CAPÍTULO 21
Adam condujo hasta Cromdale siguiendo el coche en el que viajaba Linsey. Los seguía a distancia prudencial. Su ex mujer y su pareja detuvieron el vehículo frente a una cadena de supermercados. Bajaron entre risas. Seguro que se estaban mofando de él, pensó Adam.
Aparcó su Volkswagen cerca. Bajó y pacientemente se encendió un cigarrillo. Se sentó en el capó de su vehículo y observó a la pareja entrar en la tienda. Entonces, Adam abrió la puerta trasera y recogió una gorra gris que siempre llevaba sobre la bandeja del maletero. Se la colocó y caminó hacia el establecimiento.
Entró con la cabeza agachada, la dependienta le dio los buenos días a pesar de ser casi las doce y media de la tarde. Adam buscó a Linsey y al otro, disimulando entre las estanterías. Finalmente la inconfundible risa chillona de la mujer delató su posición y la de su amante. Adam se acercó.
― Voy a pedir mesa para comer en el restaurante de enfrente ¿te parece bien, cariño?― propuso el hombre que acompañaba a Linsey.
― Por supuesto, amor.
“Amor”, una palabra se atravesó a Adam como si fuera una flecha. Sonrió cínico, no podía venirle mejor lo que acababa de suceder. La pareja de Linsey apareció por el pasillo donde se encontraba él. Adam se puso de espaldas agarrando una sartén y simulando que la observaba con atención. El hombre ni siquiera reparó en él.
Linsey miraba las propiedades de los botes en conserva de verduras mientras llenaba distraída el carro de la compra. Alguien le acarició el pelo y la olisqueó. Ella dio un respingo y sin siquiera volverse sonrió coqueta.
― No me provoques que sabes cómo acabaremos― rió.
― ¿Y cómo acabaremos?
La voz que la mujer escuchó casi detuvo su corazón. Se volvió tensa y tan pálida como la pintura de la pared de la tienda.
― ¿Q…qué haces…aquí?
Adam sonrió, tenía el control absoluto de la situación.
― Te has buscado un novio muy apuesto. Es deportista, ¿verdad?
Ella no respondió. Ni siquiera era capaz de hablar.
― ¿A qué has venido?― pudo preguntar al fin.
Su ex marido se encogió de hombros.
― Y por lo que veo, eres muy feliz― continuó él―. Sin problemas gordos aparentes, sin obligaciones.
Esto último iba con segundas, y ella lo entendió a la perfección.
― Adam, lo hemos hablado.
― ¿A sí? Yo diría que te fuiste sin hablarlo mucho, ¿no estás de acuerdo?
Linsey hizo ademán de dirigirse hacia la puerta de salida pero Adam se interpuso en su camino.
― Has cometido el error de tu vida, presentándote en casa― dijo amenazante el hombre.
― Adam, deja que me vaya, me están esperando.
― Tranquila, ese gilipollas puede esperar unos minutos. Yo lo hice durante más de seis años.
― Basta, Adam. Es complicado.
El hombre agarró a la mujer del cuello.
― Complicado lo he pasado yo, maldita zorra― gruñó mientras se la llevaba a los lavabos para hombres.
En aquellos momentos no había casi clientes en la tienda, así que nadie se percató.
Adam entró en el baño donde había un inodoro y dos lavabos y cerró con pestillo. Linsey lloraba.
― Por favor, Adam. Nunca has sido violento ¿qué estás haciendo?
― Lo que tenía que haber hecho nada más conocerte.
Le arrancó la falda.
― No se te ocurra gritar. Ahora comprenderás lo que es obligarte a hacer lo que no quieres― amenazó.
― No, por favor, Adam. Hablemos, para.
El hombre la abofeteó mientras ya se bajaba los pantalones. De otro tirón le bajó las bragas y le abrió las piernas.
― Adam, por favor, para, por favor.
Linsey lloraba aterrada. Parecía no estar creyendo lo que le sucedía.
El hombre la agarró del pelo y empujó su cabeza contra los azulejos del baño. El golpe fue sordo y un hilo de sangre chorreó por una de las baldosas blancas.
Aturdida, Linsey estuvo a punto de perder el sentido hasta el momento en que Adam la penetró con fuerza y sin miramientos. Ella chilló de dolor, pero un nuevo golpe la silenció. El hombre la sujetó para que no cayera al suelo agarrándola del cuello. Una y otra vez la violó en silencio, sin testigos.
― ¿Te gusta? Soy tu creación. Por tu culpa está sucediendo esto.
Ella podía oler su aliento a tabaco, pero era incapaz de hablar. El pánico, el dolor en su cabeza y entrepierna la mantenían confundida. Sintió cómo los espasmos en la cadera de Adam se intensificaban y con ellos su respiración. Decidió no resistirse a aquella bestia, tan sólo esperaría hasta que finalizase y después lo denunciaría hasta verlo entre rejas. Sonrío “disfruta ahora, hijo de puta, jamás volverás a ver la luz cuando la policía vaya a por ti”.
Adam atisbó su sonrisa.
― No sonrías, zorra. Se supone que esto debería dolerte― gruñó.
Entonces rodeó el cuello de la mujer con su mano y apretó mientras intensificaba sus embestidas. Ella no pudo más que jadear, entre asustada y en respuesta a sus estímulos físicos. Hasta que su respiración se detuvo. La presión de la mano de Adam era demasiado fuerte. Abrió los ojos y vio a su ex marido con la mirada clavada en ella.
― Has dejado de sonreír. Eso está mejor.
Adam no se detuvo, y tampoco aminoró la presión en su cuello. Linsey necesitaba respirar. Arañó a Adam, intentó pedirle que parara. Incluso quiso clavarle las uñas en los ojos, pero el hombre apartó la cabeza. Las fuerzas le fallaban a Linsey a la vez que la vista se le nublaba. Ya no podía sostenerse en pie, tampoco sus brazos le obedecían. La luz del baño se apagaba, pero antes de que aquello sucediera, una frase entró por última vez en sus oídos.
― Y tus hijas, van a correr tu misma suerte.