CAPÍTULO 23

El brillo de la Luna creaba una figura oscura en el umbral de la puerta. Dos puntos verdes centelleantes contemplaban el interior del salón. La silueta tenía la altura de un hombre adulto, pero, a criterio de Duncan, lo que había frente a ellos, no le parecía un hombre. Holly se puso en pie mientras su padre se volvía y miraba hacia el desconocido. Beth se apartó del sofá y se acurrucó en una esquina de la estancia. Duncan ni siquiera sabía cómo reaccionar. La sombra se arrodilló frente a la niña que se acercaba a ella. Holly la abrazó. Aquel ser le habló en susurros y ella asintió. Entonces la niña se apartó de él y este avanzó en completo silencio. Tan sólo los sollozos de Beth irrumpían en el salón. La figura dirigió su mirada inhumana hacia Duncan, y el chico pudo contemplar bajo una capucha de tela granate, las angulosas facciones de un hombre joven y hermoso. Este pasó de largo hacia Adam, quien, en aquellos momentos apuntaba con la escopeta al desconocido.

― ¡No te acerques! ― Le gritó―. ¡No sé quién coño eres pero te dispararé!              

La figura no se detuvo, de hecho, ni siquiera aminoró sus pasos. Fue directa hacia Adam, este tensó los brazos y hombros y se dispuso a apretar el gatillo. Sin embargo, milésimas antes de que sonara la detonación, un haz de luz ascendente emergió de debajo de la capa granate de la figura, y a continuación, el cañón del arma cayó al suelo limpiamente seccionado. Adam retrocedió sorprendido hasta caer sentado en el sofá. Beth se había puesto en pie pasmada, y Duncan miró a Holly. La niña contemplaba a Adam con una mirada serena y decidida.

Entonces su padre lo comprendió todo, al igual que sus hijos.

― Tú eres quien entró en mi casa y me golpeó― su temor se convirtió en rabia―. ¿Qué quieres de ella?― señaló a Holly.

El extraño miró a la niña. Y una voz melodiosa, que nada tenía que ver con su aspecto frío y tenaz, brotó de su garganta con palabras cortantes envueltas en seda.

― Ha decidido venirse conmigo― dijo.

Duncan miró a Holly. Su hermana pequeña sonreía.

Poco a poco, el semblante de Adam cambió. Una risa histérica lo poseyó mirando a la niña mientras le decía:

― Eres el resultado de una estupidez que hoy se ha llevado a tu madre de este mundo. Ya naciste sin ser querida, y yo me encargaré de que nadie, jamás, sienta algo por ti.

De pronto, Adam extrajo un cuchillo de cocina de su cinturón y atacó al extraño. Fue un movimiento rápido, a pesar de encontrarse sentado en el sillón. Un embate que Duncan casi no pudo distinguir hasta que Adam estiró el brazo con el arma por delante frente a su oponente. Sin esfuerzo aparente, el encapuchado realizó un movimiento con su cuerpo con una destreza impresionante y al momento tenía a Adam inmovilizado y el propio cuchillo en suelo.

El desconocido miró a Holly de nuevo. No pareció preguntarle nada. Simplemente la contempló durante pocos segundos. La niña miraba a su padre con odio. Duncan no sabía qué sucedía hasta que Beth habló a su hermana pequeña.

― Hazlo, Holly― dijo esta con un hilo de voz.

La niña asintió a la figura oscura. Esta se volvió hacia Adam inmovilizado. Tensó el cuerpo de este, extrajo una daga que relucía con brillos plateados y con una frialdad aterradora clavó el filo en el corazón de Adam.

Todos contemplaron el resultado con la boca abierta y en silencio. El cuerpo de su padre dejó de resistirse y poco a poco fue deslizándose hasta caer al suelo. Tras unos segundos, el extraño se volvió hacia Holly y esta corrió hasta él, ambos se fundieron en un abrazo. Beth se acercó a Duncan y se sentó a su lado. Ambos hermanos contemplaban el cuerpo sin vida de su padre y el charco de sangre que comenzaba a formarse bajo él.

Ninguno de los dos hablaba. Simplemente se mantenían inmóviles sin poder apartar los ojos de la escena.

―Lo ha matado―dijo Duncan al fin.

Beth asintió. Luego miró hacia la silueta que los observaba desde debajo de la capucha.

― ¿Quién eres?―le preguntó Beth―. Pensábamos que nuestra hermana pequeña sufría alucinaciones.

―No podía mostrarme a los ojos de los demás. Estoy aquí por ella―señaló el desconocido a Holly. La niña lo miró y sonrió.

― ¿Dónde vives?―quiso saber Duncan―. ¿Eres un soldado o algo parecido?

El extraño asintió.

―Algo parecido. Soy un guerrero, pero no soy de este lugar.

― ¿Y de dónde?―insistió Duncan.

No hubo respuesta.

―Vive más allá del bosque, a su mundo se accede desde una grieta entre dos rocas―explicó la pequeña Holly.

Beth y su hermano la miraron desconcertados. Por un lado, Duncan pensó que su hermana pequeña volvía a sufrir nuevas alucinaciones. Pero por otro, el hecho de tener frente a ellos al misterioso hombre, otorgaba a la niña cierta credibilidad.

― ¿Cómo explicamos esto a la policía?―preguntó Beth asustada y preocupada―. Van a investigar, y creerán que lo hemos matado nosotros―le dijo a Duncan. Este miró al desconocido esperando una respuesta que no se hizo esperar.

―Me llevaré el cuerpo. Jamás lo encontrarán. Vosotros sólo tendréis que limpiar los restos de sangre. No será necesario avisar a nadie―dijo el ser encapuchado.

― ¿Cómo te llamas?―Duncan seguía preguntando mecánicamente, seguía presa de los nervios y el miedo.

―Mi nombre es Derehur, soy un oficial del ejército de las Cuatro Lunas, el país al que pertenezco.

―Cuatro Lunas…―susurró Beth―. Es un nombre bonito.

― ¿Y por qué mi hermana?― señaló Duncan a Holly.

Derehur se volvió distraído, y miró por la ventana hacia la oscura calle. La niña lo seguía, incapaz de apartarse de él.

―Hace ciento cuatro años perdí a una hija.

A pesar del tiempo que Derehur acababa de pronunciar, el pesar parecía tan reciente como si acabase de ocurrir.

Descubrí el portal a vuestro mundo un año más tarde, mientras huía de mi familia, avergonzado por no haber sido capaz de protegerla. Me oculte en el bosque― señaló al patio trasero―, atraído por vuestra raza, una manera de pasar el tiempo distraído. Contemplaba vuestras costumbres, vuestros cambios de humor. Sois unos seres de lo más entretenidos, plagados de defectos y de gratas sorpresas. Hasta que nació Holly―se volvió a mirarla―. Es una niña buena que ha sufrido demasiado. Pensé que podía ofrecerle un futuro distinto, mejor.

― ¿Y qué hay de nosotros?―preguntó Duncan.

―Sólo ella vendrá conmigo―sentenció Derehur.

―No puedo creer lo que está pasando―Beth se puso en pie―. Un hombre que no viene de este mundo mata a papá con una facilidad pasmosa. Luego dice que va a llevarse a Holly a su país de cuatro lunas por un portal dimensional, ¿no es así?―miró a Derehur.

Este no hizo ningún gesto.

―Venga, apártate la capucha para que podamos ver quién eres en realidad― Beth se cruzó de brazos, como quien ha descubierto una farsa.

Con movimientos lentos, Derehur se apartó la tela que cubría su cabeza.

Los ojos de Beth se agrandaron y su respiración se agitó.

Duncan no pudo evitar pronunciar un “guau”, y Holly reía feliz.

Frente a ellos, un rostro bello y exótico como jamás habían visto los contemplaba con templanza. Tenía unos ojos verdes brillantes, con unas pupilas ligeramente azuladas. Eran rasgados y más grandes que los de cualquier otra persona. Tenía una nariz afilada y recta, perfecta. Y unos labios ligeramente carnosos sobre un mentón bien definido. Un pelo plateado que desprendía tenues brillos rojizos le caía por los hombros y unas orejas puntiagudas perforaban la plateada melena como riscos saliendo del mar. Tenía una piel clara y un aspecto joven, quizá demasiado.

― ¿Qué edad tienes?―le preguntó Beth asombrada.

Derehur enfocó sus ojos hacia ella y esta sintió un cosquilleo en el estómago.

―Nuestra vejez no se cuenta como la vuestra. Aunque una vez calculé la proporción entre nuestro periodo de vida y el vuestro.

Es posible que en edad humana supere los ochocientos setenta años.

Hubo silencio.

―Pero si pareces un chico de mi edad.

― ¿No hay humanos en Cuatro Lunas?―preguntó Duncan.

―No, por ahora―Derehur miró a Holly.

― ¿Y qué se supone que eres?―quiso saber Duncan.

―En vuestra cultura se nos conoce como duendes o elfos. Al parecer, no fui el primero en visitar vuestro mundo, porque he comprobado que existen leyendas sobre nosotros.

Antes de que nacierais, conocí a un hombre. Vivía al lado de vuestra casa.

―El marido de la señora Gunther―aclaró Beth.

―… quiso entablar amistad conmigo. Pero en aquellos tiempos preferí estar solo. Él insistió, pero me negué, hasta que creyó que me había ido y dejó de venir. Tiempo después murió.

Derehur miró a Holly.

― Debemos irnos, querida niña.

Esta asintió y se acercó a Duncan. Le dio un fuerte abrazo. El chico la rodeó con los brazos con expresión atontada. Al parecer, seguía sin ser consciente de que su hermana se iba con un ser mitológico, ni más ni menos.

― ¿Volveremos a verla?― preguntó Beth con lágrimas en los ojos.

― Nadie conoce el futuro, por muchos años que viva― respondió escuetamente Derehur. Entonces, el duende extrajo de debajo de la valiosa tela que cubría su cuerpo una pequeña bolsita de piel. Se la entregó a Beth.

Ella desató el cordón que la cerraba y sacó de su interior varias perlas blancas y brillantes del tamaño de guisantes.

Esta miró a Duncan.

― Parece el mismo material que los pendientes que le regalaron a Holly.

― Fue un obsequio mío― aclaró el elfo―. Era el aniversario del fallecimiento de mi hija, le regalé a Holly los pendientes que en su día llevó Shiriya.

― ¿Es el nombre de tu hija?― preguntó Beth.

El elfo asintió.

― Es el metal más valioso de Cuatro Lunas― Derehur señaló la bolsita de piel―. Cuando lo necesitéis podréis venderlo para conseguir comida o abrigo.

Los dos chicos asintieron.

Con mantas, ayudaron a elfo a envolver el cuerpo de Adam. Ninguno de los niños le dedicó unas palabras, o un gesto de cariño. Absolutamente nada. Derehur cargó con el cadáver al hombro y con la otra mano agarró la de Holly.

― ¿Estás preparada?― le preguntó a la niña.

Ella miró a sus hermanos. Se soltó de nuevo y corrió hacia ellos. Se encontraban en el patio trasero, contemplando la marcha del elfo y su querida hermana. La abrazaron y los tres lloraron. Finalmente, la niña se zafó poco a poco de los brazos que se aferraban a ella y se acercó hasta el cobertizo donde Chet, atado, los miraba ansioso por que lo soltaran. Holly se inclinó y desató al animal. El perrito, como era de esperar, comenzó a saltar y a lamer a la niña. Derehur no se opuso cuando Chet comenzó a seguirlos hacia el bosque, así que Duncan supuso que el animal también se marchaba con ellos.

― Os quiero― les dijo Holly volviéndose de nuevo entre lloriqueos.

Duncan sintió cómo las lágrimas volvían a brotar con fuerza de sus ojos. Amaba a la pequeña. Y se sentía feliz en cierto modo. Desconocía a dónde se la llevaba aquel ser desconocido que les había salvado la vida, pero estaba seguro que le esperaba una vida más interesante de la que podían ofrecerle él o Beth.

― Quiero que te cuides mucho y te portes bien. Eres un tesoro― Duncan miró a Derehur―. Por favor― se acercó al elfo―, no sabemos a dónde te la llevas, pero Holly merece una vida feliz. Ella parece querer estar a tu lado, por eso no nos oponemos a que se marche contigo.

Beth también se acercó a Derehur.

― ¿Qué planes tienes para ella? ¿De qué va a vivir, cómo vas a educarla?

El duende sonrió.

― No os preocupéis. Mi sociedad no funciona como la vuestra. Sería muy largo explicároslo todo. Y estoy ansioso por mostrarle a Holly a mi familia. Es muy probable que se convierta en jinete de hipogrifos, o en educadora de dragones― le sonrió Derehur a Holly. Ella, entusiasmada volvió a abrazarlo.

Los dos hermanos no salían de su asombro.

― ¿Dragones, hipogrifos?― Duncan permanecía con la boca abierta.

Andando hacia la espesura del bosque, Holly, cogida de la mano de Derehur, y con Chet pisando sus talones, desapareció entre los árboles en completo silencio.