tiempo real que hoy se utilizan. Muchos de los supuestos en los que se basa internet —desde su arquitectura de direccionamiento hasta su redundancia— se remontan a la decisión de RAND de comprar ochenta Selectrones de 256 bits, encargados en 1951 y entregados en 1952, por 800 dólares cada uno. «Hay otro artículo del que queríamos hablarle… que creo que será un motivo de satisfacción para usted y para Julian, aunque nos haga parecer inventores desviacionistas —le escribía John Williams, director de computación de RAND, a Von Neumann en octubre de 1951—. Hemos hecho un pedido de cien Selectrones a RCA.»[49] Una de las razones por las que RAND fue capaz de lograr tantas cosas durante la siguiente década fue la ventaja que obtuvo al evitar el impedimento de los recalcitrantes tubos Williams.
Nicholas Metrópolis murió en 1999 después de haber contribuido a mantener Los Alamos en la vanguardia de la informática científica desde 1943. «En lugar del modo en que funcionaba el Instituto de Princeton, donde Johnny tenía que conseguir el dinero y pelearse por él, en Los Álamos Nick tenía todo lo que necesitaba —explicó Harris Mayer—, y también seguía teniendo a Johnny Von Neumann.»[50] Después de la muerte de Von Neumann, fue Los Alamos, más que ningún otro lugar, el que mantuvo viva su agenda inacabada hasta que su importancia fue reconocida por otras instituciones en años posteriores.
Robert Richtmyer, que murió en 2002, se trasladó de Los Álamos al Instituto Courant de la Universidad de Nueva York en 1953, y a Boulder, Colorado, en 1964. «Tengo la impresión de que ahora las máquinas están siendo diseñadas sobre todo no por personas orientadas a la resolución de problemas, sino por personas que las consideran un fin en sí mismas —se quejaba a Nicholas Metrópolis en 1956—. La idea de John von Neumann de poner números e instrucciones en el mismo tipo de memoria fue un avance maravilloso, pero de ello no se sigue que los números y las instrucciones deban confundirse.»[51] A Richtmyer, como a Bigelow, le sorprendió que la computación se hubiera quedado en gran medida atascada allí donde Von Neumann la había dejado, con máquinas y códigos que aumentaban en potencia y complejidad, pero que no variaban en el modo esencial en que funcionaban los sistemas. «Un fenómeno curioso que ha acompañado al desarrollo del software es la tendencia del hardware a volverse dependiente de este», observaba en 1965.[52]
Von Neumann no volvió nunca a las matemáticas puras, y hasta su interés en la computación se vio mermado por sus deberes en la AEC. En el Congreso Internacional de Matemáticos celebrado en Amsterdam del 2 al 9 de septiembre de 1954, fue invitado a pronunciar el discurso inaugural, mencionado en el programa como un repaso a «Problemas matemáticos no resueltos» que actualizaría el famoso discurso parisiense de David Hilbert en 1900. Pero, en lugar de ello, la charla fue en gran parte un refrito de parte de los trabajos anteriores del propio Von Neumann. «La conferencia versó sobre anillos de operadores, un tema que era nuevo y que estaba de moda en la década de 1930 —recordaba Freeman Dyson—. Nada sobre problemas no resueltos. Nada sobre el futuro. Nada sobre ordenadores, el tema que sabíamos que era el preferido de Von Neumann. Alguien dijo en un tono de voz lo bastante alto como para que se oyera en toda la sala: “Aufgewármte Suppe”, que en alemán significa “sopa recalentada”.»[53]
Después, contó Benoit Mandelbrot, «vi a Von Neumann abandonar la sala. Estaba absolutamente solo, absorto en sus pensamientos. Nadie le siguió, y salió a toda prisa hacia alguna parte, solo». Durante los días siguientes, Mandelbrot advirtió la presencia de «un anciano, que rondaba por donde estábamos nosotros, y le pregunté qué hacía». Era Michael Fekete, con quien Von Neumann había publicado su primer artículo en 1922, cuando tenía dieciocho años. Fekete, que se había convertido en el primer profesor de matemáticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén, contestó que «Von Neumann escribió su primer artículo en colaboración conmigo. Así que quería que yo escribiera mi último artículo en colaboración con él». Pero Von Neumann estaba demasiado preocupado por su inminente nombramiento en la AEC, y aquella simetría nunca llegó a cumplirse.[54]
Más tarde, durante las sesiones, Von Neumann se reunió a solas con Veblen. Estuvieron hablando desde las diez de la noche del séptimo día hasta las dos de la mañana del octavo, en parte para tratar de las audiencias de Oppenheimer y, en parte, porque Von Neumann estaba a punto de anunciar públicamente que dejaba el IAS. «Veblen inició una diatriba contra L. L. S. [Strauss] y E. T. [Teller] como archienemigos, ya que E. T. era el hombre que había derribado a Me’lissende [Oppenheimer] —le informaba Von Neumann a Klári más tarde aquella mañana, usando su nombre en clave privado para referirse a Oppenheimer—. Yo le dije que consideraba a L. L. S. un tirano, pero el mejor presidente que había tenido nunca la AEC, y a E. T. un idiota, pero un hombre con méritos y que es mi amigo personal.»
«Solo teníamos algunos desacuerdos anecdóticos», añadía Von Neumann. Y proseguía:
[Veblen] me dijo que pensaba que la dimisión de Me’lissende, forzada o voluntaria, sería muy mala para el Instituto… Yo no estaba dispuesto a decir que esta última, si se gestionaba adecuadamente, no sería lo mejor. También me contó que Me’lissende le había dicho previamente que discrepaba de mis opiniones en torno a una guerra «rápida» [preventiva], pero que bien podría tener razón… Yo le dije que pensaba que a estas alturas una guerra «rápida» era algo teórico, ya que en este momento, o en un plazo más bien corto, difícilmente sería «rápida».[55]
La reconciliación con Veblen resultó efímera, y Von Neumann se fue distanciando cada vez más de la comunidad matemática en la que había pasado su juventud.
Oswald Veblen murió en 1960 en su casa de verano, situada en la costa de Blue Hill Bay, en Maine, donde llevaba un estilo de vida más propio de su abuelo noruego que de un administrador del Instituto. En 1957, él y su esposa, Elizabeth, donaron las 33 hectáreas que poseían en las afueras de Princeton al condado de Mercer para crear la reserva natural de Herrontown Woods, «un lugar donde uno puede alejarse de los coches y, simplemente, caminar y sentarse».[56] Nunca resolvió sus diferencias con Von Neumann. «Incluso en sus últimos días, en su último mes de vida, solo hubo realmente un hombre, una persona, a la que Johnny quería ver —contó Klári—. Yo escribí a Veblen rogándole que viniera a verle, pero no vino.»[57]
A las 4.50 de la madrugada del 27 de mayo de 1953, durante la carrera final para desarrollar una bomba de hidrógeno transportable, los ingenieros que estaban ejecutando un problema termonuclear para la AEC se vieron repentinamente alarmados por un ruido extraño. «Un ratón subido al ventilador detrás de la rejilla del regulador ha hecho vibrar el ventilador; resultado: ya no hay ratón y sí un !!! estruendo», registra el diario de la máquina (después de que alguien reemplazara por «!!!» una palabra más contundente). Debajo de la entrada del diario, uno de los ingenieros dibujó una lápida en la que se leía:
AQUÍ
YACE
EL RATÓN
NACIDO
?
MUERTO
4.50 AM
27/5/53
Otro ingeniero insertó «Marsten» en el texto de la lápida, de modo que este pasó a ser: AQUÍ YACE EL RATÓN MARSTEN (en inglés MARSTEN MOUSE), una alusión directa a Marston Morse, que durante mucho tiempo se había opuesto a la invasión del Instituto por los ingenieros. Morse, que creció en una granja de Maine, tenía sus motivos para oponerse al proyecto del ordenador, y merece tener la última palabra.
«En espíritu, nosotros, los matemáticos del Instituto, nos sentiríamos identificados con los humanistas», le escribía Morse a Aydelotte al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Durante todo el conflicto sirvió a tiempo completo en la Oficina del Jefe de Armamento del ejército, pero, una vez terminada la guerra, creía que el Instituto de Estudios Avanzados no era lugar para los expertos en el desarrollo de armamento. «Los matemáticos son los más libres y los más ferozmente individualistas de los humanistas», sostenía, y consideraba que los contratos del gobierno que sustentaban el proyecto del ordenador estaban en conflicto con ello.[58]
En octubre de 1950, cuando la construcción del ordenador estaba en su apogeo y el presupuesto de este superaba el presupuesto entero de la Escuela de Matemáticas en una proporción de más de tres a uno, Morse acudió a la Universidad Kenyon, en Ohio, para dar una charla sobre «Las matemáticas y las humanidades» en el marco de un congreso en honor de Robert Frost. «A unos ciento cincuenta kilómetros al nordeste de Derry, New Hampshire, se hallan los lagos Belgrade, y del último y más largo de esos lagos fluye el [río] Messalonskee», empezó diciendo. Y prosiguió:
Yo nací en su valle [del Messalonskee], «al norte de Boston», en la tierra de Robert Frost. Allí estaban el «viento del deshielo», la «nieve», los «abedules» y el «muro» que había que reparar; nací en una desperdigada granja atravesada por un conjunto de arroyos que no iban a ninguna parte, y que luego iban a alguna. Cuarenta hectáreas de triángulos de fleo y trébol, y torcidos cuadriláteros de doradas gramíneas, agradables de contemplar para luego largarse a otra parte. A los diez años la peiné toda con el caballo y el rastrillo, mientras observaba el tráfico de ratones bajo los pies de mi montura.
«Uno no puede decidir entre Kronecker y Weierstrass por medio de un cálculo —continuó Morse, entrando en materia—. Hay un centro y una esencia final en matemáticas cuya perfecta belleza es racional, pero racional “en retrospectiva”.» Luego pasó a la cuestión de «la ciencia del frío papel de prensa, el núcleo lógico lleno de cráteres, la página que no se atreve a equivocarse, la monstruosidad de las máquinas, las grotescas deificaciones de hombres que han abandonado a Dios, los pequeños fragmentos de templos cuyos planos se han perdido y no son deseados, apuestas de poder del soborno de un poder secretamente ejercido y no comprendido».
«Esto es ciencia sin su penumbra o su resplandor, ciencia a partir del nacimiento, sin indicios de inmortalidad —concluía—. El científico creador vive en «la furia de la lógica», donde la razón es la criada y no la señora. Rechazo todos los monumentos que son fríamente legibles. Es en la hora que precede al amanecer cuando la ciencia retorna a la matriz, y, en la espera, lamento que no haya entre nosotros ningún signo ni lenguaje excepto los espejos de la necesidad. Agradezco a los poetas que intuyeran el mundo nebuloso.»[59]
El secretismo al que Morse tanto se oponía se ve hoy permanentemente afianzado. Hoy en día el gobierno estadounidense produce más información clasificada que no clasificada; y, dado que incluso el debate sobre la cantidad de información clasificada existente es información clasificada, puede que nunca sepamos cuánta materia oscura hay. El monumento a Von Neumann, sin embargo, ha resultado no ser tan fríamente legible como parecía a primera vista. Siempre habrá verdad más allá del alcance de las pruebas.
Alan Turing recibió la Orden del Imperio Británico en 1946, aunque, en virtud de la Ley de Secretos Oficiales, nunca pudo hablar abiertamente sobre su trabajo durante la guerra. Tras dejar el Laboratorio Nacional de Física en 1948, prosperó bajo los auspicios de Max Newman en la Universidad de Manchester, donde el núcleo del grupo de computación de Bletchley Park continuaba su trabajo desde el punto en que se había detenido su labor con el Colossus. Todo fue bien hasta 1952, cuando Turing fue condenado por «ultraje contra la moral pública» (por homosexualidad) y obligado a someterse a «terapia» con inyecciones de estrógenos, al tiempo que se le revocaba su acreditación de seguridad (y la posibilidad de viajar a Estados Unidos). Murió en su casa en Manchester, al parecer por envenenamiento con cianuro, el 7 de junio de 1954, dos semanas antes de cumplir los cuarenta y dos años. Sus nuevos y prometedores resultados sobre la base química de la morfogénesis quedaron inacabados, se encontró un frasco de cianuro de potasio en el laboratorio de su casa y al lado de su cuerpo había una manzana parcialmente mordida, todo lo cual hacía que las circunstancias de su muerte resultaran tan indecidibles como el Entscheidungsproblem que tan importante había sido en su vida.
Con el paulatino levantamiento del secreto que rodeaba a la labor de los descifradores de códigos británicos en la Segunda Guerra Mundial, llegó el reconocimiento, tanto tiempo pospuesto, no solo de la importancia de la contribución de Turing al esfuerzo bélico, sino también de las contribuciones que el Colossus, como encarnación física de los principios teóricos de Turing, había hecho al desarrollo del hardware y el software en la posguerra. El 10 de septiembre de 2009, «en nombre del gobierno británico y de todos aquellos que viven en libertad gracias al trabajo de Alan», el primer ministro británico, Gordon Brown, hizo pública una disculpa formal por el trato «inhumano» que recibiera Turing. «Lo sentimos. Usted merecía algo mucho mejor», fueron las palabras con las que concluyó.
Kurt Gódel murió en Princeton el 14 de enero de 1978; pesaba solo treinta y cuatro kilos, y su muerte se atribuyó a la desnutrición. Nunca llegó a ir a Hannover para buscar en los manuscritos de Leibniz las pistas que él creía que existían con respecto a cuál era el destino de la computación digital, el cálculo lógico y el lenguaje universal. El 20 de marzo de 1956 le escribió a Von Neumann en torno a una cuestión que «tendría consecuencias de la mayor importancia», pero nunca recibió respuesta (por entonces Von Neumann había renunciado a toda correspondencia). «Es fácil construir una máquina de Turing que nos permita decidir, para cada fórmula F del cálculo funcional restringido y cada número natural n, si F tiene una prueba de longitud n —escribía Gódel—. La pregunta es: ¿con qué rapidez se incrementa j (n) [el número de pasos requeridos] para una máquina óptima?» La respuesta a esta pregunta, todavía sin resolver, determinaría si, «pese a la insolubilidad del Entscheidungsproblem —en palabras de Gódel—, el pensamiento de un matemático en el caso de las preguntas con respuestas sí o no podría ser reemplazado totalmente por máquinas».[60]
Nils Barricelli murió en Oslo en 1993. Había dejado la genética viral, pero seguía trabajando en el perfeccionamiento de un nuevo lenguaje matemático, el «B-matemática», que, como el calculus ratiocinator de Leibniz, estableciera la verdad y revelara la falsedad. Hablado solo por algunos de sus alumnos de posgrado y ejecutado en un ordenador DEC System-10, el B-matemática no tardaría en extinguirse. Sus experimentos sobre la evolución numérica también se evaporaron sin dejar apenas rastro, lo que haría que muchas de sus ideas fueran redescubiertas por investigadores que no sabían absolutamente nada de su anterior trabajo. Sin embargo, el universo de Barricelli es nuestro universo actual. Sus primitivos organismos digitales unidimensionales —que se replicaban, competían, se hibridaban y se asociaban simbióticamente en una matriz de 5 kilobytes— fueron los antepasados de las secuencias de código —de muchos megabytes, pero todavía unidimensionales— que se replican, compiten, se hibridan y se asocian simbióticamente en el ilimitado universo digital actual. A lo que nosotros llamamos hoy «aplicaciones» Barricelli lo llamaría «simbioorganismos numéricos», y, tal como él predijo, su evolución avanza por cruzamiento, cooperación simbiótica y apropiación en masa de bases de códigos, y no por mutación aleatoria. Comportándose como «sociedades recolectoras» de insectos sociales, obtienen dinero (e inteligencia) que llevarse a su nido colectivo.
Julian Bigelow murió en Princeton el 17 de febrero de 2003. Seis semanas después, la Escuela de Ciencias Naturales organizó una recepción en su honor en su nuevo edificio, Bloomberg Hall, precedida de un funeral cuáquero celebrado en el templo de Stony Brook. El templo, amueblado con sencillos bancos de madera y sin apenas cambios desde 1726, se llenó. En las reuniones cuáqueras el silencio es una forma de comunicación; una excepción a la regla de Bigelow de que la ausencia de señal nunca debería interpretarse como una señal.
Una enfermera que había estado de servicio durante la hospitalización de Bigelow fue la primera que rompió el silencio. «Aunque estaba muy cansado, abrió los ojos, sus grandes ojos azules, y muchas enfermeras dijeron: “¡Mirad sus ojos! A pesar de estar tan enfermo, ¡mirad la expresión que tienen!”», explicó.[61] «A Julian nunca se le reconoció su verdadero valor; se le apartó en un rincón —dijo Freeman Dyson—. Pero nunca oí una palabra de queja. Ahora es tarde, pero todavía no demasiado tarde para pedir perdón.» Hubo comentarios sobre todas las cosas que Bigelow había sido capaz de arreglar, todas las cosas que había sido incapaz de terminar y todas las cosas, sobre todo neumáticos usados, que había sido incapaz de tirar. «No había ningún problema que no se pudiera solucionar —explicó Ted Merkelson, el hijastro de Julian, que habló el último—. Era solo cuestión de entenderlo y de tomarse un tiempo para hacerlo. Y creo que todavía podía resolver cualquier problema. Solo se le acabó el tiempo.»[62]
Terminado el funeral, la familia y los amigos de Julian Bigelow salieron a la brillante luz del sol de marzo y siguieron la vieja línea de tranvía Princeton-Trenton, entre los bosques y el antiguo campo de batalla, de vuelta al Instituto, reconstruyendo así la ruta que siguiera la columna de Sullivan del ejército de Washington en 1777, pasando junto a la granja de Clarke, donde se dejó al general Mercer, mortalmente herido, tras la retirada británica. En Bloomberg Hall —ahora sede de los físicos y astrónomos del Instituto, de un clúster de ordenadores IBM de 96 nodos (reemplazado por un clúster de 512 núcleos en 2009) y, por último, de un puñado de biólogos teóricos— se congregó un pequeño grupo de personas que habían acudido a rendir el último homenaje a un hombre que había nacido a menos de setenta kilómetros de Stony Brook.
Los ingenieros fueron desterrados del Instituto, pero los ordenadores volvieron. Actualmente hay en uso más de novecientos de ellos (con doscientos terabytes de almacenamiento) en todo el IAS, y en el antiguo edificio del ECP, ahora compartido por el parvulario Crossroads, la Oficina Comercial del Instituto y un gimnasio, se exhibe una placa conmemorativa en honor de Von Neumann instalada por el gobierno húngaro en 2003. Incluso la Escuela de Ciencias Sociales está cada vez más consagrada al estudio de los efectos que el experimento de Von Neumann está teniendo en el mundo.
La despensa del sótano de Fuld Hall, donde se instalaron los primeros bancos de trabajo en 1946, era hasta hace poco la sala que albergaba al servidor principal del Instituto, conectado al mundo exterior por unos 504 cables de fibra óptica enrutados por un conmutador de 45 megabits por segundo. En lo que viene a representar una inversión de los intentos de Nils Barricelli de incubar organismos numéricos capaces de autopropagarse, hoy un sistema especializado de control de red supervisa todo el tráfico, tratando de mantener fuera el interminable flujo de organismos numéricos capaces de autopropagarse que ahora intentan entrar. «Los virus se están volviendo tan inteligentes que realmente es una carrera armamentística —explicaba Rush Taggart, el administrador del sistema, en 2005—. Esto controla el tráfico sobre la marcha. Las máquinas vigiladas por máquinas.»[63]
Esa carrera armamentística que se está librando en el sótano de Fuld Hall (y ahora en Bloomberg Hall) jamás se resolverá en favor de lo absolutamente determinista por encima de lo probabilístico y lo incompleto. La jungla, por más que sea solo una jungla digital, vencerá siempre. Hay códigos, y máquinas, que pueden hacer casi todo aquello de lo que pueda darse una descripción exacta; pero nunca será posible determinar, simplemente examinando un código, qué es lo que hará ese código. No se puede hacer que ningún cortafuego que admita siquiera la aritmética más sencilla resulte completo. El universo digital siempre dejará espacio a más misterios que los que hasta Robert Frost podía soñar. El mundo nebuloso persiste.
La matriz de 32 por 32 por 40 bits construida al final de Olden Lane se inicializó con instrucciones codificadas, y luego se le suministró un número de 10 bits con órdenes de ir a una determinada posición y realizar la instrucción siguiente —que podía haber sido una instrucción para modificar las instrucciones existentes— que encontrara en esa dirección. Incluso con un principio tan finito, no había modo alguno de predecir el resultado final.
En noviembre de 2000 apareció una caja de cartón en el sótano del Edificio Oeste del Instituto de Estudios Avanzados, donde su presencia había pasado inadvertida. El olor a correas de distribución quemadas todavía impregnaba la capa de polvo negro y grasiento que se había depositado sobre una colección de manuales de mantenimiento de teletipos de la Segunda Guerra Mundial, que, por alguna razón, no habían sido tirados cuando el dispositivo de entrada y salida de datos del MANIAC se cambió de la cinta de papel a las tarjetas perforadas. Debajo de estos había una cajita de tarjetas de procesamiento IBM, acompañadas de una nota escrita a lápiz en media hoja de papel rayado, desintegrado en varios fragmentos, que identificaba las tarjetas como «Código de tambor de Barricelli», con instrucciones acerca de cómo se debía cargar y ejecutar (en el tambor magnético de alta velocidad de 2.048 palabras que se había añadido al ordenador en 1953). Junto con el montón de tarjetas había tres hojas de papel de cuentas, llenas de un denso código hexadecimal escrito a mano donde se especificaban las leyes naturales que gobernaban el universo fosilizado que se había conservado, en estado letárgico, en las tarjetas. Ahí estaban los manuscritos del mar Muerto.
La nota que acompañaba a las tarjetas (dirigida al «Señor Barricelli» y firmada «TWL») concluye con la siguiente afirmación: «Debe de haber algo acerca de este código que usted no ha explicado todavía».