CAPÍTULO 8

El interior del coche olía a alcohol, y el humo del cigarrillo que su padre sujetaba precariamente entre sus labios provocó que Holly tosiera varias veces. Adam ni siquiera se inmutaba. Desde lo ocurrido con la madre de Duncan, su padre actuaba como si Holly no existiera. De hecho, cuanto más veía que la niña no era feliz, más satisfecho parecía estar. Al menos, conducía con la ventanilla bajada.

Condujo todo el trayecto con una sola mano en el volante, sin hablar, sin gesticular, con la radio apagada.

― ¿A dónde vamos?― preguntó Duncan.

Pero su padre no respondió. Así que el niño esperó.

El vehículo salió de la carretera y recorrió un tramo de camino. Duncan recordaba aquel lugar. Allí vivía Faye.

El coche se detuvo frente a una casa rodeada de campo y bosque. Más allá había otras viviendas iluminadas por las luces de su interior.

― Esperad aquí― ordenó Adam.

Cerró la puerta del coche y subió los tres escalones hasta la entrada. Eran las ocho y media de la tarde. Llamó quizá con más fuerza de lo normal. Abrió la puerta un hombre grueso con bigote. Miró de arriba abajo a Adam.

― Hola― saludo el dueño, hombre de baja estatura y ancho de espaldas.

― Sí, hola. Eh, estoy buscando a mi hija Beth.

El hombre lo miró sorprendido y sonrió.

― ¿Eres el padre de Beth? Encantado de conocerte, pasa, pasa.

Adam levantó la mano a modo de disculpa.

― No, no. Se lo agradezco, pero es que tengo prisa. Sólo vengo para saber si mi hija se encuentra aquí. Quiero compartir con ella una buena noticia, ya sabe.

― Claro, claro― actuó aquel hombre como si realmente comprendiera a lo que Adam pudiera referirse, luego cambió su expresión, más tranquila, incluso pesarosa―. Lo siento…

― Adam― aclaró este.

― Adam, Beth no está aquí. Pero quizá mi hija sepa dónde puede estar.

― ¿Su hija sí que esta?― se extrañó Adam―. Si es tan amable, me gustaría preguntárselo a Faye.

― Claro― el hombre entró y se asomó hacia la planta de arriba desde la escalera. Llamó a su hija.

Al momento, Faye bajó los peldaños presurosa hasta que vio a Adam. Entonces se agarró a la barandilla con su mano derecha y se detuvo en seco, como si dar un paso más la precipitara a un abismo.

― Faye, está aquí el padre de Beth, por fin se algo más de tus amigas― rió el hombre de bigote mirando a Adam.

Pero este no sonrió, ni apartó los ojos de la joven.

Una mujer llamó desde algún lugar de la casa, y el padre de Faye se disculpó.

― En fin, Adam, ha sido un placer conocerte. Me llamo Frank.

― Lo mismo digo, Frank.

El hombre se adentró y Faye miró a su padre suplicando con la mirada que no la dejara sola.

Ella bajó lo que quedaba de escalera como si recorriera el trayecto en el corredor de la muerte.

― Hola, señor Stone― saludó tensa y aparentemente asustada.

― ¿Dónde está Beth?― preguntó Adam sin rodeos.

― No lo sé.

― Sí que lo sabes.

Ella negó con la cabeza.

Entonces Adam la sujetó del cuello sin llegar a presionárselo y atrajo el rostro de la joven al suyo. El pelo largo se mecía cuando el aliento que despedían las palabras de Adam llegaba hasta ella.

― Claro que lo sabes, y me lo vas a decir ahora mismo.

― ¿Y si no?― lo desafió ella.

Entonces Faye sí que sintió la presión en su cuello.

― No quieras saberlo ¡Dímelo, maldita putilla!

― Está bien, está bien. Vale. Vale, se lo diré.

― Pues venga.

― Está con Jesse.

― ¿Dónde vive?

― Cerca― las lágrimas asomaron en los ojos marrones de Faye―. A un kilómetro y medio de aquí. Su padre tiene una granja de aves de corral.

Adam la soltó.

― Ya sé dónde es― antes de que Faye cerrase la puerta, Adam posó su mirada en ella y señaló hacia el interior de la casa―. Ni una palabra.

Ella asintió y volvió a subir las escaleras.

De nuevo, Adam recorrió con el Volkwagen caminos y carreteras hasta llegar a otra casa aislada. Estaba bastante iluminada. Duncan vio el coche negro de Jesse a la puerta de la casa y su corazón se aceleró.

Adam detuvo el vehículo y apagó el motor.

― No os mováis― dijo mientras salía del coche y se dirigía hacia allí.

Adam llamó a la puerta. Y un chico de menor estatura que la suya abrió. Lo miró.

― ¿Quién eres?

― Tú debes de ser Jesse, ¿verdad?

― Eso depende― respondió este con arrogancia.

― Soy el padre de Beth.

Entonces el joven miró a Adam de los pies a la cabeza.

― B…Beth no está aquí.

― ¿En serio? Porque alguien me ha dicho que estaba contigo.

― ¡Jesse, va a empezar la peli, entra!― llamó Beth desde el salón.

Ambos hombres se miraron.

Jesse, de pronto, intentó cerrar la puerta con un rápido movimiento, pero Adam estuvo atento y puso el pie entre la hoja y el marco. Después de un forcejeo agarró al chico de la pechera de la camiseta y tiró de él con fuerza.

― ¡Niñato de los cojones! ¿Querías mentirme a mí?

Con un fuerte empujón lo lanzó por las escaleras que bajaban del porche hasta el terreno. Jesse rodó por el suelo. Adam entró en la casa y vio a su hija fumándose un porro en el salón, con un bol de palomitas sobre sus muslos cubiertos por unos shorts.

Cuando Beth vio a su padre entrar con la mirada vidriosa se puso en pie sin siquiera percatarse de que acababa de esparcir el contenido del bol por todo el salón. Ni siquiera pudo hablar.

Jesse entró en la casa con un rastrillo entre las manos. Miraba a Beth esperando alguna orden.

Adam observó al chico y se volvió hacia su hija.

― Al coche.

― No.

― No es una opción. Al coche de inmediato.

Ella negó.

― Largo de mi casa― intervino Jesse.

― Tú ni me hables― amenazó Adam.

― Pues entonces márchese― insistió el chico sin convicción en su voz.

En esos momentos, Adam cogió el cenicero que descansaba en la pequeña mesa de cristal del salón y se lo lanzó a Jesse. Este se cubrió pero aquel objeto pesado de vidrio le golpeó en un codo. Jesse soltó el rastrillo y se tiró al suelo entre quejidos.

― ¡Jesse!― gritó Beth alarmada. Luego miró a su padre― ¡Estás loco!

Adam la agarró del brazo. Ella forcejeó y este le dio una bofetada que sonó como si hubiese golpeado contra una mesa de mármol. La joven se puso a llorar asustada. Sabía que acababa de despertar la parte irracional de su padre. Cuando este pasó junto al chico que seguía quejándose en el suelo, le dio un puntapié en la cara como si de un balón de fútbol se tratara. Este chilló y se agarró la nariz.

― Hijo de puta― balbució.

Antes de salir Adam volvió tras escuchar el insulto. Soltó a Beth y propinó una serie de puñetazos a Jesse en todas las zonas del cuerpo que encontraba desprotegidas.

― Para…por favor― suplicó el joven.

― ¡Papá basta!

Beth lloraba desconsolada.

Mientras Adam golpeaba a Jesse soltaba amenazas.

― No quiero volverte a ver con mi hija, drogado de los cojones. La próxima vez no te reconocerá ni tu familia. Aléjate de ella.

Duncan vio salir a Beth y a su padre, llevándola del brazo. Ella lloraba. Se aproximaban al vehículo a grandes zancadas. Su hermana de vez en cuando tropezaba, pero su padre evitaba que se cayera tirando de ella.

La soltó y ella abrió la puerta del copiloto y se sentó llorando histérica. Adam entró en la parte del conductor. Encendió el motor y maniobró para salir de aquella parcela.

Duncan y Holly no preguntaron, permanecieron en silencio y horrorizados observando las reacciones de Beth, quien no dejaba de llorar cubriéndose el rostro con las manos.

― ¡Todo esto ha sido culpa tuya!― le gritó su padre de repente, incluso dio un volantazo al mirar a Beth―. ¡Te guste o no vives conmigo, y te irás cuando yo lo diga!

Ella lloró con más fuerza.

― Yo no quiero vivir contigo― dijo Beth―. Nos tratas como a una mierda.

― Eso se lo dices a tu madre. La muy zorra os dejó conmigo y se largó. Y ahora os tengo que aguantar.

― Pues deja que me largue. ¿Por qué quieres retenerme?

― Por él― su padre señaló a Duncan―. Es quien se ocupa de hacer la comida, la compra, de limpiar…

― Si no lo ayudas es porque no te da la puta gana― gruñó ella.

De nuevo, un fuerte cachete que levantó parte del cabello caoba de Beth sumió a la joven en quejidos.

― ¿Te parece poco que sea yo, y solo yo quien se ocupa de traer dinero a casa? ¡Serás estúpida!― volvió a pegarle.

Holly lloraba en silencio.

― Papá, basta― suplicó Duncan―. Holly está asustada, por favor.

― ¡Para mí sólo existís tú y tu hermana!― señaló a Beth―. ¡Lo que le ocurra a esa niña no me importa una mierda! ¿Te ha quedado claro?

Duncan bajó la mirada. El tono de voz de su padre lo aterraba. Era un hombre fornido que todo lo solucionaba a base de golpes y agresividad, sobre todo cuando iba borracho, como en aquellos momentos.

― ¿Te ha quedado claro?― repitió.

Duncan, sin que Adam lo viera, agarró la manita de Holly.

― Sí, papá.

― Pues ya lo sabes. Esa niña es cosa tuya, para mí no existe. Y que no se me hinchen las pelotas que la dejo aquí tirada como a un perro.

Duncan sintió cómo Holly le apretaba la mano aterrada. Él la abrazó. Su padre no se metía en las muestras de cariño entre Duncan y su pequeña hermana.

Nadie más habló. Sabían que continuar con aquella discusión solo supondría más agresividad por parte de Adam, y ya estaban todos bastante servidos.

Nada más entrar en casa, Adam rodó la llave de la puerta de entrada.

― De aquí no sale nadie si no lo digo yo― sentenció.

Beth ni siquiera pareció escucharle. Se fue directamente a su habitación. Duncan y Holly permanecieron de pie. Su padre se encendió un cigarrillo y extrajo una cerveza de la nevera. Se marchó al sofá y comenzó a hacer zapping.

Holly tiró de la mano de Duncan y ambos salieron al patio. Chet los esperaba saltando y tirando de la correa que lo ataba a la pared del pequeño cobertizo. El niño lo soltó y el perrito se fue directamente hacia Holly. Ella lo abrazó y rio divertida ante la exagerada reacción del animal.

― ¿Qué coño no has entendido?― gritó Adam desde la puerta de la cocina―. ¡He dicho que no se sale de casa hasta que yo lo diga!

Duncan agarró a Holly y esta quiso coger también a Chet. Pero el perro se les adelantó y comenzó a ladrar a Adam.

― ¡Chet, cállate!― exclamó Duncan desesperado.

Adam miró al perro y descendió la escalera. Se acercó al animal que le plantaba cara. Lo agarró del cuello. El perro chilló dolorido.

― ¡No!― gritó Holly corriendo hacia Adam. Duncan la imitó.

El padre golpeó a Chet con el puño cerrado varias veces mientras el animal levantaba las patitas en un vano intento por defenderse. Entonces Duncan soltó un puntapié a la rodilla de Adam y este soltó al perro, que cayó al suelo aturdido y débil. Adam se quejó y lanzó una fuerte bofetada a su hijo que lo lanzó al suelo. Chet se alejó de Adam chillando aterrado hacia los árboles del bosque. Holly lloraba mientras lo llamaba desesperada. El perro se adentró en la espesura. Duncan contempló la escena. Vio cómo Holly se alejaba tras el animal y ambos desaparecían entre las sombras de los imponentes árboles.

― ¡Holly, vuelve!― Duncan sintió verdadero pánico por su hermana―. ¡Vuelve Holly, por favor!

Se puso en pie.

― Eso, lárgate tú también y no volváis por aquí― gruñó su padre cojeando hacia el interior de la casa.

Duncan llegó hasta los árboles. Miró hacia el interior de la espesura, sumida en sombras. Sentía que en cualquier momento algunos ojos amarillentos parpadearían en algún lugar de la oscuridad. Llamó a Holly, luego a Chet. Pero ni su hermana ni el perro respondieron. Permaneció en silencio pero no escuchó nada. Absolutamente nada. Dio dos pasos al frente, sintió más frío de lo normal y se paralizó. Desde que tenía uso de razón, Duncan sabía que ese bosque no era como cualquier otro. Escondía algo que lo aterraba. Sentía congoja cada vez que se acercaba a los árboles de troncos mohosos. Jamás había tenido motivos para asustarse, pero siempre sentía lo mismo. Era incapaz de adentrarse en él.