CAPÍTULO 5
El día siguiente amaneció soleado. Duncan se despertó y vio a Holly sentada en el suelo. Estaba pintando, con todos los lápices de colores esparcidos a su alrededor. Canturreaba.
― Buenos días― la saludó Duncan―. Qué bien, hoy estás de buen humor.
Holly, sin mirarlo sonrió tímida. Chet se encontraba acostado bajo el escritorio. Cuando escuchó la voz del chico se puso en pie moviendo el rabo y se subió a la cama con la intención de jugar con él. Duncan, contagiado por el buen humor de Holly, agarró a Chet y lo metió en la cama. Ambos jugaron un rato. La niña los observó riendo.
En esos momentos, Beth entró en la habitación y Holly dejó de reír y volvió a centrarse en sus dibujos.
Su hermana mayor se había duchado y vestido cómodamente. Llevaba unas mayas negras y una sudadera gris con letras rosa. Su pelo caoba lo llevaba bien peinado y planchado. Duncan la vio hermosa.
Beth se sentó en la cama y miró a Holly.
― ¿Qué pintas?― le preguntó.
La niña no dijo nada.
― Venga, Holly, responde a Beth―animó Duncan a su hermana pequeña.
― No pasa nada― restó importancia la mayor―. He pensado que podríamos salir a comer por ahí. Conozco un parque a unos kilómetros de aquí, en Tormore. Hay unos bancos cerca de un paraje hermoso.
Duncan se quedó perplejo. Holly lo miraba suplicante.
― ¿Te apetece, Holly?― sonrió él, sabiendo que la niña deseaba salir de aquella casa―. Sí, creo que sería buena idea. Pero, ¿y papá?
Beth torció el gesto.
― Que le jodan. Nos vamos nosotros. Hoy es día de futbol, vendrán los idiotas de sus amigos y se emborracharán.
― De acuerdo.
Beth se levantó de la cama.
― ¡Llamaré a Faye y a Janice!― dijo animada.
Sin embargo a Duncan la idea no pareció hacerle tanta gracia que su hermana llamara a sus amiga, aunque ya era tarde para echarse atrás. Su hermana no era capaz de ir sola con ellos a ningún lado, tenía que haberlo imaginado.
Faye y Janice eran las mejores amigas de Beth. Eran muy atentas con Holly cuando venían a casa. Pero a Duncan ni siquiera lo saludaban. De hecho, hacía mucho tiempo que no las veía, porque estaba seguro de que Beth no quería que su padre las viera por allí, porque odiaba las miradas lascivas que Adam les dedicaba.
Beth volvió a entrar.
― ¿Papá esta abajo?― le preguntó Duncan.
Ella asintió.
― Está arreglando algo en el patio.
Duncan se asomó y vio a su padre trasteando con algún aparato eléctrico. Llevaba una gorra azul desgastada en la cabeza, y vestía un mono de mecánico.
― Le diré que pasaremos el día fuera― dijo Duncan con un hilo de voz.
― Haz lo que quieras― gruñó Beth―. Yo paso de hablarle. Que le den.
Media hora más tarde, Duncan y Holly se habían bebido un vaso de leche con galletas en la cocina. Ya estaban preparados. El chico había llenado una mochila de bollería y sándwiches. También preparó otra bolsa con un bloc de dibujo y una cajita de lápices de colores para Holly.
― Venga, salgamos a la calle que ahora pasarán Faye y Janice― dijo Beth.
― Voy a decírselo a papá― insistió Duncan.
Beth cogió a Holly de la mano.
― Salgamos mientras nosotras.
Holly tiró para zafarse de su hermana, pero Duncan la tranquilizó.
― Tranquila, voy enseguida.
Finalmente, la niña accedió.
Duncan llegó hasta su padre. Adam seguía trasteando, tal y como había estado haciendo momentos antes.
― Nos vamos a pasar el día con Beth y sus amigas― dijo Duncan a dos metros de Adam.
Este asintió. Nada más.
El chico dio media vuelta y se marchó agradecido porque su padre estuviese en plan pasota.
Conducía Faye. Su pelo rubio estaba siendo zarandeado sin compasión por el viento que entraba por la ventana abierta del conductor. No paraba de hablar. Al lado de Faye viajaba Janice, su cabeza casi no llegaba a la altura del salpicadero. Se había encendido un cigarro, y Duncan, junto a Beth y su hermana se estaban tragando todo el humo que rodaba por el habitáculo.
Holly tosió varias veces, pero ni a su propia hermana pareció importarle.
Las tres amigas hablaban de chicos. De las cosas que hacían con ellos y de lo buenos que estaba unos u otros. Duncan se maldijo una y mil veces. Tenía que haber pensado un poco antes de aceptar la invitación. Pero la ilusión de Holly condenó su voluntad. La niña se moría por salir de aquella casa, pero al parecer Beth les fallaría de nuevo.
El vehículo olía a rancio, y a Duncan le pitaban los oídos de escuchar los estridentes comentarios de su hermana y sus amigas. Miraba a Holly de vez en cuando. La niña simplemente permanecía asomada a la ventanilla deseando llegar cuanto antes y reunirse de nuevo con él.
Para alivio de Duncan y Holly, el coche llegó a Tormore pasada la media hora. Aparcaron en un descampado, a unos cien metros de la carretera y otros cincuenta de una pequeña arboleda sobre una loma adornada de hierbas y flores.
― Mira Holly qué bonito― se arrodilló Duncan frente a su hermana.
Ella miró hacia los árboles entrecerrando los ojos protegiéndose de un ligero viento fresco. Señaló a su izquierda.
― ¡Vacas!― exclamó exagerado Duncan―. Después de comer iremos a verlas, ¿vale?
La niña asintió.
Beth y sus amigas abrieron las puertas del coche de Faye y encendieron el radio cd a todo volumen. Se pusieron a bailar cigarro en mano. Janice canturreaba la canción, mientras Beth hacía como que tocaba una guitarra y Faye movía la boca y acercaba su puño simulando llevar un micrófono.
― ¡Me encanta esta canción!― chilló Faye.
Se acercaba la hora de la comida, y las chicas se habían sentado en el suelo alrededor de papeles y tabaco. Faye pasaba la lengua por un papel que luego enrollaba entorno a un pellizco de tabaco y hierba. A unos metros de ellas se habían sentado Duncan y Holly. Su hermana pequeña había borrado la expresión alegre de su rostro, nuevamente, volvía a encerrarse en sí misma, como un autómata cuyos hilos manejaba Duncan.
― ¿Y si vamos a ver ahora a las vacas?― preguntó este presintiendo que Holly accedería como siempre, ella haría lo que le pidiese con tal de no separarse de él.
Duncan avisó a Beth de que iban a acercarse para ver a las vacas. Esta asintió.
― Ven, amiguita, sentémonos aquí― señaló Duncan cinco minutos más tarde hacia unas rocas, a unos veinte metros de los animales, que pastaban por aquella loma con indiferencia ante su presencia―. ¿Has visto qué grandes son?
Holly asintió. Volvía a sonreír. Luego miró a su hermano.
― Chet― nombró al perrito que se habían dejado en casa.
― Lo sé. Pero ellas no querían traerlo. Cuando yo tenga mi propio coche, Chet siempre vendrá con nosotros. No te preocupes. Ahora vengo, voy a hacer pipí. No te muevas, ¿vale?
El chico aprovechó, sin dejar de vigilar a su hermana pequeña para observar a Beth y a las demás. Seguían sentadas en el suelo, riendo y fumando. Ni siquiera Faye y Janice les habían hablado. De hecho, Janice no se había molestado ni en saludarlos, al menos Faye había besado a Holly cuando aparcó en su casa.
Duncan orinó y volvió junto a su hermanita. Había traído consigo el macuto con la comida.
Frente a él, Holly permanecía de espaldas, seguía mirando a los herbívoros pastando. La veía tan indefensa… Con su vestido rosa, el cuerpecito delgado y encogido protegiéndose del viento. Duncan sentía lástima por Holly, y rozaba el odio hacia Beth y su padre.
― Estúpida― susurró mirando hacia el coche de Faye.
Llegó hasta Holly.
― He tenido una idea― le dijo sentándose a su lado―. Comeremos en el suelo, mirando a las vaquitas. ¿A que es un buen plan?
Holly sonrió y asintió.
Había pasado una hora desde que comieron, Duncan seguía escuchando la música desde allí. Entonces también oyó el sonido de un motor. Se puso en pie y se asomó.
― Oh, no.
Holly, lo imitó y miró hacia donde se encontraba Beth.
Otro vehículo negro aparcó junto al de Faye y cuatro chicos bajaron de él. Abrazaron a Beth y a las demás y se sentaron junto a ellas. Uno de los amigos extrajo del maletero botellas de cristal y ellas aplaudieron.
Duncan miró a Holly.
― Vamos a hablar con Beth. Le diré que es hora de volver a casa.
La cogió de la mano y descendieron la pendiente.
Llegaron hasta el grupo y Duncan se acercó a su hermana.
Dos de los chicos lo vieron.
― ¿Qué coño hacen dos niños aquí?― rió incrédulo con un cigarro en la mano.
― Son los hermanos de Beth― dijo Faye―. Los ha querido sacar de casa.
Otro chico, con camiseta de tirantes blanca se agachó hasta que su rostro quedó a la altura del de Duncan.
― Pues no digáis nada de lo que veáis aquí.
― No hagas caso a Jesse, va algo borracho― rió Beth a su hermano. Luego lo cogió de la mano y se lo llevó unos metros apartado―. ¿Qué sucede?
― Creo que deberíamos regresar a casa.
Beth se tensó. Caló varias veces a su cigarro liado que no olía precisamente a tabaco.
― Mira Duncan, vosotros habéis querido venir. Son las tres de la tarde. No es hora de volver. Me pilláis en mitad de un pedo.
Duncan no dijo nada y Beth se exasperó.
― Joder, hace un día estupendo. Volved a echar un vistazo a las vacas, explícale a la mudita cómo comen, o cómo se les extrae la leche, o yo qué sé. Pero te aseguro que de aquí no me muevo hasta que caiga el sol.
― ¡Nos has engañado!― gritó Duncan con las lágrimas en los ojos.
Beth miró a Holly que permanecía unos pasos atrás, con la muñeca de pelo rubio entre manos. Luego miró a sus amigos, que detuvieron su particular fiesta y contemplaron al niño.
― Baja la voz imbécil. ¿Qué crees que estás haciendo? Yo no os he engañado.
― Nos has dicho que íbamos a pasar el día juntos.
― ¿Y no lo estamos haciendo?
― Esto no es estar juntos. No nos haces caso. Nos has dejado solos nada más bajar del coche― Duncan había explotado y no pensaba bajar la voz. Los amigos de Beth contemplaban la escena.
― Os habéis marchado a ver a las vacas ¿De qué coño vas?
Duncan dio una patada a una piedra, enojado.
― No lo entiendes. Ella― señaló a Holly― se ha ilusionado, por fin ha pensado que su hermana mayor la quiere.
― Y la quiero.
― ¡Mentira!
Duncan recordó el día que Holly dejó de hablarle. El día en que él dio a entender que estaba con ella por obligación, y no por voluntad. No iba a caer en el mismo error.
― Es nuestra hermana― bajó la voz―, quiere estar con los dos.
― ¡Beth, qué le pasa a tu hermanito!― preguntó cansado de la escena el tal Jesse.
La joven se acercó de nuevo a Duncan, para que nadie escuchara lo que le iba a decir.
― Ocúpate tú de ella que no tienes nada más que hacer. A mí no me metas en los problemas de esos dos subnormales que tenemos como padres.
Y volvió con sus amigos.
Duncan la vio alejarse como quien contempla su último tren hacia la felicidad. Lo que acababa de ocurrir era un enorme punto de inflexión. Miró a Holly. Estaban absolutamente solos. Y dependían de su padre para sobrevivir. Beth había abandonado el barco.