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Los demonios de Ulam

El factor 4 es un regalo de Dios (o del bando contrario).

JOHN VON NEUMANN
a EDWARD TELLER, 1946

«Una vez en mi vida tuve un sueño matemático que resultó ser correcto —recordaba Stanislaw Ulam, nacido en 1909 en Lvov, Polonia, entonces parte del Imperio austrohúngaro—. Yo tenía veinte años. Pensé: “¡Dios mío!, esto es maravilloso, no tendré que trabajar, todo me vendrá en sueños”. Pero nunca volvió a ocurrir.»[1]

Joseph Ulam, el padre de Stanislaw, era un rico abogado judío que sirvió como oficial en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Su madre, Anna Auerbach, era la hija de un industrial que comerciaba con acero. Stan se sintió atraído por las matemáticas ya desde pequeño. «Cuando tenía cuatro años —escribió—, recuerdo que estaba dando saltos sobre una alfombra oriental mientras observaba sus intrincados dibujos. Recuerdo la altísima figura de mi padre de pie a mi lado, y pude ver que reía. Pensé: “Se ríe porque cree que soy infantil, pero yo sé que estos dibujos son curiosos”.» A los diez años, Ulam firmaba así sus cuadernos escolares: «Stan Ulam, astrónomo, físico y matemático». Recordaba que «un tío mío me regaló un pequeño telescopio para mi cumpleaños cuando tenía once o doce años».[2] En 1927 terminó la secundaria, y en 1933 se graduó en el Instituto Politécnico de Lvov con un máster y un doctorado en matemáticas.

Entre la primera y la segunda guerras mundiales, Lvov disfrutó de un interludio similar al de Budapest. «En Lvov —contó Francoise Ulam, que nació en París en 1918 y llegó a Estados Unidos como estudiante de intercambio en agosto de 1938—, los miembros de la sociedad matemática polaca habían estado realizando la mayor parte de su trabajo en cafés a todas horas del día o de la noche… Los Álamos, de una manera un tanto sui generis, le proporcionaba, ya que no la cultura del Viejo Mundo eslavo de su juventud, al menos su propio y pausado ritmo.»[3]

Ulam produjo su mejor trabajo sin que pareciera que estuviera trabajando. «Era auténticamente singular en muchos aspectos —dijo Bruno Augenstein, un analista de RAND y artífice del programa estadounidense de misiles termonucleares cuyo camino se cruzó periódicamente con el de Ulam durante los años de la guerra fría—. Era a la vez una de las personas más inteligentes que he conocido nunca y una de las más perezosas; una combinación interesante.» Francoise Ulam discrepaba: «Con su aristocrática despreocupación, daba la apariencia de ser perezoso, pero en realidad se esforzaba mentalmente, todo el tiempo». En cierta ocasión oyeron a Claire Ulam, que en 1953 tenía nueve años, diciéndole a una amiga: «¡Lo único que hace mi padre es pensar, pensar y pensar!».[4]

«Era un inconformista, un hombre muy complicado, un polaco y, sobre todo, un modelo de contrastes y contradicciones —explicó Francoise—. Vivía principalmente en los límites de su mente.» También era gregario: «Muchos de los que en el laboratorio nos relacionábamos con él sabíamos cuánto le disgustaba estar solo, cómo nos llamaba a horas intempestivas para que le rescatáramos de la soledad de alguna habitación de hotel o de las cuatro paredes de su oficina, después de que hubiera agotado su ronda diaria de llamadas de larga distancia —explicó su colega matemático Gian-Carlo Rota—. Un día reuní el coraje para preguntarle por qué buscaba compañía constantemente, y su respuesta le delató: “Cuando estoy solo —admitió—, me veo obligado a reflexionar”».[5]

Ulam se convirtió en un colaborador frecuente y en el mejor amigo de Von Neumann. «No creo que Von Neumann conociera a nadie más íntimamente que a mí —afirmó Ulam—, y viceversa.» Ambos compartían un origen común como judíos de clase alta del este de Europa, y se conocieron en Varsovia en 1935, después de haber mantenido correspondencia en torno a su interés común en la teoría de la medida durante 1934. Von Neumann le invitó a Princeton, y, con la promesa de un estipendio de 300 dólares del Instituto de Estudios Avanzados, en diciembre de 1935 Ulam zarpó rumbo a Estados Unidos a bordo del Aquitania. Luego obtuvo una beca de tres años en Harvard bajo la supervisión de George David Birkhoff, regresando de nuevo todos los veranos a los cafés de Polonia. Cuando partió de Polonia por última vez, en agosto de 1939, se llevó consigo a su hermano pequeño, Adam, que por entonces tenía diecisiete años. Ambos viajaban a bordo del transatlántico polaco Batory, rumbo a Estados Unidos, cuando la radio del barco transmitió la noticia del Pacto Ribbentrop-Mólotov. «Es el fin de Polonia», anunció Stan.[6]

En el otoño de 1939, Francoise Aron, que por entonces era una estudiante de posgrado de veintiún años en la Universidad Mount Holyoke de Massachusetts, conoció a Stan en una fiesta que se celebraba en el apartamento de un amigo en Cambridge. «Se pasó la tarde que nos conocimos levantándose de su asiento en dirección a mí para encenderme los cigarrillos —recordaba—. Además de calificarse a sí mismo de “matemático”, una profesión inusual, era elegante, ingenioso y divertido, a pesar de estar muy deprimido, abatido por la guerra, la ausencia de noticias de su familia y sus numerosas preocupaciones financieras. No había en él nada de docente o de académico. Desde el primer momento caí bajo el hechizo de su encanto, lo encontré cautivador, intrigante, excepcional. Me quedé prendada.»[7]

Ni Francoise ni Stan volverían a ver jamás a los padres que habían dejado atrás. «Fueron los días más oscuros de la guerra: la invasión alemana, seguida de la caída de Francia, con sus hordas de refugiados huyendo de las divisiones Panzer que habían rodeado la Línea Maginot; la debacle de Dunkerque, la heroica batalla de Inglaterra… —señaló Francoise—. Por una taza de café de cinco centavos, Stan se sentaba durante horas en la cafetería de estilo georgiano con matemáticos polacos y de otros países extranjeros que habían ido a parar a Cambridge, discutiendo de las preocupantes noticias de la guerra o hablando de matemáticas. Se hicieron también amigos míos, y después del trabajo solía unirme a ellos.»[8] Poco después, Francoise cocinaba para los dos hermanos y comía con ellos. Los Ulam eran demasiado pobres en Cambridge para permitirse el lujo de ir a restaurantes, y habían sido demasiado ricos en Polonia para aprender a cocinar por sí mismos.

En 1941, incapaz de conseguir empleo en Harvard, ahora inundada de refugiados, Stan Ulam aceptó un puesto de profesor auxiliar en la Universidad de Wisconsin por 2.300 dólares al año. Tras graduarse en Holyoke, Francoise se fue a vivir con él a Madison, donde se casaron ante un juez de paz.

—¿Quieren la ceremonia larga o la corta? —preguntó el juez.

—¿Cuánto cuesta cada una? —le preguntó a su vez Stan.

—La larga cuesta cinco dólares; la corta, dos.

—Nos quedamos con la corta —le respondió Stan.[9]

Ni siquiera en Wisconsin era posible escapar a la tragedia de Europa. El padre de Francoise había muerto cuando ella tenía diez años, lo que le evitó tener que vivirlo, y su hermano pequeño, todavía adolescente, huyó a España y de allí a Inglaterra, donde se entrenó como paracaidista para las Fuerzas Francesas Libres de De Gaulle. Su madre, en cambio, fue apresada en la calle en Marsella y subida a la fuerza a un tren con destino a los campos de concentración nazis; no se la volvió a ver. Por parte de Stan, el panorama no era menos sombrío. «De manera lenta y gradual fueron llegando las noticias de que, durante la ocupación nazi de Polonia, la hermana de Stan, su marido y sus hijos, así como aquellos de sus tíos y tías que no habían salido de Lvov, la ciudad natal de la familia, habían perecido todos en el Holocausto —comentó Francoise—. El padre de Stan, Joseph Ulam, que no había sido apresado, murió de falta de salud y de desesperación en el apartamento de una habitación al que se había visto relegado cuando los nazis requisaron su casa. Un muchacho joven al que recogió durante aquella época terrible, y que logró escapar a Estados Unidos, nos trajo la triste noticia, y nos contó cómo habían tenido que quemar sus libros de leyes para calentarse.»[10]

Ulam y Von Neumann compartían su frustración por la falta de respuesta a la crisis europea por parte de Estados Unidos. «Cuando… este país anunció… que partirían hacia Inglaterra veinte torpederos, yo no pude por menos que pensar que habría dado igual enviar cincuenta bicicletas», le escribió Ulam a Von Neumann en la primavera de 1941.[11] Ulam se matriculó para recibir lecciones privadas de vuelo y, tras adquirirla ciudadanía estadounidense en 1941, superó el reconocimiento físico militar y trató de alistarse en la fuerza aérea con la idea de convertirse en navegante, si no en piloto. Sin embargo, debido a su edad y al hecho de tener una vista fuertemente asimétrica, fue rechazado.

En abril de 1942, Von Neumann, que por entonces ya era consultor de la Oficina de Investigación Naval, el Laboratorio de Investigación Balística del Ejército y la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico, informaba a Ulam de que «me siento cada vez más abrumado por la labor bélica». Ulam no dejaba de preguntarle cómo podía colaborar, y «un día Johnny respondió insinuándome que había un trabajo interesante en marcha; no podía decirme dónde».[12]

«El proyecto en cuestión es sumamente importante, probablemente más allá de todos los adjetivos con que pueda describirlo», le escribía Von Neumann el 9 de noviembre de 1943, añadiendo que «las exigencias de secretismo de este proyecto son bastante extremas». A esta carta le siguió una invitación, firmada por Hans Bethe, para unirse «a un proyecto no identificado que estaba realizando una importante labor, cuya física tiene algo que ver con el interior de las estrellas». Ulam aceptó el puesto sin saber cuál ni dónde. «Poco después, otras personas a las que conocía bien empezaron a esfumarse una tras otra. Finalmente me enteré de que íbamos a Nuevo México, a un lugar no lejos de Santa Fe.»[13]

Los Ulam, con su primer hijo en camino, recibieron sus acreditaciones de seguridad y se dirigieron hacia el oeste. «Hicimos el largo viaje en tren y el 4 de febrero de 1944 nos bajamos en un apeadero en un lugar llamado Lamy, a unos treinta kilómetros de Santa Fe, que parecía estar en medio de la nada —recordaba Francoise—. Había nieve en el suelo, pero el sol calentaba con fuerza, el cielo era de un azul intenso y, como dijo Stan, “el aire olía a champán”.»[14]

La meseta de Los Alamos descansa sobre la vertiente este de la sierra de Jémez, al borde de la caldera volcánica del mismo nombre, formada como resultado de dos supererupciones explosivas ocurridas hace 1,6 y 1,1 millones de años, respectivamente. Al otro lado de dicho borde, y con una colina redonda de lava en el centro, se extiende una pradera llana —una especie de Serengeti en miniatura— que el volcán dejó tras de sí al colapsarse. El llamado Valle Grande, un destino turístico favorito de los residentes de Los Alamos y un refugio para la mayor manada de alces de Nuevo México, era el vestigio de una de las explosiones más violentas acontecidas en la Tierra. Los científicos que llegaron a la meseta en el verano de 1943 pretendían que la siguiente fuera una explosión nuclear.

«El lugar era un misterioso campamento, una especie de Montaña Mágica en una Tierra de Encantamiento», explicó Francoise, asombrada al ver a sus «habitantes, que parecían ser científicos llegados de todas partes: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suiza, Hungría, Austria, Italia…, de cualquier sitio imaginable. Muchos habían venido a este país para escapar de Hitler y Mussolini y sus regímenes fascistas. Algunos eran ya famosos. La mayoría eran increíblemente jóvenes, había muchos de veintipocos años y todavía por labrarse una reputación».[15]

Stan se encontró de nuevo en el mundo de los cafés de Lvov. «En toda la historia de la ciencia nunca ha habido nada ni remotamente parecido a aquella concentración —explicó con asombro—. A mis treinta y cuatro años, yo ya era uno de los más viejos.» Ulam encontró que la improvisada estructura del Los Álamos del período bélico ofrecía un refrescante contraste con las formalidades del mundo académico, y aquella comunidad tan estrechamente unida se adecuaba a sus raíces polacas. «Allí la gente estaba dispuesta a asumir papeles secundarios en aras a contribuir a una empresa común —explicó—. Julio Verne había previsto algo así cuando escribió sobre el esfuerzo colectivo necesario para su Viaje a la Luna».[16]

Oficialmente bajo el mando del general Leslie Groves, del ejército estadounidense, en realidad el laboratorio estaba dirigido por Robert Oppenheimer, que se las ingenió para arrebatarle el mando al general. «Groves nunca fue consciente de que había sido asimilado a la tarea científica —explicó Harris Mayer—. Al final de su vida creía realmente que él había fabricado la bomba atómica.»[17]

Stan Ulam fue asignado primero a la División T (o División Teórica), a las órdenes de Hans Bethe, y más tarde, cuando las divisiones fueron reorganizadas, a la División F, bajo el mando de Enrico Fermi. Oficialmente respondía ante Edward Teller, a quien veía más como su colega que como su jefe. «Al ser un teórico, Stan podía trabajar en cualquier parte —indicó Francoise—. Iba a su despacho cuando quería. Venía a almorzar a casa, y normalmente reaparecía a primera hora de la tarde.»[18]

Claire nació en julio, y en su certificado figura como lugar de nacimiento el apartado de correos 1663 de Santa Fe. Con su asistencia médica gratuita, sus viviendas subvencionadas y su servicio de guardería comunitario, Los Álamos contribuyó a potenciar el baby boom de la posguerra hasta el punto de que el hospital tuvo que empezar a cobrar un dólar diario en concepto de pañales. «Los Álamos se convirtió en una enorme guardería —contó Francoise—, lo que fastidiaba al general Groves.»[19]

La física de Los Álamos cautivó a Stan. «Descubrí que la principal capacidad que se podía tener era la de imaginarse la situación física de una manera visual, y también casi táctil, en lugar de formarse una mera imagen lógica de los problemas —explicó—. Uno puede imaginar el mundo subatómico casi de manera tangible, y manipular la imagen dimensional y cualitativamente, antes de calcular relaciones más precisas.»[20] La intuición de Ulam venía a complementar la precisa visión lógica del mundo de Von Neumann. «Johnny daba la impresión de operar secuencialmente por deducciones puramente formales», señaló Ulam, describiendo la diferencia entre los dos enfoques como «algo parecido a la distinción entre una imagen mental del tablero de ajedrez físico y la imagen mental de una secuencia de movimientos realizados en él escrita en notación algebraica».[21] El método de Montecarlo, que unía lo mejor de ambos mundos, utilizaba el sistema computacional —formal— de Von Neumann para captar el enfoque probabilístico —intuitivo— de Ulam.

Ulam, que no participaba directamente en el diseño ni en la construcción de la bomba, no presenció la prueba Trinidad. «El día en que se hizo estallar la bomba, a primera hora de la mañana, nosotros estábamos en casa y todavía en la cama —relató Francoise—.

Finalmente Johnny, que había estado allí con los personajes importantes, vino a vernos, cansado, pálido y muy afectado, a su regreso.»[22] Tres semanas después se hizo estallar la segunda bomba, esta vez sobre Hiroshima, a la que seguiría la de Nagasaki el 9 de agosto.

Al acabar la guerra, Ulam consideró que su trabajo había terminado y se marchó. En 1946 toda la División Teórica había quedado reducida a ocho personas, y el laboratorio parecía estar a punto de ser cerrado. Oppenheimer había vuelto a Berkeley; Fermi y Teller habían regresado a Chicago, y Bethe había vuelto a Cornell. El Departamento de Estado había creado un Comité de Energía Atómica, en el que participaban Vannevar Bush, James Conant y el general Groves; este contaba con una junta consultiva que incluía a Oppenheimer, quien formuló el llamado «Plan Baruch», propugnando el control internacional de la energía atómica en todas sus formas. Albert Einstein, Leo Szilárd, Harold Urey Linus Pauling, Víctor Weisskopf y Hans Bethe formaron el Comité de Emergencia de Científicos Atómicos, que celebró su reunión inaugural en el Instituto de Estudios Avanzados en 1946. El control de Los Alamos fue transferido del ejército a un organismo gubernamental recién creado, la Comisión de Energía Atómica (AEC, por sus siglas en inglés), operativa desde el 1 de enero de 1947. ¿Pero quién controlaría a la AEC? ¿Y qué papel había de desempeñar Los Alamos?

Tras la marcha de Oppenheimer, el físico Norris Bradbury se ofreció como sustituto provisional; permanecería veinticinco años en el puesto. Puso en marcha la Universidad de Los Álamos a fin de no perder demasiado impulso en el interregno entre el ejército y la AEC, y defendió el argumento de que se siguieran diseñando y probando nuevas bombas. «La demostración ocasional de una bomba atómica —sin que sea un arma— puede tener un efecto psicológico saludable en el mundo, por no hablar de nuestro interés científico y técnico en ello —argumentó—. Adecuadamente atestiguadas y convenientemente publicitadas, las nuevas pruebas pueden convencer a la gente de que la energía nuclear solo es segura si está en manos de un mundo que coopera plenamente.» Y a continuación efectuó una sugerencia profética: «Otra prueba hasta podría ser DIVERTIDA».[23]

Cuando Ulam fue contratado de nuevo, tras su convalecencia de la encefalitis, fue nombrado jefe de grupo; de un grupo integrado por él solo. Una de sus áreas de interés tenía entonces un carácter secundario: la tarea, ahora dirigida por Carson Mark, con Edward Teller como supervisor in absentia, de establecer la viabilidad de una bomba termonuclear. «Stan no tenía ningún escrúpulo moral con respecto a la idea de volver a Los Alamos —contó Francoise—. Él quería centrarse en los aspectos teóricos del trabajo, y no veía nada malo en ello.»[24]

Teller era incapaz de decidir si Ulam era un joven científico al que había que alentar o un rival al que había que superar. «El señor Ulam es un matemático brillante, pero no tiene la trayectoria adecuada para la labor que estamos realizando y no parece ser capaz de adaptarse a nuestro trabajo», había anotado Teller en el expediente personal de Ulam en febrero de 1945, añadiendo luego, como para compensar: «Es un pensador independiente y resulta concebible que pueda lograr resultados muy importantes». Tal como lo expresaría Francoise, «sospecho que sentía que había encontrado la horma de su zapato».[25]

Para Teller, la bomba de hidrógeno era una cruzada que había que llevar a cabo a toda costa, estuviera el país en guerra o no. Para Ulam, la probabilidad o improbabilidad de una reacción termonuclear autónoma era algo que solo les correspondía decidir a las leyes de la naturaleza. En cuanto a las consecuencias militares, Ulam argumentaba que, si uno empezaba a cuestionar el posible mal uso de la investigación científica, entonces se debería haber abandonado el cálculo infinitesimal para impedir sus efectos destructivos. «En mi mente yo sabía que tenía sentido. En mi corazón no podía acabar de entenderlo», añadió Francoise. Sin embargo, «yo misma y mis amigos nos sobrecogimos —declararía Ulam durante el juicio del ENIAC, en relación con los cálculos que llevaron a la bomba H— de que unos cuantos garabatos en una hoja de papel o en la pizarra condujeran finalmente a algo tangible, en este caso a algo muy violento».[26]

Las bombas de hidrógeno habían aparecido por primera vez, cuando Ulam era un niño, en la obra de H. G. Wells The World Set Free, una novela profética publicada en los albores de la Primera Guerra Mundial. «Las bombas atómicas que la ciencia arrojó sobre el mundo aquella noche eran extrañas hasta para los hombres que las utilizaban», escribía Wells, previendo un futuro transformado por la energía atómica, hasta que la falta de la necesaria transformación de la naturaleza humana conducía a la «Guerra Final», la que hoy imaginamos como la Tercera Guerra Mundial. En 1914 la fisión nuclear era desconocida, de modo que las bombas atómicas de Wells se alimentaban por fusión, como el sol. Consumían ciudades enteras en un fuego lento e inextinguible, y eran lanzadas a mano desde aeroplanos. «Era una esfera negra de medio metro de diámetro —escribía Wells—. Las bombas centroeuropeas eran las mismas, pero más grandes.»[27]

«Cuando en 1939 apareció el fundamental artículo de Bethe sobre las reacciones nucleares del ciclo del carbono —explicó Ulam—, pocos, por no decir nadie, podrían haber supuesto o imaginado que en el plazo de muy pocos años tales reacciones serían desencadenadas en la Tierra.»[28] Cuando la Unión Soviética hizo estallar una bomba de tres fases que liberó más de 50 megatones en Nueva Zembla, el 30 de octubre de 1961, se calculó que, por un momento, el flujo de energía excedió en un 1 por ciento el total de la emitida por el Sol.

En junio de 1942, casi un año antes de que se creara el Laboratorio Nacional de Los Alamos, un grupo de ocho físicos convocados por Oppenheimer, entre quienes se incluían tanto Hans Bethe como Edward Teller, se reunieron en Berkeley para empezar a pensar en las armas nucleares. Concluyeron no solo que la bomba atómica era una posibilidad real, sino que las temperaturas y presiones resultantes, más extremas que las del interior del Sol, se podían utilizar para desencadenar una reacción termonuclear. Podía crearse una especie de Sol muy pequeño que en el instante siguiente, al carecer de la gravedad que mantiene unido al Sol, se haría catastróficamente pedazos. «Nosotros no estábamos atados por las condiciones conocidas de una estrella dada, sino que éramos libres, dentro de unos límites considerables, de escoger nuestras propias condiciones. Estábamos embarcándonos en ingeniería astrofísica —recordaba Edward Teller—. A mediados del verano de 1942 todos estábamos convencidos de que el trabajo se podía hacer y de que… la bomba atómica podría utilizarse fácilmente como un paso intermedio de cara a una explosión termonuclear, lo que nosotros llamábamos una “superbomba”.»[29]

En su informe al secretario de Guerra, James Conant y Vannevar Bush se mostraron aún más superlativos, sugiriendo que, «en consecuencia, podemos calificarla de súper-superbomba».[30] Tal bomba «de hidrógeno» podría alimentarse de deuterio, un isótopo estable del hidrógeno fácilmente extraíble del agua del mar, lo que lo convertía en el combustible más barato del planeta. «Las bombas atómicas serían potentes, pero caras —explicó Teller—. Si podía inflamarse, el deuterio proporcionaría un combustible mucho más barato.»[31] En 1950, el coste de añadir el equivalente a un kilotón de deuterio a una bomba de hidrógeno era de unos 60 centavos.

Una vez que el proyecto de Los Alamos estuvo en marcha, Teller hubo de admitir que «teníamos que ganar la guerra, y no había tiempo para la súper».[32]Pero, una vez terminado el conflicto, consideró que era hora de volver a trabajar en la bomba de hidrógeno. Otros creían, con no menos firmeza, que jamás deberían construirse unas armas que serían mil veces más potentes que las que habían destruido Hiroshima y Nagasaki. Para ayudar a determinar si la «súper» era algo que Estados Unidos debía tratar de conseguir, o debía temer si lo trataban de conseguir sus enemigos, se decidió realizar los grandes cálculos de diciembre de 1945 en el ENIAC, y celebrar una conferencia en abril de 1946 en torno a los resultados.

Bajo la supervisión de Von Neumann, Stanley Frankel y Nicholas Metrópolis se dirigieron a la Escuela Moore (donde el ENIAC todavía era sometido a pruebas de aceptación) y pasaron su millón de tarjetas perforadas por la máquina. «Yo les aconsejé en lo relativo a la física —declararía más tarde Edward Teller—. John von Neumann les aconsejó con respecto al trabajo de computación.»[33] Los resultados fueron interpretados por Teller como indicativos de una ignición termonuclear, aunque más tarde resultaría evidente que los datos físicos eran defectuosos; el cálculo, limitado por la reducida cantidad de memoria del ENIAC, había omitido importantes efectos secundarios.

«Nadie puede culpar a Teller de los cálculos erróneos de 1946, especialmente porque por entonces no se disponía de ordenadores adecuados —escribió Hans Bethe en 1954—. Pero en Los Alamos le culparon por involucrar al laboratorio, y de hecho al país entero, en un arriesgado programa en función de unos cálculos que él debía de haber sabido que eran muy incompletos.»[34] Teller se mantuvo en sus trece, alegando que el fin justificaba los medios. «Mi perseverancia se debía, en considerable medida, a la fe en unos resultados que eran erróneos —explicó Teller—, pero que resultaban esperanzadores, y eso, por lo menos, nos condujo a un punto en el que se mostró la necesidad de un nuevo desarrollo.»[35]

«Es probable que pueda construirse una superbomba y que funcione», escribía Teller en un resumen que insertó personalmente en el informe final.[36] La conferencia también dio lugar a una solicitud de patente, presentada conjuntamente por Von Neumann y el físico británico (y agente soviético) Klaus Fuchs, por la invención, en torno al 18 de abril de 1946, en Los Alamos, Nuevo México, «de una propuesta de diseño de una “súper”», descrita como «un dispositivo para iniciar una reacción termonuclear que emplea una cantidad de material fisible adaptable para sostener una reacción en cadena divergente de neutrones, una cantidad masiva de material en el que puede mantenerse una reacción termonuclear».[37] Cuando se descubrió que Klaus Fuchs era un espía soviético, Von Neumann sabía mejor que nadie cuánta información útil se había facilitado o no al bando soviético.

Pero nada podía hacerse si antes no se comprendía mucho mejor la explosión de fisión mediante la que se provocaría la ignición del combustible termonuclear. Robert Richtmyer se trasladó al Instituto de Princeton para empezar a codificar (con la ayuda de Klári von Neumann y Adele Goldstine) el cálculo que pasaría a conocerse como «Hipopótamo», creando un modelo de simulación del comportamiento de la fisión primaria y utilizando la bomba de implosión de Trinidad/Nagasaki como prueba. «Había varios fenómenos implicados, y para cada uno de ellos se conocían los métodos matemáticos en mayor o menor medida debido a cosas ya hechas en Los Álamos simplificando los presupuestos relativos a los otros —explicó Richtmyer—. El problema era juntarlos.» Se tardó dos años en crear un modelo de simulación de lo que había ocurrido en los primeros microsegundos de la prueba Trinidad. Mientras no hubo mejores ordenadores disponibles, los progresos fueron limitados, y ello a pesar de que, según Carson Mark, que sucedió a Richtmyer como director de la División T, entre 1946 y 1949 la mitad del trabajo de su grupo se dedicó a la «súper».

Von Neumann, impaciente por empezar, comenzó a escribir el código para la máquina que aún no existía. «En aquella sala de café de la División T, yo había visto a Johnny, cuando estaba construyendo su máquina en Princeton, cubrir una pizarra con los primeros indicios de una codificación de diagrama de flujo —recordaba Francoise Ulam—, mientras echaba inconscientes miradas de reojo a cada par de piernas femeninas que pasaban.»[38]

Cuando, el 29 de agosto de 1949, los soviéticos detonaron su primera arma nuclear (que la Unión Soviética llamaría «Primer Relámpago» y Estados Unidos, «Joe-1»), se pidió al Comité Asesor General de la Comisión de Energía Atómica su opinión acerca de si Estados Unidos debería iniciar o no el desarrollo de la bomba de hidrógeno. La respuesta fue que no. «No es un arma que pueda utilizarse exclusivamente para la destrucción de instalaciones materiales con fines militares o semimilitares —explicaba Oppenheimer en la introducción al informe del comité—. Su uso lleva, pues, mucho más lejos que la propia bomba atómica la política de exterminio de poblaciones civiles. Todos esperamos que, por un medio u otro, pueda evitarse el desarrollo de estas armas.»[39]

«Su uso implicaría la decisión de sacrificar a un enorme número de civiles —coincidían la mayoría de los miembros del comité, incluido James Conant, además del propio Oppenheimer—. Creemos que el efecto psicológico del arma en nuestras manos sería contrario a nuestros intereses… Al determinar que no se proceda a desarrollar la superbomba, vemos una oportunidad única de imponer con el ejemplo algunas limitaciones a la totalidad de la guerra y, así, limitar el temor y despertar las esperanzas de la humanidad.» Un apéndice aún más vehemente que reflejaba la opinión minoritaria, firmado por Enrico Fermi e Isidor Rabi, añadía que «se trata necesariamente de algo malo considerado desde cualquier perspectiva». Von Neumann, que ya no era miembro de la comisión, discrepaba abiertamente: «Creo que nunca tendría que haber habido la menor vacilación», escribía en 1950, después de que Traman hubiera tomado la decisión de avanzar a toda marcha en ese terreno.[40]

Ulam creía que una gran parte de aquel examen de conciencia era innecesaria, dado que los cálculos del ENIAC eran erróneos y la «súper» de Teller resultaría un fiasco. Con la ayuda de Cornelius Everett, un antiguo colega de Madison, emprendió una primera comprobación aproximada de los resultados iniciales, utilizando las técnicas de cómputo manuales (y con tarjetas perforadas) que se habían desarrollado para realizar cálculos de implosión durante la guerra. «Stan, que tenía la intuición conceptual de que la súper concebida por Teller no era viable, emprendió los cálculos simplificados, primero con Everett y luego con nosotros, los analistas de datos —explicó Francoise, que por entonces trabajaba en la división de cómputo manual de Los Alamos—. En un par de meses los cálculos confirmaron su creencia. En otras palabras, Stan fue el primero en dar la voz de alarma: aquello no iba a funcionar. Todos los demás —von Neumann, el almirante Strauss, el jefe de la AEC y los militares— estaban a favor de seguir y experimentar con el esquema de Teller.»[41]

«El grado de esperanza, si se quiere, o de temor, de que algo así era posible fue cambiando gradualmente, y, de hecho, ni siquiera fue de manera constante en una misma dirección —declararía más tarde Ulam—. No hubo un momento en el que yo pudiera decir que estaba esperanzado y que antes era pesimista, sino más bien un espectro continuo de opinión sobre tal o cual manera de llevar a cabo una explosión real.»[42] Las dudas planteadas por Ulam y Everett pusieron a Teller a la defensiva, y dejaron a Von Neumann impaciente por determinar qué números eran los correctos. Él se había apropiado del ENIAC, y era el primero en la cola a la hora de utilizar cualquier nueva máquina disponible. «Cuando se desarrolló la bomba de hidrógeno —declararía en 1954, en las audiencias de Oppenheimer—, se hizo un uso intensivo de los computadores, [pero] estos todavía no estaban disponibles de forma generalizada… Había que andar gorroneando y encontrar un computador aquí y allá que estuviera funcionando la mitad del tiempo y tratar de usarlo.»[43] Ralph Slutz, que había dejado el IAS para supervisar la construcción del SEAC —el primer clon del ordenador del IAS que fue completado— para la Oficina de Normalización de Washington, recordaba que «un par de personas de Los Álamos» (Metrópolis y Richtmyer) se presentaron en cuanto el ordenador empezó a funcionar, en torno a la Pascua de 1950, «con un programa que estaban terriblemente ansiosos por ejecutar en la máquina… comenzando a medianoche, si les dejábamos disponer de tiempo».[44]

«Cuando los cálculos electrónicos más extensos y precisos de Von Neumann fueron confirmando lenta y gradualmente el punto de vista de Stan, aquello supuso un auténtico revés para toda la empresa», afirmó Francoise. «A pesar de una inicial y esperanzadora “llamarada”, todo el ensamblaje empezó a enfriarse —añadió Stan—. Cada pocos días Johnny llamaba para dar algunos resultados. “Se están formando carámbanos”, decía.» Pero al mismo tiempo que creía que la fe de Teller en la «súper» era injustificada, en el fondo de la mente de Ulam empezaba a incubarse el germen de una alternativa. «El ciclo 10 ha estado ejecutándose durante las últimas veinticuatro horas —informaba a Von Neumann el 27 de enero de 1950 (el día en que Klaus Fuchs firmó su confesión), mientras se realizaban los cálculos con tarjetas perforadas en Los Álamos—. Por cierto, advertencia sobre conducción: ¡hemos tenido que dividir el intervalo de tiempo en 5! [sic] en el ciclo 9. ¡La hidrodinámica, al menos hasta ahora, lejos de ser un peligro, es la única esperanza de que la cosa funcione!»[45]

La «súper» clásica dependía de calentar el combustible de deuterio (o deuterio-tritio) hasta los 100 millones de grados o más requeridos para la ignición. Si era posible que tal cosa ocurriera, había de ocurrir rápidamente, antes de que la dilatación del material caliente reventara todas las piezas y la fuga de radiación las hiciera enfriarse. «En la “súper”, el desensamblaje hidrodinámico se producía más deprisa que el desarrollo y el mantenimiento de la reacción», explicaría más tarde Ulam.[46] La bomba se quedaría en nada.

Al supervisar el progreso de los cálculos de la «súper», Ulam había señalado que las fuerzas hidrodinámicas, lejos de disminuir las perspectivas de ignición termonuclear desensamblando las piezas antes de que el combustible pudiera calentarse lo bastante como para inflamarse, podían, en cambio, dejarse «persuadir» para hacer justamente lo contrario. Un aumento de presión comporta un aumento de densidad. Y un aumento de densidad comporta no solo temperaturas más altas, sino también una mayor opacidad. Cuando se comprime una región de plasma caliente, este no solo se vuelve más caliente, sino también más negro. Y había formas de aprovechar este hecho.

«Lo que me explicas sobre los eventos del ciclo 10 resulta muy interesante —respondía Von Neumann el 7 de febrero—. No hace falta que te diga lo que siento con respecto a la «victoria». Quedan todavía, sin embargo, infinidad de problemas.»[47] La «victoria» era el anuncio público por parte del presidente Truman, el 31 de enero, de que, en respuesta a la bomba que los soviéticos habían probado el 29 de agosto, y en contra del consejo de Oppenheimer y el Comité Asesor General, había «ordenado que la Comisión de Energía Atómica continúe su trabajo sobre todas las formas de armas atómicas, incluida la llamada “bomba de hidrógeno” o “superbomba”». Lewis Strauss, armado con la confesión de Klaus Fuchs, había afirmado que los soviéticos, que no tenían a ningún Oppenheimer que les refrenara, podían haber tomado ya la delantera. Finalmente Teller tuvo acceso a recursos ilimitados, y se programó una prueba real, la Operación Invernadero (o prueba George), que revelaría si una pequeña muestra de deuterio-tritio se inflamaba o no.

Entonces Ulam sorprendió a todos. Según Bethe, él ni siquiera pensaba en el problema de la «súper», sino en cómo podrían construirse bombas de fisión de dos fases con un rendimiento muy elevado. «Sin que yo lo supiera, Stan había seguido pensando en los problemas de una especie de manera indirecta, más como reto científico que por su importancia política o militar —explicó Francoise—. Y de repente se le ocurrió un enfoque totalmente nuevo e intrigante.

»Lo encontré en casa al mediodía mirando fijamente por una ventana con una expresión muy extraña en el rostro», contó. Y prosiguió:

No puedo olvidar su mirada perdida mientras contemplaba el jardín sin verlo y me decía con un hilo de voz —todavía puedo oírlo—:

—He encontrado un modo de hacer que funcione.

—¿Que funcione qué? —le pregunté yo.

—La súper —me contestó—. Es un esquema totalmente distinto, y cambiará el curso de la historia.[48]

Ulam habló enseguida con Carson Mark y Norris Bradbury, y con Edward Teller al día siguiente. Este último, que llevaba casi una década trabajando en el problema, mejoró de inmediato la sugerencia de Ulam e incorporó al proyecto a un joven físico vienes, Frederick de Hoffmann, que realizó los cálculos iniciales que establecían la probable viabilidad del nuevo enfoque. «Yo quería hacer algo con la bomba de hidrógeno, pero nadie más quería —afirmó Teller—, y el único hombre decidido a hacer más que yo era Freddy de Hoffmann.»[49] Era De Hoffmann, que por entonces tenía veinte años, quien había calculado las trayectorias balísticas de las dos bombas arrojadas sobre Japón.

Teller tituló su repaso de 1955 del desarrollo de la bomba H «El trabajo de muchos», en un genuino intento de compartir el mérito, frente a las críticas generalizadas, con quienes le habían ayudado. Hans Bethe escribió en 1954 su propia versión, que iniciaba asignando a Teller todo el mérito de haber sido, durante el desarrollo de la bomba atómica, «el primero en sugerir que la implosión comprimiría el material fisible a una densidad mayor que la normal dentro de la bomba». Pero se negaba a atribuir a Teller el mérito principal del gran avance de la bomba de hidrógeno. «Es difícil describirle a alguien que no es científico la novedad del nuevo concepto —escribió—. Este constituía una desviación completamente inesperada del desarrollo anterior. Tampoco fue previsto por Teller, como atestigua su desesperación inmediatamente anterior al nuevo concepto.»[50]

Ulam sugería que el excesivo entusiasmo por la «súper» clásica pudo haber retrasado la llegada del propio Teller a un diseño acertado, y subrayaba que el verdadero mérito debía atribuirse «al enorme número de cálculos, a todos los estudios de la física general de los procesos, a la planificación de ingeniería, todo ello combinado con la necesidad de predecir y evitar “efectos secundarios”, cualquiera de los cuales podía arruinar el éxito del dispositivo». Y si había que señalar a alguien concreto, le comentaba a Bethe, «apenas se podría exagerar la importancia de las contribuciones realizadas por Fermi en el cambio decisivo del desesperado enfoque original».[51]

Este gran avance, hoy conocido como la «invención de Teller-Ulam», se produjo en febrero de 1951, y se publicó (en una edición secreta de veinte ejemplares) bajo autoría colectiva el 9 de marzo de 1951. «La disposición podría calificarse de heterocatalítica, al implicar, como lo hace, el desencadenamiento de una reacción en un sistema por medio de una reacción iniciada en otro», explicaban Teller y Ulam.[52] «Aquella nueva idea transformó el concepto de la súper en la maravillosamente factible bomba de hidrógeno», señaló Harris Mayer, que ayudó a resolverlos detalles de un nuevo concepto que resultaba «notablemente complejo y endemoniadamente interesante». La especialidad de Mayer era la opacidad a la radiación: cómo algunos estados de la materia resultan más opacos a la radiación a ciertas temperaturas y otros menos. Entenderlos detalles puede ayudar a ajustar las cosas de modo que la radiación fluya hacia donde uno quiere y, cuando llegue a su destino, sea o absorbida o transformada. «La naturaleza había proporcionado generosos márgenes —afirmó— en las propiedades del flujo de radiación.» Mayer añadió, sin embargo, que «nadie creía que Stan fuera la persona significativa en el desarrollo de la nueva bomba de hidrógeno hasta el asunto Oppie [Oppenheimer]. Y el asunto Oppie puso a todo el mundo tan furioso con Edward [Teller] que luego todos hablaron del concepto de Teller-Ulam».[53]

«Ulam seguía presionando para comprimir la [fisión] secundaria —explicó Theodore B. Taylor, el capacitado diseñador de bombas de Los Alamos que por entonces era amigo tanto de Ulam como de Teller—. Ahora bien, si lo hacía con la percepción clave de que entonces el efecto Compton inverso no agotaría la energía, que las cosas estarían mucho más cerca del equilibrio y que a esas elevadas densidades obtienes una tasa de reacción lo bastante rápida y un aumento de temperatura lo bastante alto como para que resulte muy eficiente, no sé cómo se le ocurrió.» Taylor atribuye el mérito a ambas partes. «Mi percepción de las cosas es que esta compresión directa es algo que vieron los dos al mismo tiempo, que comprimirlo era la manera de que funcionara —sostenía—. Así que la cuestión era: ¿cómo comprimirlo? Había sido Ulam quien había traído el tema a colación, y lo que yo creo es que Teller dijo: “¡Ah!, eso es genial, pero utilicemos la radiación, no la hidrodinámica”. Y entonces todo quedó claro.»[54]

Después de que la «súper» clásica no fuera a ninguna parte durante ocho años, había surgido un diseño que en diecinueve meses pasó del mero concepto a verse refrendado por el éxito de una prueba. La primera reunión para hablar de las implicaciones del nuevo enfoque, en la que participaron Oppenheimer, Teller, Von Neumann, Bethe, Fermi y John Wheeler, se celebró en junio de 1951, en el despacho de Oppenheimer en el Instituto de Estudios Avanzados. «Los responsables de todos los laboratorios se sentaron en torno a esta mesa y estuvimos debatiéndolo durante dos días —declararía Gordon Dean, un socio de Lehman Brothers que se convirtió en presidente de la AEC—. Al final de aquellos dos días llegamos al convencimiento, todos y cada uno de los que estábamos en la sala, de que por fin teníamos algo… Las discusiones se habían terminado… Fue entonces cuando el asunto echó a rodar, y rodó muy deprisa.»[55]

Finalmente pudo disponerse del ordenador del IAS, y, con el apoyo de Oppenheimer, se repitió lo llevado a cabo en 1943. «Cuando vi cómo hacerlo, tuve claro que al menos uno tenía que dar en el clavo —declararía Oppenheimer en la que pasaría a conocerse como su “audiencia de seguridad”—.[*] El programa que teníamos en 1949 era algo tortuoso sobre lo que se podría argumentar muy bien que no tenía demasiado sentido técnico. Por lo tanto, era posible aducir que no lo querías por más que pudieras tenerlo. El programa de 1951 era técnicamente tan agradable que no podías ponerle pegas.»[56] Todo dependía de que la bomba H funcionara al primer intento. «[Ivy] Mike, la primera bomba H —explicó Marshall Rosenbluth—, se diseñó de hecho bastante por encima de los estándares.»[57]

Strauss se impacientaba y recelaba cada vez más de Oppenheimer, a pesar de que había sido él quien le había nombrado director del Instituto y de saber que ahora estaba contribuyendo al desarrollo de la bomba H. Según las notas de una conversación relativa a la oposición del bando de Oppenheimer a la bomba H, Strauss se quejaba de que «primero se opusieron por razones morales; luego se opusieron alegando que no había objetivos militares; luego se opusieron alegando que la súper resultaría demasiado costosa en cuanto a neutrones en comparación con el plutonio que podía producirse alternativamente, y ahora quieren construir [texto tachado], lo cual no sería en absoluto una verdadera arma sin restricciones».[58] La tachadura probablemente oculta la denominada «superbomba de oralloy»[*] (SOB, por sus siglas en inglés), la mayor arma de fisión jamás producida. Diseñado por Ted Taylor, el prototipo de la superbomba de oralloy incorporaba el principio potenciador inicialmente sugerido por Von Neumann en 1944, y liberó 500 kilotones en la prueba denominada Ivy King, realizada en el atolón Enewetak el 15 de noviembre de 1952, con la que se pretendía demostrar que, para cualquier propósito militar concebible, debería bastar medio megatón. Pero medio megatón no bastaba para Lewis Strauss.

Las relaciones entre el IAS y la AEC eran complejas. «A principios de 1952 hubo algún cambio en aquella especie de juego de las sillas —explicó Klári—. Johnny se convirtió en miembro del Comité Asesor General, del que Oppenheimer era todavía presidente; Lewis Strauss, sin embargo, ya no era uno de los comisarios, sino que se había convertido en presidente de la junta directiva del Instituto de Estudios Avanzados, del que Johnny era miembro y Robert, director.» Strauss, designado miembro de la AEC por el presidente Truman en 1947, ocupó el puesto hasta 1950; posteriormente, en 1953, fue de nuevo designado miembro por Eisenhower, esta vez como presidente de la institución. «A comienzos de 1954, el año en que se armó la gorda —contó Klári—, estas eran las posiciones relativas: en el Instituto, Johnny sin cambios, Oppenheimer miembro, Strauss director, presidente. En la Comisión de Energía Atómica: Johnny miembro del G. A. C. [Comité Asesor General], Lewis presidente de la Comisión, Robert completamente fuera.»[59]

El verdadero alcance del trabajo sobre armamento en el Instituto se mantenía en secreto, pero las idas y venidas de gente entre Los Alamos y la AEC eran difíciles de ocultar, y el propósito resultaba fácil de adivinar. «El objetivo —explicó Ted Taylor, en alusión al ordenador de Von Neumann— era, de manera bastante concreta, poder realizar el acoplamiento de hidrodinámica y flujo de radiación necesario para las bombas H.»[60] John Wheeler trasladó su pequeño equipo de Los Álamos a la Universidad de Princeton, poniendo en marcha el denominado «Proyecto Matterhorn»,[*] bajo la forma de una subcontrata con Los Alamos, con el fin de preparar los cálculos termonucleares para la máquina del Instituto hasta que Los Alamos pudiera construir su propio ordenador.

«Los matemáticos sin duda sabían que se estaba llevando a cabo un trabajo clasificado —afirmó Freeman Dyson, que llegó en 1948—. Puede que no supieran que se trataba de bombas de hidrógeno, pero resultaba bastante obvio. Y se oponían frontalmente a ello.» El sentimiento generalizado de la opinión pública en contra de las pruebas atmosféricas llegaría más tarde, pero la oposición a la bomba de hidrógeno sobre la base de principios humanitarios estuvo presente desde un primer momento. «Causaba una impresión muy mala tener aquella caja fuerte, que solía estar en Fuld Hall, con todos los secretos de Oppenheimer dentro —explicó Dyson—. Y no era solo la caja fuerte, también había allí dos guardias armados. Realmente parecía bastante imponente.» Virginia Davis, que llegó al Instituto en el año 1952 junto con el lógico Martin Davis, recordaba haber visto escrito «NO A LA BOMBA» en el polvo del coche de Von Neumann.

Hubo que recordarle a la fuerza aérea, que debía asumir la responsabilidad de cualesquiera armas utilizables, que el Instituto no era Los Alamos ni RAND. Según Oppenheimer, en una reunión informativa celebrada por Edward Teller y la Corporación RAND, el secretario de la fuerza aérea, Thomas K. Finletter, «se levantó y dijo: “Dennos esta arma y gobernaremos el mundo”». Oppenheimer, que había servido de buen grado al ejército bajo el mando del general Groves, se enfrentaba ahora a la fuerza aérea. «Johnny fue incrementando constantemente sus actividades de defensa —contó Klári—, mientras que Robert se fue alejando gradualmente de ellas.»[61]

Julian Bigelow recibió su acreditación de seguridad «Q», que le permitía acceder a los secretos atómicos, el 23 de febrero de 1950. El 14 de marzo, la AEC aconsejó al Instituto que en todo el trabajo realizado bajo contrato con dicha institución «se ordena abstenerse de dar datos o hacer comentarios públicamente sobre cualesquiera reacciones termonucleares», y el 17 de marzo se aclaró, en respuesta a las firmes objeciones de Oppenheimer, que dichas restricciones seguían «permitiendo discusiones no clasificadas acerca de las que se podrían denominar las “reacciones termonucleares clásicas” en la medida en que no haya ninguna referencia a su relación con las armas».[62] Los códigos de evolución estelar podían ejecutarse de manera abierta, pero los códigos de armamento habían de ejecutarse en la sombra.

«A finales de 1950 —explicó Bigelow— era posible insertar un programa en la máquina y obtener resultados. En la primavera de 1951 la máquina estuvo cada vez más disponible para su uso, los programadores introducían sus programas para realizar ejecuciones de prueba, depuración de fallos, etc., y el índice de error de la máquina había disminuido lo bastante como para que la mayoría de los errores que encontraban fueran fruto de su propio trabajo.

»En el verano de 1951 vino un equipo de científicos de Los Álamos e introdujo un extenso cálculo termonuclear en la máquina del I AS —prosiguió Bigelow—; este se ejecutó sin interrupción durante las veinticuatro horas del día durante un período de unos sesenta días. Así pues, había cobrado vida.»[63] El universo digital y la bomba de hidrógeno nacieron al mismo tiempo. «Es una ironía del destino —observó Francoise Ulam— que una gran parte del mundo de alta tecnología en el que hoy vivimos, la conquista del espacio, los extraordinarios avances en biología y medicina, fueran estimulados por la monomanía de un hombre y la necesidad de desarrollar ordenadores electrónicos para calcular si se podía construir o no una bomba H.»[64]

Von Neumann, que era miembro del Instituto de Estudios Avanzados, pasaba gran parte de su tiempo trabajando en armamento, mientras que Ulam, que era miembro del laboratorio de armamento de Los Álamos, pasaba la mayor parte del suyo dedicado a la investigación matemática pura. Mientras Von Neumann comenzaba a trabajar en misiles balísticos intercontinentales (o ICBM, por sus siglas en inglés), Ulam, por el contrario, empezaba a pensar en cómo usar bombas para lanzar misiles en lugar de cómo usar misiles para lanzar bombas.

«La idea de la propulsión nuclear de vehículos espaciales nació tan pronto como la energía nuclear se hizo realidad», explicó. Mientras otros de los que visitaron el emplazamiento de la prueba Trinidad se maravillaban al ver el modo en que la torre de disparo se había volatilizado por la explosión, Ulam observó que el refuerzo de acero de la base de la torre había sobrevivido intacto a ella. Quizá los objetos atrapados dentro de la bola de fuego podían sobrevivir a la explosión e incluso ser propulsados a otra parte. La cuestión de si la energía producida por una pequeña explosión de fisión podía canalizarse hacia fuera para alimentar la propulsión de un vehículo espacial, era similar a la cuestión de si dicha energía podía canalizarse hacia dentro para alimentar la implosión de una bomba termonuclear. La idea de Ulam era la bomba de hidrógeno vuelta del revés.

En 1955 Ulam elaboró, junto con Cornelius Everett, un informe clasificado de Los Alamos titulado «Acerca de un método de propulsión de proyectiles por medio de explosiones nucleares externas». En él, Ulam y Everett anunciaban: «Se considera que una serie de explosiones nucleares repetidas fuera del cuerpo de un proyectil proporcionan un medio de acelerar tales objetos a velocidades del orden de 10[6] cm/s… en el rango de los misiles destinados a la guerra intercontinental, y, aún más, quizá para escapar al campo gravitatorio de la Tierra».[65]

El informe quedó aparcado durante dos años, y luego, tras el lanzamiento del Sputnik soviético, la idea la adoptó Ted Taylor, que la tradujo en un proyecto para desarrollar una auténtica nave espacial partiendo del punto en que Ulam lo había dejado. El denominado «Proyecto Orion», financiado al principio por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA, por sus siglas en inglés) del Departamento de Defensa, y más tarde por la fuerza aérea estadounidense, sería objeto de una intensa labor durante los ocho años siguientes. «Es casi como la idea de Julio Verne de disparar un cohete a la Luna», declararía Ulam ante el senador Albert Gore a comienzos de 1958.[66] El 1 de abril, Ulam publicó otro informe de Los Álamos, titulado «Sobre la posibilidad de extraer energía de sistemas gravitatorios en la navegación de vehículos espaciales», donde se describía el modo en que una nave espacial podía funcionar como una especie de «demonio de Maxwell» gravitatorio, amplificando un suministro limitado de combustible y propulsante mediante el uso de la inteligencia computacional para seleccionar una trayectoria que aprovechara la energía de los cuerpos celestes a su paso.

En 1871, James Clerk Maxwell, el científico que dio nombre tanto a las «ecuaciones de Maxwell» que formalizan el concepto de campo electromagnético como a la «distribución de Maxwell» de la energía cinética entre las partículas de un gas, concibió un ser imaginario —al que en 1874 William Thomson (lord Kelvin) denominaría el «demonio de Maxwell»— «cuyas facultades se hallan tan desarrolladas que puede seguir el curso de cada molécula individual».[67] Este demonio parece desafiar la segunda ley de la termodinámica al calentar un compartimento en un sistema por lo demás cerrado, sin un gasto de trabajo físico, abriendo y cerrando una pequeña trampilla justo en el momento preciso para que entren las moléculas de alta velocidad y se queden fuera las de baja velocidad. Una distribución de Maxwell de la energía describe cómo, sin una inteligencia sobrenatural, la energía cinética tiende a igualar una población de partículas con el tiempo. Las partículas de luz terminan moviéndose más deprisa a expensas de las partículas más pesadas. Dado el tiempo suficiente, una nave espacial de cuatro mil toneladas terminará moviéndose más deprisa que un planeta. Maxwell desarrolló inicialmente estas ideas, más tarde adaptadas a la termodinámica, para explicar la distribución, por tamaño y velocidad, de las partículas que forman los anillos de Saturno.

«Como ejemplos de la situación que tenemos en mente —explicaba Ulam—, supongamos que un cohete viaja entre el Sol y Júpiter, es decir, sigue una órbita semejante a la de Marte… La cuestión es si, planificando las aproximaciones adecuadas a Júpiter y luego unas aproximaciones más cercanas al Sol, podría adquirir, pongamos por caso, diez veces más energía… Al dirigir el cohete, se pueden adquirir en un grado modesto las propiedades de un demonio de Maxwell… para acortar en muchos órdenes de magnitud el tiempo necesario para la adquisición de velocidades muy altas.»[68]

«Recuerdo que Stan hablaba de la posibilidad de hacer un demonio de Maxwell, de que podía ser algo físicamente posible», recordaba Ted Taylor. La inteligencia computacional requerida, que en 1958 se veía como un gran obstáculo, hoy sería el menor de los impedimentos. «Los cómputos requeridos para planificar cambios de trayectoria podrían ser de una longitud y complejidad prohibitivas», advertía Ulam.[69]

El propio Ulam parecía violar la segunda ley de la termodinámica al realizar un trabajo útil sin un gasto visible de energía, simplemente abriendo puertas a las ideas adecuadas en el momento preciso. Ya fuera tomando café en Lvov o jugando al póquer en Los Alamos, dejaba entrar las buenas ideas y mantenía fuera las malas. «Mi increíble suerte —se jactaba a Von Neumann desde Los Alamos en febrero de 1952— ha sido evidente en el póquer (8 sucesivos + ganancias) este año.»[70] Cuatro de las ideas más imaginativas del siglo XX para potenciar nuestra inteligencia —el método de Montecario, la invención de Teller-Ulam, los autómatas celulares autorreproductores y la propulsión nuclear de pulso— se originaron con la ayuda de Stan. Tres de las cuatro se revelaron tremendamente fructíferas, mientras que la cuarta fue abandonada antes de darle una oportunidad.

Montecarlo era la materialización, por medio de la computación digital, de lo que Maxwell solo pudo imaginar: una forma de seguir realmente el comportamiento de un sistema físico en sus niveles elementales, como «si nuestras facultades e instrumentos estuvieran tan desarrollados que pudiéramos detectar y echar mano de cada molécula individual y seguir todo su curso».[71] La invención de Teller-Ulam invocaba una versión del demonio de Maxwell para calentar un compartimento a una temperatura superior a la del Sol dejando entrar una ráfaga de radiación, y luego, durante un instante que desafiara el equilibrio, impidiendo que dicha radiación saliera. Los autómatas celulares autorreproductores de Ulam —pautas de información persistentes en el tiempo— evolucionan dejando entrar el orden pero no dejándolo salir.

Cuando Nicholas Metrópolis y Stanley Frankel empezaron a codificar los primeros cálculos de la bomba para el ENIAC, solo había margen para un universo unidimensional, representado por una sola línea que, en nuestro universo, se extendía hacia fuera desde el centro de la bomba. Presuponiendo una simetría esférica, lo que se aprendía en aquel universo unidimensional podía utilizarse para predecir el comportamiento tridimensional en el nuestro. Ulam empezó a imaginar cómo podía evolucionar la cosmología en un universo unidimensional. «¿Ha considerado alguien el problema siguiente, que me parece muy bonito? —Le escribía a Von Neumann en febrero de 1949—. Imaginemos que en la línea infinita —∞ a +∞ he ocupado los puntos enteros, cada uno con una probabilidad pongamos de [1]/2, con masas puntuales materiales; es decir, tengo esta situación…», y a continuación bosquejaba una distribución aleatoria de puntos sobre una línea. «Esta es una distribución en el tiempo t = 0.»

«Ahora bien, entre esos puntos actúan 1/d[2] fuerzas (como la gravitación) —proseguía—. ¿Qué pasará para t > 0? Yo sostengo que se formarán condensaciones rápidamente —supongamos, en aras de la simplicidad, que cuando los puntos se tocan se quedan pegados—, con una bonita distribución de masas de tipo gaussiano. Luego —la etapa siguiente— se formarán cúmulos de dichas condensaciones, algo más despacio, pero inevitablemente (¡todos los enunciados tienen probabilidad = 1!).» Ulam explicaba cómo ese sencillo universo unidimensional empezaría a parecerse «a algo similar al universo real: estrellas, cúmulos, galaxias, supergalaxias, etc.», y luego consideraba lo que podía ocurrir en dos dimensiones, y hasta en tres, al introducir las fuerzas de alcance, la oscilación térmica y la luz. Concluía sugiriendo que «la “entropía” disminuye; se aplica un “orden” anormal».[72]

Entonces Ulam empezó a pensar en un universo bidimensional, celular, siguiendo el ejemplo de los códigos hidrodinámicos bidimensionales que se utilizaban en el trabajo sobre bombas. «Hablé del modelo celular con Von Neumann a finales de la década de 1940», le escribió más tarde a Arthur Burks, y por lo visto también mantuvo discusiones similares con Nick Metrópolis. «¡¡¡Al fin vengo a Los Alamos!!! —Le escribía Metrópolis a Ulam en junio de 1948—. Espero que tendrá la oportunidad de hacer más sobre la geometría de espacio de fases, porque ahí hay materia, y [sobre] su mundo bidimensional.»[73]

Mientras tanto, en nuestro universo tridimensional, a las 7 horas, 14 minutos y 59 segundos, hora local, del 1 de noviembre de 1952 (31 de octubre en Estados Unidos), la invención de Teller-Ulam, el algoritmo de Montecarlo, el ordenador del IAS, los recursos de Los Álamos y los esfuerzos de unas 11.652 personas asignadas al Destacamento Especial 132 en el Pacífico Sur, dieron como resultado la detonación de Ivy Mike, la primera bomba de hidrógeno.

Del tamaño de un vagón de tren, y con sus componentes no nucleares construidos por la American Car & Foundry Company de Búfalo, Nueva York, Ivy Mike pesaba 82 toneladas, gran parte de las cuales correspondían a un enorme tanque de acero lleno de deuterio líquido, refrigerado a menos de —523 °C e inflamado mediante una bomba de fisión TX-5. Se hizo estallar en la superficie de una pequeña isla en el atolón de Enewetak, y liberó 10,4 megatones —el equivalente a unas 750 bombas de Hiroshima—, volatilizando 80 millones de toneladas de coral para dejar un cráter de más de 1.900 metros de diámetro y casi 50 de profundidad, «lo bastante grande como para dar cabida a 14 edificios del tamaño del Pentágono», según se hizo constar en uno de los informes oficiales. Aquella idea que inicialmente se le cruzara por la mente a Ulam cuando observaba con la mirada fija el jardín menos de tres años antes, ahora había borrado del mapa la isla entera de Elugelab.

El atolón de Enewetak, integrado por unos 39 islotes distribuidos en torno a una laguna central, era, como la caldera de Jémez, el resultado de un antiguo volcán cuyo colapso había dejado no un frondoso valle rodeado de montañas, sino una resguardada laguna rodeada de un arrecife de coral. Al islote, apartado incluso con respecto a las islas Marshall, y a su población marinera se los había dejado tranquilos hasta que la isla fue reclamada por los japoneses después de la Primera Guerra Mundial, y luego ocupada por Estados Unidos tras una encarnizada batalla durante la segunda. En 1947 todos los residentes nativos fueron deportados a Ujelang, un atolón deshabitado situado a unos 225 kilómetros de distancia, después de que Enewetak fuera seleccionado como emplazamiento de pruebas nucleares. Al principio se consideró que Enewetak estaba demasiado cerca de Kwajalein y de una serie de «pequeños atolones poblados por nativos» para realizar una prueba de la superbomba, pero, según las notas de una reunión celebrada el 25 de agosto de 1951, «la opinión de Edward Teller era que una detonación en Eniwetok [sic] no era inviable… si se elegía un momento en que el viento fuera en la dirección opuesta y se realizaban preparativos previos para evacuar Kwajalein».[74]

«Acompañada de una luz brillante, la onda de calor se dejó sentir de inmediato a distancias de 50-55 kilómetros —informa el registro oficial de la prueba—. La tremenda bola de fuego, que apareció en el horizonte como el Sol cuando está amaneciendo, se expandió rápidamente… y pronto apareció una enorme nube convencional en forma de hongo, que parecía estar en equilibrio sobre un tallo ancho y sucio… debido a las partículas de coral, los escombros y el agua aspirados a gran altitud en el aire… en torno a la zona donde había estado la isla de Elugelab.»[75]

«La bomba estalló a las 7.15 de la mañana bajo un cielo parcialmente nublado, veteado de color por el sol naciente», señalaba Lauren Donaldson, un biólogo marino de cuarenta y nueve años de la Universidad de Washington que recogió muestras antes y después de la prueba. Una semana después todavía encontraba charranes que «tenían las plumas quemadas, las blancas parecían haberse salvado, pero las oscuras estaban chamuscadas», y peces a los que «les faltaba la piel de un lado, como si hubieran sido arrojados a una sartén caliente». El y su equipo se habían fabricado sus propias gafas protectoras añadiendo cristal para soldar a sus máscaras de buceo, y desde unos cincuenta kilómetros de distancia, a bordo del Oakhill, «la bola de fuego que surgió al principio parecía hervir y luego removerse como fruta hirviendo en una cacerola. Había grandes trozos ennegrecidos que parecían estar incluidos en la masa».[76]

Walter Munk y Willard Bascom, dos jóvenes oceanógrafos que trabajaban para la Institución Oceanógrafica Scripps, fueron desembarcados del reconvertido remolcador Horizon en sendas balsas de madera contrachapada sustentada sobre cámaras de neumático de camión, a unos 134 kilómetros de la zona cero, para medir la onda de superficie y, en el caso de que hubiera el menor indicio de tsunami, dar la voz de alarma. Las dos balsas, situadas a unos tres kilómetros de distancia una de otra, estaban ancladas con cuerda de piano a sendas ruedas de tranvía que se habían hecho descender hasta la cumbre de una montaña marina, unos 1.370 metros más abajo. «Mojado y frío, me puse mis gafas protectoras de alta densidad —recordaba Munk—. Una ráfaga de calor instantánea señaló la explosión; a las 7.21 llegó una onda de choque aérea de cinco milibares, un brusco aviso seguido de un tempestuoso estruendo. Nunca olvidaré el cielo hirviendo en lo alto. Ninguna de las fotografías que he visto nunca ha captado aquello.»[77]

Después de aproximadamente una hora, la nube, ahora de unos cien kilómetros de diámetro, en palabras de un observador se había «desparramado» sobre la tropopausa a más de 30.500 metros de altitud. Varios pilotos de la fuerza aérea estadounidense, que pilotaban F-84G de muestreo especialmente configurados y llevaban trajes de vuelo revestidos de plomo, fueron enviados a recoger muestras dentro de la nube en forma de hongo. El primer grupo entró en ella noventa minutos después de la detonación, a 12.800 metros de altitud. «Inmediatamente después de entrar en la nube, LÍDER ROJO se vio sorprendido por su intenso color», informa el relato oficial. Y prosigue:

La manecilla del Integron, que mostraba el ritmo al que se acumulaba la radiactividad, «giraba tan deprisa como el segundero de un reloj… ¡Y yo que había pensado que apenas se movería…!». La combinación de la mayoría de los instrumentos que indicaban lecturas máximas y el resplandor rojo similar al interior de un horno al rojo vivo resultaba «pasmosa», y el coronel Meroney hizo rápidamente un giro de 90 grados para salir de la nube.

Con el combustible agotado, Meroney consiguió volver por los pelos a la pista de aterrizaje en Enewetak. Jimmy Priestly Robinson, que pilotaba el cuarto F-84, no tuvo tanta suerte. «Por razones desconocidas, ROJO-4 entró en barrena poco después de entrar, aunque logró recuperar el control a los 6.100 metros», prosigue el informe. A los 5.800, Robinson informó de que sus indicadores estaban a cero, pero el motor seguía funcionando. En la siguiente transmisión informó de que el motor había estallado en llamas y de que se encontraba a 4.000 metros. De inmediato despegó un equipo de rescate en helicóptero para tratar de rescatarlo. Su última transmisión fue a 900 metros de altitud: «Tengo el helicóptero a la vista y voy a saltar en paracaídas». El avión planeó sobre el agua a escasa altura, bajo control, y luego dio una vuelta de campana antes de hundirse. Nunca se encontró el cuerpo del piloto.[78]

Jimmy Priestly Robinson fue la primera persona que murió víctima de una bomba de hidrógeno.

La prueba fue clasificada como alto secreto, y la opinión pública se vio privada de la noticia de su éxito hasta que fue anunciada por Truman cuando era el presidente saliente (justo antes de la investidura de Eisenhower), el 7 de enero de 1953. Se hicieron más de 6.700 comprobaciones de historial entre las personas involucradas en la prueba, y el 14 de noviembre se reclutó a J. Edgar Hoover en persona para intentar descubrir la fuente de información que había filtrado la noticia a periodistas de las revistas Time y Life. Ulam, que había obtenido un permiso para ausentarse de Los Alamos y estaba en Harvard, viajó a Nueva York para reunirse con Von Neumann a principios de noviembre, probablemente para recibir la noticia de primera mano. Por lo visto mantuvieron una larga charla en un banco de Central Park, sin que quedara constancia alguna de lo que hablaron sobre la prueba Ivy Mike; pero un posterior intercambio epistolar daba a entender que la conversación se había extendido a la posibilidad de dar vida a un universo digital.

«Solo gracias a nuestra conversación en el banco de Central Park pude entender… [que] es un sistema de puntos realmente infinito (vale la pena subrayar lo de infinito real porque nada tendrá sentido en un modelo finito por grande que sea)…», señalaba Ulam, que luego esbozaba como él y Von Neumann habían planteado la hipótesis de la evolución de autómatas celulares Turing-completos (o «universales») en un universo digital de células de memoria intercomunicadas. Las definiciones habrían de ser matemáticamente precisas:

Un autómata «universal» es un sistema finito que, dada una proposición lógica aleatoria en forma de (un conjunto lineal L de) cinta acoplada a él, pongamos en puntos concretos, producirá la respuesta verdadera o falsa. («Universal» debería tener un sentido relativo: en relación con un tipo de problemas que puede decidir.) Lo de «aleatorio» se refiere realmente a una clase de proposiciones como de las de Turing, o más pequeñas o más grandes.

«Un organismo (¿hay alguna razón para tener miedo aún a este término?) es un autómata universal que produce otros autómatas como él en un espacio circundante que es inerte o solo «aleatoriamente activado” —prosiguen las notas de Ulam—. Tal “universalidad”, ¿es probablemente necesaria para organizarse u oponerse a la organización de otros autómatas?», se preguntaba, a modo de inciso, antes de esbozar una formulación matemática de la evolución de tales organismos en formas metazoarias.

Supongamos que los estados para cada célula son solo dos, que las células son del mismo tipo y que las conexiones entre vecinas inducen solo el cambio más simple. El problema consiste en ver si existirán cajas de dichas células que contengan n (¡una n grande!) elementos cada una, de modo que el número de estados sea 2n para cada caja; ahora dividimos los 2n estados en K clases (una K pequeña, como 20) y denominamos a cada clase un estado de la caja. Quizá entonces esas cajas sean capaces de desempeñar el papel de nuestras actuales células.

Al final, Ulam reconocía que posiblemente habría que invocar un modelo estocástico antes que determinista, lo cual, «lamentablemente, tendría que implicar una enorme cantidad de superestructura probabilística en la teoría esbozada. Creo que probablemente ello debería omitirse a menos que suponga el quid del problema de la generación y la evolución, ¿lo que podría ser el caso?».[79]

Ulam volvió pronto a Los Alamos, y cinco meses después el mundo científico se vio sorprendido por la noticia del descubrimiento de la estructura del ADN. Ahora era evidente cómo se replicaban las secuencias genéticas, y cómo se transmitía información de las cadenas de ácidos nucleicos a los aminoácidos y luego a las proteínas, aunque seguía siendo un misterio cuáles eran realmente las reglas de dicha traducción. Este rompecabezas —el modo en que la vida traduce entre secuencia y estructura y, al hacerlo, no solo tolera la ambigüedad sino que saca partido de ella— seguiría atrayendo el interés de Ulam durante el resto de su vida.

Dicho rompecabezas de traducción también cautivó la imaginación del físico ruso George Gamow, que el 20 de julio de 1953 le envió a Ulam un telegrama que rezaba:

QUERIDO STAN, TENGO PROBLEMAS PORQUE USTED UTILIZA 20 LETRAS DISTINTAS PARA ESCRIBIR UNA LARGA PALABRA CONTINUA QUE CONTIENE UNOS MILES DE LETRAS. ¿QUÉ LONGITUD DEBERÍA TENER ESA PALABRA PARA QUE HUBIERA UNA BUENA PROBABILIDAD DE ENCONTRAR EN ELLA TODAS LAS PALABRAS DE DIEZ LETRAS POSIBLES? POR PAVOR TELEGRAFÍE.[80]

Stan le contestó inmediatamente desde Los Álamos:

POR PAVOR TELEGRAFÍE DICIENDO SI SE PUEDEN SALTAR LETRAS DE LA PALABRA LARGA PARA FORMAR PALABRAS DE DIEZ LETRAS. SI ES ASÍ LA RESPUESTA ES QUE BASTANTE CORTA. SI SOLO SE PERMITEN LETRAS CONTIGUAS LA RESPUESTA ES QUE MUCHO MAYOR DE DIEZ ELEVADO A LA VIGÉSIMA POTENCIA Y CARSON LE ENVIARÁ ESA PALABRA RECOPILATORIA.

ABRAZOS, STAN.[81]