3
El círculo de Veblen
¿Qué podría ser más sabio que darle a la gente capaz de pensar tiempo libre en el que hacerlo?
WALTER W.
STEWART
a ABRAHAM FLEXNER, 1939
El 2 de mayo de 1847, los recién casados Thomas y Kari Veblen, que apenas hablaban una palabra de inglés, abandonaron su hogar en el distrito de Valdres, en el interior de Noruega, para emigrar a Estados Unidos, dejando atrás una grave depresión económica y el cuerpo de su hijo muerto. El viaje duró diecinueve semanas, con un brote de tifus que a Thomas le costó la salud y a todos los pasajeros menores de seis años, la vida. Los Veblen llegaron a Milwaukee el 16 de septiembre, cuando Wisconsin estaba a punto de convertirse en estado, y después de que Kari cuidara de su marido hasta que este recuperó la salud, Thomas, que era ebanista de profesión, construyó una casa en la aldea de Port Ulao, situada en el condado de Ozaukee, en la orilla oeste del lago Michigan. En septiembre de 1848 nació Andrew Anders Veblen, el primero de sus once hijos estadounidenses. Mientras los nueve de ellos que sobrevivieron a su vida de pioneros iban creciendo, los Veblen se trasladaron otras tres veces, primero al condado de Sheboygan, en 1849, luego al de Manitowoc, en 1854, y finalmente al de Rice, Minnesota, en 1864. En cada uno de estos traslados Thomas Veblen se construyó su propia casa, incluidos las dependencias anexas y los graneros, y roturó él mismo sus tierras.
Los niños Veblen trabajaban largas horas en la granja. El padre de Kari, Thorstein Bunde, había perdido la propiedad familiar en Noruega a causa de las maquinaciones de unos abogados sin escrúpulos, y había muerto agobiado por las cargas derivadas de ello cuando Kari tenía cinco años. Decididos a asegurarles un futuro mejor en Estados Unidos, los Veblen enviaron a todos sus hijos a la universidad, incluidas sus cuatro hijas; posteriormente, dos de ellos llegarían a ser figuras distinguidas: Andrew Veblen se convirtió en profesor de física y matemáticas en la Universidad de Iowa, mientras que Thorstein Veblen, nacido en 1857, llegó a ser un influyente teórico social, conocido sobre todo por acuñar la expresión «consumo conspicuo» en su obra maestra de 1899 The Theory of the Leisure Class.[*]
Thorstein Veblen tenía una visión darwiniana, agudizada por el hecho de haber crecido en la linde de un territorio salvaje, de la evolución conjunta de las empresas, los instrumentos financieros y las máquinas. Aunque respetado como economista, tuvo problemas económicos durante gran parte de su vida, y sus únicas inversiones personales significativas, en el negocio de las pasas de California, fracasaron. En 1888 y 1889 se retiró a la granja de su esposa en Stacyville, Iowa, donde se dedicó a traducir al inglés una epopeya nórdica del siglo XI, la Saga de Laxdcela («un documento etnológico de primer orden»), aunque no lograría encontrar una editorial que la publicara hasta 1925.
En una serie de libros entre los que se incluyen The Theory of Business Enterprise (1904),[*] The Instinct of Workmanship and the State of the Industrial Arts (1914), An Inquiry into the Nature of Peace and the Terms of Its Perpetuation (1917), The Higher Learning in America: A Memorándum on the Conduct of Universities by Business Men (1918), The Vested Interests and the Common Man (1919) y Absentee Ownership and Business Enterprise in Recent Times: The Case of America (1923), Thorstein aplicó la economía evolutiva —un campo en el que fue pionero— a los grandes problemas que por entonces amenazaban a la sociedad. Contribuyó a fundar la Nueva Escuela de Investigación Social, la revista Journal of Political Economy y el movimiento tecnocrático. Sus libros fueron ampliamente leídos, pero sus advertencias fueron no menos ampliamente desoídas, y murió, desalentado, en Menlo Park, California, en 1929, en vísperas de la Gran Depresión. «Oía a varios miembros de su familia, muertos hacía ya largo tiempo, hablarle en noruego», comentó un vecino cuando el final estaba cerca.[1]
Oswald Veblen, sobrino de Thorstein y el primero de los ocho hijos de Andrew Veblen, asistió a escuelas públicas en la ciudad de Iowa y luego a la universidad de dicha población, donde obtuvo un premio de tiro al blanco y otro de matemáticas. Sacó tiempo de sus estudios para navegar río abajo por el Iowa y el Mississippi al estilo de Huckleberry Finn, y seguiría siendo un ferviente amante de los bosques hasta el día de su muerte. Era alto y ágil, y siempre parecía que acabara de salir de entre el follaje. «Ni siquiera recuerdo verle nunca llevar nada que tuviera aspecto de nuevo», cuenta Herman Goldstine. Albert Tucker añade que «siempre tenía un cuarto botón en el abrigo, porque era muy alto y delgado». Corría un profundo apego a la tierra por su sangre noruega. «Es una persona de lo más excelente —señaló Abraham Flexner, primer director del Instituto de Estudios Avanzados—, pero las palabras edificio o granja tienen en él un efecto intoxicante.»[2]
Después de graduarse en matemáticas en 1898, a la edad de dieciocho años, Oswald Veblen se quedó como docente auxiliar de física durante un año más, trascurrido el cual se fue a Harvard, donde obtuvo su segunda licenciatura en 1900, para luego dirigirse a la Universidad de Chicago (donde Thorstein era profesor agregado de ciencias políticas) y obtener allí el doctorado. Su tesis, que versaba sobre los fundamentos de la geometría, propició que la Universidad de Princeton le contratara en 1905, durante el período de expansión que siguió al nombramiento como rector (en 1902) de Woodrow Wilson, el futuro presidente de Estados Unidos.
La Universidad de Nueva Jersey había sido rebautizada como Universidad de Princeton en 1896, con la expectativa de ampliar sus actividades a la formación de posgrado y la investigación científica. Wilson, el primer rector que no pertenecía al clero, empezó contratando «preceptores» —jóvenes docentes de los que se esperaba que trabajaran en estrecha colaboración con los estudiantes— y alentó asimismo la investigación por parte del profesorado. Aunque Princeton seguía estando vetada a los estudiantes negros (hasta que el programa V-12 de la marina estadounidense rompió esa barrera en 1942) y a las mujeres (hasta 1969), Wilson fue el responsable de nombrar al primer profesor católico y al primer profesor judío del cuerpo docente. En la promoción de 1925, el número de estudiantes judíos llegó a veintitrés.
Wilson dejó la universidad para convertirse en gobernador de Nueva Jersey en 1911 y en presidente de Estados Unidos en 1913. En abril de 1917, al principio de su segundo mandato, se declaró la guerra a Alemania. Alrededor de 138 profesores de Princeton se alistaron en las fuerzas armadas antes de que terminara la contienda, entre ellos Veblen, que se unió a la primera ronda de voluntarios. Destinado como capitán al ejército de reserva, y más tarde ascendido a comandante, fue asignado a la Oficina de Investigación Balística del Departamento de Armamento del ejército, en Sandy Hook, Nueva Jersey, aunque solo a la espera de su traslado al Campo de Pruebas de Aberdeen, en Maryland, una reserva militar de 14.000 hectáreas situada en las costas de la bahía de Chesapeake.
La Aberdeen de 1918, cuyas improvisadas calles eran un mar de fango, fue una precursora de lo que sería Los Álamos en 1943. Su misión era movilizar los recursos de la ciencia y la industria estadounidenses contra la maquinaria de guerra alemana, pero para cuando el Campo de Pruebas estuvo operativo la guerra en Europa tocaba ya a su fin. Según Thorstein Veblen, Estados Unidos había entrado en la guerra, tardíamente, solo para asegurarse de que los intereses multinacionales de sus industriales se vieran protegidos frente a cualesquiera agitaciones sociales que la paz en Europa pudiera desencadenar. Dada su afición al tiro al blanco y su pericia en él, Oswald Veblen no tenía ninguna duda acerca de cómo ayudar, y mejorar la precisión de las armas de fuego no planteaba ninguna de las cuestiones morales que más tarde suscitaría el desarrollo de las bombas atómicas. Según contó Herman Goldstine, tras completar su formación básica, mientras Veblen estuvo en Sandy Hook, a la espera de su traslado a Aberdeen, se dedicó a «asomarse desde un aeroplano lanzando bombas con la mano para tratar de ver cómo iba todo eso del bombardeo».[3]
La Gran Guerra, que en las trincheras había llegado a un punto muerto, se convirtió en una batalla por tener mayores y mejores armas. El fuego de artillería causaba alrededor de las tres cuartas partes de todas las víctimas, mientras que la aviación y las bombas desempeñarían un papel secundario hasta la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos entró en la guerra con artillería de tracción animal, y disparó el último tiro con un obús de 155 mm bautizado Calamity Jane. Pero, paralelamente, se empezaron a producir a toda prisa nuevas armas de artillería de largo alcance y proyectiles, que se llevaban a Aberdeen para ser puestos a prueba antes de enviarlos a ultramar, con destino a la Fuerza Expedicionaria estadounidense.
La primera ronda de pruebas se inició, en medio del peor invierno del que se tiene noticia, el 2 de enero de 1918. Veblen llegó el 4 de enero. Con la misma facilidad con la que Oppenheimer tomaría más tarde el mando en Los Alamos, él se puso a la altura de las circunstancias y asumió la dirección de todo el grupo de balística de Aberdeen. Dado que era el mayor de ocho hermanos, se encontró con que las dotes de liderazgo eran algo natural en él, mientras que su predisposición a realizar su parte de trabajo físico en el campo de tiro le valió la lealtad de sus hombres.
«La tremenda influencia de Veblen resultaba casi imperceptible en el momento en que se producía», explicó su colega de Princeton Albert Tucker. «Tenía una forma más bien vacilante de hablar, muy tímida e insegura —añadió una colega suya, la topóloga Deane Montgomery—, pero en realidad era un hombre extremadamente enérgico.» Para Klári von Neumann, era «un hombre alto y demacrado, con una timidez que le hacía tartamudear al hablar, pero un formidable adversario cuando alguien se cruzaba en su camino». Herman Goldstine, que atribuye a Veblen el mérito de que Von Neumann le permitiera construir su ordenador en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, lo recuerda como «la clase de tipo que vertería gotas de agua sobre una piedra hasta llegar finalmente a erosionarla».[4]
Desde la época de Arquímedes y sus máquinas de asedio, los mandos militares habían acudido a los matemáticos cuando necesitaban ayuda. El problema que afrontaba Veblen era tan antiguo como las propias armas: si apuntas con un arma en una dirección determinada y la cargas con un determinado proyectil, ¿dónde aterrizará este? O, dicho de otro modo, si quieres alcanzar un objetivo determinado con un determinado proyectil, ¿hacia dónde tendrás que apuntar el arma? Según Newton y Galileo, la trayectoria de un proyectil era una magnitud calculable, pero en la práctica resultaba difícil predecir el comportamiento de un proyectil en vuelo.
Con la introducción de la artillería de retrocarga y el cañón estriado, la precisión mejoró hasta el punto en que resultó posible probar un arma un número fijo de veces, distribuyendo los disparos a lo largo de una gama de distancias, y luego utilizar un modelo matemático para elaborar una tabla de disparos (o tabla de alcance) completa a partir de ahí. Ahora, el alcance, la velocidad y la altitud se habían incrementado hasta el punto de que el vuelo del proyectil se veía afectado por factores que abarcaban desde el cambio de densidad de la atmósfera hasta la rotación de la Tierra. La elaboración de las tablas de alcance requería un enorme número de cálculos, en su mayoría realizados a mano.
Veblen afrontó los obstáculos técnicos que comportaba mantener la comunicación con sus observadores a través de unos campos de tiro que se extendían a lo largo de kilómetros, a veces adentrándose a gran distancia en la bahía de Chesapeake, junto con el reto de desarrollar modelos numéricos que concordaran con los resultados experimentales. Las diferencias entre lo que predecían los modelos y el lugar donde realmente aterrizaban los proyectiles se veían reducidas, en la medida de lo posible, por el denominado «coeficiente balístico», una constante empíricamente deducida que raras veces resultaba ser tan constante como debería, y que «fue diseñada para soportar una carga muy pesada», en palabras de un colega de Veblen, Forest Ray Moulton.[5]
Veblen organizó los equipos de «calculadoras humanas»[*] que se pusieron bajo su mando, introduciendo hojas de cómputo mimeografiadas donde se formalizaba la ejecución de algoritmos paso a paso para procesar los resultados de las pruebas de tiro. Hizo falta todo el mes de febrero para realizar los cuarenta primeros disparos; sin embargo, en mayo su grupo realizaba cuarenta disparos diarios, y la creciente fuerza de calculadoras humanas no se quedaba a la zaga. Veblen reclutaba a mucha gente, y tenía una gran habilidad para descubrir a futuros matemáticos y sacar el mejor partido de su talento durante la guerra.
Uno de sus nuevos reclutas fue Norbert Wiener, un prodigio matemático de veinticuatro años de edad, con una buena formación después de dos años de estudios posdoctorales en Europa, pero socialmente torpe y desalentado por haber fracasado en su primer trabajo como docente. Hasta el ejército le había rechazado por tener mala vista y por su incapacidad para disparar un fusil o mantener las riendas de un caballo. Cuando Veblen localizó a Wiener, este vivía en Albany, Nueva York, y subsistía escribiendo artículos para la Encyclopedia Americana. «Recibí un telegrama urgente del profesor Oswald Veblen, del nuevo Campo de Pruebas de Aberdeen, Maryland —recordaría más tarde Wiener—. Era mi oportunidad de hacer un verdadero trabajo de guerra… Cogí el primer tren a Nueva York, donde hice transbordo en dirección a Aberdeen.»
El Campo de Pruebas transformó a Wiener. «Vivíamos en un ambiente extraño, donde los mandos administrativos, los mandos militares y los mandos académicos desempeñaban todos ellos un papel, y donde un teniente podía dirigirse a un soldado raso llamándole “doctor” o recibir órdenes de un sargento —escribiría—. Cuando no estábamos trabajando con las ruidosas calculadoras manuales a las que llamábamos “estruendosas”, estábamos jugando al bridge todos juntos fuera de horas, usando las mismas calculadoras para registrar nuestros tanteos. También íbamos a nadar juntos en las aguas tibias y salobres de la bahía de Chesapeake, o a dar paseos por el bosque.»
«Hiciéramos lo que hiciésemos, siempre hablábamos de matemáticas —explicaba Wiener—. Gran parte de nuestra conversación no conducía a investigaciones inmediatas.» Wiener encontró que el Campo de Pruebas «proporcionaba cierto equivalente de aquella vida enclaustrada, pero entusiásticamente intelectual, que yo ya había experimentado en la Cambridge inglesa, pero no en ninguna universidad de Estados Unidos». Veblen había reunido a una comunidad que redefiniría las matemáticas estadounidenses en los años comprendidos entre la primera y la segunda guerras mundiales. «Durante muchos años después de la Primera Guerra Mundial —escribiría Wiener—, habría que buscar a una aplastante mayoría de los matemáticos estadounidenses de importancia entre quienes habían pasado por la disciplina del Campo de Pruebas. Así, la opinión pública sería consciente por primera vez de que nosotros, los matemáticos, teníamos una función que desempeñar en el mundo.»[6]
Después de que se firmara el Armisticio, en noviembre de 1918, Veblen hizo un viaje de cuatro meses por Europa para interrogar a sus colegas acerca de sus experiencias durante la guerra. Muchos de ellos habían vuelto ya al ámbito académico, lo que le dio la oportunidad de observar de primera mano el estado de las matemáticas europeas. Gotinga, Berlín, París y Cambridge eran los centros del mundo matemático, mientras que Harvard, Chicago y Princeton estaban todavía lejos de alcanzarlos. Veblen volvió a Princeton decidido tanto a reproducir el éxito de las instituciones europeas como a recuperar parte de la camaradería informal que existía en torno a las matemáticas en el Campo de Pruebas.
Se marcó tres objetivos inmediatos: patrocinar las becas de investigación posdoctoral para los jóvenes matemáticos más prometedores, liberar a los profesores existentes de las pesadas cargas de la docencia y promover el intercambio de ideas entre las matemáticas y otros ámbitos. «Ha ocurrido con frecuencia que una tentativa de resolver un problema físico se ha traducido en la creación de una nueva rama de las matemáticas», le escribió a Simón Flexner, director del Instituto Rockefeller de Investigación Médica, instando a dicho instituto a ampliar las becas que otorgaba a través del Consejo Nacional de Investigación estadounidense, centradas en la física y la química, para hacerlas también extensivas a la investigación matemática.[7]
La propuesta de Veblen fue aceptada, y cuatro meses después volvió a dirigirse a Simón Flexner con una petición más ambiciosa. «La manera de dar otro paso adelante —sugería— es fundar y financiar un instituto matemático. El equipamiento físico de dicho instituto sería muy sencillo: una biblioteca, unos cuantos despachos y salas de conferencias, y una pequeña cantidad de aparatos tales como calculadoras.» Veblen estaba esbozando una utopía matemática, algo situado a medio camino entre las «mesas altas»[*] de Cambridge y Oxford y los barracones de cálculo del Campo de Pruebas. «Los principales fondos de tal instituto —subrayaba— deberían emplearse en los salarios de hombres y mujeres cuyo oficio sea la investigación matemática.»[8]
Simón Flexner le contestó diciéndole que «me gustaría que en algún momento pudiera usted hablar con mi hermano, el señor Abraham Flexner, de la Junta General de Educación».[9] La Junta General de Educación de la Fundación Rockefeller, constituida por el Congreso estadounidense en 1903 para «la promoción de la educación en los Estados Unidos de América, sin distinción de raza, sexo o credo», se centraba principalmente en la enseñanza secundaria en los estados del Sur, pero tenía libertad para apoyar asimismo la enseñanza superior de cualquier tipo.
Simón y Abraham Flexner, respectivamente el quinto y el séptimo de nueve hermanos, habían nacido en Louisville, Kentucky, y acabaron en la Fundación Rockefeller por caminos muy diferentes. Su padre, Moritz Flexner, nacido en Bohemia en 1820, era un vendedor ambulante judío que emigró a Estados Unidos y se instaló en Louisville en 1854, donde empezó transportando sus mercancías a la espalda hasta que pudo ahorrar cuatro dólares para comprarse un caballo. Simón Flexner, nacido en 1863, dejó los estudios después del séptimo curso, tras lo cual fue a la deriva, sin un rumbo concreto, hasta que un trabajo en una droguería y una fiebre tifoidea que a punto estuvo de costarle la vida despertaron en él un interés por la microbiología que le llevaría a estudiar medicina y, a la larga, a convertirse en una autoridad sobre enfermedades infecciosas y en director del Instituto Rockefeller de Investigación Médica. Dicho instituto, establecido en una granja de 172 hectáreas en Princeton, y más tarde ampliado hasta ocupar 324 hectáreas, era la principal institución de investigación microbiológica de Estados Unidos.
Abraham Flexner, nacido en 1866 y el único de los Flexner a quien su familia envió a la universidad, tras la muerte de Moritz contó con el patrocinio de su hermano mayor, Jacob, para poder asistir a la Universidad Johns Hopkins, donde se graduó en 1886. Volvió a Louisville para enseñar latín y griego en el instituto homónimo, y más tarde abrió su propia escuela tras dejar bien sentada su reputación por suspender a una clase entera. Consideraba que los padres habían sido «lo bastante inteligentes como para comprender que su influencia sobre sus hijos se veía reforzada por el hecho de tener manga ancha con ellos», un principio que guiaba su filosofía educativa, aunque «sin duda así daremos rienda suelta a más de un chiflado inofensivo».[10]
«Flexner, un hombre pequeño y enjuto, como un halcón, con un maravilloso brillo en los ojos y una apariencia de modestia obviamente falsa que de inmediato te hacía sospechar la fuerza y el poder, la astucia y la inteligencia que se ocultaban detrás de su delicioso sentido del humor, no era un erudito propiamente dicho —explicó Klári von Neumann—, pero tenía una mente muy práctica que concibió la idea de que debería haber un lugar donde unos hombres cuya única herramienta de trabajo fuera su cerebro pudieran dedicar el tiempo íntegramente a sí mismos, sin ninguna obligación de enseñar o cuidar a estudiantes; un lugar en un entorno de pensamiento relajado, un lugar donde pudieran hablar unos con otros si les apetecía, pero en el que, en caso contrario, se les dejara respetuosamente en paz.»[11]
En 1898, Abraham Flexner se casó con una antigua estudiante, Anne Crawford, que se convirtió en una dramaturga de éxito en Broadway (The Marriage Game, All Soul’s Eve, Mrs. Wiggs ofthe Cabbage Patch), lo que permitió al matrimonio abandonar Louisville. Él vendió su escuela en 1905, trasladándose primero a Harvard, donde obtuvo un máster en filosofía en 1906, y luego a Alemania, donde escribió una crítica feroz sobre la enseñanza superior en Estados Unidos, publicada en 1908. Luego la Fundación Carnegie le encargó que elaborara un informe sobre la enseñanza médica del país, cuyos niveles eran aún peores. Para ello visitó alrededor de 155 facultades de medicina, y la exposición que hizo de sus deficiencias condujo al cierre de las dos terceras partes de todas las facultades de medicina de Estados Unidos. En 1911, John D. Rockefeller Jr. le encomendó la tarea de realizar un «riguroso y exhaustivo» estudio sobre la prostitución en Europa, un encargo que le llevó a veintiocho ciudades de doce países, de Londres a Budapest. Su informe, publicado en 1914, fue aclamado en Estados Unidos, y en Francia le valió el nombramiento de caballero de la Legión de Honor. En 1913 se incorporó a la Junta General de Educación de la Fundación Rockefeller, donde su influencia iría en aumento hasta que fue expulsado en 1928.
La propuesta de Veblen a los hermanos Flexner no halló una respuesta inmediata, pero a la larga la Universidad de Princeton recibió un millón de dólares de la Junta General de Educación, con la condición de que la universidad asegurara otros dos millones de dólares adicionales en fondos compensatorios. Veblen aplazó el crédito a Woodrow Wilson y Henry Fine. «Yo no debía de pensar que hubiera que hacer demasiado hincapié en mi pequeño sueño de un instituto de matemáticas —admitiría más tarde Veblen—. La creación de un departamento de matemáticas en la Universidad de Princeton, que resultaba completamente desproporcionado en relación con la categoría de la universidad en otros ámbitos académicos, era algo que se había estado planteando bajo el mandato de H. B. Fine desde 1885.»[12]
Henry Burchard Fine, hijo de un pastor presbiteriano de la Pensilvania rural, había ingresado en la Universidad de Nueva Jersey en 1876 y se había hecho íntimo amigo de Woodrow Wilson mientras trabajaba como redactor en la revista de la universidad, Princetonian, cuando cursaba su último año. Tras obtener un doctorado en Leipzig en 1885 volvió a Princeton, y en 1903 fue nombrado decano por Woodrow Wilson. Fine escogió a Veblen para uno de los nuevos puestos de tutoría, ampliando así el núcleo del grupo matemático de Princeton. Contrató a jóvenes matemáticos prometedores, respaldó su investigación y no ponía objeciones cuando los llamaban de otras partes.
El hermano de Fine, John, fundó la Escuela Preuniversitaria de Princeton (en la parte este de la ciudad), solo para chicos, mientras que su hermana, May, fundó la Escuela Miss Fine (en la parte oeste), exclusivamente femenina. Cuando Wilson fue elegido presidente de Estados Unidos, Henry Fine rechazó su nombramiento como embajador en Alemania porque creía que había que dar prioridad a la enseñanza universitaria. Tanto Fine como Wilson eran amigos de un antiguo alumno, Thomas Davies Jones, que se ganaba muy bien la vida practicando la abogacía en Chicago, era accionista mayoritario en la empresa Mineral Point Zinc Company y disfrutaba de lo que él calificaba como una «riqueza superflua». La familia Jones puso los dos millones de dólares de fondos compensatorios exigidos por la contribución de la Junta General de Educación, más que suficiente para materializar las ambiciones de Veblen con respecto a las matemáticas en Princeton. Aunque Fine empezó por asignar primero el dinero a otros departamentos, las cosas cambiaron repentinamente a finales de 1928.
En 1913, el antiguo sendero pedestre de los lenni-lenape que pasaba por Princeton se había convertido en parte de la primera autovía transcontinental que atravesaba Estados Unidos de costa a costa. La carretera Lincoln, que empezaba en Times Square, en la ciudad de Nueva York, y terminaba en un mirador en Punta Lobos, en San Francisco, seguía la ruta del antiguo Camino Real entre Princeton y Kingston, y en 1922 ya estaba totalmente pavimentada entre Nueva York y Filadelfia. A última hora de la tarde del 21 de diciembre de ese año, cuando estaba oscureciendo, una conductora que se dirigía a Kingston no vio a un ciclista de setenta años que giraba hacia la izquierda. El ciclista era Henry Fine, que enfilaba el camino de entrada a la escuela de su hermano. La conductora, la señora Cedric A. Bodine, cuyo marido era propietario de una funeraria en Kingston, fue detenida y acusada de homicidio involuntario, mientras que una serie de funerales, acompañados por el tañido de las campanas de Nassau Hall, lloraron la pérdida de Princeton durante todo el día de Navidad.
Thomas Jones y su sobrina Gwethalyn prometieron otros 500.000 dólares para construir (y mantener) un nuevo edificio de matemáticas en memoria de Fine. Cuando Veblen llegó a Princeton, los matemáticos compartían un puñado de pequeños despachos en el edificio Palmer Hall. «El principio con el que se diseñó Fine Hall —según Veblen— fue el de hacer un lugar tan atractivo que la gente prefiriera trabajar en los espacios que proporcionaba el edificio antes que en su propia casa.»[13] Jones, que consideraba que «nada es demasiado para Harry Fine», dio instrucciones a Veblen de que construyera un edificio que «cualquier matemático se resistiera a abandonar».
Medio millón de dólares (el equivalente a más de seis millones actuales) daban para mucho en 1929. El edificio Fine Hall se inauguró en octubre de 1931, sin que faltara ningún detalle: desde las duchas y el vestuario del sótano («los miembros del departamento que deseen servirse de las cercanas pistas de tenis o del gimnasio no necesitarán volver a sus casas para vestirse») hasta la biblioteca del último piso, iluminada con luz natural, pasando por un atrio central y un corredor concebido para alentar a los matemáticos a mezclarse con los físicos del edificio adyacente, Palmer Hall. «Hay nueve despachos con chimeneas y quince sin ellas», explicó Veblen. «Sillas acolchadas y escritorios Davenport ocupan el lugar de las sillas y los escritorios [normales], y las aulas están equipadas siguiendo el criterio de los estudios privados», informaba la revista Science. Las salas estaban artesonadas de roble americano, con pizarras escamoteables y archivadores empotrados. En las ventanas de cristal emplomadas se grabaron las ecuaciones de la gravitación, la relatividad, la teoría cuántica, los cinco sólidos perfectos y las tres secciones cónicas, y la repisa de la chimenea central exhibía un grabado de una mosca atravesando la superficie de una sola cara de una banda de Moebius. «Cada pequeño picaporte, cada pequeña gárgola, cada pequeño trozo de vidriera que llevara una palabra grabada era supervisado personalmente por Veblen», señaló Herman Goldstine en 1985.[14]
En abril de 1930, Veblen escribió a Albert Einstein pidiéndole permiso para inscribir una observación que este había hecho en Princeton en 1921 («Raffiniert ist der Herr Gott aber Boshaft ist Er nicht», traducido entonces como «Dios es listo, pero no deshonesto») sobre la chimenea de la sala común. «Fue su respuesta cuando alguien le preguntó si pensaba que los resultados de [Dayton C] Miller serían verificados —le explicaba Veblen—. Espero que no se oponga a que utilicemos ese “hijo de su ingenio”.»[15] Einstein le contestó que «el Señor» o «Dios» podría ser malinterpretado, y sugirió que lo que realmente quería decir era que «la Naturaleza oculta sus secretos en la sublimidad de su ley, no por astucia».[16]
Con la inauguración de Fine Hall y su designación para ocupar la cátedra de matemáticas Henry Burchard Fine (también financiada por la familia Jones), la posición de Veblen, junto con la de las matemáticas, parecía asegurada en Princeton. Pero entonces tres desgracias —la Gran Depresión, el auge del nazismo en Europa y la inminencia de la Segunda Guerra Mundial— se combinaron con otro golpe de fortuna imprevisto para permitir que se cumpliera el sueño de Veblen de tener un instituto matemático autónomo.
En los tres siglos transcurridos desde que Henry Hudson explorara el estuario de Newark en 1609, el número de habitantes no nativos de dicha población había pasado de 61 colonos disidentes puritanos en 1666 a algo menos de 350.000 personas, casi duplicándose entre 1890 y 1910. Entre los recién llegados estaba Louis Bamberger, nacido en 1855, encima de la tienda de artículos de confección de su padre, en el seno de una familia de comerciantes judíos que habían emigrado a Baltimore desde Baviera en 1823. Tras empezar a trabajar en la tienda de su tío materno a la edad de catorce años, Louis ejerció de representante de compras en Nueva York, logrando reunir a duras penas el dinero necesario para adquirir las existencias de una firma de artículos de confección que había quebrado en 1892. Vendiéndolas todas en una tienda alquilada en un barrio deprimido de Newark, obtuvo los beneficios suficientes para abrir su propio negocio, tomando como socios a su hermana Carrie, al marido de esta, Louis Frank, y a un amigo íntimo de ambos, Félix Fuld.
En 1928, los grandes almacenes Bamberger’s ocupaban más de 90.000 metros cuadrados, con 3.500 empleados y más de 32 millones de dólares en ventas anuales. Como una especie de Amazon.com de su época, Bamberger’s ponía etiquetas con el precio en todas sus mercancías, garantizaba la devolución del dinero sin hacer preguntas, contaba con números telefónicos gratuitos, ofrecía seguridad en el trabajo, y sus instalaciones incluían una biblioteca pública para empleados. La sede central, un edificio de ocho plantas situado en Market Street, en Newark, incluía una emisora de radio de 500 vatios (WOR), e inauguró lo que hoy se conoce como el Desfile del día de Acción de Gracias de Macy’s.
Los cuatro socios del negocio, que no tenían hijos, vivían juntos en las afueras de Newark, en South Orange, en una propiedad de doce hectáreas. Tras la muerte de Louis Frank en 1910, Carrie se casó con Félix Fuld, que a su vez murió en enero de 1929. Los dos Bamberger supervivientes decidieron que había llegado el momento de jubilarse, y en junio de 1929 negociaron con la empresa R. H. Macy & Co. la venta de los grandes almacenes, que se cerró en septiembre, solo seis semanas antes del desplome de la bolsa. Recibieron 146.385 acciones de Macy’s, cuya cotización alcanzó un máximo de 225 dólares el 3 de noviembre, antes de desplomarse hasta un mínimo de 17 dólares en 1932. Los Bamberger, que se llevaron 11 millones de dólares de beneficios en efectivo, repartieron un millón entre 225 empleados que habían trabajado en la empresa quince años o más, y reclutaron a su jefe de contabilidad, Samuel D. Leidesdorf, y a su asesor jurídico, Herbert H. Maas, para que les ayudaran a decidir qué hacer con el resto.
«Dado que habían prosperado tanto en Newark, estaban decididos a que todo lo que hicieran beneficiara a esa ciudad o al estado de Nueva Jersey», recordaba Maas en 1955. Su intención era fundar una universidad médica, dando preferencia a los profesores y alumnos judíos, en su propiedad de South Orange. A Maas y Leidesdorf se les remitió a Abraham Flexner, a quien fueron a ver en su despacho de la Fundación Médica Rockefeller en diciembre de 1929. «Lo que nos dijo fue que en Estados Unidos ya había bastantes facultades de medicina», recordaba Maas. Flexner, que en 1925 había tildado la universidad estadounidense de «unos grandes almacenes de la educación» en un artículo publicado en Atlantic Monthly, aprovechó su oportunidad. «Hacia el final de nuestra primera conversación —relató Maas—, nos preguntó: “¿Alguna vez han tenido un sueño?”.»[17]
Flexner recuerda que un día estaba «trabajando tranquilamente cuando sonó el teléfono y me preguntaron si podía ver a dos caballeros que deseaban hablar conmigo de los posibles usos que podía dársele a una considerable suma de dinero».[18] El llevaba muchos años predicando sobre las deficiencias de la enseñanza superior, y cuando Maass y Leidesdorf fueron a verle tenía las pruebas de su próximo libro, Universities: American, English, Germán, encima de su escritorio. Sus invitados se llevaron una copia al marcharse.
El libro, que ampliaba las conferencias que había impartido Flexner en el centro Rhodes House de la Universidad de Oxford en 1928, proporcionaba un panorama deprimente de la enseñanza superior en Estados Unidos, concluyendo con un llamamiento a «la creación inmediata de una escuela o instituto de enseñanza superior» donde «se deje a personas maduras, animadas por objetivos intelectuales, perseguir sus propios fines a su propia manera… sean graduados universitarios o no». Flexner argumentaba que aquella «sociedad libre de eruditos» debía ser gobernada por estudiosos y científicos, y no por administradores, y hasta «habría que prohibir el término organización)».[19]
Maas se quedó «fascinado» y Leidesdorf, «impresionado». Se organizaron una serie de almuerzos de trabajo con los Bamberger, y antes de que Louis y Carrie partieran hacia su acostumbrado retiro invernal en el hotel Biltmore de Phoenix, Arizona, Flexner les redactó un codicilo con sus últimas voluntades y testamentos. «Tras haber realizado una extensa revisión de la materia, guiada por un experto asesoramiento —escribió en su nombre—, en este momento opinamos que el mejor servicio que podemos dar a la humanidad es crear y financiar una escuela de posgrado que estará… libre de todos los impedimentos que hoy rodean a las escuelas de posgrado debido a las actividades de docencia de pregrado a ellas vinculadas.»[20]
Los Bamberger todavía estaban planteándose cautelosamente su decisión, pero no había indecisión alguna por parte de Flexner. Este reanudó el contacto con Oswald Veblen, que se hallaba inmerso en la construcción de Fine Hall. Sintiendo que algo se movía, Veblen informó a Flexner sobre los progresos que se estaban haciendo en Princeton, y añadió: «Creo que mi instituto matemático, que aún no ha tenido una acogida favorable, puede resultar uno de los próximos pasos». Flexner mordió el anzuelo. «¿Qué harían los eruditos y científicos estadounidenses si algún colega o alguna fundación creara una institución de estudios “segura”? —preguntaba—. ¿Es necesario colgar la piedra de molino de la universidad al cuello de la escuela de posgrado?»[21]
El 20 de mayo de 1930, con Flexner en el cargo de primer director con un sueldo de 20.000 dólares al año (equivalentes a más de 250.000 actuales), se firmó un acta de constitución para «la creación, en o en los alrededores de Newark, Nueva Jersey, de un instituto de estudios avanzados y de promoción del conocimiento en todos los ámbitos». Los Bamberger se comprometieron a aportar cinco millones de dólares para empezar. «Que nosotros sepamos —anunciaban en su primera carta con instrucciones a los administradores—, no hay en Estados Unidos ninguna institución en la que los científicos y eruditos se dediquen al mismo tiempo a la investigación seria y a la formación de estudiantes de posgrado competentes de manera completamente independiente y alejada tanto de los encantos como de las diversiones inseparables de una institución cuyo principal interés es la docencia de pregrado.»[22]
Durante los dos primeros años, el instituto, concebido por Abraham Flexner como «un paraíso para los eruditos, que, como los poetas y los músicos, se han ganado el derecho a hacer lo que les plazca»,[23] existió solo sobre el papel. Una cosa era criticar la enseñanza superior, como había estado haciendo Flexner durante veintidós años, y otra sustituirla por algo distinto. Crear un paraíso, incluso disponiendo de cinco millones de dólares en plena Gran Depresión, era algo más fácil de decir que de hacer.
Flexner pasó seis meses consultando con destacados intelectuales y administradores docentes de toda Europa y Estados Unidos. El concepto de «paraíso» variaba de una persona a otra: los clasicistas aconsejaban a Flexner empezar por los clásicos, los físicos por la física, los historiadores por la historia y los matemáticos por las matemáticas. El biólogo británico Julian Huxley aconsejaba la biología matemática, argumentando que «en biología existe una lamentable falta de apreciación general de un abundante trabajo sistemático y descriptivo». Los Bamberger querían empezar por la economía y la política, lo cual ellos esperaban que contribuiría «no solo a un conocimiento de estas materias, sino, en última instancia, a la causa de la justicia social, que llevamos en lo más profundo del corazón».[24]
Algunos pensaban que el instituto debía hallarse estrechamente vinculado a una universidad; otros, que debía estar completamente desligado de ellas. «Es la multiplicidad de sus objetivos lo que hace de una universidad estadounidense un lugar tan triste para un erudito —aconsejaba Veblen—. Si puedes resistir todas las tentaciones de realizar las otras cosas buenas que podrían intentarse, tu aventura será un éxito.»[25]
¿Acaso era posible siquiera un paraíso para eruditos? El historiador Charles Beard predijo «la muerte —muerte intelectual—, [que fue] el final de más de un monasterio bien surtido en la Edad Media». El futuro juez del Tribunal Supremo Félix Frankfurter, que garabateó «NOTICIAS DEL PARAÍSO. No va conmigo» en una carta de Flexner, señaló que, «para empezar, la historia natural del paraíso no resulta demasiado alentadora como precedente. Aparentemente era un lugar excelente para una persona, pero resultó fatal hasta con dos».[26]
Flexner, que había repartido unos 600 millones de dólares en el curso de su asociación con la Fundación Rockefeller, creía que la mayor parte de la financiación docente llevaba aparejados demasiados compromisos. Esta era su oportunidad de probar algo distinto. «Yo debía pensar en un círculo, llamado Instituto de Estudios Avanzados —reflexionaba en 1931—. Dentro de él debía crear, una a una, en la medida en que hubiera hombres y fondos disponibles, y solo entonces, una serie de escuelas o grupos: una escuela de matemáticas, una escuela de economía, una escuela de historia, una escuela de filosofía, etc. Las “escuelas” pueden cambiar de vez en cuando; en cualquier caso, las designaciones son tan amplias que fácilmente pueden cubrir un grupo de actividades hoy, y otro grupo completamente distinto con el paso del tiempo.»[27]
«El instituto es, desde el punto de vista de la organización, la cosa más sencilla y menos formal imaginable —explicaba—. Cada escuela está compuesta de un grupo permanente de profesores y un grupo de miembros que cambian todos los años. Cada escuela gestiona sus propios asuntos como le place; dentro de cada grupo, cada individuo dispone de su tiempo y energía como le place… Los resultados de dejar que el individuo y la sociedad cuiden de sí mismos.»[28] Flexner creía que el objetivo de la investigación debía ser el conocimiento, y no el beneficio. «Históricamente, los descubrimientos científicos que en última instancia han reportado beneficios a la sociedad económica o socialmente han sido realizados por hombres, como Faraday y Clerk Maxwell, que nunca pensaron para nada en el posible beneficio financiero de su trabajo», escribió a los directores de Science en 1933, protestando contra las universidades que empezaban a solicitar patentes de sus investigaciones. Eso no significaba que no cupiera esperar beneficios de la investigación pura. En un ensayo publicado en Harper’s Magazine y titulado «The Usefulness of Useless Knowledge» («La utilidad del conocimiento inútil»), Flexner describía el pensamiento subyacente al Instituto de Estudios Avanzados y argumentaba que «la búsqueda de esas satisfacciones inútiles resulta ser inesperadamente la fuente de la que se obtiene una utilidad jamás soñada».[29]
Después de considerar la posibilidad de una escuela de economía, tanto para complacer a los Bamberger como porque «la plaga está sobre nosotros, y no se pueden estudiar bien las plagas cuando ya han seguido su curso»,[46] Flexner decidió finalmente empezar por las matemáticas. «Las matemáticas se hallan particularmente bien adaptadas a nuestro comienzo —les explicó a los administradores—. Los matemáticos tratan con conceptos intelectuales que ellos investigan por sí mismos, pero estimulan a los científicos, filósofos, economistas, poetas, músicos… aunque sin ser en absoluto conscientes de la menor necesidad o responsabilidad de hacerlo.» Había asimismo ventajas prácticas en este ámbito de estudio: «Requiere poco: unos cuantos hombres, unos cuantos alumnos, unas cuantas salas, libros, pizarras, tiza, papel y lápices».[30]
Pero había, además, otros dos motivos para empezar por las matemáticas. Flexner necesitaba causar una buena primera impresión, y la evaluación del talento en matemáticas resultaba menos subjetiva que en otros ámbitos. Delegó en Veblen la tarea de seleccionar a los candidatos, explicándoles a los administradores que «los matemáticos, como las vacas en la oscuridad, me parecen todos iguales». El segundo era que Flexner sabía que, para satisfacer a los Bamberger y asegurar el saldo de su patrimonio, tenía que proporcionarles resultados inmediatos. Existía ya una utopía matemática disponible: Fine Hall. ¿Podía Flexner vendérsela a los Bamberger? «Todo el que quiere un profesor de matemáticas viene de compras a Princeton —les escribió cuando estaban en Arizona—, del mismo modo que la gente que sabe lo que quiere acude a L. Bamberger & Company, en Newark.»[31]
Los Bamberger seguían siendo, tal como expresaban en su carta original, «conscientes de nuestras obligaciones para con la comunidad de Newark», y seguían teniendo la intención de que el instituto se emplazara «en los alrededores de dicha ciudad». South Orange estaba «en los alrededores de Newark», pero ¿podía decirse lo mismo de Princeton? «El señor Bamberger y la señora Fuld pensaban tan claramente en Newark y su entorno inmediato que yo dudaba en adoptar cualquier otro punto de vista a menos que primero modificaran su carta», afirmó Maass. «Se incluye un mapa de carreteras actual del estado de Nueva Jersey —escribió Edgar Bamberger, un sobrino de Louis que se había unido a la junta directiva—. Observarán que se han dibujado círculos en radios de 10 millas [unos 16 kilómetros], tomando South Orange Village como centro. Verán que Princeton está aproximadamente a 35-40 millas [56-64 kilómetros] por carretera de South Orange. Mis más cordiales saludos.» Flexner, renuente a enfrentarse a los Bamberger directamente, empezó a sustituir «en los alrededores de Newark» por «en el estado de Nueva Jersey» en los documentos que hizo circular con vistas a la creación del nuevo instituto. Los Bamberger, persuadidos por su insistencia en que «podría resultar difícil conseguir profesores capacitados dispuestos a venir a Newark», acabaron por dar su consentimiento.[32]
El 5 de junio de 1932, Oswald Veblen fue nombrado titular de la primera cátedra (con efecto a partir del 1 de octubre de 1932), seguido de Albert Einstein (con efecto a partir del 1 de octubre de 1933). Luego se les unirían John von Neumann, Hermann Weyl y James Alexander en 1933, y Marston Morse en 1934. «Debía tener en cuenta la importancia de formar un grupo cuyos miembros no envejecieran todos al mismo tiempo —le explicó Flexner a Veblen a finales de 1932—. Usted y Einstein están al principio de la cincuentena, Weyl hacia la mitad de la cuarentena y Alexander al principio de la cuarentena, de modo que nos hemos protegido de un destino como el que le aconteció al carruaje del diácono,[*] que, como recordará, se cayó de repente a pedazos después de no haber mostrado el menor signo de deterioro durante cien años.»[33] Cuando fue contratado en enero de 1933, Von Neumann, por su parte, acababa de cumplir los veintinueve años. La Universidad de Princeton aceptó proporcionar una sede temporal al nuevo instituto en el edificio Fine Hall.
En abril de 1933 los nazis iniciaron su purga de las universidades alemanas, de modo que el éxodo de matemáticos europeos que siguieron el ejemplo de Einstein y se dirigieron a Estados Unidos se inició justo cuando el Instituto de Estudios Avanzados abría sus puertas. «Los acontecimientos en Alemania van de mal en peor; hoy los periódicos hablaban de la expulsión de 36 profesores de universidad, la mitad del cuerpo docente de matemáticas y física de Gotinga —le informaba Von Neumann a Flexner el 26 de abril—. ¿Adónde llevará esto sino a la ruina de la ciencia en Alemania?»[34]
Flexner, los Bamberger y Veblen habían concebido un refugio frente al entumecimiento mental derivado de la burocracia departamental de las universidades estadounidenses, no frente al desastre humanitario del que su santuario ofrecía ahora una vía de escape. «El Instituto era un faro en la creciente oscuridad —escribiría el director Harry Woolf en 1980, reflexionando sobre los cincuenta primeros años de la institución—, una puerta de entrada a una nueva vida, y para unos pocos un último lugar donde seguir trabajando y transmitir a otros el estilo y las técnicas de la gran enseñanza de la otra orilla.»[35] Veblen asumió la presidencia del Comité de Emergencia para Eruditos Alemanes Desplazados de la Fundación Rockefeller, utilizando el dinero de Rockefeller y la promesa de puestos temporales en el Instituto para contrarrestar las desgracias paralelas del antisemitismo en Europa y la depresión en Estados Unidos.
El problema era cómo encajar a los eruditos desplazados en un mercado laboral cada vez más reducido sin provocar ese mismo antisemitismo del que dichos eruditos intentaban escapar. Estados Unidos ofrecía visados de residencia permanente a profesores y catedráticos, pero, sin suficientes vacantes para los candidatos estadounidenses, encontrar puestos para los refugiados, especialmente en Princeton, era una tarea ardua. La invitación a unirse al Instituto de Estudios Avanzados permitía a la Universidad de Princeton, históricamente reacia a los estudiantes y profesores judíos, aprovechar las ventajas de tener a científicos refugiados sin incurrir en ninguno de los costes asociados. La llegada de Einstein ayudó a abrir la puerta. Pese a su papel en la guerra de Independencia estadounidense, Princeton se había convertido en uno de los enclaves más conservadores del país, «una pequeña aldea pintoresca y ceremoniosa de endebles semidioses sobre zancos», como Einstein se lo describiría a la reina de Bélgica en 1933.[36]
Veblen no solo presionaba para tener más puestos académicos, sino también más tierra: la suficiente para crear un refugio para la fauna además de un refugio para las ideas. «No hay ninguna institución docente en Estados Unidos que al principio no cometiera el error de adquirir demasiado poca tierra, en lugar de demasiada», le escribió a Flexner, instándole a la adquisición «de un terreno suficientemente grande, que así se mantendría libre de intrusos desagradables». Flexner, que prefería invertir en becas antes que en bienes inmuebles, se fue dejando persuadir poco a poco. «En este momento tengo en mente ir a Princeton tranquilamente durante una semana o así con el propósito de familiarizarme con la situación general, ya que ello puede ayudarnos en nuestra decisión final —informaba en octubre de 1932—. Me gustaría alejarme de las actividades de pregrado y acercarme a las de posgrado.»[37]
Una vez que se propagó el rumor de que el Instituto buscaba sede, ya no hubo vuelta atrás. «El hecho de que nosotros proponemos emplazarlo en los alrededores de Princeton es ya un asunto del dominio público, hasta el punto de que, según creo, estamos siendo víctimas de un claro incremento de los precios, y haríamos bien en intentar tomar una decisión cuanto antes», le aconsejó Maass a Flexner en noviembre de 1932. «Si vamos a tener inflación, ¿no sería mejor acelerar la cuestión del terreno? —argumentó Veblen—. Al menos dos de los lugares propuestos me parecen bien.» Pese a las quejas de los Bamberger con respecto a «la política de adquirir tanta tierra para una institución que proclamaba no su tamaño, sino su nivel superior», Veblen insistió, y en 1936 se habían comprado unas 104 hectáreas por un total de 290.000 dólares, incluidas las 80 hectáreas de Olden Farm.[38] La propiedad incluía Olden Manor (la antigua vivienda de William Olden, ahora residencia del director), un grupo de casas de labriegos situadas al final de Olden Lane y un amplio granero.
«Creo que por ahora sería prudente llevar el asunto con discreción —le escribió Flexner a Bamberger en octubre de 1935—. Aunque no deseo criticar ni al señor Maas ni al profesor Veblen, creo que existe cierto peligro de que ambos se muestren demasiado entusiastas con respecto a la adquisición de terreno adicional.» Los Bamberger respondieron, como Maas informaría a Flexner en diciembre, haciendo de «Santa Claus y pagando el terreno».[39] Durante los años siguientes, Veblen llevó a cabo una serie de duras negociaciones con terratenientes atrapados por la depresión de cara a ampliar las propiedades del Instituto a un total de 247 hectáreas, incluido el terreno colindante con Stony Brook que hoy constituye el bosque de la institución. «He recorrido la nueva propiedad del Instituto varias veces dado que se ha formado una capa dura sobre la nieve —informaba a comienzos de 1936—. Esto le permite a uno explorar los bosques cercanos al arroyo mucho mejor de lo que podrá hacerse cuando el suelo se reblandezca de nuevo.»[40] Veblen, siempre aficionado a los bosques, se las arregló para que en abril de 1938 hubiera cuarenta mil plantones de hoja perenne del vivero estatal, situado en el parque de Washington Crossing, plantados en la propiedad del Instituto.
En 1937, después de que fracasaran las negociaciones que habrían permitido que la Universidad de Princeton trasladara la sede social del club de golf de Springdale a la propiedad del Instituto y que este último ocupara dicho emplazamiento, en College Road, se decidió iniciar la construcción de la sede central del Instituto en medio de Olden Farm, en un terreno llano situado más o menos a mitad de camino entre Olden Manor y Stony Brook. Los Bamberger, durante largo tiempo reacios a gastar dinero en edificios, cambiaron de opinión. Puede que contribuyera a ello el hecho de haber sido desairados por la vieja guardia de la universidad.
Fuld Hall fue una versión ampliada de Fine Hall, trasplantado lejos de la universidad y con espacio para crecer. Los matemáticos jugaban al ajedrez en la sala común, mientras que los administradores jugaban a las cartas en las salas de juntas del piso de arriba. «Todos eran amigos, viejos amigos del señor Bamberger —recordaba Herman Goldstine—. Maass era su abogado y Leidesdorf era su compañero de pináculo y su contable, y por eso estaban en la junta. Esa gente como Lewis Strauss eran todos una especie de magnates comerciales judíos, por así decirlo.»[41]
El año académico del Instituto, dividido en dos períodos, se extendía desde octubre hasta abril, con una generosa pausa invernal en medio y ningún deber ni responsabilidad que no fuera estar como residente en el Instituto durante el curso, que equivalía aproximadamente a la mitad del año. «La otra mitad del año el personal estará técnicamente de vacaciones —se informó en 1933—, pero el doctor Flexner ha comprobado que quienes están ocupados en la investigación a menudo hacen mejor su trabajo mientras están “de vacaciones”.» Flexner creía en una remuneración generosa para el profesorado permanente, y señaló que, aunque la riqueza pudiera invitar a las distracciones del trabajo académico, «de ello no se sigue que, porque la riqueza pueda dañarle, la relativa pobreza le ayude». Esta generosidad, sin embargo, no se hacía extensiva a los profesores visitantes, «porque con estipendios elevados los miembros serán renuentes a marcharse». Pese a la Depresión y a la guerra, los salarios del cuerpo docente seguirían subiendo. «Su conciencia ha llevado al profesor Earle, que está sumamente agradecido por su aumento de sueldo, a plantear la delicada cuestión de si los aumentos de sueldo que recientemente hemos hecho y estamos haciendo son legales», anotó Frank Aydelotte, el sucesor de Flexner, en 1945.[42]
Los profesores de la Universidad de Princeton hablaban del «Instituto de Salarios Avanzados», mientras que los estudiantes de posgrado de la universidad se referían a él como el «Instituto de Almuerzos Avanzados». En cualquier caso, el Instituto era la materialización no reconocida del llamamiento original de Thorstein Veblen (en 1918) en favor de «un establecimiento central libremente financiado donde profesores y estudiantes de todas las nacionalidades, tanto estadounidenses como del resto de los países, puedan realizar el trabajo que hayan escogido como invitados de la comunidad académica estadounidense en su conjunto».[43] Pese a las pretensiones «paradisíacas» de Flexner, los matemáticos de Veblen nunca recuperarían del todo la camaradería informal que había imperado en los barracones de cálculo de Aberdeen o los primeros días de Fine Hall.
El propio cargo de Flexner resultó efímero. Empezó decidido a evitar las «aburridas y cada vez más frecuentes reuniones de comités, grupos o el propio cuerpo docente. Una vez iniciada, esta tendencia hacia la organización y la consulta formal no podía detenerse».[44] Sin embargo, después de varias decisiones inoportunas por su parte, incluidos dos nombramientos permanentes a la infausta Escuela de Economía y Política, el profesorado celebró una serie de reuniones que bordearon la rebelión. Flexner dimitió el 9 de octubre de 1939 y fue sustituido (ignorando cualesquiera ambiciones por parte de Veblen) por su suplente, Frank Aydelotte, un colega de Louisville que se había convertido en rector de la Universidad de Swarthmore (y en un influyente simpatizante cuáquero) y que, al no pertenecer a ningún bando, era capaz de mantener a raya tanto a los científicos como a los humanistas.
Pese a su apoyo vitalicio a la erudición, Flexner nunca tuvo pretensiones de pertenecer a dicho club. «Por desgracia, yo nunca he sido un erudito, ya que dos años en Johns Hopkins, entre 1884 y 1886, no dan para serlo; aunque sí dan, y de hecho dieron, para sentir una reverencia hacia ella que ahora dejo a buen recaudo con usted», le escribió a Aydelotte al traspasarle el cargo de director en 1939. Flexner se sentía profundamente herido por la rebelión del cuerpo docente, que le había echado a empujones. Von Neumann permaneció neutral, y nunca olvidó que había sido el salvavidas de Flexner el que le había permitido permanecer en Estados Unidos. El sentimiento era mutuo. «La actitud de Flexner hacia Johnny era realmente divertida de observar —contó Klári—. Era una mezcla de la de un tío con su sobrino favorito y la de un domador de circo exhibiendo los magníficos trucos que le ha enseñado a su león.»[45]
Aydelotte, que había sido administrador del Instituto desde el principio, ejerció la dirección con gran diplomacia durante la Segunda Guerra Mundial, concediendo permiso a quienes, como Von Neumann, Veblen y Morse, participaron en el esfuerzo bélico, al tiempo que mantenía un refugio para quienes no lo hicieron. «En estos días sombríos en que se apagan las luces en toda Europa y en que la única iluminación que tenemos en tal apagón probablemente sea, en sentido tanto figurado como literal, la procedente de las ciudades en llamas a causa de las bombas incendiarias, algunos hombres podrían cuestionar la justificación del gasto de fondos en estudios humanistas, en epigrafía y arqueología, en paleografía e historia del arte», escribió Aydelotte en su informe de la dirección de mayo de 1941. No podía anunciar que el Instituto trabajaba ya entre bastidores para apoyar el desarrollo de bombas atómicas, pero sí anunció el firme apoyo de su organismo al «estudio crítico de esa tradición organizada que llamamos “civilización” y cuya preservación es el propósito de esta guerra. No podemos —y a largo plazo no vamos a hacerlo— luchar por lo que no entendemos».[46]
A Aydelotte le sucedió J. Robert Oppenheimer en 1947, que ejerció el cargo hasta 1966. Mientras que Flexner y Aydelotte habían sido ambos profesores cualificados y administradores docentes, pero no científicos, Oppenheimer era tanto un científico de primer orden como un experto administrador, además de un buen conocedor de la historia y el arte. El poeta T. S. Eliot, que había sido invitado por Aydelotte y que mencionaría The Cocktail Party (1950) como su única «publicación relacionada con la residencia en el IAS», llegó al «hotel intelectual» de Oppenheimer como el primero de los denominados «visitantes del director» para pasar allí el trimestre de otoño de 1948.[47]
La Escuela de Matemáticas se inauguró en 1933, seguida de la de Estudios Humanistas en 1934 y la de Economía y Política en 1935. La Escuela de Estudios Históricos (que fusionaba a humanistas y economistas) se formó en 1949, mientras que la de Ciencias Naturales surgió como una rama de la de Matemáticas en 1966. La Escuela de Ciencias Sociales fue creada en 1973. Más o menos una vez cada década, se había intentado hacer entrar de matute a un biólogo en el Instituto, empezando con J. B. S. Haldane en 1936. «Haldane estaba interesado en las aplicaciones de las matemáticas a los fenómenos biológicos —le explicó Veblen a Flexner, argumentando que traer a un biólogo no requeriría poner en marcha una nueva escuela—. El ámbito exacto en el que proponía realizar las aplicaciones era la genética.»[76] Pero Haldane rehusó la invitación, alegando que se «iba a España a ayudar en la defensa de Madrid contra un ataque con gas con el que amenazaban los invasores alemanes e italianos».[48] Sesenta años después, en 1999, se creó un grupo temporal de biología teórica, y más tarde, en 2005, un Centro de Biología de Sistemas con carácter permanente.
Dos institutos distintos han logrado coexistir. «Uno, que fue más adoptado por la escuela histórica —según Deane Montgomery—, consiste en un grupo de grandes eruditos que de vez en cuando se comunican con la opinión pública y que tienen grandes ideas. Estos tienden a concebirlo más bien como una beca vitalicia para sí mismos.» Veblen, agregó Montgomery, «decía que él, Einstein y Weyl no lo veían así».[49] El otro instituto era el formado por el grupo de visitantes que cambiaban todos los años, en su mayoría jóvenes al principio de sus carreras, entremezclados con algún que otro erudito ya consolidado que se tomaba un año sabático. Benoít Mandelbrot, que llegó por invitación de Von Neumann en el otoño de 1953 para iniciar un estudio sobre las distribuciones de frecuencias de palabras (muestreando la incidencia de probablemente, sexo y África) que desembocaría en el campo denominado de los «fractales», señala que el Instituto «tenía un objetivo claro y una estructura más bien extraña en la que agrupar a la gente: cuerpos celestes en régimen de residencia, y luego nadie, nadie, nadie, y luego, sobre todo, gente joven. Ahora tiene una distribución mucho más equilibrada en cuanto a la edad y la fama». Mandelbrot se llevaba a las mil maravillas con Von Neumann, y admiraba el modo en que este «había reunido a una serie de personas que no formaban parte de los casilleros de Princeton», aunque a la vez observaba que entre los eruditos visitantes «todos los demás tenían la terrible sensación de que, si ese podía ser el mejor año de su vida, ¿por qué no resultaba más agradable?».[50] La liberación de las responsabilidades cotidianas se producía al precio de una expectativa generalizada y a veces asfixiante de tener que hacer algo extraordinario durante el año sabático.
Aunque fuera Veblen quien «concibió todo el proyecto», en opinión del físico P. A. M. Dirac, permanecía en segundo plano, tal como había hecho en el Campo de Pruebas. En 1959, Oppenheimer escribió a Veblen pidiéndole permiso para cambiar el nombre de una de las calles privadas del Instituto, un pequeño callejón sin salida desde el que se dominaba el parque del antiguo campo de batalla, que pasaría de llamarse Pórtico a Veblen Lane. Las notas de Oppenheimer dan fe de la respuesta de Veblen: «Ha dicho que no. Que prefiere que esperemos hasta que se muera».[51] Hoy la calle se llama Veblen Circle.
En la época en que se fundó el IAS, las matemáticas estaban divididas en dos reinos: el de las matemáticas puras y el de las aplicadas. El Instituto pretendía centrarse en las puras y excluir las aplicadas, pero ya a partir de Einstein y Von Neumann esas barreras comenzaron a derrumbarse. «La Escuela de Matemáticas tiene un establecimiento permanente que está dividido en tres grupos, uno integrado por las matemáticas puras, otro integrado por físicos teóricos y un tercero integrado por el profesor Von Neumann», explicó Freeman Dyson a un comité de evaluación en 1954.[52]
Empezaba a tomar forma un tercer reino de las matemáticas. El primero era el reino de las abstracciones matemáticas por sí solas y el segundo, el dominio de los números aplicados, bajo la guía de los matemáticos, al mundo real. En el tercer reino, el universo digital, los números adquirirían vida propia.