CAPÍTULO 11
Aprovecharon el sábado por la mañana para hacer la prueba, cuando Adam se marchó al supermercado, nuevamente para preparar la barbacoa con los amigos y ver el fútbol, los tres hermanos se quedaron solos en casa. Animaron a Holly a salir al patio. El día estaba nublado, pero no llovía, así que aquel era un buen momento para experimentar.
Chet les esperaba atado junto al cobertizo. Duncan lo desató y el perrito corrió hacia la niña, esta rió y lo abrazó.
― Hay que ver cómo se quieren estos dos― comentó Beth como si acabara de percatarse.
― Holly, nosotros nos quedamos por aquí, juega todo lo que quieras con Chet― le dijo Duncan a la pequeña.
La niña asintió.
Beth se sentó en los escalones de la cocina y se encendió un cigarrillo. Duncan miraba a su hermana pequeña.
No parecía que actuara de ningún modo extraño. Tan sólo se había sentado en el pupitre verde que un día trajo Beth del colegio hacía unos años, y que todavía conservaban.
Chet olisqueaba de un lado a otro. Holly tenía una de sus muñecas sobre la pequeña mesa. Había cogido dos tacitas de juguete y simulaba estar tomando un té con alguien imaginario mientras acariciaba el pelo del juguete.
― Yo no veo nada raro, la verdad― comentó Beth minutos después, decepcionada. Se había encendido un segundo cigarro.
Duncan también parecía frustrado.
― Quizá se inventara que hubiera sido un regalo― opinó la hermana mayor.
En aquellos momentos, Holly hablaba con aquella amiga imaginaria que compartía el té con ella.
― ¿Y si se ha inventado un amigo imaginario?― planteó Duncan sobresaltado, como quien cree que ha resuelto el caso.
Entonces Beth entrecerró los ojos planteando que esa fuese la posibilidad. Observó a Holly, se encogió de hombros.
― Aunque hace unas noches la sorprendí asomada a la ventana y riendo― comentó Duncan―. Además, esa canción que canta…
― Bueno, la habrá escuchado en algún sitio, no creo que eso tenga importancia.
Pero Duncan ya no escuchaba a Beth. Miraba a Holly fijamente con los ojos como platos. Beth dirigió la mirada hacia la pequeña, y el cigarro le cayó de las manos.
Holly había dejado de jugar y tenía la vista puesta en los árboles del bosque. Incluso Chet miraba en aquella dirección. Niña y perro parecían petrificados.
― ¿Qué coño pasa aquí?― preguntó Beth poniéndose en pie.
Ella y Duncan se acercaron a la pequeña.
― Holly, ¿qué ocurre?― dijo el niño mirando intermitente a su hermana y a los árboles.
La niña no respondió, simplemente miraba a un punto fijo y sonreía.
Beth miró hacia aquel punto, pero no distinguía nada entre ramas y follaje.
― ¿Ves algo raro?― preguntó a Duncan.
El chico, tragando con dificultad miró en aquella dirección. Sombras, ramas, y un silencio perturbador. Negó con la cabeza.
― ¿Hay alguien?― preguntó Beth con voz alta y agitada―. Sal de ahí y da la cara, nos estás acojonando. Por favor, qué quieres de nuestra hermana.
― Para, Beth, me estás asustando― Duncan temía que apareciera algún desconocido y les diera un susto de muerte.
― ¡Llamaremos a la policía!― insistió su hermana mayor.
De pronto, Holly dejó de prestar atención al bosque y siguió peinando a la muñeca.
Sus hermanos la observaron patidifusos.
― Se ha ido― dijo la niña sin darle importancia.
― ¿Quién, quién se ha ido, Holly?
Ella no respondió.
Entraron en casa antes de que Adam volviera.
Juntos, Duncan y Beth se habían sentado en la cocina. Habían sacado del frigorífico una Coca-Cola fría y la compartían.
― ¿Qué cojones ha ocurrido ahí fuera?― Beth no salía de su asombro―. Eso no es ningún amigo imaginario. Ahí había algo.
Duncan no sentía valor ni para responder. Estaba realmente aterrado, y bastante seguro de que Holly le respondería si insistía preguntando. Pero de lo que no se creía capaz era de asumir la verdad sin que el miedo lo abordara.
― Acuéstate con ella esta noche― le pidió Beth.
― No ¿Y si aparece alguien?
― Entonces gritas, y acudiré yo, incluso papá. Por una vez no creo que nos pegue a nosotros.
― No puedo. Me asusta― Duncan siempre se había sentido valiente a la hora de responsabilizarse de su hermana pequeña y de realizar las tareas que debía asumir en la casa. Pero permanecer a la espera de que sucediera algo tan perturbador… Aunque también comprendió que Holly tan sólo dejaría que él durmiera con ella. Debía ser él.
― Está bien. Lo haré. Me quedaré con ella.
Sin embargo, los planes se torcieron aquel día.
Adam había bebido más de la cuenta, incluso se había peleado con uno de sus colegas. Eran las diez de la noche. Duncan y Holly todavía no se habían acostado. Su padre subía las escaleras a trompicones. La preocupación y el temor crecieron en los corazones de los niños. Una tensión inundó la planta de arriba. Adam iba a abrir la puerta en cualquier momento, y desconocían cómo iba a reaccionar. Sin embargo, pasó de largo. Escucharon cómo abría la habitación de Beth.
“¡No!”, pensó Duncan.
― Papá…― oyó que susurraba Beth soñolienta―. ¿Qué haces?
Duncan mantuvo la respiración.
― Para papá, por favor― comenzó su hermana mayor desde la otra habitación―. Por favor, para.
Se la oía forcejear a la vez que Adam gemía sobre su cama.
Beth comenzó a llorar y a suplicar que la dejara.
― Cállate zorra, que bien te lo haces con esos estúpidos niñatos.
― ¡Papá, por favor, por favor te lo suplico, no! ― Beth lloraba desconsolada.
Duncan no podía evitar que las lágrimas se derramaran por sus mejillas. Cubrió los oídos de Holly esperando que la niña se enterase de lo mínimo.
― ¡Duncan, Duncan!― era Beth, lo llamaba desesperada―. Ayúdame, Duncan.
Pero él estaba aterrado. Tenía mucho miedo. El temor por lo que pudiera encontrarse en aquella habitación lo mantenía petrificado, además del miedo a su padre por las represalias que le acarrearían si intentaba interponerse, como sucedió días atrás. Lloraba asustado, Beth lo necesitaba, su padre la estaba violando. No era la primera vez, aunque también era cierto que había pasado mucho tiempo desde la última ocasión en que su hermana había sufrido un arrebato de Adam.
Escuchó los sollozos de Holly, temblaba.
― No te preocupes, ya ha pasado, Holly. Ya está.
Minutos después todo quedó en silencio. Su padre cerró la puerta de la habitación y se marchó a su cama. Podía oír los llantos desconsolados de Beth. Duncan no se atrevía a ir en esos momentos a consolarla. Seguramente, lo echaría de la habitación. Acababa de fallarle a su hermana en uno de los momentos más duros de su vida. Llorando, se recostó en la cama y se cubrió la cabeza con la almohada.
A la mañana siguiente, Duncan despertó. Holly ya no se encontraba en la cama. Miró la hora en su reloj de muñeca. Las nueve y cuarto. Era temprano. Normalmente los días festivos, él y su Holly se levantaban alrededor de las diez. Se lavaban la cara y bajaban a la cocina a desayunar. Pero esta vez no. Holly no estaba. Entonces Duncan recordó la noche anterior. Recordó también que debía dormir con la pequeña con el fin de averiguar algo más de lo que le estaba sucediendo. Pero la noche no transcurrió como habían planeado, así que se olvidó por completo de su “misión”.
Salió de la cama y alzó la persiana. El sol comenzaba a asomarse tras las lejanas montañas. Era un hermoso domingo teñido de un sabor agrio. Después de lavarse la cara con agua fría y cepillarse los dientes, anduvo hasta la puerta de la habitación de Beth. Llamó suavemente. Tras no recibir respuesta abrió.
El cuarto permanecía en penumbra, salvo por una pequeña rendija en la persiana por la que se filtraba la blanca luz de la mañana. Duncan rodeó la cama hasta llegar a tener a Beth frente a él. Estaba despierta, con los ojos enrojecidos.
― ¿Estás bien?― le preguntó él―. Lo siento, Beth. Le tengo mucho miedo.
Una lágrima afloró en los ojos verdes de ella. Incluso en aquella situación, Duncan veía a su hermana hermosa, una opinión que se guardó para él.
― ¿No has dormido?
Ella negó.
― Voy a matarlo― dijo Beth en cambio.
Duncan la miró atónito y a la vez preocupado.
― ¿A quién?― no tenía ni idea del porqué de aquella estúpida pregunta. Quizá porque necesitaba alargar algo más el tiempo para digerir lo que había escuchado.
― Tú qué crees. Ese demonio no merece vivir.
El chico no habló. Se apartó de ella.
― Voy… voy a buscar a Holly.
Abajo, la casa estaba vacía.
Duncan llamó a la niña. Pero no recibió respuesta. Tampoco Chet parecía encontrarse por la casa. Miró hacia el patio desde la ventana de la cocina. Pero allí no había nadie.
Volvió a subir las escaleras. Entró en la habitación de Beth.
― Holly ha vuelto a desaparecer.
Duncan no recibió respuesta de su hermana. Deambulaba por la estancia nervioso, preocupado―. Voy a llamar a la policía― dijo, más bien con la esperanza de recibir alguna contestación de su hermana que por convencimiento propio.
Beth salió de la habitación como si no hubiera escuchado nada.
― Voy a ducharme― dijo con la voz rota.
― Vale, claro― Duncan parecía desorientado. No sabía cómo reaccionar después de lo que su hermana había vivido la noche anterior. Se sentía culpable por no haber podido evitarlo. Por no haber hecho absolutamente nada, y por supuesto, tenía la sensación de que Beth lo culpaba por ello.
Unas horas más tarde, casi a la hora de la comida, Adam llegó a casa. Apagó el motor del Volkswagen y subió la escalera de la entrada con paso tranquilo. Tosió varias veces y escupió. Nada más entrar, Duncan se acercó a él al ver que llevaba unas bolsas.
― ¿Te ayudo?― preguntó, intentando mantener su mente ocupada.
Su padre negó con la cabeza.
― Esto no pesa. Ocúpate de hacer la comida― le dijo con desgana― ¿Y tu hermana?
Duncan sintió un escalofrío al pensar en Holly. Pero al instante supo que su padre se refería a Beth.
― Está en la ducha.
El chico pudo comprobar la mirada lasciva de su padre cuando dirigió su vista hacia la escalera.
― ¿Qué pasó anoche?― preguntó Duncan.
Adam lo miró.
― Nada. No seas entrometido. Prepara la comida. Toma― le lanzó una bolsa de macarrones.
Duncan la atrapó.
Tan sólo comieron él y su padre, Beth ni siquiera salió de su habitación.
Adam comía sin pronunciar palabra. Hasta que miró a su hijo.
― ¿Dónde está?
― Arriba. Me lo has preguntado antes.
― La otra.
El niño dejó de masticar. Sintió cómo el suelo trataba de absorberlo.
― Arriba― mintió.
― ¿Por qué no viene a comer?
― Anoche le costó dormir. Todavía no se ha levantado― sentía las pulsaciones aceleradas en su pecho. De pronto, el hambre desapareció y la pasta que masticaba pareció convertirse en un enorme chicle, imposible de tragar.
Adam gruñó. Aunque ya no insistió más sobre Holly.
Duncan subió un plato de macarrones a la habitación de Beth. Su hermana hablaba con alguien en aquellos momentos. Estaba llorando, miró a su hermano y entró en cólera.
― ¿Es que no sabes llamar, joder? ¡Largo!
El chico se apresuró a cerrar la puerta. No supo qué hacer con el plato humeante de pasta. Regresó a la cocina y salió al exterior, donde todavía llovía. Miró al bosque. Quería llamar a Holly, pero su padre lo oiría. Dejó los restos de comida en el cuenco de Chet y miró hacia la arboleda. Caminó hacia ella hasta el tronco de árbol más próximo.
Olía a hierba y moho. En realidad era un aroma embriagador, pero el interior despertaba pavor en él. Su cuerpo tembló nervioso. En voz baja llamó a su hermana.
― ¡Holly! ¿Estás ahí? Tienes que volver, a papá no le gustará enterarse de que te has ido.
Como esperaba, no recibió respuesta.
Volvió a entrar en casa. Su padre lo esperaba.
― ¿Qué hacías ahí fuera?― le preguntó.
― Estaba dejando los macarrones en la comedora de Chet.
― Vendré a la hora de la cena― le dijo Adam―. Tenla preparada.
― Vale.
Duncan sintió gran alivio cuando vio a su padre marcharse con el coche. El chico volvió a salir al patio. Todavía llovía ligeramente. Pensaba en cómo proceder ante lo que estaba sucediendo. Era algo demasiado complicado. Tenía que contar con la posibilidad de que Beth no volviera a ayudarlo con el caso de Holly. Su padre se había encargado de anular a su hermana mayor de la forma más terrible, más cruel. Así que volvía a estar solo. O quizá no.
Regresó de pronto al interior de la casa, subió la escalera y fue directo a su cuarto. A pesar de ser su propia habitación, casi nunca estaba en ella, solía dormir en la de Holly, incluso los juegos o las películas las veían en la habitación de su pequeña hermana. Rebuscó entre su mochila y extrajo una tarjeta que los tutores siempre repartían a cada alumno. Entre ellos aparecían el número de la policía, el de emergencias. Pero también el del conserje o el del psicólogo.
Vio el número de móvil de este último, el señor Becher. El teléfono móvil de Beth seguía guardándolo su padre. Así que bajó al salón y rebuscó en lugares donde podría hallarse el aparato. Buscó en los cajones del mueble del comedor, donde se amontonaban objetos que casi impedían abrir los cajones. Levantó revistas, papeles publicitarios y un sinfín de chismes más. Pero ni rastro del móvil. Pasó casi veinte minutos rebuscando en toda la casa, incluso en la habitación de su padre, dónde más bien pareciera que hubiese entrado en una pocilga.
Así que no tuvo más remedio.
― Beth, ahora vengo.
Mientras bajaba las escaleras su hermana se asomó por la puerta.
― ¿A dónde vas? No irás a meterte en el bosque.
― No― respondió apresurado―. Voy a casa de la señora Gunther.
― ¿A qué?
Duncan se detuvo e improvisó la respuesta.
― A que me dé algo para merendar.
No estaba dispuesto a contarle los planes a su hermana. Demasiadas veces lo dejaba de lado con la protección de Holly. Igual había momentos que Beth se involucraba de lleno que otros en los que verdaderamente necesitaba su ayuda y ella no estaba por la labor. Así que ya había tenido suficiente. Él haría las cosas tal y como creía.
La señora Gunther abrió la puerta. Iba cubierta con una manta.
― Hola, hijo. Pasa― lo saludó.
― Buenas tardes, señora Gunther.
― Oh, te he dicho mil veces que me llames Joanne.
― Necesito llamar por teléfono.
Entraron en el salón. La anciana tenía el televisor encendido, estaban haciendo una película antigua. Ella se sentó en un sillón y se cubrió las piernas con el mantel de una mesa camilla en cuya base había una estufa.
― ¿Y tu hermana? Que extraño verte sin ella.
― Se ha quedado en casa viendo una película con Beth.
Joanne Gunther hizo una mueca al escuchar el nombre de su hermana mayor.
― ¿Todavía anda con esos chicos maleducados?― preguntó Joanne preocupada.
― No― respondió secamente Duncan.
El niño se acercó al mueble donde un teléfono fijo reposaba. Miró a la anciana. Era imposible pedirle que se marchara para no escuchar lo que quería decirle al psicólogo. Así que llamaría con ella delante, y ya capearía el temporal.
“¿Sí?” Respondió la grave voz del psicólogo del colegio.
― Señor Becher. Soy Duncan Stone.
“¿Quién?”
― Du… Un alumno del colegio.
“Ah, vale. Dime…Duncan”
― Es sobre mi hermana. Se llama Holly.
“Holly… Oh, conozco a Holly. ¿Qué le ocurre?”, preguntó.
― No lo sé, señor. Creo que necesita ayuda.
Ya no había vuelta atrás.
La señora Gunther frunció el ceño intentando escuchar.
“Puedes venir mañana a primera hora a mi despacho. Dile a tu tutor o tutora que el señor Becher en persona te ha citado”
― De acuerdo. Es usted muy amable. Gracias.
“De nada”, y el hombre colgó.
― ¿Qué ocurre, Duncan?
― No es nada, Joanne. Es que mi hermana no está sacando buenas notas.
― Pero todavía es muy pequeña.
― Lo sé, pero creo que deben averiguar el porqué.
La anciana sonrió.
― Ya hubiera querido yo tener un hermano tan bueno y atento como tú, Duncan. Venga, ¿qué quieres merendar?
― Nada, debo marcharme. Mi hermana está sola en casa.
― ¿No habías dicho que estaba con Beth?
Una mentira fallida.
― Sí, sí. Bueno, mi padre no sabe que he salido de casa. Me había dicho que limpiara la cocina y todavía no lo he hecho.
La anciana lo miró desconfiada.
― Claro, hijo. Ve― dijo comprensiva
Duncan sabía que la mujer se preocupaba por él y sus hermanas. Así que se acercó a Joanne y le dio un beso en la mejilla. La anciana sonrió rendida a la ternura. El niño sabía que la señora Gunther vivía sola, y sus hijos, si es que tenía, no solían visitarla. Él y sus hermanas eran lo más parecido que tenía a unos nietos.
― Volveré pronto― le dijo.
Entró en la casa y vio a Holly sentada en la cocina. Chet estaba acostado a sus pies, como si no hubiera sucedido nada. La niña comía una manzana. Miró a Duncan y le sonrió.
― Holly, ¿Cuándo has vuelto?
― Ahora mismo.
Duncan se sentó a su lado.
― ¿Estabas en el bosque?
Ella asintió.
― ¿Con quién?― tenía que intentarlo. Esta vez, estaban solos los dos, sabía que Holly confiaba en él.
― Con él.
― ¿Quién es él?
― Un amigo.
Duncan se asustaba por momentos. No le gustaba lo que estaba escuchando.
― ¿Cómo se llama?
― No lo sé― respondió ella.
― ¿Lo conozco?
Holly rio como hacía tiempo que Duncan no había visto.
― No― respondió.
― Por favor, Holly. Háblame de él.
Pero la niña no respondió. Siguió comiendo la manzana.
Duncan la dejó un momento asolas y corrió hacia la habitación de su hermana pequeña.
Observó los dibujos apilados en su escritorio. Eran todos similares. El folio entero pintado de negro, y dos puntos azulados en medio del papel. Plegó uno de ellos y se lo guardó.
Luego llamó a la habitación de Beth.
― Pasa― dijo esta desde dentro.
Duncan entró, su hermana miraba el ordenador en aquellos momentos. Cuando el chico vio la imagen en la pantalla de las joyas de Holly, se acercó.
― Me han respondido desde una web― dijo Beth. Aparentaba estar bastante recuperada de la noche anterior. Algo que alegró a Duncan. Necesitaba a su hermana mayor―. Fíjate, dicen que están seguros de que se trata de un engaño. No existe un material con ese aspecto que sea metálico.
― ¿Quizá sea algún tipo de plástico?― sugirió Duncan.
― Eso es fácil de averiguar.
Beth extrajo un mechero de su bolsillo y prendió la llama. Acercó el pendiente a esta y esperó.
― Nada― dijo―. Si fuese plástico estaría derritiéndose. Mira, ni siquiera se oscurece. No sé qué material es, pero no está ni pintado. Este es su color natural.
― Vaya.
Beth miró a Duncan.
― ¿Qué secreto esconde Holly?