CAPÍTULO 18
Los tres hermanos parecían felices en casa de la anciana. Sentados a la mesa contemplaban los rebosantes platos humeantes de la cena. En el centro había una fuente de estofado de ternera y setas que clamaba a gritos ser devorado, además de un arroz repleto de ingredientes como huevo duro, pequeños tacos de tomate y pimiento verde. La anciana trajo de la cocina otra bandeja de plata repleta de bollos de chocolate, nata y otras exquisiteces.
― Si os termináis toda la cena, tendréis postre― sonrió la mujer.
― Señora Gunther, es mucho más de lo que necesitamos. Es usted un sol― la aduló Beth tan complacida que se sentía hasta incómoda.
― Oh, no me llaméis señora, soy Joanne― tocó la pequeña nariz de Holly―. Y a ti te veo mucho mejor.
Pero la anciana percibió las miradas que Beth y Duncan proyectaron sobre su hermana pequeña. No vio ternura, ni dicha. Sino más bien preocupación, incluso desconfianza.
Hablaron poco durante la cena. Joanne contemplaba a sus invitados complacida. Al parecer aquella comida no era la que se solía cocinar en aquella casa. Maldijo al irresponsable de Adam por tratarlos de aquel modo. No era justo que aquellos niños pagaran la turbia relación que aquel hombre tenía con su ex pareja. En Advie todo el mundo se conocía, y por supuesto, la tortuosa relación entre Adam y Linsey era de sobra conocida. Desde entonces, Joanne había mostrado una maternal preocupación por los tres hermanos. Así que, tenerlos comiendo tan a gusto en su propia casa, llenaba a la anciana de cierto consuelo.
Una vez terminada la cena, Duncan sonreía a Beth, parecían haberse quedado bien saciados. El chico se acomodó en la silla y se agarró la panza. Incluso la delgaducha de Beth había devorado su plato y gran parte del postre. Holly todavía apuraba un pequeño bollo relleno de crema de chocolate. Se había pringado los dedos y un bigote negruzco le decoraba el labio superior. Beth la miraba sonriendo.
― Beth, ¿cómo van los exámenes?― le preguntó Joanne sabiendo que la edad de la joven era complicada.
― Al principio del curso me costó sentarme a estudiar, ya sabe: volver a estar con los amigos, acoplarse a los nuevos profesores… Pero este trimestre he vuelto a ponerme las pilas y voy mejorando.
La mujer la creyó. En realidad Beth parecía cambiada.
― Ahora estoy buscando trabajo en Tormore. He oído que han abierto algunos negocios, quizá las cafeterías necesiten personal.
― Eso está muy bien, querida― la besó Joanne―. ¿Y tu padre qué dice al respecto? Estará orgulloso de ti.
La expresión de Beth se ensombreció. La anciana sabía que aquella pregunta era un golpe bajo, pero debía hacerla. Más de una vez había escuchado los gritos que los tres hermanos habían recibido cuando Adam sufría aquellos ataques de rabia, acrecentados cuando se encontraba ebrio. Y en más de una ocasión, con el teléfono en la mano, la anciana a punto estuvo de marcar el número de la policía.
Acarició el pelo caoba de la hermana mayor.
― Tenéis que saber que podéis contar conmigo siempre. Yo no puedo defenderos de vuestro padre, no tengo fuerzas para eso. Pero siempre puedo llamar a la policía. O hacerlo vosotros mismos desde mi casa.
Beth le sonrió triste.
La mirada de Duncan pasaba de la señora Gunther a Beth. Esperando la deliberación de su hermana. Pero esta no dijo nada. Se puso en pie y comenzó a recoger la mesa.
― Tranquila, niña, ya lo hago yo― se ofreció Joanne.
― No. Es lo menos que podemos hacer, señora Gunther. Ha sido muy buena con nosotros siempre― luego se detuvo―. Respecto a mi padre, quiero que no se preocupe. Tengo muy claro cómo va a acabar esto.
Ante la amenaza que Beth dejó en el aire, Joanne no pudo contenerse.
― ¿A qué te refieres, niña?
Beth la miró y sus ojos resplandecían con determinación.
― Sólo hay alguien en nuestra familia que merece que le ocurran cosas malas. Y ninguno de ellos se encuentra aquí ahora― dijo la joven fríamente.
Joanne avanzó y llegó hasta la cocina. Beth dejaba los platos sucios en el fregadero y se disponía a lavarlos. Una mano huesuda y arrugada se posó en su hombro y apretó con suavidad.
― Por favor, Beth. Eres la mayor de los tres. Duncan y Holly te necesitan. Si cometes algo horrible, ni tú ni tu padre podréis cuidar más de ellos, si es que haces lo que he entendido que pretendes.
― Es un demonio― dijo de pronto Beth con lágrimas aflorando en sus ojos―. Mi padre es una mala persona, señora Gunther. Y le aseguro que moriré antes de que vuelva a tocarme con esas pérfidas manos.
La voz de Beth no era la de una joven de dieciséis años, más bien parecía la de toda una mujer, decidida y temperamental. Una mujer ofendida y dolida por alguien que debería haber luchado por su felicidad y su bienestar.
Joanne retrocedió como buscando una perspectiva alejada de una imagen para poderla contemplar en toda su gloria.
― Has crecido, mi niña. Eres toda una mujer― luego avanzó y posó la palma de su callosa mano por la suave mejilla de Beth―. Pero si haces algo malo, tendrás que cargar con sus consecuencias. Piensa antes en tus hermanos.
Beth asintió.
Pasados unos minutos, Holly dormía plácidamente en el sofá de la señora Gunther, mientras Duncan y Beth miraban la programación que daban por la tele. La anciana se había sentado y estaba restregándose una crema hidratante por las manos.
― ¿Ocurre algo con ella?― preguntó a los chicos.
Ambos se miraron y negaron al unísono, demostrando así que algo sí sucedía.
― Los dos estáis preocupados por ella, ¿cierto?
Beth fue la que tomó la iniciativa.
― Es la pequeña de la casa. Es normal que nos preocupemos, Joanne.
― Está bien. Entiendo. Todo el mundo tiene derecho a guardar secretos. Sé que si lo hacéis es por su bien. Yo la veo más alegre, con eso me basta.
Nuevamente, la anciana percibió las miradas de complicidad que se dieron ambos hermanos.
― En realidad, sí que nos preocupa algo, señora Gunther― soltó de pronto Duncan. Beth le dio un codazo, pero ya era tarde.
― ¿El qué?― preguntó ella interesada por ayudar.
― ¿Ha visto usted estos días algo extraño fuera de nuestras casas?― preguntó Duncan.
― ¿A qué te refieres? ¿Ladrones?
― No― sonrió el chico―. A alguien deambulando por los patios traseros o por la calle. Un forastero, no se.
Joanne negó.
― Tampoco ha visto a nuestra hermana― Beth señaló a Holly que dormía junto a ellos― con algún extraño, ¿verdad?
― Ay, por dios. ¿Qué sucede?
La preocupación de Joanne era evidente. Y Duncan fue el primero en arrepentirse de haber sacado el tema.
― Nada, nada― quiso restar importancia Beth―. Le estamos gastando una broma, como es usted tan cotilla…― rió.
Hubo un largo y tenso momento de silencio, Joanne los miraba desconfiada.
― Ahora que lo decís…
Los dos jóvenes contuvieron el aliento. Contemplaron a la anciana. Al parecer, su mente divagaba en sus propios recuerdos.
― Hace muchos años― Joanne dirigió su mirada hacia la ventana, tras ella, hacia el bosque―…me sucedió algo ahí fuera.
El silencio se apoderó del salón. Duncan y Beth contemplaban a la mujer expectantes.
― Aunque no os lo creías no me gusta el campo, pero mi difunto marido disfrutaba adentrándose en la espesura, buscando setas, o aves. Estudiaba la flora de Caingorms y la clasificaba. En cambio yo quería vivir en la ciudad, donde había teatros, grandes tiendas y un enorme bullicio de gente anónima sumida en sus propios quehaceres.
― ¿Qué le ocurrió en el bosque, señora Gunther?―la cortó Beth siendo más tajante de lo que había pretendido.
La mujer volvió a enfocar su mirada en la joven. Sonrió pesarosa.
― Vi algo. Vosotros todavía no habíais nacido y vuestros padres tampoco vivían aquí. Era de noche y Kenth estaba tardando más de la cuenta. Estaba preocupada, él siempre regresaba antes de que cayera la noche. Menos aquella vez. Salí de casa y me dirigí hacia los árboles tras vuestra casa. Estaba oscuro, a pesar de que la luna brillaba con fuerza. Recuerdo que entonces, cuando ya estaba a punto de adentrarme en la arboleda, apareció algo frente a mí. No conseguí verle el rostro, incluso no pude distinguir si era un hombre o una mujer. Pero estaba ahí, observándome. Todavía siento escalofríos cuando me viene a la cabeza. En los días que siguieron, mi marido comenzó a frecuentar más el bosque, pero ya no traía muestras de plantas o setas. Escríbía cosas en un cuaderno y volvía a marcharse. Me dejó de lado durante una breve temporada. Más de una vez creo que quiso contarme algo, pero luego se quedaba en silencio y todo acababa en nada. Le pregunté varias veces. Pero jamás me lo contó.
―¿Todavía guarda esos cuadernos?
La anciana negó. Un día llegó enojado, subió a nuestra habitación y del armario extrajo una caja metálica cerrada con un pequeño candado. La abrió y recogió todos los papeles y cuadernos que guardaba. Los lanzó a la chimenea y prendió fuego. Jamás supe de qué se trataba. A veces me culpo por no haber intentado averiguar qué diablos se traía entre manos.
― Aquello que dice que la observaba desde el bosque, ¿la atacó?― preguntó Beth.
Joanne negó con la cabeza.
― ¿Le dijo algo?― insistió la joven mientras Duncan permanecía atónito.
― Tampoco― volvió a negar la anciana―. Pero sentí que no debía acercarme a esa…persona. O lo que fuera.
― ¿Por qué dice “lo que fuera”?― preguntó el chico aterrorizado.
Joanne frunció el ceño.
― No lo sé, querido, no sabría deciros qué había frente a mí.
Beth miró a su hermano.
― Está bien, señora Gunther. Debemos irnos ahora mismo, si viene mi padre nos va a volver a…
La anciana la miró preocupada.
―…A castigar― salvó Duncan la situación.
Joanne se puso en pie y señaló a Holly dormida en el sofá.
― Dejadla aquí, así no será necesario despertarla.
― No, señora. No se preocupe. No se despertará― Beth se acercó a la pequeña y la levantó con suavidad. Antes de que salieran Joanne agarró suavemente a Duncan del hombro y lo detuvo. Beth se volvió.
― Si algún día os sucede algo parecido, volved sobre vuestros pasos― les advirtió.
Nuevamente Duncan palideció. Asintió como un autómata.
De regreso a casa, Beth caminaba deprisa. Duncan iba detrás, de vez en cuando correteaba para alcanzar a su hermana. Lanzaba furtivas miradas en todas direcciones.
― ¿Crees que tiene algo que ver lo que vio la señora Gunther con lo que le está pasando a Holly?― preguntó el chico.
― Olvídalo. Joanne es una mujer mayor, todo lo que nos ha contado debe haberlo soñado. Dicen que los cerebros de los ancianos chochean. ¿Quién dice que nuestra vecina no confunde sueños con experiencias reales?
― Pero…
― Deja el tema por hoy, Duncan. Entremos en casa y acostémonos― sentenció Beth.
Aquella noche decidieron dormir los tres juntos.